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•28

Una de sus pesadillas había ocurrido; la policía se presentó en casa de Minseo para interrogarla sobre Jungkook, le hicieron varias preguntas, algunas sobre la relación que tenía con él, Minseo fue bastante sincera solo sobre lo que convenía, argumentando que lo conoció por un proyecto de la universidad y se hicieron amigos muy cercanos, no confesó sobre su relación sentimental, contando también que luego del incidente en la cárcel, ella lo visitó una última vez y Jungkook simplemente le pidió no volver para evitar que algo así sucediera de nuevo.

Aunque los interrogatorios salieron bien, Jungkook no podía aparecerse por allí de ninguna manera, no debía correr el riesgo de ser visto pues sabía que quienes lo buscaban, seguían rondando el vecindario de Minseo y su madre a la espera de alguna pista que las delate y los lleve con él.

Ya pronto se cumplirían dos meses, el lado bueno era que su novia no podía matarlo por no visitarla pues no era su culpa y el lado malo era precisamente eso, que no la tenía cerca para escucharla por lo menos regañarle.

Tampoco tenía contacto con su tío, lo último que supo fue que el hombre envió a sus secuaces a matar al grupo completo de presos que le causó tantos problemas a Jungkook, también volvió a imponer orden y básicamente demostró que aunque Jungkook no estuviese ahí para darle sus puños, él también tenía toda la fuerza necesaria para encargarse de cada uno de ellos si llegaban a tocarle las pelotas.

—Eh, chico— parpadeó, estaba en su hora de descanso y como no tenía apetito, solo se sentó a descansar junto al resto de trabajadores— Llevas cinco minutos viendo a esa pantalla.

El pueblo en el que estaba viviendo, Geum, era uno costero, mayormente habitado por personas mayores, pocos jóvenes o niños, pero a él le agradaba mucho conversar con los abuelos y abuelas que le trataban muy bien.

—Ah, lo lamento— se disculpa— estaba pensando.

—¿Qué miras?

Todos ahí tenían entre veinticinco a cincuenta años, uno de los más jóvenes disfrutaba de molestar a Jungkook, pero a él no le importaba, sabía que estaban a gusto con él pues se encargaba de prestar su fuerza para las tareas complicadas. La presencia de Jungkook fue casi una bendición para ellos y sus espaldas.

—Mm, una foto, estaba pensando en llamar o no a mi novia— murmura, tranquilo, esas personas no representaban una amenaza en absoluto— pero tal vez esté ocupada...

—¿Tú tienes novia?— asintió, el hombre a su lado inclinándose para intentar ver la fotografía— ¿Cómo que tienes novia?

Bufó.

—Si, tengo novia. No entiendo la impresión.

—Nah. Tu no tienes novia— asegura el chico— imposible.

—¿Por qué es tan difícil de creer?

—Pues es que has llegado aquí solo.

—Bueno, que ella no viva conmigo no significa que la estoy inventando— encoge sus hombros— igual, a ti no te importa.

—Él solo es muy chismoso— cuenta uno de los mayores— aunque sí es raro que no vivas con ella, cuéntanos, Romeo, una historia de amor joven para variar.

Mordió una manzana que le regalaron.

—No hay mucho que contar... ella está en Seúl y yo estoy aquí. Viajo cada cierto tiempo para verla y así estamos bien, por el momento.

El chico volvió a resoplar, señalándolo.

—Definitivamente no tienes una novia de ciudad.

—Bueno ¿Cuál es tu problema con el pobre Jungkook? Si él tiene novia y como manejen esa relación no es asunto tuyo, quejica— el abuelo le dio un jalón de orejas— envidioso, búscate una novia tú también.

El menor se defendió casi de inmediato.

—¡Aquí no hay chicas lindas!— Jungkook blanqueó los ojos, sonriendo un poco y con diversión— Estamos en un pueblo que seguro no aparece en los mapas del país, tendría que irme hasta la ciudad para buscar a una chica decente.

La discusión continuó y mientras ellos estaban en eso, él se decidió por llamar a Minseo, si mal no recordaba, ella trabaja desde casa y siempre termina a esa hora.

No se equivocó pues respondió al segundo tono.

—Hoyuelitos— se levanta de su lugar, dejando al resto y se aleja lo suficiente para hablar a gusto— Hola, amor.

—Estaba por volverme loca, tardaste mucho en llamar.

Sonrió, pateó unas cuántas rocas con la punta del zapato y se apoyó contra el tronco de un árbol, mirando al mar.

—Yo también te extraño— escuchó su risa junto a una disculpa—¿Estás ocupada?

—No realmente, en la mañana fui con tu mamá, tenía tiempo libre, así que me enseñó a preparar nuevos platillos y me regresé, trabajé y ahora estoy acostada mirando al techo. Pensándote.

—Me gusta que pienses en mí justo cuando estás en la cama, es halagador— giró la cabeza, los demás seguían en su disputa sobre si habían o no mujeres lindas en el pueblo— yo estoy en mi hora para almorzar, bueno, todos. Creo que escuchas su discusión de fondo.

—Al menos tienes buenos compañeros, eso me alegra mucho— ahora suelta quejidos llenos de inconformidad— quiero verte.

Hace una mueca.

—Yo igual, pero no puedo ir, al menos no todavía.

Un momento de silencio.

—Yo podría ir...

Arquea ambas cejas.

—Podrías, así traes a la policía detrás tuyo, hoyuelitos.

—¿Si descubro una manera cien por ciento segura me dejas ir a verte? La policía está ahora detrás de tu madre, es lo que mi guardaespaldas me ha informado hace unos minutos.

Aquello no le brindaba tranquilidad, su madre debía estar llena de nervios. Frunció el ceño, pensando en cómo podría Minseo encontrar una manera y suspiró al entenderlo.

—Mi tío te ha dado su número e ideas. Debí suponerlo.

—¡Él puede ayudarnos! Si le pido a Jian que le pida ayuda, él lo hará sin rechistar.

Apretó el puente de su nariz, todos ellos eran tan arriesgados.

—Escucha, nena, yo también te extraño, también quiero verte como un loco y te necesito mucho. Pero vamos con calma, bebé, ya encontraremos un momento para vernos y te prometo que me quedaré contigo muchos días.

Ella volvía a quejarse, a veces olvidaba que Minseo tenía otro lado aparte del serio y profesional con el que la conoció; era caprichosa.


Cuando llegó a su casa, ignoró un rato el desorden para descansar un momento, se levantaría después para poner todo en su sitio y darse una ducha con agua fría.

Pero su teléfono número tres sonó y cuando contestó, no pudo siquiera saludar.

—¿Por qué le negaste a la chica ir a verte?

—Ah, carajo. Tío, no me jodas tú también.

—¡Te he sacado de aquí para que puedas vivir como un imbécil normal y continúas escondiéndote del amor!

Lo llamó ridículo antes de colgarle y girarse en la cama, ignorando sus insistentes llamadas, no iba a gastar más palabras en ese loco demente.

Su mamá podía calmarlo, él no.

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