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Lalisa y Jennie caminaban lado a lado con sus meñiques juntos. La pelinegra tenía su cabeza pegada al brazo de la más alta, sintiendo su calor y olor. Muchas omegas pasaban y se quedaban viendo a su alfa, quien daba miedo en la escuela, pero en la calle era el delirio de muchas. Le daba celos que la miraran.
—Bebé, me estás por romper el dedo —advirtió Manobal, apartando sus manos por un momento para ver a su omega.
—Perdón, n-no lo noté —bajó la mirada.
—Jennie, bebé.
La pelinegra le prestó la mayor de su completa atención. Cuando su novia la llama así es porque le dirá algo importante.
—No te preocupes —dijo con su típica cara neutra, lo único que cambia es que cuando mira a su omega, sus ojos brillan—. Sólo puedo mirarte a ti, a ti y sólo a ti, ¿vale, amor?
Y el corazón de Jennie volvió a latir desbocado. Lalisa no es de decir cosas así, pues le gusta más demostrar que decir, y eso la enamora mucho más.
—Lo que digas, grandota —sonrió con sus mejillas rosadas. Su alfa las notó y, sin importarle nada, dejó un beso en cada una. Jennie era la omega más feliz de la Tierra con ese gesto.
—Vámonos, bebé —entrelazó sus manos—. Ahora así, no me vayas a romper la mano.
—Pero si tú le das en la cara a alguien y no se te rompe, ¿por qué conmigo lo haría?
Lalisa se quedó callada mirando al frente. Jennie bufó molesta.
—Porque yo dejaría que me rompas los huesos si te hago daño.
La pelinegra sintió su corazón calentarse con esa frase. Lalisa no es mala, sólo no la conocen.
Siguieron su camino a la casa de la rubia, llegando cuando la llovizna empezó a caer. Lalisa cubrió la cabeza de Jennie con su bolso y sacó sus llaves rápidamente para entrar en la calidez de su hogar.
La misma consistía en dos pisos: la primera parte con ventanas grandes, la puerta de madera pulida, el color vinotinto en las paredes, con los bordes de las ventanas en un café oscuro.
La segunda parte era menos abierta, sólo con las ventanas de las habitaciones, todo de concreto pintado de blanco. Entraron y se quitaron los zapatos.
—¡Ya llegué! Jennie está conmigo —avisó, no recibiendo respuesta de ninguno de sus dos padres—. No están, deben haber salido.
—Bien, ¿vas a llevar algo a tu habitación, Lili?
—¿Quieres algo? Tengo helado de fresa, tu favorito —acarició las hebras de su pelinegra, dándole un beso fugaz.
Otro detalle que Jennie veía en su alfa era que recordaba todo lo que le gustaba.
—Sí quiero, por favor —le devolvió el beso fugaz—. Llevaré nuestras cosas arriba, me pondré ropa tuya, ¿sí, grandota?
—Todo en mi cuarto es tuyo —dijo dando media vuelta para ir a la cocina.
La omega sonrió al oír eso, le gusta pensar que Lalisa le tiene mucha más confianza de lo que ella cree. Aunque claro, saber su secreto es el nivel de confianza supremo.
Terminó de subir las escaleras y entró por la primera puerta. El cuarto de Lalisa es normal. Paredes blancas, pósters de bandas de rock, un escritorio lleno de muchas hojas con bocetos de dibujos a carbón, una televisión bastante grande y un Xbox. Pero eso no era lo que le importaba; sonrió en grande cuando las vio en el mismo lugar de siempre.
—Hola, peluches.
Saludó dulcemente a los amados peluches de su alfa.
Sí, peluches. Lalisa Manobal, la alfa a quien todas le tienen miedo y con una gran facha de matona, adora los peluches. Ese es su secreto.
Desde pequeña, Lalisa siempre fue solitaria. Se quedaba sola en el recreo y en casa; sus padres trabajaban todo el tiempo, dejándola con su maravillosa tía.
Su tía le regalaba peluches. Lalisa no se sentía sola teniendo a esos animales de felpa y la compañía de su tía. Amigos nunca le hicieron falta porque los tenía en casa: los peluches esperaban a que ella llegara, les contara su día y jugara con ellos.
Un día, llevó uno de sus peluches a clase y unas niñas malvadas lo destrozaron frente a ella. No pudo hacer nada porque la tenían sostenida de los brazos. El pequeño hipopótamo de felpa tuvo un funeral respetable en un día lluvioso al que sólo asistieron ella y su tía.
Todo empeoró desde ese momento. Su tía comenzó a tener problemas para respirar debido a su inminente hábito de fumar cigarrillos. Cuando recibieron el diagnóstico de cáncer pulmonar, ya era tarde. Su tía no logró vencer la enfermedad, pero dejó una herencia para sus primas y para ella: como último regalo, le dejó sus propios peluches.
Desde entonces, Lalisa se volvió más fría, más cortante, más distante con todas. Empezó a gustarle el negro, los piercings, las peleas y los problemas. Todo eso para que no la vieran débil, así como lo fue cuando dejó que dañaran a su peluche. ¿Y si le pasaba lo mismo a alguien que amaba? No quería. No permitiría que eso ocurriera otra vez.
Jennie lo entiende. Aquellos peluches eran y siempre serán el lugar seguro de su alfa. Desde el más pequeño hasta el más grande, todos ellos estuvieron cuando nadie más lo hizo. Era totalmente comprensible el porqué Lalisa era así con las demás.
Tras una ducha rápida, Jennie vistió unas bragas negras y una camisa enorme beige de su novia. Se tiró a la cama donde ya estaba su alfa esperando a que terminara para comer helado.
Jennie se pegó a su lado y abrió la boca, recibiendo una cucharada de helado de fresa.
—¿Está rico? —Lalisa también se llevó un poco a la boca.
—¡Delicioso! —sonrió en grande.
Es raro comer helado en un día lluvioso, pero la tía de Lalisa tenía ese hábito, y ella también lo adquirió. A Jennie le parecía una combinación extraña y prefería el chocolate caliente, pero disfrutaba comer helado en un día como este con su alfa.
—Sí, me porté bien en la escuela y no me metí en problemas —Lalisa miraba a los peluches en su cama, un conejo rosa y una galleta—. Te están preguntando si me porté bien en la escuela porque no me creen —hizo una mueca.
Jennie sonrió chiquita. Lalisa era adorable hablando con sus peluches. Miró al conejo y a la galleta.
—Se comportó de maravilla en todas las clases —hizo un puchero—. Pero a la salida casi nos mete en un lío. Quería golpearla.
—En mi defensa, me llamó “Lili".
—Se me salió, ¿sí? En fin, mi grandota se comportó bien, al menos por hoy. Seguro mañana se mete en algo —acarició la oreja doblada del conejo—. Es un huracán, ya saben.
—Yo quisiera verte hacer algo malo, sería increíble. Me muero por ver eso —otra cucharada para su omega.
—No seas mala influencia —besó los labios fríos de su alfa.
—Ppeu está diciendo que, por más que yo me meta en problemas, sigo esforzándome en clase por... —se quedó mirando al pato, dejando de hablar por vergüenza de decir lo que Jennie no puede oír. La imaginación de Lalisa nunca acababa, aún podía hablar e imaginar que sus peluches le hablan.
—¿Mi? —terminó la otra.
La mayor sólo hizo una mueca en sus labios, asintiendo despacio.
—Mi omega es la más bonita —le quitó la cuchara con algo de helado y se la untó por los labios. Se enderezó y besó los labios de su castaña.
Manobal sonrió, recibiendo el roce con gusto y saboreando el helado.
—Tú también eres la más bonita, alfa.
Terminaron de comer el helado, y Lalisa tiró el pote a la basura de su cuarto. Luego, fue a darse una ducha porque aún seguía oliendo a sudor y feromonas.
—¿Puedo abrazar a Leo? —preguntó Jennie a su novia antes de que entrara al baño.
—Sabes que sí, tú sí tienes cuidado —sin más, entró.
Jennie atrajo hacia sí un peluche de perrito color amarillo pálido de orejas marrones, completamente estirado como si siempre estuviera acostado de barriga. Le gusta mucho ese perrito; es lindo, tiene un listón, y su material es muy suave.
Se acostó de lado, abrazando el peluche, con sus ojos deteniéndose en la repisa donde estaban otros peluches más. Esos eran los de la tía de Lalisa. Ella sólo les habla, los lava y, a veces, duerme con uno; no quiere desgastarlos como algunos viejos que tiene en otra repisa.
Varios minutos pasaron y su mente no dejaba de decirle que se desahogara con el peluche entre sus brazos. Si le funciona a su alfa, debería funcionar con ella, ¿no?
—Leo, ¿crees que te veré el resto de mi vida? —preguntó, pasando sus dedos por el suave animal de felpa—. Me gustaría seguir viéndolos a todos ustedes hasta el final... ¿Sabes? Son lo más preciado que tiene mi alfa. Si yo los veo, es porque seguimos juntas —miró a un búho de color verde, también muy suave, uno de los peluches que la tía de su novia le regaló—. Ah... señor Minki, amo mucho a Lalisa, ¿no lo cree?
—¿Le estás diciendo eso al búho al que no le interesa el amor? —escuchó detrás de ella, su novia saliendo con el cabello mojado y una toalla en la cintura.
Sonrió ante la pregunta.
—Al señor Minki no le interesa porque no tiene una compañera. Tienes ocho peluches solteros, pobrecitos. Catorce peluches bien casados, tres de ellos con hijos. Ah, y dos parejas lesbianas —indicó al oso y al conejo junto con la conejita y una monita.
—Vaya, tal parece que alguien conoce mejor que yo a mis peluches —dijo Lalisa mientras buscaba unos shorts hasta la mitad del muslo y una camisa de mangas largas. Su mirada se detuvo en la linda imagen de su omega acostada abrazando el peluche que tanto le gusta—. No te preocupes, un día los voy a emparejar. Pero necesito sentir que son el uno para el otro, no comprar cualquier animal de felpa que se me aparezca.
—Pareces una madre aprobando el noviazgo de su hija.
—Puede que sea así algún día —susurró para sí misma, terminando de vestirse y secarse lo que podía del cabello.
—Dame la secadora. Te vas a enfer... —se calló de inmediato cuando su alfa se acostó frente a ella y con cuidado quitó el perrito de sus brazos, reemplazándolo por ella misma.
—No me voy a enfermar, lo prometo —cerró sus ojos, escondiendo su rostro en el pecho ajeno y deslizando una mano bajo la camisa que su omega llevaba puesta—. ¿Estás cansada?
—No —Jennie la empujó para subirse sobre ella y abrir la gaveta del mueble al lado de la cama, sacando una toalla seca. Volvió a la posición de antes y empezó a pasar la toalla por el cabello mojado de su novia—. Pequeña.
—¿Hum? —murmuró Lalisa—. Dime, bebé...
Cuando Lalisa está en casa, parece una niña y no le importa la forma en que su omega la llame.
—¿Sientes que somos la una para la otra?
Eso dejó un poco desorientada a la alfa. ¿Qué clase de pregunta era esa?
—¿Por qué me preguntas eso?
—A veces pienso que sólo te gusta follarme. Literal siempre tienes un condón contigo.
Dos personas diferentes: una omega dulce y amable y una alfa agresiva y rebelde. Una chica con mentalidad de 18 y otra con mentalidad de 10. Una relación que muchos pensarían que no funcionaría sólo por lo primero mencionado. Pero para ambas, el amor, la confianza y la sinceridad eran sus armas para seguir juntas. Ambas ignoraban sus diferencias; lo importante eran esas tres reglas.
Por eso Jennie no dudó en decir lo que pensaba.
—Oh, también me gusta cogerte, dominarte y poseer cada parte de tu cuerpo —rió por lo bajo, recibiendo un jalón de oreja—. ¡Auch!
—Es en serio.
—Bien, bien —se separó de su pecho y la miró a los ojos—. También pienso en hacerte el amor.
—Otra vez con el sexo... —empezó a enojarse y la empujó, pero Lalisa la sostuvo firmemente de la cintura, impidiéndole que se alejara.
—¿Sabías que hacer el amor es dejar que los sentimientos nos dominen a un punto donde nuestros cuerpos y corazones puedan sentirlos? A eso me refiero. Yo tengo sentimientos verdaderos por ti y, si no hacemos el amor ahora... —acarició su mejilla—. Es porque quiero hacerlo cuando nos casemos.
Jennie abrió los ojos y sus mejillas se calentaron, mostrando un rojo intenso.
—¿C-casarnos?
Lalisa también abrió los ojos; había hablado demasiado. Se limitó a toser bruscamente, y Jennie le sobó la espalda cuando esta se levantó de la cama hasta quedar sentada, con la omega aún en su regazo.
—¿Dije casarnos? Quise decir marcarte —trató de confundirla, pero ya era tarde. Su omega sonreía muy feliz.
—Sí lo dijiste —Jennie la abrazó, su nariz olfateando el olor a orégano que tanto le gusta—. ¿Y... marcarme? O sea... ¿me quieres para siempre contigo? Eso también es como casarnos, pero sin papeles, ni anillos...
—Eso es obvio —Lalisa rodó los ojos y se permitió sonreír abiertamente.
—Te amo, grandota —susurró—. No tienes idea de cuánto te amo...
Jeon se relajó al oír eso, palabras simples que todo el mundo puede decir, pero tan significativas para ella.
—También te amo, bebé —besó su cuello—. No te vayas nunca, por favor. No sé qué haría sin ti conmigo.
—No lo haré. Voy a cuidarte a ti y a tus peluches —besó su frente.
—Y nuestros cachorros.
—Nu, eso nu —hizo un puchero—. Les vas a sonreír...
—¿Y eso qué?
—Que esa sonrisa es solo mía y de mí, de nadie más... hasta que aprenda a compartir.
—Está bien, sin cachorros —rodó los ojos, otra vez. Le gusta que su omega sea celosa; indica que es capaz de golpear a alguien con tal de alejarse de su alfa.
—Grandota —llamó con ojitos tiernos.
—Dime.
—¿En serio no tendremos cachorros?
—Eres tan confusa —suspiró, negando con la cabeza—. Si quieres o no quieres, sólo dime. Aunque a mí me gustaría una mini Jennie corriendo por nuestra casa... o quizás dos... tres...
Jennie comenzó a reír.
Así sería el resto de su vida si quería a esa omega. Una confusión que sólo ella lograría entender.
Valdría la pena. Jennie era la única omega que la entendía y que la amaba. No la cambiaría ni por los peluches más suaves del planeta.
—Bebé Jennie —la omega le indicó que la oía mientras acariciaba sus hebras oscuras, con la cara hundida en el pecho de su pelinegra—. También eres mi lugar seguro.
—¿Tu peluche, en pocas palabras? —sintió un beso suave en el tope de su cabeza.
—Sí, mi peluche.
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