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Veintiocho

—Buenos días mamá—besó la mejilla de la mujer en cuanto estuvo junto a ella, y fue a la cocina en busca de una fruta.

—Fot, necesito que lleves unas cosas a la señora Choi, ¿crees poder ir?

—Claro mamá, lo haré antes de ir al trabajo.

—¿Osea, ahora?.

El menor asintió energéticamente.

TaeHa le entregó las cosas y sin más salió en busca de su bicicleta.

Le dió una ojeada a la bolsa antes de dejarla en el canasto de la bicicleta, eran unos dulces, lana, dos revistas y un par de zapatos. Restándole importancia, comenzó a pedalear.

El barrio no era lejos, y lo conocía por completo por qué Namtan vivía en él. Además que la señora Choi y su madre eran buenas amigas desde hace años, por lo que su casa también estaba integrada en su mapa mental de la ciudad.

(...)

—Gracias Nong’Fourth, eres muy amable—la señora besó su frente y el menor le sonrió con cariño—, ¿quieres pasar? Hice té y estábamos horneando galletas.

—¿Usted y quién más?—le pareció extraño por qué ella no tenía hijas, o más amigas que su madre.

—Mi vecino—sonrió, metiéndose a la casa de nuevo pero dejando la puerta abierta para que Nattawat pasara. Cuando ambos entraron a la cocina, Fourth se quedó estático—. Está triste e insistió en hacer galletas...

Sus ojos lo escanearon. Tenía unas ojeras enormes y el cabello desordenado, estaba más pálido que de costumbre, y el delantal que usaba tenía un nombre bordado pero Nattawat no podía leerlo desde su posición.

—Hola, chico—articuló al fin. El peli-negro se asustó tanto que dejó caer la cuchara al suelo por accidente.

—Ho-hola Fourth.

—¿Cómo estás?—avanzó unos pasos hacia adelante, quería tocarlo. O al menos pararse a su lado.

—¡Oh, veo que ya se conocen! Qué bueno—comentó la mujer con entusiasmo a sus espaldas—, subiré a buscar algo, ya regreso.

—Bi-bi-bien—asintió, tratando de desamarrarse la parte de arriba del delantal—, casi-casi n-no dormí.

—Espera, te ayudo—murmuró, dejando salir una risita luego. Tiró de la tela y el nudo se desarmó, entonces el delantal quedó desde la cintura hacia abajo. Y Fourth no veía la parte bordada—, oye... ¿Cómo te llamas?

Fourth sintió su cuerpo tensarse bajo su mano, y ladeó la cabeza con confusión. El otro parecía nervioso, incluso desde el momento en el que lo vió en la misma sala que sí mismo.

—Pue-puedes d-decirme... Gem.

—Hmm... ¿Gem? ¿Gemma?

—N-no, ton-tonto—le pegó suave en el hombro—, así.

Se alejó de la mesada, y en el papel donde estaba anotada la receta escribió.

“Gem. Tontito ;)”


—Ya entiendo. P’Gem—sonrió—, me sigue sonando a un... diamante rojo.

—E-e-eres un ta-tarado.

© ʟᴀsᴠᴏᴄᴇsᴅᴇᴍɪ_ᴄᴀʙᴇᴢᴀ

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