★ 𝟎𝟑𝟑: hermit the frog
033.┆ ⋆ ˚。⋆୨୧˚ 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗧𝗛𝗜𝗥𝗧𝗬-𝗧𝗛𝗥𝗘𝗘
—Hermit The Frog˙✧˖° 🌑
"I put on the crown of clowns and melt
slowly to the ground
Yeah, I feel it coming on when I've been
static for too long
And an explosion comes in time before I go
and cross the line"
—MARINA.
En cuanto me miró, la expresión de Hershel transcionó de ser impasible a congelarse, en susto.
No lo podía culpar, seguro que ahora mismo tenía un aspecto horrible.
Ayer, después de haber limpiado el pabellón de caminantes, permanecí un rato en compañía de mamá cuidando a papá. Al menos hasta que Beth, quien se había ofrecido de voluntaria para cuidar a los enfermos, nos recomendó dormir.
Bueno, recomendar no es la palabra correcta, a mi me sacó a rastras en su preocupación por estar sobrepasando mi horario de sueño.
Cuando me comunicó que podía regresar a las celdas con los no-infectados, me aferré a la esperanza de poder conciliar el sueño, ya que regresaría a mi celda compartida con Carl y, de alguna manera, creí que eso me ayudaría. Claramente ese no fue el caso: la noche transcurrió con normalidad y por mi parte me la pase dando vueltas en la litera, pensando en la posibilidad de perder a Glenn.
Más de una vez pensé en despertar a Carl, sabía que estando con él aquellas sensaciones lograrían desvanecerse por al menos un instante, pero después lo vi durmiendo plácidamente, lo que tomé como una señal para decidir no molestarlo.
Ahora acababa de despertar tras dormir dos horas, y Hershel estaba enfrente de mí.
—Rory, ¿dormiste bien? Me preocupas —expresó, colocando su mano en mi hombro.
—¿Qué, tan mal me veo? —dije en un intento de apaciguar la situación—. Sabes que amo dormir, la pregunta ofende. No hay de que preocuparse, estoy perfectamente bien —afirmé, aunque por su expresión, Hershel estaba lejos de tragarse el cuento —. Dejando eso a un lado, ¿cómo está papá?
—No he ido con los enfermos, todavía es temprano y la mayoría está mejorando, gracias a los antivirales que trajiste —alagó, mostrándome una sonrisa con dientes—. Te he conocido desde que eras una pequeñita de ocho años y ahora vas por un mundo gobernado por muertos como si nada, estoy orgulloso de ti, Rory.
No se si dar saltitos de emoción, sonreír o llorar.
¡Se humilde, Aurora!
—Gracias, pero tuve mucha ayuda de Carl y del adulto responsable, o sea Rigel.
—Si, pero Carl me hace bromas de cojos y Rigel me robaba siempre el pan en la granja, entonces me caes mejor tu.
—Pero yo una vez hice que uno de los caballos se huyera —señalé, divertida.
—¿Fuiste tú?
Ups.
—No...—Alargué la vocal—. Poquito, si.
—¡¿Qué?! —Escuchamos una exclamación proveniente de Beth, quien se acercaba hacia nosotros—. Siempre pensé que había sido Shawn, incluso lo ignoré por toda una semana por qué ese era mi caballo favorito.
Pese a que la rubia no hacía más que bromear, no pude evitar sentirme mal.
—Lo siento, Bethy. ¡Ay, casi lo olvidaba! Ayer, cuando fuimos al centro comercial, ví una tienda de música e inmediatamente pensé en ti al mirar una guitarra blanca con flores. Pensé que te gustaría ir por ella —conté con entusiasmo.
—¡Ay! ¿Pensaste en mí? Que lindo —dijo, abrazándome de lado.
—Uh, ¡obviamente! También pensé en el debut de Taylor Swift, pero igual pensé más en ti.
—Muy graciosa, papá, ¿cuándo será la próxima excursión? Así podemos ir Rory y yo —inquirió Beth, despegándose del abrazo.
—No estoy seguro, pueden preguntarle a Daryl o a Rigel, ellos se encargan de ellas —contestó el anciano, cruzando sus brazos sobre su pecho.
—Bien, andando a preguntar, Beth.
Ojos sin vida, así es como los llaman. Vidriosos, huecos.
Estos los vi reflejados en la paloma muerta frente a mi, en el arco que conecta el pabellón C con el D.
Mientras permanecía quieta en mi sitio, con mis ojos posados en el animal, sentí la presencia de pasos detrás de mí.
No volteé,no hasta que tuve a aquella persona a un lado mio. Creo haberlo visto antes, acompañado de Sasha. Era un hombre moreno y alto, con poco pelo, básicamente rapado y de unos treinta y tantos.
Tenía cara de llamarse Pepe.
—Hola, me llamo Bob, Bob Stookey —habló el hombre.
Bueno, no más Pepe.
—Ouh, hola. Soy Aurora, pero dime Rory. Todos me llaman así.
—Entendido, Rory —dijo, dejando ver una sonrisa—. Yo era médico militar, estuve tratando a Glenn ayer. Vi lo preocupada que estabas, pero quiero que sepas que el va estar bien, está mejorando rápido.
—¿Lo dices de verdad, o solo para hacerme sentir bien? —pregunté, entrecerrando los ojos.
Las mentiras piadosas han hecho acto de presencia alrededor de los cortos años de mi vida.
—Lo digo en serio, hoy le apliqué la última dosis del antiviral, ya no necesita más.
—¿Y qué hay de Hershel? —añadí, confusa, ya que él era el encargado de mi papá.
—Salió con Michonne a quemar cuerpos —explicó, dudando y disminuyendo su tono ante la mención de los cuerpos, como temiendo que para mi fuera un tema sensible.
—Entonces se fueron, bueno —relamí mis labios—. ¿En cuánto tiempo podré ver a Glenn?
—Pues se había quedado dormido, entonces yo diría que hoy más tarde —respondió, asintiendo para sí—. ¿Sabes? Él, junto con Daryl, fueron los que me encontraron, ya que solía estar solo. Después Rick me hizo esas tres preguntas.
Reí ante la mención de las espectaculares tres preguntas y no pude evitar recordar el movimiento tan peculiar que hace Rick con el cuello mientras las hace, da un tanto de miedo, a decir verdad.
—¿Movió el cuello? —pregunté, aún sonriendo.
—¿Cómo?
—Si, eso que hace. Mira, es algo así...—Traté de replicar el gesto, pero fallé miserablemente y estoy segura de haber escuchado mis huesos crujir—. Olvidalo.
—Su grupo es muy raro —bromeó él, haciendo alusión a mi acto anterior, aunque supe que había algo de verdad en sus palabras. Hice una mueca, entonces él se apresuró a añadir—: es decir, quien quiera que haya hecho eso debe de ser un rarito total —sentenció, mirando a la paloma—. Alguien hizo lo mismo con una rata.
—Fue la misma persona —hablé, decidida—, o sea, es que sé quién lo hizo —Cof, cof, Lizzie—. Bob, ¿por cuánto tiempo estuviste solo?
—Veamos, desde que mi grupo fue asesinado hasta llegar aquí, yo diría que fueron más de seis meses.
Alcé ambas cejas, recordando mi propia experiencia. Pasé poco más de dos meses sola antes de que papá me encontrará, ni siquiera la mitad de lo que pasó Bob.
No dudó que haya podido sobrevivir todo ese tiempo, si no que me sorprende que no se haya vuelto loco.
—¿Y no te deprimías? —Eso, Rory. Señorita sutileza.
—No, la verdad. Me había quedado solo, pero hey, no era tan malo. Creo que me sirvió: hay personas que trabajan o, en mi caso, sobreviven mejor de esa forma —explicó, captando mi absoluta atención—. Preferir la soledad está demonizado, ¿o acaso a ti te gusta estar rodeada de personas todo el tiempo?
—Eh, no, pero es cuestión de cada persona —opiné, encogiéndome de hombros.
—Si, exacto. Bueno, no te quito más tiempo. Recogeré esta paloma —anunció, dándome una palmadita en la cabeza.
—De acuerdo, iré a ver a Glenn más tarde.
A medida que me alejaba, las palabras de Bob no abandonaban mis pensamientos.
No, no me gustaría volver a estar sola, mucho menos a la deriva en un mundo gobernado por muertos.
Bob era alguien con demasiado espíritu sobreviviente, desde luego, esto lo comprobaba. Sobreponer tu propia supervivencia sobre los sentimientos no es una tarea fácil, a mí me había llevado tiempo dominarla y aun así, hay veces en las que no puedo.
Con el grupo encontré una familia, una real. Ahora que la tengo, si esta llegara a esfumarse, sabría que no habría retorno hacia atrás. Yo me hundiría.
¿En qué momento me permití a mí misma considerarlos mi todo?
—¡Sophia, Sophia! —exclamé, llegando hacia su celda apresuradamente. Al entrar, el ambiente se tornó frío, como un reflejo de la ausencia de su madre—. Quería verte, saber como estabas. ¿Quieres hablar o prefieres abrazos con comida?
Ella, haciendo caso omiso a mis sugerencias, fue directamente a proporcionarme un largo abrazo.
—Te extrañe demasiado —Se apresuró a agregar.
—Y yo a ti. ¿Cómo...?
—No, ¿cómo estás tú? —interrumpió, separándose del abrazo a la vez y sentándose en la litera inferior. Repetí su acción, dejando el paquete de galletas a un lado.
—Mucho mejor, Hershel ya me dejó salir. Solo me dijo que, en caso de mareos o dificultad de caminar, fuera con él. Pero no siento nada de nada. Ahora, ¿cómo estás? Supe lo de Carol.
—No me lo quieren decir, Rory. He preguntado y Rick siempre se queda callado. No se si está muerta —replicó, mostrando aquel lado vulnerable que se esfuerza en esconder y el cual he ido conociendo a través del tiempo.
—Soph, yo sé que ocurrió.
—Dímelo, por favor. Si está muerta quiero saberlo.
—No, no, al menos no que sepamos. Mira, Rick y tu mamá salieron y en medio de eso Rick se enteró de que Carol había arrastrado de sus camas a muchos de los infectados y los prendió fuego, en un intento de que no se propagara el virus. Rick, al enterarse, la echó. Siento mucho esto, Sophia.
No me gustaba decir esas palabras: "lo siento", "siento lo que pasó". Porque eran palabras huecas, sin significado. Era lo común, lo aceptable. Sentir lo que otra persona había tenido que pasar, pero en muchas ocasiones y al menos para mi, las palabras me resultaban irritantes, porque no cambiaban nada.
Pero, ¿qué más diría si no eso?
—Entonces sí que podría estar muerta. Y lo peor: sola —señaló ella, las primeras lágrimas comenzaban a descender por sus mejillas. Yo la sujeté por los hombros y volví a abrazarla.
—¿Galletas? —ofrecí.
—Si —aceptó, titubeando por los sollozos.
Algo había aprendido: Sophia encuentra confort en dos cosas, gritar en la almohada y comer galletas.
—Si lo piensas bien, esto significa que el club de los huérfanos de mamá está reunido otra vez. ¿Deberíamos de montar una fiesta? —parlateó Soph, ahogándose tanto en sus lágrimas que era complicado comprender lo que decía.
Reí, para no hacer la situación incómoda por sus chistes de muerte; repetía el mismo que había hecho cuando Lori murió y cuando pensó que Carol también lo hizo.
—Por favor, hay que hacer algo. No me gusta llorar así, necesitamos distraernos —pidió la rubia, separándose del abrazo una vez más y secándose sus lágrimas con su muñeca.
—Podríamos hacer pasos de zumba —propuse, y al ver su mueca, me retracte—. De acuerdo, eso no.
—Quiero algo que me distraiga de todo lo demás, que no ocupe ruido —explicó, pasándose una mano por toda la cara.
Entonces, mi cerebro comenzó a funcionar. Uniremos al club de los huérfanos para que la huérfana fundadora no se lamente tanto por ser huérfana.
De las cuatro paredes de la celda de Sophia, una de ellas estaba en blanco. Y en mi celda con Carl, había gis y algunos botes de pintura seca, rescatados de las expediciones de Michonne.
Mi ojiazul dibujaba excelentemente bien, entonces yo le pediría hacer algún paisaje o algo similar, y después Sophia y yo lo pintaremos.
Plan preparado.
Lo que comenzó siendo una estrategia para tranquilizar a Sophia se convirtió rápidamente en una pelea a pinceladas, de la cual éramos partícipes nosotros tres, incluido Carl.
Esta inició cuando el de sombrero molesto a Sophia acerca de cómo estaba pintando el dibujo, diciéndole: "El cielo no es morado".
Como respuesta, la rubia contestó: "Tu ojo tampoco es morado, pero lo será si no te callas".
Lo que terminó con la cara de mi amiga y yo manchada de amarillo, mientras que Carl se encontraba casi impoluto si ignorabamos la mancha en su camiseta.
Esto debido a que el muy tonto siempre hallaba una manera de tirarse al suelo antes de que la pintura hiciera contacto con su piel.
Por lo mismo, tenía como objetivo mancharlo en su bonito rostro aunque sea un poquitin.
—Oigan, ya nos quedamos sin pintura —avisó Sophia, un tanto desanimada—. Voy por agua para limpiarnos, vuelvo en un instante.
Ambos, Carl y yo, asentimos distraídamente.
Sentía su mirada fija en mí, más no me inmute, ya que continuaba observando lo que terminó siendo nuestro intento de pintura.
—Parece arte abstracto, quedó toda rara —señaló Carl.
—No andes de criticón, mira, si la ves de lejos, con la luz apagada e inclinando tu cabeza dos grados, se parece a Uniqua de los Backyardigans.
—No se que estás viendo tú, pero para mi es una cabeza de caminante machado —comentó, al mismo tiempo que apresuraba su paso para dejar un rastro más de pintura amarilla en mi rostro, este fue casi invisible, ya que provenía de un pincel casi seco.
Yo, casi con la misma velocidad, manche su cara con pintura morada, la cual aún estaba fresca en el pincel.
—Me caes pésimo —se quejó, bromeando, acortando nuestra distancia al dar unos pasos hacia mi.
—Pues nunca intente caerte bien —continué su juego, alzando mi vista hasta que nuestros ojos se encontraron, ¿desde cuándo él era más alto que yo?—. Eres demasiado odioso.
—Y tu demasiado insufrible —replicó, con una sonrisita.
—Claro que no, me quieres demasiado —insistí, esperando de su parte una respuesta como "no, que asco".
—Sip, tienes toda la razón.
Tras decir eso, un silencio pesado arremolinó nuestro entorno. Un silencio tenso, electrizante, que podría significar todo, sin necesidad de decir palabra, nos entendíamos. Bastaba con el cruce de nuestras miradas.
Durante el tiempo que nos hemos dado a conocernos, habíamos elaborado una serie de formas discretas de decirnos "te quiero". Cada vez que el colocaba su mano en mi hombro y la deslizaba hasta mi mano, mi forma de tocar su pelo, hasta cada ocasión en la que nos peleabamos por la cosa más absurda. Y ahora esto: el silencio.
No era incómodo ni molesto. Ese silencio estaba bien, porque era nuestro.
Pero, atravesando ese silencio y observando la expresión de Carl, sabía que quería decir algo más.
—¿Te vas a quedar ahí mirándome? ¿O qué quieres? —pregunté, disminuyendo el tono de mi voz, pero sin llegar a convertirla en un susurro.
—¿Prefieres que te lo explique o que actúe?
Responder con una pregunta a mi pregunta no me hacía ninguna gracia, pero cualquier intento por mi parte de responder se esfumó al notar el enrojecimiento de sus mejillas. Y, genial, también estoy roja.
Mucho.
—¿Es...? Perdón, ¿qué? —Aquello se trató de todo lo que fuí capaz de decir.
Lo siguiente que supe fue que su mano, con algo de torpeza y nerviosismo, se posicionó sobre mi mejilla, sobre un punto libre de pintura.
La situación estaba teniendo efectos por todo mi cuerpo, no solo era el escozor que sentía en las mejillas, sino la forma en la que mi corazón se hundía.
Está pasando, está pasando.
Estaba pasando y mi mejor reacción fue reír por lo bajo, mientras el rostro de Carl se acercaba cada vez más al mío.
El, para mi sorpresa, hizo lo mismo por un breve instante. Después, con su mano libre en mi espalda, me atrajo hacia él, fundiéndome en un abrazo corto.
—¿Puedo? —inquirió, al romper el abrazo, aunque nuestra cercanía y su mano en mi mejilla permanecían.
Dude un instante, uno diminuto, en el que casi me echó para atrás, guiada por la pena. Pero, finalmente, asentí.
Cerré los ojos al sentir el contacto de sus labios unirse a los míos, en un movimiento lento y cauteloso, inocente. Digno de dos niños que estaban aprendiendo a amar.
Duró poco, por supuesto, y al separarnos volvimos a reír y yo pasé una mano por su pelo.
—Te quiero —pronuncié. No hacía falta decirlo en voz alta, él ya lo sabía, pero para mi era necesario.
Porque lo quería, de verdad. Y en ese momento me hice una promesa, para mi y para él: haría lo que fuera por mantenerlo bien, a salvo, ya sea cerca o lejos de mi.
Por él y por Lori.
Caminaba deliberadamente, mientras jugueteaba con el brazalete en mi muñeca, el cual había tenido desde el campamento, cuando Eliza me lo regaló antes de partir con su familia, los Morales.
Entre en la celda de Glenn, encontrándome con mis papás haciendo cosas que hacen las parejas casadas: se hablaban el uno al otro dulcemente mientras compartían anécdotas y mencionaban algo respecto a un aniversario.
Cuando notaron mi presencia, mamá me dedicó una sonrisa mientras que papá casi se disloca la mano de tantas veces que me saludó con ella.
Me senté en la cama junto a ellos, un poco más apartada para darles su espacio.
—Continúen, yo no existo, ignorenme —dije.
—Hershel me había dicho que te habían dejado salir, ¿te pusiste mal otra vez? —preguntó Glenn, con un dote de preocupación.
—No, es que quería visitar y ver cómo estaba mi papá favorito.
—Él es tu único papá —remarcó Maggie—. Bueno, vivo.
Hice un sonido todo raro con mi boca que pretendía ser una risa.
—Aunque sea el único, sigo siendo el mejor —replicó Glenn.
—Eso, eso. Ayer estaba asustada por ti —hablé.
—¡Y yo estaba asustado por mi! Me estaba poniendo azul, Rory. Casi me moría siendo un pitufo —chilló él, llevando sus dos manos a la cara.
—Oye, ¿y no te han dicho cuándo podrás salir de aquí? —cuestioné, colocando una mano en mi barbilla.
—Seguramente no pronto, me voy a morir —se quejó, haciendo una mueca exageradamente exagerada.
—Lleva diciendo eso desde la mañana —siseó mamá—. Solo trae tos, ya ni siquiera tiene fiebre.
—Pero la tos se siente como si un halcón me alzara y picara mi garganta mientras volamos por los aires, para después aventarme en un edificio donde mi abuela me pega con su bastón hasta dejarme llorando —explicó, tan rápido que resultó casi inentendible.
—Okay...—comenzó a decir Maggie, para después reír brevemente.
—Rory, ¿sabes cómo están todos?—preguntó Glenn, poniéndose un poquito más serio.
—Rick sigue estando de granjero, Sophia podría estar mejor y Carl...
—Carl está pensando en ti, como siempre —bromeó mamá, respondiendo por mí.
Y entonces recordé el pequeño beso de la mañana, de inmediato me sentí enrojecer nuevamente, aunque podría ser sólo obra de mi imaginación.
Tendría que hablar de algo como lo que pasó con alguien, ¿no? Hablar con Maggie, con mi mamá, sería lo adecuado, y se que ella me podría guiar.
—Uh, y no lo negaste —se burló Glenn.
—Eh...—balbuceé, pensando con algo con lo cual cambiar la conversación puesto que de lo contrario me daría un ataque de felicidad—. Glenn, ¿si te sientes muy, muy, mal?
—Te estoy diciendo que me voy a morir —repitió.
—Iré a la cocina por fruta, Michonne me dijo que podría ayudar a aligerar los malestares, a parte tienes que comer —conté, y al ver el gesto dubitativo de Maggie, continúe—: yo le creo a Michonne. Siempre.
Con eso dicho, me eché a correr, girando en la unión del pabellón D con el C, una vez estando en este último, empujé una de las rejas hacia atrás, saliendo hacia el patio.
Ahora, solo tenía que cruzar hacia el otro extremo, donde estaba el comedor y mi complejo de celdas.
Ni bien di un paso más, percibí un fuerte estruendo, el cual enseguida produjo un ardor en mi oído izquierdo. Le siguió otro más, esta vez incluso más sólido, tanto que me tambaleé, casi cayendo de rodillas al suelo.
Algo iba mal, lo supe en ese momento. Aceleré mi paso, cuidando pasar solo por lugares donde hubiera alguna cosa donde pudiera esconderme detrás.
Una vez estuve dentro, me apresuré a llegar hacia mi celda, esperando encontrarme con Carl, sin embargo, él no estaba ahí. Tomé la mochila de estrella y metí la mayor cantidad de cosas: los converse de telaraña, un suéter y la foto de Carl, donde posa toda la familia Grimes, excluyendo a Jud.
Traté de encontrar mi cámara, la cual tenía demasiados recuerdos, recuerdos donde estaban T-Dog y Lori, pero fue inutil.
También recordé mi cuaderno, aquel que tiene todas las cartas, las cuales pensé que me ayudarían a no olvidar a mis muertos, pero ya no más. Lo había dejado en el pabellón D, no tenía tiempo para ir por él.
Salí de ahí, con la mochila colgada en mis hombros y atravesando el puñado de personas. Algunas confusas, otras asustadas. Alguien jaló mi brazo frenéticamente.
—Es el gobernador. Tenemos que cubrir todo el perímetro, tu iras por la izquierda y yo por la derecha —indicó Rigel, tendiendome una escopeta algo pesada, la cual tome—. Te alcanzaré luego.
Miren, la última vez que dijo eso no lo vi por casi dos años y pensé que estaba muerto, entonces no es como que le tenga mucha confianza a sus palabras.
Aun así, no teníamos tiempo, después de sus palabras me marche, siguiendo sus indicaciones.
Él había vuelto, el gobernador había vuelto a pesar de que toda su comunidad había quedado destruida. No tiene límites, no le importa morir en el proceso, solo se guía por la venganza.
Y ahí estaba: al salir al exterior donde me lo habían indicado, aquel hombre se encontraba atrás de la verja que nos separaba. Había más de un auto parqueado y después estaba él en la cima de un tanque.
Como si fuera su propio trono, pero no tenía valor, ya que este estaba constituido de mero temor y sufrimiento de los demás.
—¡Rick, ven aquí! ¡Necesitamos hablar! —gritó desde la distancia el hombre.
—¡No depende de mí, hay un consejo ahora! —respondió el sheriff, llegando a mi lado junto con su hijo.
—¡¿Hershel está en el consejo?!
Maldito sea.
De uno de los autos descendió Hershel, con las manos apresadas por dos pares de cadenas y con la mirada baja. Lo colocaron en el suelo, de rodillas. Lo tenían como rehén, podían hacer lo que quisieran con él.
Sentí mi cuerpo ceder ante la tensión, ante el miedo. Alcé mi arma y por un instante medité la opción de esconderme tras una de las rocas y disparar desde ahí, pero sabía que era estupido.
—¿Qué hay de Michonne, ella también? —continuó hablando, conociendo el efecto que sus palabras tenían sobre nosotros.
La de rastras salió del auto a pesar de que hacía todo el esfuerzo por retenerse, arrodillándose de la misma manera que Hershel.
Dentro de mí crecía la impotencia por no hacer nada, por saber que, muy probablemente, esto terminaría mal para nosotros. Noté una presión en mi pecho, una que ascendió hasta mi cabeza, apoderándose de mis pensamientos, coloreándolos de ira.
—¡Las decisiones no las tomo yo ahora! —insistió el mayor de los Grimes.
—Hoy las tomarás tú, Rick —reprimió el hombre de un solo ojo—. Ven aquí, y podremos conversar.
Tras un momento de duda, Rick accedió, principalmente porque no tenía opción.
Desde tan lejos, no había manera de escuchar lo que sea que estaban diciendo. Lo único que logré entrever fue como el gobernador desvivía a dos caminantes.
Si, era lo común en un apocalipsis, pero que él lo hiciera me pareció la cosa más irritante.
—Están hablando, ¿por qué no matamos al gobernador? —inquirió Carl.
—No podemos, estas armas no tienen tanto alcance. Aparte, ellos son más, podrían matarnos si fallamos. No vale la pena el riesgo —dije.
Por orden de Daryl, nos movimos a una distancia más cercana al frente, pegados a la verja.
—Podemos todos vivir en la prisión, o ninguno lo hará —propuso Rick, tratando llegar a un acuerdo razonable.
Pero era inutil, algo en mi lo sabía, simplemente no lo quería aceptar. Tenía un mal sabor de boca, algo saldría mal y no sería solo que nuestro hogar quedará destruido.
El gobernador bajó de un salto del tanque, mostrando una expresión de ira pura, con un objeto en la mano el cual reconocí: se trataba de la katana de Michonne. Retiró la funda de ésta y con un paso lento, colocó el arma en el cuello de Hershel.
Hace mucho que no le hablaba a Dios, pero eso fue justo lo que hice. Comencé a rogar en susurros, esperando que me escuchara.
Hershel era parte de mi familia, era aquel al que yo consideraba un abuelo desde antes del apocalipsis, era el hombre que mantenía al grupo cuerdo, que nos guiaba por lo correcto y nos aconsejaba. Nos salvaba de mil y un maneras, tanto con sus palabras como con sus conocimientos de medicina.
Él no.
Por favor, él no.
—Mentiroso.
El gobernador levantó la espada y con un movimiento rápido, cortó el cuello del hombre.
Dejé escapar un grito, uno que me desgarró la garganta.
Mientras mis ojos comenzaban a humedecerse, retrocedí hacia atrás, protegiéndome con una de las rocas más cercanas mientras comenzaba a disparar.
Una, dos y tres personas cayeron por obra mía, quise continuar, quería que hasta la última persona del gobernador muriera, pero fui interrumpida por una persona.
—Rory, ve al autobús, no te pongas en peligro, por favor —me pedía Carl, quien también disparaba.
Lo ignoré, de la misma manera que ignoraba todo a mi alrededor. Los cañones seguían lanzándose, conforme esto ocurría sentía como mi oído izquierdo se debilitaba cada vez más, hasta que lo único que escuchaba por este era un eco lejano.
—¡Ve al autobús, por favor! —insistió el ojiazul, esta vez lo mire por un instante, sin saber qué hacer.
Baje mi arma, percatandome de las pocas personas que quedaban en el bando del gobernador. Por nuestra parte, nuestro lado estaba repleto de cadáveres que prontamente se levantarán.
Había varias personas disparando, acabarían con los restantes del gobernador en seguida. Yo tenía que buscar a la demás gente, a los enfermos, a mis papás y a Judith.
Un cañón cayó detrás de mí, nublando mi vista y haciendo que cayera al suelo, raspando mi rodilla. Me levanté, primero los brazos y luego las piernas, y seguí andando hasta llegar al pabellón D.
Había un caminante dentro, al cual le encajó el cuchillo en la barbilla, provocando que cayera al suelo.
Abrí las celdas, una a la vez, diciendo las mismas palabras: "salga y vaya al autobús, si se fue, corra".
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero todos ya estaban afuera, mis piernas ardían y mi boca estaba seca. Tal vez por mi grito o tal vez por lo que he caminado, no lo sé. Me senté en el suelo.
Alrededor no había más que ruidos y gritos. De pronto ya no estaba en la prisión, sino en mi casa hace años, y de un momento a otro yo no tenía 13, sino 8.
Los gritos de dolor y de súplica se convirtieron en enojo. Y no provenían de la gente de afuera, si no de quien creía que era mi papá, Caspian.
Gritos sin sentido, arrojados con enojo. Quise ignorarlos, entonces me aleje. Salí al patio, esperando encontrarme con alguien que me dijera que estaríamos bien. Sería una mentira, pero ¿qué más daba? Me ayudaría.
Mire mi entorno, pensando que encontraría a personas huyendo. Pero no había nadie, ¿por qué no había nadie? No dure tanto tiempo afuera. Yo...no.
—¡Rory, ven aquí! —escuché que me llamaban, y aquella persona tomó la figura de Caspian, y estaba cerca.
Pero nadie antes de Glenn me llamaba Rory, y él no estaba ahí, porque ya no había nadie. Todos se habían ido, o estaban muertos.
—Vete de aquí y déjame en paz —siseé con la voz rota, riéndome después, por lo tonta que sonaba hablando sola.
Salí corriendo, no muy segura de hacia dónde. Solo supe que había rodeado la prisión, llegando hacia la parte de atrás. Nada. No había nadie.
Divise la carreola de Judith y sin antes acercarme, supe lo que me encontraría, aun así, me encaminé hacia ella.
Sólo había rastros de sangre.
Al ver eso, fue cuando me percaté verdaderamente de la situación en la que me encontraba.
Estaba sola. Sola y rota.
Tal vez no todos estuvieran muertos, más de uno debería de estar vagando por ahí, pero las probabilidades de encontrarlos eran leves.
Caí al suelo, llorando con sollozos desesperados, tirando de mi pelo con mis propias manos.
El inicio es el final y el final es el inicio.
Comencé estando sola y así acabaría.
Word Count: 4682
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──★ My 𝘀𝗽𝗮𝗰𝗲!! 🐍
Empezamos bien y después puro drama y sufrimiento en este capítulo, sorry. Pero bueno, ¿qué les pareció?
Creo que este es el capítulo más largo que he hecho.
Ayay, repitó por milésima vez que adore absolutamente la portada, todos los creditos a rosseanni
Pero en fin, ¡gracias por leer Mastermind, los quiero! 💞
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