
EPISODE TWENTY-THREE
Jamás se había enamorado.
Bueno, o eso creía. En primaria le gustaba reírse de las malas bromas de un niño que dijo que sabía hacer puzzles grandes (para él "grande" significaba 50 piezas), más tarde pasó a hacerle los deberes a otro que juró haber visto con un cubito de rubik casi resuelto (era de su hermana mayor) y la última tontería que llegó a hacer por alguien que la interesó en lo más mínimo fue no decir nada a la profesora cuando la quitó el almuerzo.
— Minhee, cariño — su madre siempre la llamaba con suavidad antes de que su relación acabara en la basura y se largara del país—. ¿Qué harás cuando te cases? Volverás loco a tu marido.
Esos comentarios la causaban un molesto ardor en la boca del estómago, como si hubiera comido algo que la había sentado mal. No estaba aún diagnosticada, la higiene a su alrededor era horrible y las personas no comprendían que no se encontraba bien y odiaba tenerlos cerca. En ocasiones estaba colérica y se frotaba con tanta fuerza los brazos que se creaba heridas, otras veces se angustiaba al punto de tirar de su pelo y lo más repetitivo en sus días eran las ganas de vomitar y los pensamientos que apenas la dejaban salir de su habitación.
— No me conformaré con alguien que no sepa apreciarme — sentenció entonces, mientras colocaba los libros de su estantería por tercera vez en la semana a la vez que limpiaba el inexistente polvo que poseían. Recuerda las muecas que su madre hacía y como murmuraba que sería una "mujer loca". Mas tarde comprendió que con mujer loca, se refería a alguien con el suficiente valor de no querer conformarse con los estereotipos y prejuicios de su lugar de crianza y avanzar. Averiguó que era envidia. O que realmente estaba loca.
EPISODE TWENTY-THREE
SHUNTARO
— Mi nombre es Miwa — la única persona que se acercó a ella cuando rondaba sin rumbo por la enorme zona de universidades fue una chica de cabello teñido de un color brillante y con un vestuario extraño—. Soy la encargada de enseñarte el campus.
— Minhee — trató de pronunciarlo, pero quedó tan disgustada por su estúpido acento japonés en su nombre de manera tan forzada, que acabó pidiéndola que se refiriera a ella como Ahn, o que simplemente no lo hiciera. La guió por cada bloque, pasillo, espacio de descanso y edificio según especialidad, hablando aunque ella no mostrara interés fuera de los carteles, trofeos o ciertas personas que charlaban cargando libros de su especialidad. Los de biología estaban tirados en el césped recién cortado del jardín frente a la facultad de Medicina, los de Derecho se dirigían a la biblioteca y los que creyó entender que eran de Química llevaban bajo sus brazos unas batas blancas. Un chicho de cabello azabache y liso de la especialidad de Programación abrazó efusivamente a una chica alta—. No te preocupes por encajar o algo así, aquí solo destacan los que son unos cerebritos sin esfuerzo alguno o demasiado guapos.
— Ah —no había entendido ni la mitad, pero asintió e hizo una mueca bajo su mascarilla azul, nada concordante con su jersey de punto amarillo chillón. Toda su ropa era heredada de otros o creada a base de remiendos u otras prendas de segunda mano, por lo que simplemente se ponía cualquier cosa y acabó gustándola. Miwa parecía agradable, pero incluso ella se acabó cansando de hablar y hablar sin respuesta alguna más que ruiditos y asentimientos escuetos.
— Yo estudio medicina — informó. No la había preguntado, pero la gustaba hablar de sí misma—. Generalmente todos nos partimos el lomo estudiando y trabajando en las prácticas, pero el maldito de Shuntaro parece hasta aburrido... ¿Cuál era tu carrera?
Procesó unos segundo, tratando de absorber la información. Un tipo llamado Shuntaro que le daba igual su carrera, ella estudiaba medicina y la había preguntado por lo suyo.
— Física — señaló tras ellas, el edificio no estaba muy lejano del de medicina.
Un grupo de chicos salía de la zona sanitaria en ese momento, yendo escondido detrás de dos altos uno más bajito de cabello oscuro y caminar despreocupado. Miwa mantuvo su mirada en él, lo que hizo que ella se girara a mirar también. Como si estuvieran siendo atraídos por un imán, esos chicos se acercaron a Miwa, aunque antes de que comenzara a hablar con ellos, la susurró algo.
— Ahí va ese tipo Shuntaro, ¿verdad que se ve como un soberbio?
Dio unos pasos atrás cuando se acercaron y uno de ellos trató de saludarla, pero Miwa solo dijo de estar haciendo eso para ganarse el aprecio de la profesora de Fisiología y que no decía más que monosílabos con un acento extranjero. Por supuesto, suponían que no entendía el idioma lo suficiente para entenderlos. No la importaba que estuvieran riendo de su mascarilla, acento, nacionalidad o cabello alborotado. Tampoco que la ignorasen, mucho menos que tan solo la estuviera guiando por mero interés propio. Solo estaba ahí para estudiar, tratarse y huir de su casa.
Justo en el momento que buscaba escaquearse de esa situación en silencio, sus ojos chocaron por un momento con la mirada oscura del chico que llevaba las manos en los bolsillos de su sudadera. Alzó las cejas al verla hacer una mueca de molestia bajo su protección de gérmenes, y antes de ignorarse de nuevo mutuamente sacó una mano de su bolsillo y la agitó a modo de despedida burlona.
Jamás volvió a acercarse a la zona de los estudiantes de medicina o a cualquiera de sus zonas concurrentes. Tampoco visitó los laboratorios o pasó sus ratos libres en el suave y verde césped mientras reía con amigos y bebía refrescos. No lo necesitaba, no lo quería y, aunque sí lo hiciera, tampoco sabría como.
Por eso mismo se dijo a sí misma que el amor no estaba hecho para ella, y que debería aprender a lidiar primero consigo misma antes que dar un paso de tal magnitud. Incluso una amistad la quedaba bastante grande a causa de su personalidad rancia y nulo contacto físico.
— ¡Deja de ensuciar todo, baboso! — y lo mejor de todo era que ni si quiera sabía como había llegado a la situación en la que estaba tan cómoda con alguien dentro de su burbuja de aislamiento y limpieza, pero tras unas semanas que se habían sentido como años había acabado jugando al ajedrez con un mal perdedor que cuando tiraban su rey se dedicaba a sonreír como si nada y buscar entre las cosas otra cosa nueva que hacer aunque fuera a ganarle igual.
— Me he lavado las manos, Minhee — repitió, mostrando las palmas. Hizo una mueca cruzándose de brazos y estirándose completamente en la cama con la cabeza colgando del borde. Sus mechones de pelo sueltos la hacían cosquillas en las mejillas—. Vas a hacerte daño en el cuello — comentó con tranquilidad, sacando el juego de preguntas. Le ignoró, como la mayoría de las veces—. Minhee.
— Vas a borrarme el nombre — levantó finalmente la cabeza, quedando boca abajo con la cara enterrada en la almohada con olor a detergente—. Minhee, Minhee, Minhee y Minhee.
Sintió un peso en la cama, pero no lo tomó importancia. Sin zapatos y sabiendo que se había duchado esa mañana (olía a champú) tras el día anterior haber discutido y acabado admitiendo los sentimientos del rubio respecto a ella, tenía pase libre a sentarse en su cama o tumbarse.
— Tu nombre es bonito —dijo. Sintió ahora como se tumbaba a su lado, probablemente en la misma posición que ella por la manera en la que sus codos chocaron—. Minhee.
— El tuyo no, Chishiya.
Chishiya soltó una risa baja, y levantó la cabeza de su escondite sintiendo algo de molestia en los ojos por la cantidad de luz después de haber estado con los párpados contra una superficie. Se sobresaltó al notarle más cerca de lo que creía que estaba, pero se mantuvo en su sitio con un gesto sereno.
— ¿Y qué hay de mi apellido? — preguntó, alzando levemente las cejas. Minhee frunció el ceño, sacó la lengua fingiendo un gesto de asco y giró la cabeza hacia el lado contrario, captando lo que quería decir tras haber confirmado que esos halagos no eran más que un descarado coqueteo del rubio teñido—. Puedo verte las orejas, ¿sabes que se te ponen rojas cuando estás avergonzada?
— Tu cara va a estar roja como no te calles — amenazó, aunque sacudió un poco la cabeza para taparlas. Chishiya volvió a emitir ese ruidito suave a modo de risa, aunque tras unos segundos cortos quedó en silencio. La gustaba el silencio, la tranquilidad de estar en un lugar en el que se sentía cómoda y que la persona a su lado comprendiera también lo preciado del silencio en los momentos correctos.
— Minhee — dijo, aunque fue casi en un susurro—. ¿Puedo tocarte?
— ¿Uh? — no se quiso girar. Apreciaba profundamente esa pregunta y no que simplemente hiciera lo que quisiera, pero a causa de eso ahora podía escuchar sus propios latidos acelerar tan rápido que no debía ser normal. Chishiya había afirmado que sentía eso también, ¿estaba tan nervioso cada vez que era tan descarado y sabía disimular tan bien?—. Supongo.
— Sé clara, Minhee, no te pondré un dedo encima si estás dudando.
— Sí.
Por unos segundos no ocurrió nada. Minhee estaba algo intrigada, y sentía como las palmas de sus manos firmemente cerradas en dos puños comenzaban a sudar. Se había sentido tan solo algo incómoda el día anterior hasta que recordó por completo el tema maldito, pero si olía de esa manera a champú y se había puesto gel de manos justo frente a ella podía comprobar que estaba limpio, o al menos lo suficiente.
— Confía en mí cuando te digo que tus necesidades siempre estarán por encima de mis deseos —dijo, moviendo el brazo que rozaba apenas con el suyo, moviendo el cuerpo entonces. Sintió más cercanía a su espalda, pero nada que hiciera aún saltar sus alarmas internas, distraídas por el revoloteo en su pecho—. No seré un caballero, pero tampoco soy un capullo.
— No es divertido que recibas insultos si no te los digo yo — sintió un fuerte escalofrío cuando notó como la mano del rubio se apoyaba en su brazo descubierto por las cortas mangas de la camisa de rombos rosa (la cual Chishiya había considerado la más decente que había visto).
— Adelante, entonces.
— Masoquista de mierda.
— ¿Uh? — se sorprendió, su mano dejó de estar plenamente apoyada en su brazo para deslizar en un roce su dedo índice por él. No le veía, pero estaba concentrado en eso mientras ella se repetía que estaba limpio porque se había puesto gel—. ¿Dónde has aprendido esa palabra?
Tragó saliva, removiéndose por el cosquilleo que la generaba su acción, sin estar segura de la respuesta a esa pregunta. Conocía palabras aleatorias que no usaba ni en su carrera ni en su día a día, y no sabía (o recordaba) de dónde las había sacado. Probablemente de alguien en la universidad, alguna película o de las veces que abría al azar el diccionario para aprender una palabra nueva.
— No lo has negado.
— Lo iba a hacer ahora —se defendió, aunque Minhee consideraba se estaba xompletamente expuesto. ¿Quién disfrutaba de recibir insultos y ataques de desinfectantes? Chishiya, solo un deficiente mental como Chishiya lo haría solo para llamar su atención—. En mi defensa — volvió a apoyar completamente la palma de la mano sobre su brazo. Observó de reojo que sus tonos de piel eran parecidos, solo que el de Chishiya era más moreno—, diré que me gusta tu acento cuando estás irritada.
— Estás mal de la cabeza.
— Uhm, ¿no lo estamos todos un poco?
Minhee quiso negarlo, pero estaba en lo cierto. Solo era necesario observar a su alrededor y afinar un poco el oído para escuchar música y gritos de todos aquellos que habían sacado a relucir toda su locura ante el peligro de morir en cualquier instante. Quería creer que ella sería capaz de aferrarse y no sucumbir también a ello, pero incluso ella había probado el pastel del placer de la victoria a cosa de la sangre inocente derramada. Chishiya también lo había probado, y no había que investigar mucho para saberlo cuando hablaba del asesinato de Niragi con tanta naturalidad. Como si no le importara mancharse las manos, o como si ya las tuviera sucias a causa de otros jugadores perdidos.
— ¿Qué estará pasando en el otro Tokyo? — preguntó en alto, aunque era una pregunta cuya respuesta se escurría de sus manos como agua.
— En unas semanas tendremos las cartas —preveía, mientras ahora pasaba su mano desde su codo hasta el borde de la manga de su camisa—. Entonces volveremos a Tokyo.
— ¿Juntos? — inquirió refiriéndose al plural, apoyándose con comodidad una vez su mente dejó en paz la limpieza de la mano de Chishiya acariciando su brazo con tranquilidad y desviándose a otra cosa. El movimiento se detuvo y sintió como bajaba la tela levantada de su camisa, ocultando de nuevo su abdomen.
— Juntos somos invencibles, Minhee.
La castaña creía en eso, pero sobre todas las cosas en las que podía confiar, estaba en ella y en como sus determinaciones eran capaces de superar cualquier obstáculo frente a ella.
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𝗚𝗥𝗔𝗣𝗛𝗜𝗖 𝗔𝗥𝗘𝗔
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Doble sorpresa, pium pium
Referencia escondida en el capítulo, pium pium
Tenía inspiración pium pium
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