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Nota: Esta parte contiene smut explícito, si no es de tu agrado puedes saltarte a la segunda parte y extras.
Pueden haber algunos errores en la adaptación.
La omega más tierna y amable del instituto. Paseaba por los corredores con pasos apresurados y las miradas de todos sobre ella. Su aroma a naranjas se esparcía por sí solo, dejando a alfas, omegas y betas de muy buen humor esa mañana. Muchos se quedaban embobados por su inigualable belleza: cabello pelinegro súper lacio, sedoso y brillante; sus labios rosados con una pinta en una comisura, sus ojos café claro con ciertos toques grisáceos y su piel levemente bronceada, admirada por quienes la observaban.
Llegó a su clase y esbozó una gran sonrisa al ver a su alfa sentada en su puesto con su camiseta sin mangas negra, pantalón de cuero negro que mostraba sus fuertes muslos, y un cinturón ajustado que destacaba su cintura, donde colgaban algunas cadenas. Botas militares con una gruesa plataforma completaban su atuendo. Todo ese negro acentuaba su piel tersa y pálida, decorada con lunares esparcidos.
Corrió hacia ella y se sentó sobre su regazo, exaltando a la mayor, que aparentaba medir 1,75 Jennie, a su lado, parecía una pequeña cachorra.
—¡Hola, Lisa! —saludó entusiasmada, rodeando el cuello blanquecino mientras la otra hacía una mueca.
—Hola, bebé... —su voz gruesa estremeció a literalmente todas las presentes en el salón. Era muy raro escuchar a Manobal hablar; aún más extraño era ver cómo alguien como Jennie lograba estar cerca de ella y, además, mantener una relación aparentemente estable—. Ya te he dicho que no me llames así. —El fuerte aroma a orégano rodeó a la omega.
—P-pero me gusta... —se excusó con voz aniñada y un puchero en sus labios.
Sintió su cintura ser tomada con fuerza, aunque eso no le generaba miedo. Conocía bien a su alfa.
—Pero a mí no, bebé... —besó sus labios con delicadeza. Jennie pudo sentir el frío del piercing de la pelinegra. No satisfecha, ella jaló de su labio inferior, soltando una risita divertida.
—¡Lisa, ya dije que no hagas eso! —susurró, tocando su labio maltratado.
—Pero me gusta... —respondió imitando la voz de la otra, recibiendo un ligero golpe en el pecho.
—Alfa mala...
El alfa de Jennie no podía ser una alfa normal. No, su alfa era nadie más ni menos que Manobal Lalisa: la alfa rebelde, de mala conducta, que no respetaba a nadie y siempre se metía en problemas. Todas le temían por su fama y su mirada seria, que parecía acuchillar a cualquiera que osara mirar a su omega.
¿Cómo demonios personas tan diferentes podían tener una relación sana? Era la pregunta que todas en la escuela, incluidas las profesoras, se hacían. Pero ambas tenían reglas fundamentales en su relación que seguían fielmente... Aunque es mejor empezar con el día en que se conocieron.
Jennie simplemente se quedó sin puesto un día de invierno y el único lugar vacío era al lado de la alfa que le daba miedo. Ese día estuvo con el corazón a punto de salir por su boca cada vez que la estoica alfa se movía. Ninguna de las dos se dijo algo.
Al paso del tiempo, Jennie logró dirigirle la palabra, siendo respondida con desdén. De vez en cuando intercambiaban palabras, el año pasó y la omega se sentía cada vez más atraída a su temible compañera. Al parecer, la actitud rebelde y la ropa de cuero le atraían demasiado, además de la libertad con la que Manobal se manejaba.
El 14 de febrero fue el día que decidió darle chocolates hechos por ella misma, y la alfa los aceptó con su típica expresión seria, dándole la mayor de las inseguridades a la pelinegra. A final de cuentas... Lalisa era una alfa mala y fría, que no se interesaría porque una omega le regalara algo como chocolates...
O eso creía cuando recibió un peluche de su personaje favorito, que costaba una fortuna, el 14 de marzo, Día Blanco. Su corazón saltaba feliz abrazando el corazón de Gudetama, y terminó de morir de felicidad cuando la alfa le dio un beso en la frente, sumado a una preciosa salida al cine.
Meses después, en un ataque de celos, Manobal declaró a Jennie como su omega y pidió que dejaran de coquetearle. Ese día, Jennie volvió a casa gritando. La relación se formalizó cuando Lalisa le dio un anillo de acero con detalles de flores en color negro y le dijo: "Ahora sí, al fin eres mi omega."
Las clases estaban a punto de empezar cuando la campana sonó. Jennie iba a quitarse de encima del regazo de su alfa, pero esta no la dejó. La omega le miró con una ceja alzada.
—¿Lisa?
—Quédate —dijo en un tono bajo.
—No puedo, grandota. Al profesor le va a parecer una falta de respeto a su clase.
—¿Y eso qué?
—No sé si recuerdas, pero yo sí respeto las reglas —acarició su cuello, donde se encontraba un lunar que a veces es escondido por una mancha morada los fines de semana. Sí, ya entienden.
—Romper una de ellas no hará nada mal —hizo una mueca de desagrado. Odiaba que ambas tuvieran morales diferentes, pero eso sólo la hacía aún más tentadora. Esperaba un día ver a su bebé haciendo algo malo, algo que no fuera saltar sobre ella mientras soltaba alguna que otra grosería.
—Si te dejo besarme como te gusta, ¿me bajas de tu regazo? —pidió piedad, necesitaba salir rápido antes de recibir una reprimenda.
—Tentador —sonrió ligera y con interés—. ¿Es todo lo que me puedes ofrecer?
—No me hagas amenazarte con ya sabes qué —su voz salió tan firme y un poco más baja de lo normal.
—Vale, vale, bájate —soltó la cintura de la omega.
—¿No quieres el beso? —preguntó un poco desanimada. Vale, esperaba que aceptara la propuesta.
—No, bájate. Es lo que querías —vio que ella no se movía, así que la sentó en su lugar.
—Pero yo…
Jennie bajó la mirada con los ojitos aguados. Ugh, odiaba cuando Lalisa era así con ella. ¿Por qué tuvo que mencionar aquello y amenazarla?
Lalisa rodó los ojos. A veces su omega era muy confusa; sin embargo, lograba saber todo lo que le sucedía.
La hizo voltear a verla, levantando su rostro desde su mentón. Sin perder tiempo, estampó su boca con la contraria, sus labios moviéndose con brusquedad sobre los de la omega. Su lengua se adentró en la cavidad de la contraria, saboreando cada rincón, tomando a Jennie por completa sorpresa.
Sus compañeras a veces las miraban rápidamente, pero con la mirada de Lalisa sobre ellas las hacía fingir que nada estaba pasando. El miedo a morir, ¿saben?
Jennie gemía bajito en la boca contraria, pidiendo aire. Sentía que se iba a caer de la silla de no ser porque el alfa le sostuvo uno de sus muslos con su otra mano libre, apretando la carne.
Lalisa mordió sus labios con algo de fuerza, soltándolos y dejando besos por su mandíbula, bajando hasta su cuello, quedándose allí. Jennie boqueó por aire, sintiéndose aliviada de por fin respirar.
—¿Feliz? —preguntó su alfa contra la piel de su cuello.
—S-sí... casi me ahogo, pero sí.
—Bien, bebé, a la próxima no haré nada de esto —dijo encogiéndose de hombros y sentándose bien en su lugar.
—No... —negó, llamando la atención de todas, pero al ver la mirada asesina de Manobal, volvieron la vista al frente—. Alfa...
—Eres tan confusa —comentó para sí misma, volteando a ver esos ojos claros que, aunque no lo menciona, le encantan. Tomó su mano haciendo que Jennie mirara abajo, distrayéndola, y así aprovechó para besarle la frente con una sonrisa de oreja a oreja que desapareció cuando se separó de ella—. Gracias al cielo, logro saber qué quieres o piensas.
Jennie sonrió en grande. Ama saber que su alfa trata de comprender sus contradicciones, es como uno de los detalles que indican que ese alfa enorme de apariencia de matona, la ama de verdad.
La profesora entró, evitando mirar a la parejita que se veía como un par de enamoradas; tampoco le gustaba recibir aquella mirada asesina de Manobal.
—Iré a tu casa hoy —dijo Jennie, sacando sus cosas y dejándolas en la mesa.
—Me parece muy bien.
Cuando empezaron a salir juntas, a Jennie le parecía raro que su novia no la llevara a su casa. Y en una de esas ocasiones, en medio de una rabieta, le preguntó si le daba vergüenza llevarla a su casa o vergüenza de presentarla a sus padres, lo cual el alfa negó rotundamente.
Insatisfecha, amenazó con llorar si no le decía el motivo por el cual evitaba llevarla a su hogar, y logró convencer a Manobal. Lalisa no soporta oír los llantos y sabía que eso la iba a convencer.
Aunque, en realidad, Lalisa no quería ver a su omega llorar. Lo que menos quería era eso. Y ese día conoció no solo la casa, sino su cuarto.
Solo Jennie conoce su secreto. Puede amenazar con decirlo, y Lalisa lo cree, pero no lo haría nunca. Comprende a su alfa y no le haría nada malo ni aunque esta fuese el doble de peor persona que ella.
Después de varias horas dentro de esa prisión a la cual llaman escuela, las alumnas salieron casi corriendo, menos la parejita.
Ambas caminaban por los pasillos con las manos juntas. Lalisa estaba en su mundo, y su omega estaba tan distraída que al recordar algo, se le escapó una palabra.
—Lili... —Jennie abrió sus ojos en sorpresa, llevando su mano a la boca.
Mierda...
Lalisa la miró atenta con una sonrisa significativa en sus labios. Jennie sintió sus mejillas arder por la manera en que Manobal la observaba.
—¿Sí, bebé? —su voz salió rasposa, y eso era una mala señal. Jennie buscaba la manera de evitar aquello que su alfa tenía en mente. Lo que menos quería era que eso sucediera en la escuela.
—Ah... —las feromonas de orégano se hicieron más presentes, y se sintió drogada por un momento—. Yo...
Pasaron frente a la puerta del baño, y allí el alfa la sostuvo por la cintura para entrar rápidamente, cerrando la puerta con seguro. La pelinegra se sentía indefensa y pequeña, y aún más indefensa cuando fue alzada de golpe, sus piernas aferrándose a la cintura de su pareja por instinto.
—Lis...
—Sabes muy bien que cuando me llamas así, te quiero follar —colocó las manos de la omega a cada lado de su cabeza contra la pared.
—Se me salió, alfa... estamos en la escuela, ten piedad de mí —pidió con la respiración agitada. El fuerte aroma de su alfa la estaba haciendo perder cualquier tipo de control en su cuerpo, y lo que ahora necesitaba... era que su alfa le diera ese tipo de atención—. Pueden escucharnos, y...
—Que lo hagan, así saben que solo yo puedo tenerte debajo de mí mientras me entierro duramente en tu lindo coño.
Jennie jadeó por lo que esta le había dicho. Aunque se estuviera resistiendo, en el fondo sabía que tampoco iba a negarse al toque de su alfa.
Sus labios fueron tomados de la misma manera que en la clase, de una forma brusca y ahora necesitada. Su alfa la empujó más contra la pared, subiendo su suéter y dejando a la vista su torso con algunas manchas moradas, rojas y mordidas de la vez pasada.
Manobal sonrió al ver que sus marcas seguían ahí.
—Eres jodidamente preciosa—abrió el cinturón del pantalón holgado de su omega, jalando la prenda junto con la ropa interior, dejando los bien formados glúteos expuestos. Tomó ambos montículos de carne entre sus manos, masajeándolos en movimientos torpes y algo desesperados, tanteando con uno de sus dedos entre ellos la apretada entrada de su pareja—. Tan exquisita y tan mía.
—A-ah... alfa—llevó una de sus manos a su boca, tratando de amortiguar sus gemidos al sentir dos dedos jugando con sus zonas erógenas en su entrada—. En la escuela, no... Si nos atrapan... ah, t-te mataré... —dijo, aunque su cuerpo se estaba entregando al contrario.
—Vamos, pequeña omega. Sabes que no puedes resistirte a mí—Lalisa enterró sus largos dedos al fondo, apenas logrando oír el gemido de su omega—. Anda, nadie nos va a encontrar. De todos modos, la puerta está cerrada—susurró, pasando su nariz por el cuello bronceado—. Bebé, juguemos un poco.
Atrapó la piel del cuello de su omega en su boca y chupó con fuerza, añadiendo mordidas intensas que hicieron a Jennie delirar y frotarse contra la erección de la rubia con necesidad.
—Agh... maldición, Lili—se quejó entre dientes—. Fóllame, pero no me hagas gritar, por favor—pidió con ojos llorosos. Quería sentirla, pero tenía miedo de que las encuentren y se metan en problemas. Aunque... la adrenalina de pensar que eso pase la estimulaba de una manera increíble y no tenía idea de por qué.
El olor del baño empezaba a molestar a Jennie, así que dejó fluir sus feromonas por todo el lugar, enloqueciendo a su alfa. Lalisa le hizo más marcas en el cuello y movió su boca a sus hombros para hacer lo mismo, jalando su suéter a un lado y exponiendo su piel.
De un momento a otro, la boca de su alfa atrapó su pezón entre los dientes. Eso, contando con que ahora tenía otros dos falanges de la mano en su interior, haciendo amagos de abrirla para dilatar.
Su lubricante natural salía en abundancia, empapando los dedos, sus muslos temblorosos, y algunas gotas cayendo al suelo.
—Mírate nada más. Tan necesitada de mí—Lalisa mordió con fuerza desmedida el botoncito maltratado, consiguiendo oír un grito de placer de su pelinegra. —Oops...—sonrió con descaro.
—Oops cuando tu polla esté dentro de mí, Lili—se quejó sintiendo los dedos volver a expandir su entrada, separando sus glúteos en el acto—. ¡Agh! Lili—la miró a los ojos en súplica—. No me hagas gritar, no quiero que nos atrapen o no vas a poder meter tu polla en mí—besó los labios de la mayor, ronroneando cuando empezó a tocarle lentamente en su entrada.
—Que no me llames así, mierda.
Sin más preámbulos, abrió su cinturón y el pantalón de cuero. Se bajó el bóxer, dejando libre su gran hombría. En seguida volteó a Jennie en su lugar, solo dejando ver cómo esta pegaba su mejilla a la pared y arqueaba su espalda, poniendo en pompa su redondo trasero. Lalisa se dirigió a la entrada chorreante de su omega, empezando a presionar el glande haciendo ilusión de que penetraría.
—Mh...—la pelinegra empezó a mover sus caderas, necesitando de ese gran trozo embistiendo contra su interior—. Lili, fóllame—pidió en una súplica, haciendo que la alfa sonriera, lo cual la desesperó más.
—Hace unos minutos no querías. A ver, dime qué te hizo cambiar de parecer.
—T-tus dedos dentro de mí y tus m-mordidas me hicieron querer que me folles—decía, sabiendo que era eso lo que quería oír—. Lili, tus dedos son muy buenos, me tocan donde me gusta y me hacen gemir como si mi celo hubiera llegado antes de tiempo, pero prefiero tu polla dentro de mí. Tocando hasta lo más profundo posible de mi ser—sabía que su lado necesitado y descarado volvía loca a su alfa—. M-me partes en dos tan bien y duro—rasguñó los brazos de su alfa para que así no soltara su pequeña cintura, escuchándola gruñir—. Olvida lo que dije, hazme gritar, te necesito.
—A tus órdenes, mi amor.
Lalisa sacó de sus bolsillos un condón. Le pidió a la pelinegra que lo abriera y se lo colocara. Jennie, mordiendo sus labios y dejándolos brillosos en el proceso, se giró por un momento para colocarle el condón lentamente, sintiendo lo caliente y palpitante de la hombría.
Manobal la sostuvo fuerte de sus caderas cuando esta volvió a estar de cara contra la pared y la penetró lenta y tortuosamente hasta la mitad, manteniéndose así para provocar a su omega.
—Mhm—por la ráfaga de placer que la invadió de golpe, se había levantado un poco, su pecho sudado resbalando por los azulejos de la pared—. M-muy g-grande—Lalisa se enterró más, tocando sus zonas erógenas, lo cual hizo a Jennie gemir alto.
—Tú lo pediste, bebé—le recordó, con su voz gruesa resonando por todo el baño.
Salió de ella lentamente. El cuerpo invadido se movía inquieto por las sensaciones que estaban haciendo un remolino en su interior. La polla tocaba todos sus puntos, no había uno que no lo estuviera. Le dio otro deleite de gemidos a su alfa y rasguños en sus muslos cuando Jennie apretó sus caderas para que comenzara a penetrarla.
—¿Menos?—preguntó Manobal con la mirada lujuriosa, pero preocupándose por su omega; no quería lastimarla de verdad solo por ser tan brusca.
Jennie asintió, tomando una bocanada de aire. Le encantaba sentirse llena por el gran paquete que se cargaba su alfa; sin embargo, su orificio estaba muy estrecho y no se adaptaba muy rápido al tamaño. Era muy difícil recibirla en esas condiciones, incluso si había sido preparada con anterioridad.
Manobal se quedó quieta, esperando. Sin querer estar sin hacer nada, además de memorizar la hermosa cara de su omega en estos momentos, empezó a lamer el cuello de Jennie, subiendo hasta la oreja. Cuando su lengua recorría esas zonas, le daba cosquillas.
—¡A-alfa!—daba pequeñas risitas, alzando sus hombros por la sinhueso haciéndole cosquillas—N-no haga eso.
—¿Y esa formalidad?—susurró contra el lóbulo de su oreja, volviendo a lamer. Toda la dermis de su omega tenía un sabor salado por el sudor, pero su aroma a naranjas era irresistible para ella.
—S-salió de la nada—se aguantaba las risas para no llamar la atención—Grandota... —dijo el apodo que le puso a Lalisa por literal todos los sentidos en ella.
La rubia dejó de hacerle cosquillas y la miró con una sonrisa normal. Jennie se guardaba muy bien esa sonrisa y se sentía feliz de que sólo ella podía verla.
—¿Ya estás más relajada?—besó el hombro de su omega, esta vez sí haciendo una mala cara por el sudor excesivo.
—Sí, Lili—sonrió—Lléname con tu polla.
Lalisa volvió a penetrarla, ondeando su cintura lentamente y escuchando los gloriosos gemidos de la omega, quien se retorcía y temblaba bajo su cuerpo. Cuando esta comenzó a mover su cadera hacia atrás para más profundidad, Manobal empezó a embestir con ímpetu. El cuerpo de Jennie se mantenía en la pared, recibiendo todo de su alfa que tenía la mirada en cómo entraba y salía de ella... su redondo culo tragándose toda su polla era una imagen que Manobal no quería perderse por nada del mundo, y eso la incentivó a moverse aún más rápido.
Sus choques causaban que los glúteos de Jennie crearan ondas y generaban un sonido chicloso que las mantenía ensimismadas.
Sus gemidos salían altos, y daba unos pocos gritos, sintiendo la polla abrir aún más su interior. En esos momentos, de verdad pensaba que se iba a partir en dos.
Lalisa adoraba ver cómo su omega ponía los ojos en blanco; sabía que la estaba haciendo delirar y llegar al límite. El sudor bajando por su rostro y su boca roja e hinchada la excitaban de una manera excesiva. Su omega era preciosa, caliente y principalmente:
—T-toda mía —susurró en un gemido ronco sobre el hombro de la omega, arremetiendo fuertemente dentro de ella.
—Ah—Agh, sí, sí! Lili... —la llamó con una voz bastante ida, con todo su cuerpo temblando— Tócame, p-por favor.
Lalisa sabía que le estaba pidiendo que la masturbara, pero en vez de hacer el típico vaivén, apretó el clítoris. Su pulgar froto cruelmente la extensión del clítoris, y sintió el interior de su omega apretarse en toda su extensión.
—No-agh, mierda... alfa, alfa, alfa.
—Es para que dures un poco más, bebé —besó sus labios que no dejaban de hacer esa sinfonía que tanto amaba de su pelinegra, sus maravillosos gemidos.
Jennie lloriqueó. Quería venirse, sentía que iba a venirse, no le molestaría un orgasmo doble, pero eso no le importó a Lalisa. Le gustaba hacer que la pelinegra pasara de todos sus límites para llegar a la cúspide de su placer de la forma en la que a ella le gustaba.
El cuerpo que sostenía temblaba y se retorcía de placer, recibiendo todas sus estocadas y pidiendo por más, además de mover su trasero hacia atrás en sincronía con los movimientos rudos de su alfa.
En su burbuja de deseo y placer, lograron oír pasos y voces aproximándose. Lalisa sonrió por ello al ver la cara asustada de su pelinegra y, como la muy malnacida que era, aceleró más las estocadas, sus pieles haciendo un ruido muy obsceno y ruidoso que embargaba todo el pequeño espacio. Aunque para Jennie era peor que la oyeran gemir.
Se tapó la boca como pudo, pero sus manos fueron quitadas y alzadas sobre su cabeza por la mano libre de Manobal. Encaró a su alfa y la fulminó con la mirada. Quería matarla.
Mordía sus labios fuertemente tratando de que no la oyeran. Cuando los pasos se alejaron, pudo abrir su boca en alaridos de placer.
Lalisa dejó sus manos, siendo rasguñada y sus pezones siendo pellizcados. En eso, le dio una estocada tan fuerte a su omega que la hizo venirse, aun con su pulgar tapando el orificio de su clítoris.
El grito de Jennie fue tan fuerte que el alfa se asustó, creyendo que la había lastimado. La tomó por el rostro con una mirada preocupada.
—¿Estás bien, bebé? ¿Te lastimé? ¿Me excedí? Perdóname, fue sin quer...
—Estoy... —buscaba regular su respiración—. Muy bien, alfa —sonrió.
—Estoy... —buscaba regular su respiración—. Muy bien, alfa —sonrió. Otro detalle que indicaba que su novia la amaba era su preocupación—. Sí te pasaste, pero... se sintió muy bien —le guiñó para ver si así le creería.
—Huh. —Lalisa dejó caer su frente en el hombro de la omega, con los ojos cerrados del alivio mientras seguía en su interior—. Diablos...
—¿Ya te corriste? Puedes seguir, no le veo problema a otro orgasmo —llevó una de sus manos hacia atrás para enredar sus dedos en los mechones de la rubia, recibiendo un asentimiento.
Lalisa volvió a moverse en su interior, pero sin ser tan brusca como antes. Jennie gemía contra su oído, temblando por la sensibilidad, dándole más placer a su alfa. No duró mucho para que el orgasmo terminara de acabar con ella y así poder correrse esta vez. Manobal, por su parte, llenó el condón y su miembro se hinchó en el interior de la omega, recibiendo un quejido de esta.
Ambas respiraban agitadas, sus olores y sudor se hacían uno por la cercanía.
—Me siento sucia allí abajo —comentó Jennie. Sus piernas estaban temblorosas, y su alfa lo notó, sujetando su cintura mientras esperaba el momento para poder salir de ella.
—Hum... ¿puedes mantenerte en pie, bebé?
Jennie, sin querer saber, solo indicó que soltara su cintura y, con sumo cuidado, logró estar de pie. Aunque las piernas seguían temblando, Manobal salió lentamente de ella cuando la hinchazón bajó.
—Inclina tu cuerpo hacia adelante, levantando bien tu trasero.
La pelinegra se sintió avergonzada al oír eso, pero lo hizo. Su entrada quedó a la vista de su alfa.
Su cuerpo entero se estremeció y alzó más su trasero al sentir algo húmedo y blando empezar a lamer los bordes. La lengua de Lalisa limpiaba el lubricante escurridizo de su omega, aquella esencia que se escurría por sus muslos; todo lo estaba limpiando Manobal con su sinhueso.
—Lili...
—Que no me llames así —le dio un azote, haciendo que Jennie se exaltara.
—Creo q-que ya está bien —dijo en un pequeño gemido.
—Bien. —Pasó su lengua por todo el perineo, dándole espasmos a la más baja.
Jennie se volvió a enderezar, dando media vuelta para ver a su alfa con el condón en mano. Miró la esencia blanca que, de vez en cuando, terminaba en su boca. Lalisa lo notó y sonrió con picardía ante la idea que se le cruzó por la mente en ese momento.
—Abre la boca —alzó el rostro de Jennie.
La omega apenas obedeció y, de bonus, sacó la lengua. Lalisa volteó el condón sobre su boca, su esencia cayendo en sus papilas y parte de su rostro. A los ojos de la mayor, era la más excitante vista.
La vio tomarse todo y llevar los restos de semen que se escaparon hacia su boca. Y como si nada hubiera pasado, su pelinegra sonrió.
—¿Nos vestimos para ir a tu casa?
Lalisa asintió con la cabeza. Insistió en vestir a su novia viendo que estaba cansada y un poco adolorida.
Salieron con cuidado del baño y por fin sintieron el aire húmedo. Las nubes se formaban en el cielo, indicando que pronto llovería.
—¿Sabes lo que eso significa? —cuestionó Lalisa con una leve sonrisa.
—No, ¿qué significa?
—Que te quedas a dormir conmigo, y ya sabes quiénes —abrió una sonrisa genuinamente feliz.
Jennie adoraba saber que esas sonrisas eran solo para ella.
Adaptación; La historia no es de mi autoría, todos los créditos son para grayoonie
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