𝗡𝗔; ˢⁱˡᵉⁿᶜᵉ
LOS PADRES DE RI-AN habían organizado una cena de compromiso, y aunque sabía que no debía estar aquí, no pude evitar venir. Me quedé esperando afuera, mirando el letrero discreto junto a la puerta corrediza de la sala privada. Aquella sala siempre parecía destinada a negocios importantes o reuniones que requerían discreción. Mi respiración era lenta, cada vez más pesada. Sabía que mi padre ya estaba dentro, probablemente discutiendo algún asunto que cambiaría el curso de nuestras vidas sin consultarme.
El silencio del otro lado de la puerta me hacía sentir como si estuviera demasiado cerca y, al mismo tiempo, a un mundo de distancia. La tensión era casi palpable en el aire. Mi mente divagaba, repasando una y otra vez el motivo de mi presencia allí, hasta que el sonido familiar de mi teléfono vibrando me sacó de mis pensamientos.
Sentí el corazón en la garganta cuando saqué el teléfono de mi bolso. Mis manos temblaron al ver la notificación que aparecía en la pantalla. El mensaje tenía el poder de destrozarme, lo sabía, pero aun así, con una mezcla de curiosidad y temor, lo abrí. Las palabras se formaron lentamente frente an mis ojos, cada una clavándose en mí como un puñal.
Espera, ¿es acaso Ri-an quien debería saber esto?
o tal vez ¿Kang-ha?
Mi respiración se volvió errática, y el aire en mis pulmones parecía haberse evaporado. Mi pecho dolía, y la presión que sentía era insoportable. No podía quedarme allí, no podía permitir que alguien me viera así. Con pasos rápidos y torpes, me dirigí al baño. Me encerré en un cubículo, cerrando la puerta tras de mí con una fuerza que apenas parecía mía.
Apoyé la frente contra la fría pared del cubículo, intentando calmarme, pero mi cuerpo no respondía. Sentí que todo a mi alrededor se oscurecía; mis oídos dejaron de escuchar las voces lejanas de las demás personas en el baño, y lo único que percibía era mi propia respiración entrecortada. Mi estómago se revolvía con tal fuerza que tuve que cubrirme la boca para no vomitar.
Reuní el poco control que me quedaba y salí del cubículo tambaleándome, apenas pudiendo sostenerme en pie. Me acerqué al lavabo y abrí la llave, dejando que el agua fría corriera mientras mojaba mi rostro. Pero incluso eso parecía inútil. Mis manos seguían temblando, y las gotas que caían de mi piel no lograban borrar el nudo en mi pecho.
Me forcé a salir del baño, pero cada paso se sentía como un desafío. Me apoyé contra la pared del pasillo, buscando estabilidad mientras mi vista se nublaba. Mis piernas flaqueaban, y el mundo a mi alrededor parecía girar en un torbellino del que no podía escapar.
Entre las sombras de mi visión desenfocada, vi una figura acercarse. Al principio no podía distinguir quién era, pero esa voz, aunque lejana, era inconfundible.
-Soo-ra, ¿estás bien? -preguntó Ri-an, con una mezcla de preocupación y urgencia en su tono.
Intenté responder, pero mi voz no salió. Mis labios se movieron sin emitir sonido, y el aire comenzó a faltar en mis pulmones. Me llevé una mano al pecho, luchando por respirar, mientras sentía cómo mis piernas cedían por completo.
Antes de caer al suelo, Ri-an me sostuvo en sus brazos. Su toque era firme, pero el temblor en sus manos delataba su nerviosismo.
-¡Soo-ra! ¿Qué te pasa? ¡Mírame! -exclamó, su voz ahora claramente alarmada.
Lo miré, intentando enfocar mi vista en su rostro. Había preocupación en sus ojos, algo que no estaba acostumbrada a ver en él. Pero mi cuerpo ya no me obedecía, y antes de que pudiera decir algo, todo a mi alrededor se volvió negro.
Abrí los ojos lentamente, parpadeando varias veces mientras intentaba entender dónde estaba. Lo primero que sentí fue la calidez del sol, bañándome con su luz dorada. El cielo era un lienzo pintado de tonos naranjas, rosas y púrpuras, un atardecer tan hermoso que parecía salido de un sueño. A mi alrededor se extendía un campo infinito de flores amarillas, sus pétalos brillaban bajo la luz del sol, moviéndose suavemente con el viento que soplaba con una delicadeza que parecía orquestada.
Mis pies descalzos tocaban el pasto fresco, la textura suave y húmeda me anclaba a aquel lugar mientras el aire puro llenaba mis pulmones, envolviéndome en una paz que nunca antes había sentido. Mi vestido blanco ondeaba con la brisa, y mi cabello, movido por el viento, parecía tener vida propia, acariciando mis hombros y mi rostro.
El canto de los pájaros se alzaba en el aire, como una melodía que acompañaba la perfección del paisaje. Todo era tan hermoso, tan perfecto, que por un instante olvidé respirar.
De pronto, una voz rompió la calma, una voz pequeña y llena de emoción que hizo que mi corazón diera un vuelco.
-¡Mamá! -gritó una niña, corriendo hacia mí.
Me quedé inmóvil, viendo cómo aquella pequeña figura atravesaba el campo de flores amarillas con pasos torpes pero decididos. Tenía alrededor de dos años, con un cabello oscuro que le caía en ondas desordenadas y unos ojos que, por alguna razón, me resultaban inquietantemente familiares. Cuando llegó hasta mí, me envolvió con sus pequeños brazos, aferrándose a mi cintura como si me hubiera estado buscando toda su vida.
-¡Mamá! -repitió, su risa cristalina llenando el aire.
La miré, aturdida. ¿Mamá? No entendía qué estaba pasando. ¿Quién era esta niña? ¿Por qué me llamaba así? Pero antes de que pudiera decir algo, otra figura apareció en la distancia, caminando hacia nosotras.
Era un hombre, alto, con una silueta que parecía brillar bajo el sol. La luz detrás de él hacía imposible ver su rostro con claridad, pero su presencia era inconfundible. Cada paso que daba hacia mí hacía que mi corazón latiera con más fuerza, como si algo dentro de mí supiera quién era antes de que mi mente lo recordara.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el sol dejó de cegarme, y mis ojos se encontraron con los suyos. Eran cálidos, como un refugio en medio del caos, y su sonrisa, esa sonrisa, era todo lo que necesitaba para saberlo.
-Eres tú... -susurré, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a llenar mis ojos.
Él asintió, su mirada llena de ternura mientras acariciaba el cabello de la niña que todavía me abrazaba.
-Te estábamos esperando -dijo con una voz suave pero firme, como si esas palabras fueran una verdad absoluta.
El tiempo pareció detenerse mientras me miraba. Mis lágrimas caían silenciosas mientras lo observaba, tratando de entender cómo era posible. Era él. Creía que lo había perdido para siempre.
Tomó mi mano con cuidado, entrelazando sus dedos con los míos, y una corriente de calidez recorrió todo mi cuerpo.
-Ven conmigo -me dijo, con una dulzura que me hizo querer seguirlo sin cuestionar nada.
No sabía a dónde íbamos, pero mientras caminábamos, con la niña de su mano, sentí que algo dentro de mí comenzaba a quebrarse. Todo era demasiado perfecto, demasiado irreal. Me detuve un momento, mi voz temblando al hablar.
-¿Qué es este lugar? -pregunté, mi mirada perdida en el horizonte infinito.
Él no respondió de inmediato. En cambio, me miró con una tristeza que no podía comprender, como si supiera algo que yo no.
Tal vez, Dios se apiadó de mí y decidió concederme una tregua. O solo este es el camino a la paz eterna que tanto prometen.
Su sonrisa se volvió melancólica, y sus ojos, aunque seguían cálidos, estaban llenos de una tristeza que me desgarró. Acarició mi rostro, secando con cuidado las lágrimas que caían.
-No es tu momento, Soo-ra -dijo con suavidad-. Tienes que volver.
-¿Volver? -pregunté, confundida y aterrorizada al mismo tiempo.
El mundo a mi alrededor comenzó a dar vueltas, el cielo se volvía más brillante, casi cegador, y el viento soplaba con más fuerza, como si intentara arrancarme de aquel lugar.
-Pero, yo no quiero irme -susurré, aferrándome a su mano como si mi vida dependiera de ello.
Él se inclinó, besando suavemente mi mejilla, mientras susurraba cerca de mi oído:
-Te seguiremos esperando, por siempre. Sé feliz.
Antes de que pudiera responder, todo se desvaneció. El paisaje, las flores, su rostro, todo desapareció en un torbellino de luz, y me quedé con el vacío de su ausencia y el eco de sus palabras resonando en mi corazón.
Abrí los ojos de golpe, sintiendo cómo el aire llenaba mis pulmones con un apremio desesperado. Mi corazón latía frenético, como si acabara de despertar de una pesadilla, aunque lo que había visto parecía más un sueño, uno que dolía y reconfortaba al mismo tiempo. Me senté rápidamente y observé a mi alrededor. Estaba en mi habitación, esa que conocía tan bien y, al mismo tiempo, sentía ajena en ese momento. Las paredes, decoradas con tonos cálidos, parecían cerrarse sobre mí, y el frío del suelo de mármol se filtró por mis pies desnudos, recordándome que estaba de vuelta en la realidad.
Con un movimiento torpe, bajé de la cama. Mis piernas temblaban un poco mientras caminaba hacia la ventana. Afuera, el sol parecía más tenue de lo habitual, o tal vez era mi estado de ánimo el que le robaba brillo al día. El crujido de la puerta me sobresaltó, y al girar la cabeza, vi a mi padre entrar. Su rostro estaba cargado de emociones: preocupación, enojo, tal vez decepción. Sus ojos me buscaron, pero antes de que nuestras miradas se encontraran del todo, él suspiró profundamente y se giró hacia la puerta. Se marchó sin decir una palabra, como si enfrentarme fuera algo que no podía permitirse en ese momento.
No soporté quedarme ahí. Esa casa, tan grande y opulenta, me asfixiaba. Me miré al espejo, sin importar cómo me veía, y salí corriendo sin rumbo fijo. El viento golpeaba mi rostro, pero no hacía nada para despejar la maraña de pensamientos que llenaban mi mente. Corrí hasta que el frío del pavimento comenzó a doler en mis pies descalzos, y el sudor perló mi frente. Mi respiración era pesada, el aire quemaba al entrar y salir de mis pulmones, pero no me detuve. Sentía que si lo hacía, todo lo que estaba intentando escapar me alcanzaría de golpe.
Finalmente, mis piernas no pudieron más. Me detuve en medio de una calle desconocida, con las manos apoyadas en mis rodillas mientras trataba de recuperar el aliento. Miré a mi alrededor, notando que no reconocía nada del lugar en el que estaba. Las casas y los árboles parecían pertenecer a otro mundo, uno que no era mío. El silencio del momento fue roto por el sonido de una bicicleta que se acercaba rápidamente. Levanté la mirada, y allí estaba él.
Kang-ha frenó justo frente a mí, sus ojos oscuros me estudiaban con preocupación. La luz del sol jugaba con los mechones de su cabello, y su expresión, aunque seria, tenía un matiz de algo que no podía descifrar del todo.
-¿Qué haces aquí? -preguntó con un tono que oscilaba entre el reproche y la sorpresa.
Me encogí de hombros, incapaz de articular una respuesta. ¿Qué podía decirle? Que había salido corriendo porque no soportaba estar en mi propia piel, porque todo en mi mundo parecía desmoronarse lentamente. Mis labios se movieron, pero no salió palabra alguna.
Kang-ha bajó de la bicicleta y se acercó a mí. Su mirada se volvió más intensa, y por un momento, me sentí completamente expuesta bajo su escrutinio. Sin decir nada, suspiró y tomó mi mano con firmeza, aunque sin brusquedad, guiándome hacia su bicicleta.
-Sube. -Su voz era tranquila, pero tenía una autoridad que no dejaba mucho espacio para discutir.
Me solté de su agarre de inmediato, dando un paso hacia atrás mientras lo miraba con incredulidad.
-¿Qué haces? -espeté, cruzando los brazos frente a mi pecho-. No me subiré a eso.
Kang-ha arqueó una ceja, claramente irritado por mi terquedad. Se cruzó de brazos, adoptando una postura desafiante, y luego dio un paso hacia mí. La distancia entre nosotros era tan corta que podía sentir el calor de su presencia.
-¿Ah, no? -dijo con un tono que parecía un reto-. Entonces, ¿planeas seguir vagando descalza hasta que te pierdas por completo o te desmayes de cansancio? Porque, Soo-ra, te ves a punto de colapsar.
-Eso no es asunto tuyo -repliqué, aunque mi voz sonó más débil de lo que quería.
-Es asunto mío si terminas en el suelo. -Su tono era severo, pero había un matiz de algo más. ¿Era preocupación? No quería admitirlo, pero no parecía que estuviera dispuesto a dejarme sola.
Kang-ha dejó escapar un suspiro frustrado y señaló la bicicleta con un movimiento de la cabeza.
-Sube ya. No voy a dejarte aquí sola, por mucho que te guste hacer todo a tu manera.
Lo miré, debatiéndome entre mi orgullo y el cansancio que amenazaba con derrumbarme ahí mismo. Su mirada era firme, inquebrantable, y su postura me dejó claro que no aceptaría un "no" por respuesta. Dudé un segundo más, pero al final, mi cuerpo agotado decidió por mí.
───── 𝗔𝘂𝘁𝗵𝗼𝗿'𝘀 𝗡𝗼𝘁𝗲.! ⋆
• pésimo, gracias por su participación
• después de mil años he vuelto
• me quedé sin ideas
• oigan ya, les prometo no olvidar esto y terminar la historia
• los amo 🫶🏻😋😏💗🖕
• voten y comenten para q me acuerde y suba cap más seguido 😔🥺🥺
#NOLECTORESFANTASMA
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro