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❝ LITTLE DARK HEART ❞

͙۪۪̥˚┊❛ R E G A R D S ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
🐺 ⋆。˚ presents to you chapter sixteen ▶❝ little dark heart❞ ▬▬ 𝗮 𝗸𝗮𝘇 𝗯𝗿𝗲𝗸𝗸𝗲𝗿 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 🧤 © 𝗐𝗋𝗂𝗍𝗍𝖾𝗇 𝖻𝗒 𝖻𝖺𝗋𝖻𝗌 𝟤𝟢𝟤𝟣.

LA IRA SE RETORCÍA en las entrañas de El Oscuro, consumiéndolo con su ardiente furia tras la traición de la única sangre que le quedaba en este mundo. Sus planes, años de meticulosa planificación para adquirir poder y liberar a los suyos, habían sido arruinados por la revelación de Baghra hacia Alina.

Alina...

El simple pensamiento de que ella hubiera huido por su propia cuenta al descubrir su verdadero plan lo hacía sentir traicionado, irónico pues él mismo la había traicionado antes al jugar con su confianza y sentimientos.

Pero no se quedaría de brazos cruzados. El nunca hacía eso. Saldría en busca de ella incluso si tuviera que viajar hasta los confines del mundo para encontrarla. No permitiría que escapará esta vez. No cuando él y ella tenían el potencial de cambiar el orden del mundo.

Del poder.

Pero antes, había otro asunto que debía atender.

—¿Dijo algo? —preguntó hacia una de las pocas personas en las que confiaba.

Enya negó firmemente.

—Puras mentiras —respondió ella con un gesto cansado.

No podía culparla. Había estado ocupada durante toda la semana con los preparativos de la fiesta, a petición de la Reina, quien la consideraba como una hija debido a su antigua amistad con el príncipe menor.

—Iván está con él —añadió Zoya, caminando junto a la pelirroja y detrás de él, con una expresión seria.

Los tres avanzaron unos metros más hasta llegar a una pequeña habitación al final del pasillo de piedra. Estaban en la parte más profunda y fría del palacio, el lugar perfecto para interrogar al sospechoso del asesinato cometido esa noche sin testigos.

—Me engañaron —habló el prisionero en cuanto los vio llegar. Estaba cubierto de sudor y su rostro mostraba dolor por los golpes recibidos durante el interrogatorio de Enya y los otros dos Grishas—. Me hicieron caer en su trampa.

—Según mis guardias, te atraparon huyendo de la escena del crimen —habló el comandante de la oscuridad.

—Así es, los seguí —afirmó el prisionero.

—¿A quiénes seguiste?

—Vienen del otro lado de La Sombra —reveló—. Desde el principio me parecieron sospechosos, especialmente una de ellas. Así que cuando bajaron del escenario en la fiesta, los seguí para averiguar qué tramaban. Pero cuando entré en la habitación, ellos ya se habían ido y... Santo Dios, fue horrible. Así que huí, yo...

—¿Cuánto de eso es cierto? —preguntó a su leal seguidor, quien se encontraba junto al prisionero.

—Si cruzó La Sombra con los demás —afirmó Iván—, el resto son mentiras.

El hombre, perplejo, negó repetidamente.

—¿Qué? No, no...

—Tu corazón te delata —rectificó el grisha con voz mortífera.

—Sabes que tenemos registros de todos los que cruzan La Sombra —inquirió El Oscuro con un ligero tono de advertencia—. Para la fiesta, hubo embajadores de Kerch, Novyi Zem, La Isla Errante —enumeró, compartiendo una breve mirada con la pelirroja, quien asintió—, pero tú no cruzaste con ellos, ¿verdad?

El hombre titubeó, lo cual hizo que Aleksander continuara sin inmutarse:

—No. Tú y tu... equipo tienen otro camino —espetó con frialdad.

—No sé qué quieres decir, yo...

—Si sabe —corrigió Iván, escuchando los latidos acelerados de su corazón.

—¡Soy un artista! —protestó el hombre—, Oskar Krepkov.

Sin embargo, una sola mirada compartida con Ivan bastó para que El Oscuro supiera que mentía. Y eso comenzó a irritarle, porque estaba perdiendo el tiempo y necesitaba ir detrás de Alina antes de que se alejara demasiado.

Se acercó al prisionero, sujetando su mano con fuerza y deslizando la manga de su camiseta hacia arriba, revelando cicatrices horizontales en su brazo. Marcas que demostraban la cantidad de veces que había cruzado La Sombra.

—Vaya, estás ofreciendo un gran espectáculo—-ironizó El Oscuro. Su expresión se oscureció y apretó con más fuerza la muñeca del hombre—. Tú eres el conductor. Arken Visser.

El aludido, acorralado, desvió el rostro hacia el otro lado con gesto derrotado.

—¡Tú sacas Grishas a escondidas de mi Palacio! —bramó Aleksander—. Los ayudas a abandonar la guerra.

—No —intervino Arken—. Yo comercio con siervos legales. No tengo tratos con Grishas.

—Mentira —desmintió Iván.

—No necesito que me lo diga —aclaró El Oscuro cuando Arken se retorció por la revelación—  Tenía una espía. Nina Zenik. ¿Te suena?.

El gesto del conductor se endureció, sus mentiras habían caído como las hojas en otoño.

—¿Nina? —espetó el hombre con enfado.

—La última vez que tuvimos noticias de ella iba a cruzar la sombra con el conductor y cuatro granujas de Ketterdam —habló nuevamente—. Esperaba conocerte. Ahora, pobre Nina... Nadie sabe nada sobre ella.

Detrás de él, Enya y Zoya se removieron con molestia; Nina era una protegida para ambas. La ayudaron a entrenar y a volverse una espía desde que era una niña, y la idea de que no supieran su paradero las preocupaba.

—¿Tendrá eso algo que ver con usted, señor Visser?

—No —aseguró él y le lanzó una mirada por encima del hombro a Iván, como si esperara que este respaldara su respuesta. Lo cual hizo con un gesto desdeñoso—. ¿Ve? No sé qué pasó con ella.

Pero Aleksander desvió el tema por lo que realmente le importaba saber.

—Supongo que hiciste un trato con esos cuatro ladrones para secuestrar a Alina Starkov —dijo—, pero tienes una relación más fuerte con cierto general Ravkano occidental que se ha hecho con la idea de gobernar su propio país. Mientras La Sombra lo separe de nosotros —añadió lo último con cierta diversión—. Así que hiciste otro trato. Tú te disfrazaste y jugaste a ser un asesino, ¿no es cierto?

Y tal como esperaba, al tenerlo sin escapatoria y sin mentiras que pudiera inventar, el hombre finalmente dejó caer su máscara y le mostró su verdadera faceta.

—Así es —confirmó Arken—. La recompensa por llevarla a Ketterdam era de un millón, dividido entre cinco. Y eso si es que ella no me mataba primero —masculló lo último por lo bajo. Alzó la mirada y lo miró fijamente—. Sin embargo, Zlatan me ofreció esa suma a mí solo... Por matarla.

Apretó la mandíbula con fuerza al oírlo hablar tan tranquilamente, como si él tuviera el control de la situación y no ellos.

Él.

—Entonces... —prosiguió Arken—, dame la mitad de eso y me vengaré por usted. Puedo acercarme a Zlatan.

Y ahí estaba; por más que intentara parecer tranquilo, podía sentir la desesperación de aquel hombre corriendo por sus venas, su deseo de salir de esa habitación con vida y obtener algo a cambio.

No obstante, era una lástima que a él no le interesara en lo absoluto hacer negocios con ese canalla.

Con una simple mirada a sus acompañantes, les indicó que se marcharan y lo dejaron solo con el prisionero. Enya, Ivan y Zoya, sin protesta o pregunta, abandonaron sus puestos y se alejaron por el desolado pasillo hasta dejarlo solo, donde se volvió hacia el conductor e inclinó su cuerpo de forma intimidante hacia él.

—No —el conductor lo miró con los ojos ligeramente abiertos, llenos de nerviosismo—. Creo que yo me encargaré.

No obstante, y para sorpresa de él, el conductor abrió los ojos llenos de sorpresa y musitó un ligero:

Novorak...

Desconcertado, se enderezó y siguió la mirada perpleja del hombre hasta su clavícula, donde el guardapelo que llevaba consigo desde tiempos inmemoriales colgaba, como un relicario de recuerdos entrelazados. Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras apretaba la mandíbula, evocando las memorias que yacían ocultas en aquel pequeño objeto guardado bajo sus prendas oscuras. Pero fue el susurro del nombre lo que lo detuvo en seco, girándose hacia el conductor con una mezcla de incredulidad y anhelo en sus ojos.

—Es ella, la reconozco —aseguró Arken—. ¿Ella también trabaja para usted? ¿Es una espía?

—No sé de quién hablas —espetó él en respuesta, girando lentamente para abandonar la habitación mientras el viento soplaba sutilmente alrededor, como si quisiera llevarse consigo aquellos secretos enterrados.

—La chica del relicario, la de la foto —indicó Arken—, es Nora Novorak, La Loba Blanca de Los Cuervos.

Sus pasos se detuvieron en seco, como si el tiempo mismo hubiera suspendido su marcha.

La Loba Blanca...

Había oído historias sobre ella; una mercenaria salida de la nada que mataba a diestra y siniestra por su pandilla. Nadie sabía de dónde provenía, ni quién la había entrenado, ni quién era su familia, pero su reputación la seguía incluso fuera de ketterdam.

La gente le temía.

Menos él.

Sin embargo.... ¡No! No podía ser verdad. Los años habían pasado como arenas arrastradas por el viento, sin ninguna señal de que ella estuviera...

Lentamente, con un gesto firme y gélido,  volvió su mirada hacia el prisionero.

—¿Qué dijiste?

—Los ladrones de Ketterdam, una de las chicas es ella.

Pero él negó. Aquello no podía ser cierto. Aquel hombre estaba tan desesperado por sobrevivir, que estaba usando el relicario como su última carta.

—Eso es mentira.

—No, no lo es —aseguró—. Es ella.

—¡Mentira! —vociferó, perdiendo momentáneamente los estribos.

Pero el conductor negó con la cabeza una y otra vez, en un ademán sincero.

—No miento. Traiga a su Grisha y lo verá —aseguró—. Es ella, lo juro.

Aunque una parte de él se resistía a creer en las palabras del hombre, otra parte, aquella que anhelaba desesperadamente la presencia de la chica de cabellos oscuros y ojos verdes profundos, ansiaba avivar la llama de la esperanza que había permanecido dormida por tanto tiempo.

—Háblame de ella... Cuéntame todo lo que sepas sobre Nora Novorak.

Y así, en la penumbra de aquella sala, se desplegó un relato misterioso y nostálgico, como los ecos de una melodía olvidada que emergía de las profundidades del pasado. Mientras las palabras fluían, el aire parecía impregnarse de un aura mágica y la sombra misma parecía aguardar con ansias la revelación de un destino entrelazado.

Ella había vuelto...
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Nora era consciente de que aquella misión era suicida y las probabilidades de que todo saliera a la perfección eran escasas; no estaban hablando de robar una pintura o algunas joyas, sino de llevarse a la mismísima Santa en el corazón de un país que la protegía como si su vida fuera lo único importante para ellos.

Había imaginado innumerables escenarios sobre como podrían terminar las cosas: los cuatro huyendo del castillo con la invocadora del sol inconsciente inconsciente; los cuatro siendo capturados por los guardias del palacio; los cuatro escapando con las manos vacías; o incluso algunos de ellos no saliendo con vida.

Pero nunca, ni por un momento, había pensado que la mismísima Alina Starkov tomaría las riendas por sí misma y huiría del castillo.

Y mucho menos imaginó que terminaría en el mismo vehículo donde ella y los Cuervos huiriían.

Jesper definitivamente había perdido el juicio. No había forma de que la invocadora del sol abandonara la comodidad del castillo sin razón aparente.

No podía ser cierto....

La gente de Ravka confiaba en ella.

Rezaba por ella.

Entonces.... ¿por qué huiría?

—No lo sé, Jesper. ¿Estás seguro de lo que dices? —cuestionó Nora al moreno por tercera vez en el día.

A Nora le costaba creer que su objetivo estuviera en el baúl trasero del carruaje.

—Estoy tan seguro de esto como de que tú y Kaz sienten algo por el otro —aseguró Jesper, tomando por sorpresa a Nora.

Habían llegado hacía unos minutos al pueblo más cercano a Os Alta, Ryevost. Nora se encontraba conversando con Jesper en la parte delantera del carruaje, mientras Kaz hablaba con Inej sobre lo ocurrido en la capilla; él quería asegurarse de que la misión pudiera continuar sin problemas.

—No digas tonterías —replicó Nora, desviando el rostro con seriedad, ocultando los nervios que realmente sentía—. Yo no siento nada por él.

Jesper soltó una pequeña risa, sin creerle nada, y pasó el brazo por los hombros de ella.

—No puedes negármelo, Novo —dijo—. Solo hay que ver la forma en que se miran.

—¿Con los ojos? —se burló ella, pero Jesper chasqueó la lengua y negó.

—Con amor.

Esta vez fue el turno de Nora de reírse.

—Kaz no sabría identificar el amor ni aunque lo tuviera en la palma de su mano —objetó ella—. Es más, lo aplastaría y lo tiraría por ahí.

—¿Cómo es que estás tan segura de eso? —cuestionó él. Nora lo miró con incredulidad.

—Oh, vamos, Jes. Ambos sabemos que lo único que Kaz ama es el dinero.

Jesper cabeceó mientras una pequeña mueca se dibujaba en sus labios; no obstante respondió.

—Sin embargo, estoy muy seguro de que ese pequeño corazón oscuro suyo siente algo por ti.

Nora no respondió. No lograba comprender cómo el moreno hablaba tan seguro de lo que estaba diciendo cuando ambos sabían cómo era el líder de los cuervos. Era ridículo pensar que Kaz sintiera lo mismo que ella...

—E Inej estaría de acuerdo conmigo —concluyó Jesper antes de rodear el carruaje y reunirse con los demás.

El corazón de Nora inevitablemente brincó en su pecho. ¿Acaso él sabía algo que ella no? ¿Acaso Kaz le había comentado algo al respecto y Jesper, en un intento de hacer de casamentero, estaba tratando de...

No. Debía detenerse ahí. No podía darse el lujo de fantasear con esas cosas cuando la misión estaba en un estado crítico. Estaban en territorio enemigo y debían moverse rápido si no querían ser atrapados. Nora respiró profundamente y volteó hacia el cristal de las ventanas del carruaje. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas. Masculló una maldición hacia el moreno en voz baja y se dirigió hacia los demás, esperando que no se dieran cuenta de su rubor.

Nada más llegar junto a los demás, el seguro del baúl trasero de la carroza se soltó y un golpe seco resonó desde adentro. Nora miró al pistolero con una ceja alzada y se giró justo a tiempo para ver a Alina Starkov asomando la mirada hacia ellos.

Lo primero que Alina vio fue que uno de los cuatro tenía una pistola en la cadera, lo que la alertó.

Lo segundo fue que la acróbata con la que había tropezado el día anterior, antes de la fiesta, estaba entre el grupo y la estaba observando con cautela.

Alina saltó y levantó las manos en señal de defensa, mientras Jesper hacía lo mismo.

—No buscamos problemas —le aseguró él.

Pero la Invocadora del sol los miró con desconfianza.

—Yo tampoco, así que me voy.

Hizo ademán de irse hacia la derecha, pero Kaz levantó su bastón y bloqueó su camino. Jesper se dirigió nuevamente hacia ella.

—Está claro que quieres salir de Ravka oriental.

—Nosotros podemos ayudarte —agregó Nora, a lo que Alina la miró con recelo.

—Ella tiene razón, tenemos una ruta segura por la sombra —añadió Jesper.

Alina negó con la cabeza.

—Prefiero viajar sola.

—No te apresures, si te quedas con nosotros, todos salimos ganando —insistió el moreno.

—Nunca más seré prisionera de nadie —declaró Alina tomando por sorpresa a Nora—. Así que apartense y dejenme pasar —ordenó mirando a Kaz.

Pero él no se movió.

—No podemos permitirlo —respondió él.

En ese momento, Nora se acercó a Alina con la intención de hablar, pero la de rasgos shu los atacó con sus poderes. Gracias a sus reflejos adquiridos durante sus años como la Loba Blanca, Nora logró cubrirse los ojos con el brazo a tiempo. Lamentablemente, el resto de la pandilla no corrió la misma suerte y escuchó gemidos de dolor.

Bajó el brazo y agarró su arma, dispuesta a detener a Alina, cuando Inej sostuvo su brazo con firmeza. Nora levantó una ceja, pero se dio cuenta de que la Suli no la miraba a ella. Inej observaba a Alina con admiración, y ahí lo entendió; Inej no iría en contra de Alina por sus creencias.

La morena levantó las manos y le hizo un gesto a Alina, indicándole que no la detendrían. La Invocadora del sol miró a la castaña una última vez y salió corriendo por el otro lado del carruaje a toda velocidad.

Nora se volvió hacia Inej frunciendo el ceño y se soltó de su agarre para luego salir corriendo detrás de la Invocadora del sol.

Alina no pudo alejarse más de tres calles abajo cuando una sombra la derribó de una patada. De un momento a otro, Nora estaba sobre ella, con ambas rodillas presionando sus manos a ambos lados de su cuerpo y sus garras apuntando a su cuello.

—El más mínimo movimiento y te arranco la garganta —advirtió Nora.

—Por favor, déjame ir —rogó Alina, temerosa al sentir el filo de los guantes en su cuello. No podía moverse.

Nora sintió cómo temblaba debajo de ella. Escudriñó su rostro y vio genuino terror en sus oscuros ojos, más algo le decía que no era terror hacia ella en concreto. No.

Había algo más que la tenía atormentada, lo que desconcertó a Nora.

No obstante, un sentimiento negativo se apoderó de ella. Frunció el ceño y aumentó la presión en sus manos.

—¿Por qué? —cuestionó con voz áspera—. ¿Por qué huir de la protección del palacio y dejar a todos los que creen en ti atrás? ¿Por qué le estás dando la espalda a tu país?... ¿¡Por qué!?

Alina la miró sorprendida. Por el tono de voz y el ceño fruncido de Nora, parecía que realmente le estaba afectando el hecho de que acabara de abandonar todo.

Pero ella no sabía la verdad...

Alina tragó saliva y miró fijamente a Nora, evaluando si podía confiar en ella lo suficiente como para revelar parte de lo que había descubierto.

—Las cosas no son como parecen —le dijo—. No puedo quedarme en el palacio, no puedo ser su prisionera —en eso sintió a Nora estremecerse sobre ella. Alina continuó—. No lo entenderías... No entenderías lo que significa tener toda la responsabilidad de Ravka sobre tus hombros. Sentirte atrapada y sin opción alguna. Sin libertad.

Nora apretó los labios. Comprendía todo eso. Tener las manos y las piernas atadas a alguien más y no poder hacer nada más que obedecer. Comprendía perfectamente el sentimiento de ser usada, de ser prisionera sin voz. Y gracias a la empatía que sintió, o a la angustia en los ojos de Alina, lentamente aflojó la presión en sus manos, aunque aún se mantenía en guardia.

—¿A qué te refieres con no ser su prisionera? —preguntó Nora con un malestar en sus entrañas.

Alina suspiró, sintiendo el alivio en la presión en su cuello. Intentó explicarse lo mejor que pudo, sabiendo que debía ser cautelosa con las palabras que elegía.

—Desde que descubrí mis poderes, mi vida se ha vuelto un constante encierro —se sincerizó—. Todos en Ravka me ven como una Santa, como si fuera su única esperanza. Confían en mí, esperan que los proteja de la sombra. Pero a veces, incluso los que se supone que deben protegerte, te aprisionan —Alina negó con la cabeza—. No puedo permitir que me utilicen como una herramienta para sus propios fines.

Nora frunció el ceño sintiendo una chispa de empatía. Aunque no entendía completamente la situación de Alina, podía comprender la sensación de estar atrapada en un destino impuesto por alguien más.

—Entonces, ¿huyes para encontrar tu propia libertad? —preguntó Nora, su voz llena de curiosidad y comprensión.

Alina asintió, sus ojos llenos de determinación.

—Necesito descubrir quién soy más allá de las expectativas y las cargas que los demás ponen sobre mí. No quiero ser solo una herramienta en manos de otros, quiero tomar mis propias decisiones. Además... de otros motivos.

Nora permaneció en silencio durante unos minutos, evaluando la sinceridad en las palabras de Alina. Finalmente, soltó un suspiro y se levantó, apartándose de ella.

—Vete. Regresa a tu búsqueda de libertad. No te encontré por aquí.

La aludida miró a Nora sorprendida. Se puso de pie lentamente, temiendo que la chica le esté tendiendo una trampa, pero ella no se movió de su lugar. Agradecida, se alejó rápidamente y desapareció en las calles empedradas, dejando a Nora sola.

Tardó unos minutos en regresar con los demás, quienes esperaban ansiosos que trajera consigo a la Invocadora del sol. Al verla llegar sola, la miraron desconcertados.

—No la encontré —mintió Nora.

Jesper soltó un resoplido y pateó una pequeña roca junto a su pie. Por otro lado, Inej, a diferencia de él, suspiró aliviada.

—No pudo ir muy lejos —habló Kaz mirando hacia el pueblo—. Separemos para abarcar más terreno. ¿Recuerdan en el punto de encuentro? —Los tres asintieron—. Andando.

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Para la suerte de Alina, no pudieron encontrarla por ningún lado. Jesper e Inej recorrieron todo el mercado preguntando si alguien había visto a una chica con sus rasgos, pero los resultados fueron nulos. Nadie la había visto. Nora, por su parte, consultó en cada establecimiento, posada y cobertizo, para ver si Alina no había pedido alojamiento, o en dado caso, robado un caballo para huir del pueblo, más no encontró ningún indicio de su partida.

Al cabo de unas horas, cuando el sol terminó su descenso y la oscuridad envolvió el cielo, Nora se dirigió a la pequeño taberna para reunirse con los demás. La luz titilante de las velas parpadeaba en las mesas ocupadas por clientes despreocupados, ajenos a la tormenta que se avecinaba si no salían pronto de ahi. En el aire, un murmullo constante de risas y conversaciones se mezclaba con el sonido ocasional de las cartas barajadas y las apuestas realizadas.

A pesar de la animada escena, Nora llevaba consigo un peso, un dilema moral que la atormentaba. El encuentro con Alina Starkov y la elección de dejarla ir resonaban en su mente. Mientras se acercaba a la mesa donde Kaz jugaba con una moneda entre sus dedos ágiles, la tensión en la atmósfera se volvía palpable.

—No falta ningún cabello en los establos, así que...

—¿Entonces?

La mirada azul penetrante de Kaz se encontró con la suya, exigiendo respuestas que ella aún no estaba lista para dar.

—¿Qué? —preguntó Nora, intentando disfrazar la verdad que se debatía dentro de ella.

—¿Me dirás cómo escapó el objetivo? —exigió él, y aunque estaba preparada para mentir, de nuevo, las palabras no salieron.

Nora tragó saliva y, finalmente, confesó.

—La dejé ir.

—Sí, tú e Inej la dejaron ir —corrigió él—. Nora, fuiste contratada para un trabajo.

—Sí, uno donde debíamos ir por una santa falsa y obtener dinero fácil —repuso ella—. Pero ella es real. La vimos invocar el sol.

—Un buen mago es un buen timador. El truco... —Kaz hizo desaparecer la moneda entre sus manos— es hacer que se vea real.

—Esto es diferente.

—¿En qué? ¿Acaso volviste a creer en los santos?

—¿Qué?... No —replicó ella, sintiendo un amargo sabor al negarlo.

—¿Entonces por qué la dejaste ir? —espetó con seriedad, lo que la empujó a confesar.

—Porque no voy a ser la responsable de esclavizar a alguien más.

No pudo sostener la mirada del líder de los Cuervos por mucho tiempo. Bajó la cabeza y observó el contenido del vaso de cristal frente a él.

—Yo más que nadie sé lo que se siente ser una esclava. No tener libertad. No tener voz —repuso Nora—. Alina estaba huyendo para no convertirse en una en el palacio. No podía capturarla para volverla esclava de alguien como Dreesen.

—Hay muchísimas otras chicas en Ketterdam que viven peor que ella.

—Es diferente —espetó Nora—. Estamos hablando de la única invocadora del sol que existe en el mundo. No solo sería una esclava, sería un objeto, un trofeo para Dreesen. Ningún ser humano merece ser tratado como tal.

—Por muy moralista que seas, y por muy devota que sea Inej, no podemos funcionar como equipo si toman decisiones basadas en su devoción o moralidad.

Nora se tensó y miró con enojo a Kaz.

—¿Nos estás amenazando con devolvernos a Heleen? —cuestionó ella con un nudo en la garganta.

—¡Si no la atrapamos, Heleen se quedará con el club cuervo y Pekka con lo que quede! —escupió Kaz sin medir sus palabras, dejando a Nora helada.

—Espera... ¿Por qué Heleen se quedaría con el club?

Ahora fue el turno de Kaz de desviar la mirada hacia otro lado. Había hablado de más y él lo sabía. ¡Demonios! No podía decirle la verdad a Nora. No podía contarle del trato que había hecho con Heleen para liberar a Inej, sabiendo que la chica era importante para ella.

—Kaz...

Pero el chico se levantó bruscamente de la silla y se alejó de la mesa, dejándola sola y con una sensación de temor en el pecho.

¿Qué había hecho Kaz?

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟑

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