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La señora Kim se había encerrado en el cuarto y sus lamentos se escuchaban si pasabas cerca de su puerta.

Jungkook quería hacer lo mismo, pero pensando en que debía ser fuerte para hacer sentir mejor a Jin, borró sus lágrimas camino al cuarto.

Al abrir la puerta, encontró a Jin, envuelto en una toalla para que su húmedo cabello no mojara su pijama, tenía la mirada baja y perdida.

El pelinegro alzó la vista cuando entró, mirándolo con sus lindos y brillantes ojitos.

Y Jungkook quiso llorar de nuevo.

Con lentitud, se sentó sobre la cama donde Jin dormiría, el chico se irguió un poco, sentándose de piernas cruzadas junto a él.

Jungkook tomó la mano de su novio, besando su dorso, una sonrisa penosa apareció en sus labios.

— ¿Por qué no me dijiste? — preguntó Jungkook, su voz sonó ronca, algo rota, Jin bajó la vista, supo que ya no podría esconderlo.

— Tris-te— dijo, bajito, señalándolo—. Como Ma-má.

El labio de Jungkook tembló con ganas de llorar.

— Jinnie, hay cosas, que por más tristes que sean, deben saberse— murmuró.

Jin negó, parpadeó varias veces para despejar las lágrimas que comenzaban a crecer en sus ojos, aunque eso no impidió que comenzara a llorar.

— No... Quiero— murmuró—. Yo q-quiero ser fe-liz, s-sin de-cir eso, s-sin pen-sar eso... — habló entre sollozos e hipidos.

Y Jin se rompió, desbordando en lágrimas.

Jungkook lo abrazó con fuerza, como si así pudiera arreglar las cosas, acomodando a Jin contra su cuerpo.

— Jin... Tú mereces toda la felicidad del mundo— murmuró el rubio, carcomido por la injusticia.

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