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1. Una misteriosa nave.



El sonido metálico de los utensilios chocando y el murmullo de los clientes llenaba el pequeño restaurante. El aroma del pan recién horneando se mezclaba con el dulce olor de las especias que siempre estaban presentes en el aire.

Era una mañana tranquila, como muchas otras en el pequeño rincón del universo que Vanitas llamaba hogar. Con un movimiento ágil, Vanitas sirvió una bandeja de platos humeantes a una mesa ocupada por un grupo de turistas. Ya que su querido restaurante, que en las noches se volvía una casa para ellos, era bastante cotizado. "Hortensia Azul" después de todo, era bastante famoso por su decoración azul, y ambiente de flores repartidas por todas partes.

Por todas partes olían a ellas, y casi la mayor parte de los clientes siempre se marchaban con buenas opiniones, porque allí no era buena solo la comida.

—Un escocido de tentáculos y apiñado estelar, ¡entendido! —Escuchó cerca de su posición.

Entonces, dirigió su mirada a una esquina. Allí encontró a su hermano menor, Mikhael, de unos catorce años. Estaba apuntando la comida de un nuevo comensal, luchando de la emoción que se repartía por todo su pequeño cuerpo. De los dos, era al que más le gustaba trabajar allí.

Vanitas no podía evitar sonreír, admirando la energía inagotable de su hermano.

—Llévalo a la cocina de inmediato —señaló a su hermano, quien se marchó con pequeños saltos.

En aquel barullo de gente, se encargó de llevar unas cuantas bebidas a más mesas ansiosas por probar de la comida de su madre, Nilah. Una mujer de cabellos blancos, piel oscura y unos impresionantes ojos azules. Es bastante alta y muchos le suelen decir que lo único que ha sacado de ella, son el color de los ojos y su humor terco.

Su cabello lo tiene su hermano, quien es muchísimo más alegre que él.

Lo vio desaparecer dentro de la cocina, para después ver salir a su madre de ella. Abrió la puerta con la pierna derecha, mientras en sus manos llevaba dos grandes bandejas para la mesas ocho y nueve. Mostraba una sonrisa perlada de brillantes perlas y el tatuaje debajo de su ojo derecho brillaba con intensidad; por lo que, dando unos pasos hacia adelante, mandó esas bandejas volando hacia las mesas indicadas.

Su madre podría transportar algunas cosas pequeñas por el aire y para este trabajo tan ajetreado servían bastante.

De todas maneras, aprovechando todo el ruido de la sala, su sonrisa se borró cuando sus ojos cruzaron con los de Vanitas. El chico se removió incómodo en medio de la sala, mientras fingía apuntar algo en su cuadernillo personal. Pero de refilón, la vio acercarse.

Su delantal andaba un poco sucio, pero su figura como siempre imponente. Sus cabellos blancos brillaban, que por cierto eran muy poco usuales en esta parte del planeta "Altys Parla", ya que normalmente este planeta eran conocido por sus residentes natales con formas de duendes. Algunos tenían orejas puntiagudas, algunos otros solo ojos afilados.

Ellos eran diferentes; su aspecto era bastante más humanizado que muchos otros, salvo por sus brillantes ojos. Lo que hacía que fueran algo marginados; en la escuela de navegantes, ya que Vanitas quería navegar como explorador por toda la galaxia, no tenía amigos.

Muchas veces faltaba a las clases lo que causaba problemas con su madre, quién quería que triunfase en la vida.

—Vanitas, ¿qué haces todavía aquí? ¿No deberías haberte ido ya a clases? —Su voz lo sacó de sus pensamientos, así como su brazo que lo agarró del hombro derecho con fuerza.

Vanitas la miró. Su madre tenía una exigencia con él que lo comenzaba a agotar. Trató de usar esa voz baja y cansada, que solía mantenerla quieta.

—No... No voy a ir hoy, mamá. No estamos haciendo nada que ya no sepa y... —Pero parecía que esta vez no pasaría por alto por la mujer.

Su madre comenzó a caminar hacia las cocinas, para mantener una conversación privada. Lo arrastró dentro de la humareda, de la sala ardiente y repleta de platos. Lo lanzó al interior y Vanitas supo que estaba enfadada.

—¡No puedes seguir así, Vanitas! ¡Tienes que esforzarte más si quieres tener un futuro! —Su hermano lo miró de soslayo, mientras salía con más platos sobre las manos.

Cuando ya salió, Vanitas se permitió fruncir el ceño.

—Eso ya lo sé, madre, pero ya te lo he dicho. Allí solo dan materias que me sé al pie de la letra, ¿puedes simplemente dejarlo pasar y ya?

Obviamente no fue así. Nilah lo observó con ese aire lleno de desaprobación que Vanitas conocía demasiado bien. La irritación ardió en el pecho de Vanitas. Siempre lo mismo. Nunca era suficiente por mucho que se mostrase sus buenas calificaciones al final de cada semestre.

Y eso que en unos meses finalmente era su graduación, que sería tras sus últimos exámenes. Pero... él tenía una inteligencia que superaba a la media y se aburría demasiado en las clases.

—¿Dejarlo pasar? ¡Hace dos semanas que no vuelves! ¿No crees que ya has tenido una buena vagancia? —Tomó una pausa para respirar con fuerza—. Vanitas, me han llamado de la escuela y me han dicho que si sigues acumulando tantas faltas de asistencia, te reprobarán el curso. ¿Quieres eso? ¿Perder todos los pocos progresos que has hecho? ¿Decepcionarme más?

Vanitas apretó los puños, bajando la mirada y conteniendo las palabras que realmente quería decir, ya que si las soltaba no habría vuelta atrás. Sin embargo, con el calor dentro de esa habitación, se giró y caminó hacia la puerta trasera.

Sentía el peso de la mirada de su madre en su espalda, clavada como una aguja.

—¿A dónde crees que vas, Vanitas? —Escuchó que preguntaba.

Pero con los hombros hundidos, se esforzó realmente por no contestar mal.

—Afuera. Ya no hay muchos clientes y Mikhael puede ayudarte bien con los que quedan —respondió, sin volverse.

Salió del restaurante, ignorando los llamados de su madre y antes de que las emociones se le desbordaran. Recordó que dos noches antes tuvieron una conversación parecida y que los gritos no habían dejado dormir a su hermano menor. Se limpió furiosamente las gruesas lágrimas que corrían bajo sus mejillas, porque su madre no lo entendía.

No quería entenderlo.







La tarde fue pasando y aunque ya la jornada de trabajo se acabó hace algunas horas, Vanitas se mantuvo afuera, sentado en un banco cercano. Las horas se alargaban, y la quietud del espacio parecía reflejar su estado de ánimo. Las estrellas brillaban en la lejanía, y en ese vasto océano cósmico, Vanitas sentía que no pertenecía a ningún lugar.

La noche lo alcanzó más pronto de lo que debería y Vanitas se refugió sobre el techo, uno de sus lugares preferidos para esconderse cuando la situación lo superaba. Se la pasó gran parte del día allí, tirando piedras a los transeúntes que pasaban cerca y que abandonaban su restaurante. Claro que todos ellos lo conocían y realmente no le daba a nadie.

Mikhael salió un par de veces tratando de hacerlo bajar, pero cómo pasaba de él, pronto se rindió para irse a descansar cuando la jornada acabó.

El restaurante tenía dos pisos; el de abajo era en donde funcionaban los repartos, y en donde los comensales disfrutaban de la comida. Arriba, estaban los dormitorios.

Tenían uno para cada uno y normalmente, Vanitas tampoco salía de ahí.

Se movió con experiencia y cuidado sobre las teclas del tejado negro hasta llegar a la ventana que daba perfectamente hacia la sala principal. Allí, las luces de la cocina estaban apagadas y aunque rugía su estómago, no tenía ganas de comer. Solo estaban encendidas las centrales y allí dentro, estaban hablando en una conversación cómoda su madre, con dos de sus amigos más cercanos, Dante Ashford y Johann Whitney, quienes ya sabían en dónde estaba. Costumbre más que nada.

Ambos tenían veinte años y aunque fueran jóvenes, solían darle buenos consejos a su madre. Los escuchó hablar, porque no había una enorme distancia entre ellos.

—Sé que... ha cambiado mucho en los últimos años, Nilah, pero debes de darle una oportunidad. Aún está pasando la etapa adolescente, deberías... —Pero su madre no dejó terminar a su amigo Johann.

—¿Debería darle el peso de la duda? Llevo haciéndolo desde que su padre nos abandonó y, de verdad, estoy cansada. No puedo asegurar que pueda aguantar esto mucho tiempo más —señaló, para tomar asiento enfrente de su amigo pelinaranja, Dante—. Se parece mucho a su padre.

Y eso fue lo que colmó su paciencia. Mordió sus labios para escuchar vagamente, de nuevo, a Dante intervenir en la conversación.

—No digas eso, mujer..., Vanitas es complicado, pero...

Apartó la vista, cansado de escuchar siempre lo mismo. La noche comenzó a envolver la pequeña estación espacial. Nadie salió a buscarlo pasados varios minutos y mientras la quietud del espacio parecía reflejar su estado de ánimo, Vanitas decidió que ya era hora de entrar, así que lo hizo con pasos lentos. Una presión apareció en su pecho, mientras se decidía a ver si mañana se levantaba para ir a clases.

De todas maneras, justo cuando se acomodaba para bajar del techo, notó algo extraño; del cielo, nublado y oscuro, cayó una misteriosa nave espacial cerca del puerto del restaurante, en donde todos los visitantes solían atracar para comer. Vanitas notó que la curiosidad lo carcomía por dentro, y también porqué quería saber si el conductor o conductora de la nave estuviera bien.

Se bajó corriendo y a paso rápido, se aproximó a la nave humeante.

—¿Estás bien? —gritó, queriendo hacerse oír.

Alcanzó la nave y allí tras tocar varias veces la puerta, esta se abrió de golpe. De allí cayó un hombre que se desplomó sobre el suelo para su sorpresa. Era una criatura con la piel arrugada, cicatrices sobre un ojo. Tenía las ropas rasgadas y un enorme sombrero de copa sobre la cabeza. Había sangre por todas partes y Vanitas supo a quién está viendo.

A un pirata.

Vanitas dio un paso atrás, pero algo lo detuvo: el hombre pedía ayuda.

Cuando era más pequeño, estaba obsesionado con ellos. Con el tema de viajar, de explorar los planetas en naves espaciales y robar infames tesoros de otros planetas. Cuando su padre se marchó, la cosa cambió. Enterró ese deseo en lo más fondo de su ser y se limitó a disfrutar los paseos que daba en su tabla de surfear. Funcionaba con energía solar y la había hecho él mismo con sus propias manos; sin embargo, hace unas semanas se la confiscaron porque había sobrevolado terrenos limitados por la seguridad del espacio.

Le pusieron una multa que por supuesto, tuvo que pagar con sus ahorros, ya que su madre no quiso darle nada por su estupidez. De todas maneras, abandonó ese pensamiento para centrarse en lo que tenía delante.

El hombre, además de sus fatales heridas, sostenía algo entre las manos, contra su pecho. Un baúl pequeño, y de aspecto rostizado pero fuertemente cerrado.

—Ayúdame, chico —susurró el hombre con un hilo de voz, mientras extendía su mano hacia él.

Vanitas se acercó con cuidado. No podía ignorar eso, a alguien que pedía ayuda aunque claramente parecía un pirata. En las noticias se hablaba de ellos, que robaban con múltiples trucos; pero Vanitas quiso pensar bien del hombre.

Se inclinó y, con esfuerzo, ayudó al hombre a ponerse en pie. Lo arrastró consigo hasta la entrada del restaurante, mientras solo podía pensar en la reacción de su padre y de sus amigos. Ellos estudiaban un carrera conjunta, algo sobre investigación de animales exóticos y ese tipo de cosas.

—¿Qué te ha pasado para acabar así? —No pudo evitar preguntar, mientras se acercaban más todavía a la casa que funcionaba como restaurante.

Y sin embargo, el hombre con aspecto de pirata no respondió de inmediato. En su lugar, tomó profundas respiraciones incapaz de soltar su baúl, antes de responder.

—Una guerra por eso, chico... Augh —fue lo único que dijo.

Sin decir nada más, Vanitas guío al hombre hacia la entrada de su restaurante. Abrió la puerta con cuidado, justo cuándo el cielo se llenaba de nubes oscuras y comenzaba a llover. Una tormenta comenzó a dar traspiés detrás de ellos, y Vanitas los dejó caer de un golpe sordo.

Al momento, su madre, Dante y Johann giraron hacia ellos, asustados.

—¡Vanitas! ¿Quién es ese? —Nilah fue la primera en acercarse, seguido de los otros dos.

—Está herido, grave. Necesita ayuda.

El siguiente en acercarse fue Dante, quien trató de incorporar al hombre para verle las heridas. Vanitas observó que tenía una herida atravesada en el pecho, sabía que no sobreviviría a eso.

—Tiene mal pinta —comentó Johann, quien se apartó incapaz de ver la escena más tiempo.

Sin embargo el hombre señaló su cofre.

—Pásamelo, chico, antes de que venga... —Su voz sonaba caída, mórbida.

Pero haciendo caso, ignoró la mirada asustada que tenía su madre y también la voz jovial que tenía su hermano menor, quien acababa de levantarse. Se había quedado al pie de las escaleras, con una pijama de barquitos puesta.

Vanitas pasó el cofre, concentrado en las acciones del hombre y preguntándole a quién se refería. Por supuesto, no esperó que el hombre abriera el cofre y después lo agarrase de su camisa suelta y blanca.

Lo acercó hasta su rostro, obligando a Dante a apartarse y escuchó en su oído: —El ciborg.

Eso fue lo único que pudo hacer, antes de entregarle lo que había sacado del interior del cofre. A diferenciaba de lo que pensaba Vanitas, en su interior no había joyas ni un mapa circular como los de las viejas leyendas, lo que encontró, en cambio, fue un libro.

Un libro viejo, aparentemente, cubierto de símbolos que brillaban con una luz tenue. Cuando lo tocó, sintió una energía correr poner sus venas. Sus dedos se apartaron brevemente cuando el hombre volvió a hablarle. Muy cerca. Pero Vanitas no pudo apartar la vista, detallando como por unos momentos parecía haber brillado bajo su delicada caricia.

El libro parecía totalmente vivo, no obstante.

—Por mi contrato concedo este traspaso a este muchacho. Ahora, esto es tuyo. Cuídalo y no dejes que lo tenga el ciborg, muchacho... —Y entonces, su cabeza tocó el suelo con un ruido sordo.

La madre de Vanitas se había apartado brevemente para correr hacia su hijo menor, quien pretendía acercarse. Pero tras escuchar la declaración de Dante, que corroboró su muerte, dio un pequeño gemido lastimero. Igual que Johann, quien se apartaba para llamar a las autoridades.

Entonces, Dante le habló: —Vanitas, ¿qué es...?

Pero no pudo ni terminar con la pregunta.

Porque cuando Vanitas retrocedió al ver el cadáver del hombro, sorprendido y asustado, intentó soltar el libro que le había tendido el señor. Sin embargo, este se ató a su muñeca con unas cadenas oscuras que aparecieron de la nada. Realmente estaba vivo. Intentó quitárselo, con todas sus fuerzas y rasgando su piel, pero era imposible.

El objeto brilló una última vez antes de desvanecerse en el aire, dejando solo un leve resplandor en su piel. Desapareció por completo, sin dejar rastro. Movió varias veces su mano intentando hacerlo salir, intentando sacarlo de alguna parte, pero... Aunque había algo extraño, porque se sentía con algo pesado encima sin estarlo al mismo tiempo, procuró mantener la calma.

—¿Qué demonios...? —murmuró, Vanitas, incapaz de poder decir algo más.

Compartió una mirada confusa con Dante y antes de poder hablar del tema, escucharon ruidos detrás de ellos. Vanitas se levantó raudo, ignorando el silencio que se había formado y levantando la persiana corrida, miró quienes se acercaban.

Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza cuando vio a un grupo de hombres, armados y con pinta de peligrosos.

—Mierda. Son piratas.

⚓️. ELSYY AL HABLA (!)
arr, mis grumetes!

espero que les guste la primera vista de este capitulo. amo a vanitas y amo su vida y todo lo que hace; muchas gracias por su apoyo y espero que disfruten.

amo lo que se viene y de verdad, amo traer cosas nuevas. nos veremos pronto con actualizaciones, mis piratas.

⚓️

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