2. El mapa del tesoro.
Vanitas de inmediato cerró la cortina, compartiendo una mirada angustiosa con su amigo Dante. Claramente, enfrentarse a los piratas no era una opción.
Corrió de inmediato hacia su madre y hermano pequeño, seguido de Dante y Johann y, para su sorpresa, su madre extendió una de sus manos hacia él. Ahora mismo realmente, a sus ojos, parecía que la preocupación nacía en su interior. Se comportaba como debía hacerlo una madre.
Sin embargo, aunque sus manos se engancharon como una promesa, Vanitas no tardó en tomar la dirección de la escapada. Justo a tiempo, porque escuchó con un ruido sordo como la puerta era hecha trizas. No se preocupó por regalar una segunda mirada hacia sus espaldas; se instó a escapar de aquel caos de fuego y de los bramidos de múltiples piratas que entraron a su hogar. A su posada. A la preciosa Hortensia Azul, para hacerla cenizas.
Aunque de refilón, le había parecido ver unos cabellos rubios bien acomodados y una mirada dispar, de diferente color, fríos. También unos ojos morados. Eufóricos. Escuchó decir por su amigo peliblanco que la policía espacial venía en camino.
—¡Hacia la ventana, es la única salida! —Eso fue lo que gritó Dante, quien tiró de su compañero Johann, porque corría más despacio.
Vanitas se liberó del agarre de su madre, para sostener entre sus brazos a su hermano Mikhael, quien lloraba en bajo y no parecía entender nada de la situación. Mejor, se dijo Vanitas.
Llegaron al pie de la ventana en donde su madre, Johann y Dante, se apoyaron contra ella y se apachurraron. Vanitas, con su hermano menor en brazos, observó a sus espaldas con la respiración agitada y la presión arterial apunto de explotar.
—¡Ahí está Dalilah, no te muevas! —pidió Dante a su fiel Cloarlk, que tiraba de su carruaje casual de siempre.
Johann empezó a farfullar algunas palabras sobre la distancia y la caída, mientras su madre en compañía de ellos, se apiñaban en la ventana. Su madre los miró acongojada, pero parecía dispuesta a saltar.
—¡A la de tres saltamos! ¡Una, dos...! —Y aunque se sintió mal por Dante, Vanitas al escuchar a los piratas más de cerca, no tardó en empujarlos para lanzarlos a todos juntos.
—¡Tres! —Y lo siguiente que supo Vanitas es que caía del cielo.
Su hermano se arrulló contra su pecho con fuerza, temiendo la caída. De todas maneras, soportó y vete a saber cómo, lograron entrar todos seguros en el carruaje de Dante y Johann, ya que era bastante grande. Vanitas solo se aseguró de pasar a Mikhael a los brazos de su madre, antes de elevarse por el carromato que ya se alejaba a prisas de la posada.
Toda su casa estaba en llamas, vio desde la distancia cómo esos piratas los señalaban, al mismo tiempo que se escuchaban las sirenas de policía. No irían a perseguirlos, de eso estaba seguro, pero..., Retomando su hueco en el carromato, observó a su madre, quién lloraba aferrada a su hermano menor, también lagrimeando.
Después de todo, habían perdido su hogar.
Aún así, Vanitas se aferró a su muñeca, a sabiendas de que en alguna parte misteriosa, estaba ese libro. Ese libro mágico que los piratas buscaban.
Horas más tarde, mucho más tarde, se encuentran refugiados en la casa de Dante y Johann; ambos la comparten, ya que en realidad están relacionados románticamente y son pareja. Pero es mucho más grande que la suya; de gran arquitectura y extensos dibujos de estrellas por todas partes. Por lo que sabe, Johann es un gran fanático de la astronomía y esas cosas.
—Acabo de hablar con la policía. Esos malvados piratas han huido con el rabo entre las piernas, no hay rastro de ellos —comentó el de cabellos blancos, más tirando a grises.
Estaban apiñados contra el fuego de la chimenea, mientras su madre se negaba a apartarse del lado de Mikhael, quien a estas alturas estaba durmiendo. Dante estaba sentado al frente, sobre un taburete, mientras Johann servía una taza caliente sobre las manos de su madre.
—Lo siento mucho, Nilah, la posada se ha quemado entera.
—Es lo que me esperaba —señaló ella, en voz baja.
Vanitas colocó una manta cálida sobre los hombros, incapaz de decir algo. Solo recibió una mirada de soslayo por su madre. Se apartó de su lado, para echarse hacia una enorme estantería de libros en donde se apoyó con cuidado. No podía dejar de pensar en lo que estaba atado mágicamente en su muñeca derecha, sin embargo.
—Si lo analizamos con cuidado, ha sido todo culpa de ese libro. ¿Por qué te lo daría, Vanitas? Esto no puede traer nada bueno —añadió Dante, quien parecía muchísimo más interesado en la magia que llevaba oculta en su cuerpo.
Vanitas se hundió de hombros sin saber muy bien la razón, o de qué iba todo eso. Pero para su sorpresa, volvió a su mente aquel libro y como por arte arcana, salió de su muñeca, sorprendiendo a todos los de la sala.
Incluso a su madre, que lo observaba coger el libro con asombro.
—Ni siquiera sabemos la razón de porqué buscarían ese libro... —Y mientras Dante se daba el lujo de pensar lo que obtendrían del libro, Vanitas abrió la cubierta del libro con cuidado, notando brevemente cómo permanecía atado a su muñeca con esa molesta cadena.
Pero no pesaba y lo hizo menos, cuando se levantó de sus manos, brillando intensamente. Se deshizo de su sello y volaron páginas de un lado a otro; al momento, toda la sala se iluminó con un plano astral de un sin fin de planetas y lugares desconocidos para ellos.
Su madre permaneció sentada, abrazada a Mikhael, pero Dante y Johann —sobre todo— no tardaron en incorporarse para identificar todo con detalle. Vanitas observó aquel plano que brillaba ante sus ojos con una fuerte luz azulada y que salía del libro que no se separaba de su lado.
—Es un mapa, por supuesto —añadió Johann, antes de fijarse con más intensidad—. ¡Esperad! ¡Mirad, nosotros estamos aquí! ¡El planeta Altair! —señaló hacia un planeta pequeño, escondido entre muchos otros y lo tocó.
Entonces todo comenzó a moverse, los planetas los rodeaban, al igual que las múltiples estrellas y galaxias que normalmente estarían escondidos a los ojos del humano.
—¡Eso es la Gran Nube de Magallanes! ¡Y esa la galaxia de Coral! —Y Vanitas observó cómo su amigo Johann, más emocionado que una perdiz, comenzó a nombrar cada uno de los planetas y galaxias que seguían pasando por su lado.
La Constelación del Cisne chocó con el chico, quien miró como una sonrisa que desparecía en un curioso polvo cristalino. Entonces, todo comenzó a desaparecer para dejar plena vista de un solo planeta: rodeado por varios anillos y de un color esteral y cobalto.
—¡Es... es...! —Pero Vanitas se adelantó al emocionado de su amigo, reconociéndolo de sus viejos libros de cuentos.
—El planeta del tesoro —terminó.
—¡No, eso es imposible! ¡Cuentos de niños! —Pero ni siquiera el raciocinio de Dante, que no cabría en esta explicación, podría responder a esto.
Vanitas lo miró, ya que aparecía a su lado, y volvió a repetir: —¡Es el planeta del tesoro! ¡El botín de los mil mundos, del viejo Flint!
Johann no dejaba de asentir, añadiendo qué esto era un enorme descubrimiento. Vanitas no podía creer lo que estaba viendo, lo que significaba para ellos.
—Y solo nos separa de él un viaje en nave —dijo, acariciando el libro mágico que regresaba a sus manos, para cerrarlo con un ruido sordo.
Solo entonces, el libro volvió a desaparecer y Vanitas corrió al lado de su madre, con la misma emoción que desbordaba su amigo Johann. Esto lo arreglaría todo, sin duda.
—Mamá, es la solución a nuestros problemas —trató de decir, de empezar, pero ella sentada en aquel sitio, parecía reacia ante la idea.
—Es imposible, Vanitas...
—¿No recuerdas todos esos cuentos? —Pero ella seguía ensimismada en la misma idea.
—Eso es lo que eran. Cuentos, hijo. Nada más. —Aunque Vanitas no se dejó convencer.
—Mamá, ¿no lo entiendes? Con ese tesoro, podríamos reconstruir cien veces la posada, podríamos cambiar nuestra vida para siempre, podremos ser diferentes. —Pero su madre intenta negar con la cabeza y tratar de hablar con Dante, quien parecía también más reacio ante la idea.
—Dante, por favor... Trata de hacerle entender a Vanitas lo loco que suena esto.
Pero su amigo miró hacia su novio, y sonrió relajado.
—No te preocupes, Nilah. Nosotros cuidaremos de él.
Y entonces, Johann, no tardó en meter todo lo que podía en uno de los bolsos con cuidado y hablaba con rapidez y emoción.
—Con mis ahorros, financiaré la expedición. Fletaré un barco, contrataré una tripulación, todo estará predispuesto para el viaje. —Johann no paraba de expresar su emoción por el viaje.
Sin embargo, la madre de Vanitas seguía sin estar del todo convencida.
—No me parece buena idea, Vanitas... Sé que tu y yo no hemos tenido, digamos, una de las mejores relaciones, pero no quiero que te pase nada. Eres mi hijo —admitió con suavidad.
Sin embargo, Vanitas agachado al frente, no cedió. La idea de ser libre, de encontrar su propia aventura, lo llamaba demasiado. Quizás tenía que ver con el libro, pero era así.
—Lo soy, y te prometo que volveré. Pero... créeme, mamá, con esto, me aseguraré de recompensar todo lo malo que he hecho. Por favor —añadió, dando leves caricias al suave cabello de su hermano menor.
Por suerte Dante estaba ahí para tirar de un clave. Lo echó a un lado y se dirigió a su madre. Vanitas prestó una poca distancia, distrayéndose con su amigo Johann. Acababa de meter en el interior del bolso, una especie de paraguas eléctrico.
Después de varias palabras, su madre se levantó del sofá sin soltar a Mikhael, y se dirigió a él:
—Según creo, será poco tiempo... Bien —asintió, decidida—, puedes ir. Pero asegúrate de volver, Vanitas.
—Lo haré. Estarás orgullosa de mí.
Su madre se río y, seguidamente, el chico dio un salto emocionado en el aire, siendo abrazado por Johann. Dante les habló, entre risas: —Bien, chicos, pronto saldremos para el puerto espacial.
Vanitas no podía dejar de pensar en todo lo que les esperaba y todo gracias a la llegada de ese libro mágico.
⚓️. ELSYY AL HABLA (!)
arr, mis grumetes!
ufff, ahora conocemos un poco más de su historia y la manera de pensar de vanitas. en realidad, que ganas tengo de que vea ya a noé. omggg, ando emocionada.
os veremos pronto con actualizaciones, mis piratas.
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