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Siempre se consideró una gran soñadora, al dejar correr la imaginación como un río salvaje y hostil, arrastrando a pequeñas piedras y ramas a su paso, pero eso poco importaba cuando llevaba la fórmula de toda vida que reflejaba el crepúsculo en sus cristalinas aguas, ese dador de vida para ella era un simple sueño, una agua que sus labios resecos y hambrientos nunca podrían tocar: Cantar frente a todos en la ópera, sentir la voz salir de su pecho y sobre todo sentir la música salir de sus labios como un hechizo cautivador, el canto furtivo y mágico de un ruiseñor que ha tocado el cielo, cantado junto el viento y nunca se alejado de su hogar, porque estaba ahí, en el gran cielo del color de la muscari floreciendo en la primavera.

A veces aquel río corría más feroz, capaz de arrastrar troncos y grandes piedras a su paso, tan rápido que soñaba con ser la prima donna de la ópera, pero a pesar de que el río se veía tan largo resultaba ser tan corto que llegaba a su fin, aquel final fuera de su cabeza era aquella oficina que servía como prisión para su mente de niña que buscaba algo más que tediosos papeles y el silencio dador de formas atroces que acabarían con su cordura algún día encerrándola en mil y un paredes, alejándola de mil y un sueños que quisiera vivir, todos los colores sentir, el encantador y seductor rojo, aquel verde tranquilizador de tormentas, el blanco puro y afable, el negro, tan elegante y misterioso que se ahogaría en su música nocturna por toda la vida si tan solo la pudiera escuchar un solo día, un día envolverse en esa noche, siendo una más de las navegantes por sus oscuras aguas, dejando que su fuerza golpee su cuerpo, sin oponerse a su caricia fría. Ese día que nunca llegaría. Pues en su vida solo existía el gris, no hay blanco ni negro, solo el tedioso gris capaz de derrumbar a la persona más feliz del mundo, capaz de acabar con el amor entrañable y la pluma sobre el papel, acabando con las historias más hermosas que en ninguna mente fueron capaces de existir. Eso era el gris. Aquel asesino rapaz que se aferró a ella y a todos sus suspiros, pero ningún color existe antes sin ser pintado, su pintor fue su padre, la pintó a ella del más horrible gris que el hombre no puede ni siquiera imaginar. Ningún color se puede pintar sin la ayuda de herramientas. Sus herramientas fueron los papeles de su oficina, la limpieza de los palcos de la ópera, el arreglo de los trajes de las bailarinas y manteniendo el orden en la ópera, en una rutina que parecía nunca querer acabar, así terminando con el gris total en su vida, al menos eso creía el, pues olvidó pintar una parte importante: Su corazón y mente, encontrando refugio en los colores de la música, en todas aquellas actuaciones que expresaban amores que perduraron por los eones de la eternidad, eso era lo que le quedaba, la dulce rama de olivo de su vida que nadie fue capaz de tocar.

-¡Lucie, ordena los papeles de mi oficina. Tengo que correr a esos turistas del palco cinco!-gritó su padre consumido en las llamas de la rabia y el frenesí, corriendo a correr a aquellos intrusos del palco "del fantasma", o al menos eso era un hecho en su realidad, las historias de aquel dichoso fantasma en la ópera nunca habían desaparecido y tal vez nunca lo harían con un gerente como lo era su padre, el hombre más supersticioso y nervioso que jamás conoció, de aspecto enfermizo, bigote delgado que lo hacía lucir como una persona del siglo XIX, si no fuera el gerente, seguramente todos lo confundirían con el fantasma gracias a su rostro huesudo y cadavérico, siempre parecía en estupor, tan somnoliento que los trabajadores solían hacerle bromas que lo hacían verse más despierto, "¡es el fantasma!", solían gritarle y él, como el hombre crédulo que es, corría por toda la ópera sin saber que en realidad no existe ningún fantasma y solo las carcajadas de aquellas personas que abusan del constante miedo de su padre al dichoso fantasma, incluso inventó reglas que debían seguir al pie de la letra para "apaciguar" a aquel ente que vivía entre las sombras de la Academia, él solía contarle en el apéro sobre el misterioso pasado de aquellas reglas que seguían al pie de la letra, según las palabras de su padre, aquellas reglas provenían de hace diez años, con un incidente misterioso del que nadie hablaba en la actualidad, los problemas se enterraban en el pasado y las personas sonreían como si nada hubiera pasado, deshaciéndose de los cadáveres del pasado, lanzándolos a las aguas profundas del olvido para nunca más volver a ser vistos, pero aquellos cuerpos hacían algo que ningún otro: Flotaban y atacaban con furor a la mente inestable de su padre, sumergiéndolo con ellos a las aguas de la locura para volver a emerger en forma de un cadáver sin vida que volvería loco a alguien más, quizá, acabaría con la suya.

Con tantos papeles lo haría sin lugar a duda, eran tantos que su mente se hundiría con ellos, era más probable que su cordura se rompa como el vaso firme y elegante de cristal cuando cae al suelo cuando tenga que ordenar más papeles del despacho de su padre. Tenía que ayudar, sí, pero todos esos documentos eran hastiantes. Daría todo por salir de aquel lugar, incluso la pintura de imitación era más interesante que todos aquellos reclamos y sugerencias que había sobre aquel color caoba que podría servir para dormir un rato, aunque si su padre la veía en aquel estado de sueño, gritaría tan fuerte que todo París se enteraría de que dormía "en el trabajo", algo llamó su atención entre letras sin sentido, letras furiosas y letras que estaba segura que quedarían en su mente por siempre en forma de una mancha negra dentro de su mente, prefirió ignorar aquellas propuestas de matrimonio en forma de cartas, aunque prefería denominarles más "acuerdo comercial" que solían hacerle los padres de niños ricos y mimados de la alta sociedad en busca de una esposa que se hiciera cargo de los labores dentro del hogar, algunos, hasta pedían hijos a cambio de millones de francos, como si fuera un objeto que pudieran vender. Daba gracias que su padre la veía como su hija y no como un objeto. Algo era más interesante que propuestas insensatas de aquellos señores que podían respirar dinero a cualquier lugar donde iban, era una carta todavía sellada, escrita con tinta roja, una verdadera falta de respeto hacía su padre, ¿quién sería capaz de enviar algo así? Aunque fuera el bufón de toda la ópera no era un mal gerente ni mucho menos una mala persona, todos lo amaban (o al menos la gran mayoría). Iba a ordenar papeles, eso significaba que podría ver quién escribió aquella carta y lo que contenía, era su trabajo por unos momentos, no podía dejar escapar la curiosidad de su mente, ¿sería algún insulto hacía su padre peor de los que ya le habían enviado en las anteriores cartas?

-No la abras-escuchó la voz airada de su padre, de inmediato de sus manos cayó la carta al escritorio, fue inconsciente, escuchar la orden y seguirla de inmediato como un perro o quizá su conciencia diciéndole que era algo que no estaba bien a pesar no saber el por qué, después de todo siempre revisaba las notas que le dejaban, incluso las de señoritas pidiéndole matrimonio por su dinero-Cuando veas letra roja, nunca abras la carta, ¿entendido?

-¿Por qué?-su vista no se podía despegar de las siglas "P.O" de aquella carta con tinta roja. Alguien que seguramente se quería burlar de su padre-¿Es tan confidencial un tonto que no quiere hacer más que molestarte? Por algo está escrito con rojo, me pusiste a cargo del papeleo, al menos quiero terminar mi trabajo

-No sigas, Lucie. Tú trabajo aquí ha terminado, ahora, ve a ayudar con el vestuario de las bailarinas, se que tu curiosidad es más grande que mí ópera pero está vez no podrás saciarla. Quiero alejarte de él-aquellas palabras preocupadas y la manera que desvío su rostro con culpa hacían que la sed por describir el contenido de la carta fuera más grande de lo que era la ópera, incluso el mundo, ¿su padre escondiendo secretos? Si era más malo para mentir que ella, tan expresivo que no era necesario conocerlo un mes para saber cuándo era el momento en que guardaba la verdad dentro de su garganta y prefería soltar las palabras que le dictaba su mente, solo bastaba ver la forma en que su cuerpo se movía en un constante vaivén de un lado a otro en la habitación, nervioso por cualquier cosa que él dijera o que ella le cuestionara.

-¿Él, quién es él?

-No sigas, de verdad quiero que te vayas de aquí, ahora

-Al menos responde, ¿quién es él, es alguien que conozco o por qué quieres alejarme de alguien que no puedes ni mencionar su nombre? Lo adecuado sería que me respondieras y así yo podría alejarme de quien quiera que fuese, no tengo amigos, solo conocidos, así que será fácil, solo dime el nombre

-No lo entiendes, de verdad que no lo haces. No intentes meterte en esto, no quiero que termines herida

-Al menos dime quién es, por favor. No quiero involucrarme con gente peligrosa

-No lo conoces pero no me creerías, como todos lo hacen aquí, no saben con quién juegan y no saben que forman parte de su patio de juegos. Incluso nosotros dos lo somos, no quiero que te convierta en su juguete favorito bajo ningún término, eres lo más preciado que tengo, Lucie, no puedo dejar que te arrebate de mi lado, menos un monstruo como él-sus palabras tan agrias y protectoras le ponían todos los vellos de su cuerpo de punta, como si una corriente eléctrica haya navegado por todo su cuerpo intentando encontrar un punto seguro, pero nunca lo hallaron en el mar turbulento y siniestro

-¿Te refieres al hijo joven de los Richard? Si es por él no te preocupes, tiene apariencia de psicópata y de asesino en serie, pero no creo que sea para tanto, no le he hablado desde el desastre que ocurrió en Perros Guirec y tampoco lo he vuelto a ver desde ese pequeño viaje que hicimos, ah, espera, en realidad fue para ocultar la muerte de mamá, nunca fue un viaje en familia-su rostro empezó a llenarse de las lágrimas de las flores por la mañana, hundiéndose en su propia tristeza y lamentos internos por aquella tragedia que los persigue en la luna sin luz, ni las estrellas podrían limpiar sus lágrimas aún con su esplendor sobre el firmamento, en el cielo sin luna, él seguía llorando-Lo siento, papá, de verdad no quise lastimarte, sé que te sigue doliendo tanto como a mí y de verdad lo entiendo-se acercó al cuerpo tembloroso de su padre, quien se mantenía en una lucha constante para no soltar el llanto que mantenía en encierro permanente hasta que no podría contener más a la bestia y se liberara en un dolor infernal que solo las personas que perdieron a alguien importante lo entenderían no sólo con la mirada, si no con el alma.

-No quiero perderte, mi niña, nunca, eres mi pequeña luz que me guía. Ni mucho a manos de es hombre, no me refiero al menor de los Richard, a algo peor que un simple rostro de maníaco-sonrió en medio de los recuerdos dolorosos que atormentaba su pecho, su padre no era como los demás que cambiaban la felicidad de sus hijas y su futuro por unas simples monedas, no la llenaba de regalos caros ni cumplía caprichos, siempre la había hecho trabajar cuando a las demás damas de sociedad solo las educaban para ser unas excelentes esposas. Siempre se había preocupado por ella, a veces a su manera, pero no tenía ninguna duda que él la amaba tanto como ella a él, se tenían uno al otro en medio de su penumbra y el dolor de la perdida, seguían intentando para conseguir superar el dolor que dejó en sus vidas al irse a un mejor jugar donde no podrían encontrarla nunca-Ni toda la noche lúgubre se compara a ese hombre. Su voz es sin duda alguna la hipnosis hace obedecer cada cosa que sale de su boca, sería un hombre normal si no fuera por unas simples cosas. Él vive en la ópera, está aquí, en cada rincón, viviendo en la noche sin más luz para él, pues murió desde hace tiempo: El fantasma de la ópera-no creía ninguna de las palabras de su padre, pero al menos debía fingir que lo hacía para no empujarlo más a su colapso mental.

-Bueno, no lo conozco así que no hay que preocuparse, no ha hecho nada malo. No suena tan mal vivir en la oscuridad mientras haya estrellas-su padre apretó sus hombros con fuerza desmedida, un dolor punzante que le hacía cerrar sus ojos gracias al dolor que su agarre le ocasionaba. Nunca había reaccionado así, ¿quién era ese hombre que ponía tan histérico a su padre? Tan pálido más de lo que ya era, viéndose más como un muerto que un vivo. Quería calmarlo, hacer que sus manos dejaran de temblar, pero su boca se iba en algunos momentos tensos como ese-Debe cantar hermoso, ¿no te parece? Si tiene una voz bella tendrá un canto bello, no hay nadie en el mundo que desperdicie algo así como es la voz...-abrió de más la boca, pero al menos, dejó de apretarla, dejando un calor ávido sobre sus brazos.

-No me crees, ¡nadie en la ópera me cree! Estoy loco, que he tomado de más, ¡sé exactamente lo que dicen a mis espaldas pero los ignoro! Siempre lo hago porque obedecen las reglas, excepto hoy-

-Padre, sabes el don que me ha heredado mamá. Si hubiera un fantasma, ya lo hubiera visto desde hace tiempo, siempre estoy paseando por la ópera, es imposible que no lo haya visto-más que un don, era su maldición, no soportaba todos aquellos rostros, vacíos y frívolos, una mirada que sólo las personas que han perdido el último aliento y atravesado el delgado velo que separaba el suspiro del respiro podían tener, nunca olvidaría esos ojos de pesadilla, atormentando desde lo profundo de su abismo, en millones de espinas sobre rosas dentro de un pozo del que nunca podría escapar, en ese pozo, no se encontraba ningún fantasma ni ningún rostro que viva dentro de aquella ópera-Solo había alguien, en el tercer sótano: Joseph Buquet-eso agitó más a su padre, sus ojos casi salían de sus órbitas, era como un espíritu corrompido por su anterior vida, lo había visto pocas veces, todas ellas tan terroríficas como para lograr borrarlas de su mente agobiada con la muerte. Tenía un lazo irrompible con ella, tan elegante, siniestra y peligrosa, capaz de atormentar al hombre más feliz del mundo, como lo hizo con ella, robando todas sus esperanzas de tener un paseo normal por el mundo sin ver ningún espíritu con el cuello roto de mirada perdida.

-¿Has bajado al sótano?

-No, no, no. ¡Lucie, qué has hecho! Al tercer sótano, al tercer sótano. ¿Cómo él no te ha hecho nada? Claro, te pareces a ella, ¿cómo lastimaría a alguien que se ve como su amada? ¡Todo lo que he sacrificado para protegerte se irá al caño, completamente al caño!-caminaba de un lado a otro, mordiendo sus uñas sin control sin poder calmar a todo su cuerpo que temblaba con desmedida, ni siquiera parpadeo en ningún momento-Vamos Geralt, cálmate, cálmate. Solo, no vuelvas a bajar, él podría hacerte algo horrible y no quiero eso, el fantasma de la ópera...

-El fantasma de la ópera no existe, papá. Estaré bien, me he topado con muchos espíritus en mi vida y creo que sí existiera podría con él-

-¡No con éste, Lucie, mantuvo bajo sus hilos a la ópera por mucho tiempo! Demasiada información, cálmate, cálmate-iba a arrancarse los cabellos si no paraba jugueteaba con ellos y los llegaba a morder en ocasiones, manteniendo su mirada en la nada, perdido sin remedio en su propia mente-No quiero que él te encuentre, tú voz... Eso lo atraerá, seguramente lo hará, ni haciendo un trato con el Diablo se podría conseguir una voz así, ni el más grande ángel la podría tener, pero él, la deseará, la querrá tener para él, así como a ti, Lucie, Lucie. No te acerques a él, de verdad no quieres ver lo que hay debajo de la máscara ni de la ópera. ¡Demasiado, demasiado!-su cuerpo sintió un extraño escalofrío que nunca había sentido, quería ignorarlo, pero era como una caricia fantasmal que dejaba una sensación de terror por todo su cuerpo, era seguramente aquella imagen de su padre en ese estado tan deplorable por un espíritu inexistente, ¿cómo podía estar así? Sentía algo en su garganta que no la dejaba respirar, en sus ojos se encontraba el dolor tratando de mostrarse ante la luz, pero a ella le habían enseñado a colocar el dolor dentro de la noche, en su pozo de espinas y rosas, conde jamás podría ver la luz, en una caja donde ni el más inteligente hombre podría encontrarla, ni la mujer más desesperada ni el niño más ansioso. Solo ella conocía el lugar, nunca tenía que mostrarla, ni aunque el corazón lo implorara a gritos profundos del dolor avernal.

-Padre, no hay ningún fantasma. Te lo voy a demostrar-no tenía miedo, ¿pero por qué temblaba tanto? Solo tenía que demostrarle a su padre que no había ningún fantasma de la ópera y él ya no estaría así. Con su cabello enmarañado, mirando a todos lados con su cuerpo temblando más de lo normal, sus ojos buscando detrás de las paredes y más allá de todo lo que sus ojos pudieran ver, mordiendo sus uñas con los puños apretados, como si esperara la llegada de alguien en cualquier momento.

-¡No, no! No le hables, no le llames, sobre todo. No le cantes, nunca, nunca

-Padre, ya basta, no hay ningún fantasma de la ópera. Lo verás-al salir de su despacho intenta detenerla tomándola de su muñeca, pero de inmediato de un movimiento logra zafarse dirigiendole una mirada dura-Por favor, déjame al menos devolverte la cordura, no me hará nada si él existe. He visto... Demasiadas cosas horribles, estaré bien, no soy más una niña, aguanté al joven Richard, no hay nada peor que eso, ningún fantasma que se compare con eso, no hay nadie más horrible que alguien que lleva una pistola a una cita

-Sí lo hay, mucho más horrible. Un rostro verdaderamente horrible bajo la máscara, no lo veas, ¡nunca!

-Créeme que si un rostro es más horrible que él debes empezar a cuestionarte sobre ti mismo. No hay rostros malos, solo mentes repugnantes, ahora, déjame ir a continuar con el trabajo-su padre le dirigía una mirada suplicante, sin rendirse en ningún momento.

-Si lo vieras, me creerías todo lo que te digo. No sólo tiene el rostro de un demonio también lo es él-a pesar del aspecto horrible de los fantasma tenían una historia, por algo no habían abandonado este plano, historias que ni la imaginación más retorcida podría retratar. Aún recuerda a la pequeña con la sangre entre las piernas, llorando y gimiendo por ver a su madre, su cabello enmarañado castaño y el corte en su garganta no la dejaba descansar, su contante lamento se había quedado como el aroma del rocío por la mañana, ni mucho menos la verdad que escondían todos: Los vivos eran más horribles que los muertos, lo pudo ver en muchas ocasiones, unos habían sido asesinados, otros no podrían dejar atrás a las personas que amaban ni lo que amaban, condenados al sufrimiento eterno.

-No quiero que vuelvas a insultarlo en mi presencia. A pesar de no ser real, todo muerto merece un poco de respeto, ¿no te parece? Vivieron demasiadas cosas en vida como también hacerlo en la otra. Así que si me disculpas, debo irme-tomó la manija de la puerta, volteando a ver a su padre por última vez. Estaba más que destrozado, no lograba reconocer ni siquiera sus ojos, tan desesperados por su palabra de no buscarlo que se arrastraba como una cucaracha por el suelo, implorando de que no buscara a ese fantasma.

-No trates de buscarlo, Lucie. No quiero perderte-le dolía ver a su padre de esa forma, tan ahogado en sus propios lamentos que no le importaba cómo se viese, no le importaba cómo ella lo viera mientras obedeciera sus palabras, tan abatido que apenas y podía cargar con su propio cuerpo, caminaba tambaleándose a su lado volviendo a su pecho cada vez más pequeño, del tamaño del grano del teff, tocando más allá de todo corazón y dolor, aún más profundo que podía sentirlo en sus ojos, tocando con su toque maldito que tanto odiaba, destrozando su corazón por completo.

-Te lo demostraré, que no hay ningún fantasma-se dispuso a dar la vuelta, decidida a ir tras la persona que este debajo de la máscara, para lograr recuperar la cordura de su padre, dentro de una botella donde pudiera echar los fragmentos en tamaños tan pequeños que serían imposibles de recolectar, pero no para ella, que ha visto más de luna o sol en su padre, rincones oscuros o llenos de la luz más brillantes que cualquier estrella en un cielo nocturno brillando con intensidad, los cometas se podrían celosos de su cielo.

-No vayas con él... No Lucie, ¡te va a alejar de mi lado!-no lo estaba escuchando, no lo iba a hacer.

Pero ella ya no estaba en la habitación, pues estaba segura que no existía ningún fantasma de la ópera y se lo demostraría a su padre.

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