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𝑻𝒓𝒊𝒈𝒊𝒏𝒕𝒂

your beauty never ever scared me

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XXX

Los pendientes de color rojo tintinearon en los dedos de Alex antes de que esta pudiera colocarlos en su lugar. Desde la cama, Colin la miraba con el ceño levemente fruncido.

—Es algo arriesgado usar ese color justo en este momento—atinó a decir—, ¿por qué no usas los diamantes?, ¿intentas plantear un estatuto o algo así?

Alex no respondió, pero soltó un poco del aire contenido en sus pulmones. Colin no volvió a decir palabra alguna, sea lo que sea, su amiga tendría un plan entre las manos justo en ese momento, y no quería estropearlo con preguntas que pudieran taladrar su subconsciente más de la cuenta.

—¿Debería llevar paraguas? —cuestionó la joven.

—No—aseguró Colin, removiéndose en la cama para poder ponerse los zapatos—, la cita es dentro del palacio. Aún así, en el carruaje hay unos cuantos porque el clima está tan impredecible como tu humor.

Colin se tapó la boca, horrorizado de que él mismo hubiese sido quien dijo aquello. Se levantó con premura, dispuesto a disculparse en ese momento, pero para su sorpresa Alex tenía una corta sonrisa dibujada en el rostro.

—Si...no he sido la mejor compañía durante estos días, ¿verdad?

Colin se encogió de hombros para posteriormente levantarse y rodear la cintura de la joven con sus propios brazos.

—Has pasado por mucho, ya son casi tres semanas y lo has llevado de forma fabulosa. Pocas personas en el mundo tienen que lidiar con cosas así—aseguró, y Alex cerró los ojos con cada palabra que decía—, estoy muy orgulloso de ti, siempre lo estoy, pero justo ahora es sorprendente.

—Gracias—murmuró ella, sintiendo que los ánimos le subían un poco.

—Te besaría la mejilla, o la frente, pero estropearía el increíble trabajo que te hicieron en el rostro para no parecer una muerta en vida.

Alex rio levemente, pero su corta risa se transformó en una tos en poco tiempo que ocasionó en Colin una risa todavía mayor.

—¿Interrumpo algo? —Anthony hizo acto de presencia en la habitación. En aquella semana en la que se había unido al dúo para llevar a cabo pocas tareas del duque de Hastings, había tomado la confianza suficiente para acceder a las habitaciones sin la necesidad de un chaperón que anunciara su presencia.

También se había mudado a la Residencia Spinster, aunque para los ojos de su madre y hermanas, este se encontraba de viaje de negocios en Bradford.

—Alex tiene los pulmones de una fumadora de la edad de nuestra tía bisabuela Gertrudis—se burló Colin, Alex revoloteó los ojos y caminó hasta alejarse de él lo suficiente como para tomar los papeles que Anthony llevaba en la mano.

—Te ves espectacular hoy—alagó Anthony—, ¿es ese el vestido que usarás para la audiencia con el rey George?

—Sí, y si no quiere llegar tarde debe marcharse justo ahora—afirmó Colin tomándola de los hombros—, ¡nos vemos, Anthony!

—En cuanto vuelva revisamos las enmiendas, ¿te parece? —murmuró Alex, Anthony asintió sin poder hacer más.

—Mucha suerte, Alex.

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—¡Bu!

Alex se llevó las manos al pecho, el cual subía y bajaba con rapidez. Miró hacia un lado encontrándose con Nikolai, muy pobremente vestido, con una gran sonrisa en el rostro.

Se había perdido mientras esperaba la hora de la audiencia con el rey George en las inmensidades del palacio, concurriendo a una de sus salas favoritas; la del arte barroco. Miró hacia ambos lados, y al darse cuenta de que no había guardia alguno, o una persona cotilla, alzó su brazo para golpearlo justo en el pecho.

—Idiota—murmuró, refunfuñando.

—¿Yo? —se burló el joven—, pero si tú eres quien me ha espantado a mí. He creído que el fantasma de Amelia estaba rondando el castillo, ¿quieres provocarle un ataque a nuestro tío acaso?, ¿atentas contra la corona, primita?

—¿Por qué estás aquí?, ¿es acaso el día de molestarme? —cuestionó, pero Nikolai parecía tomar cada palabra como un alago.

—La bruja me ha llamado nuevamente—afirmó—. ¡Dice que debo casarme! Los chismeríos de Wistledown sobre que me cuelo a los cuartos de las jóvenes doncellas y les quito lo más puro que tienen está acabando conmigo. ¿Por qué alguien no le informa que no tiene poder monárquico sobre nosotros? Es solo reina consorte, y extranjera, si nuestro tío no nos lo dice no debemos hacerlo.'

—El rey George—corrigió Alex— está incapacitado en este momento.

—¿Y por eso vienes a llorarle vestida de su difunda hija? —atacó—. Lo que sea, necesitamos que se vuelva reina madre ya. Georgie tiene que ser rey cuanto antes.

—Necesita casarse—se burló Alex, y ante la mueca de Nikolai supo que había dado en el clavo.

—¿Por qué todos debemos casarnos?

—Me he estado haciendo la misma pregunta desde que murió mi padre.

Nikolai colocó su mano en el hombro de Alex, soltó un suspiro y habló:

—No sé dar palabras de aliento—y bajó el brazo nuevamente.

Se quedaron viendo la pintura frente a ellos "El constructor de barcos y su mujer" por lo que quizá fueron unos cuantos minutos.

—Estoy casi seguro que Georgie abdicará—susurró, como aquel que no quiere—, no se ha mostrado interesado en ninguna de las mujeres que la malvada bruja le presenta, y en nuestras salidas al club me lo ha dicho. Quizá está muy ebrio para recordarlo, pero yo no lo suficiente como para que me taladre la memoria.

—¿Qué?

—No se siente atraído por las mujeres—dijo, mirando todavía la pintura frente a él—. Sería más fácil si fuese una mujer, las envían al convento y se recluyen. Él será expulsado si esto se sabe, o si no lo oculta lo suficiente. Ahora solo tres personas lo saben, él, tú y yo, y espero que se mantenga así por el bien de todos.

—Tienes mi palabra.

—Lo sé—afirmó—, si no, jamás te lo hubiera dicho.

—Wellington—lo llamó, cuando habían pasado lo suficiente como para digerir aquello—, si George abdica, entonces...

—Papá es lo suficientemente mayor como para estar en servicio dos años, y yo no pienso ser rey. Me gusta la vida en la monarquía, ser el guapo heredero detrás, pero no tengo idea de cómo se hacen las cosas. Además con mis antecedentes no creo que me tomen en cuenta.

—Deben de hacerlo—se burló Alex—entonces todos nos arrodillaremos ante ti.

—Oh querida, ya lo hacen y sin ser rey—la desconfigurada cara de Alex logró que Nikolai soltara una risa estruendosa que resonó por varios pasillos—. Escuché que quieres tus deberes reales de vuelta, nos caerá como anillo al dedo.

Unos pasos resonaron en los pasillos, Nikolai miró su reloj en el bolsillo.

—Quizá después puedas ayudarme a entender el mundo de los duques y yo puedo ayudarte en el de los príncipes.

—No hay mucho que hacer ahí, pasar de trabajar duramente a que los demás trabajen para ti.

—¿No es divertido? —rio el joven príncipe.

—No, porque después hay desfalcos enormes que no tienes idea de dónde vinieron.

Una sombría mirada adornó el rostro de Nikolai, pero este estiró la mano para tomar la de Alex.

—Touché, primita. Espero que nos veamos pronto.

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—Alex Juliette Vivienne Genevieve Eleonor Fitzgerald Spinster, duquesa de York, Condesa de Bradford, hija del fallecido Geoffrey Fitzgerald Spinster, nieta de...—Alex retomó todo su árbol familiar mientras se encontraba inclinada frente al rey George que la miraba con una sonrisa en el rostro con un dejo paternal.

—¡Alex, pequeña, por supuesto! —dio dos aplausos en el aire, los lacayos corrieron en ese momento a poner y servir la gran mesa frente a ellos—. ¡Estás muy grande ya!, ¿Cómo ha ido todo en York?, ¿cómo está Geoffrey?

Alex sonrió levemente, por supuesto, a veces tenía momentos de lucidez pero estos se esfumaban rápidamente. Si quería obtener una respuesta que le favoreciera, tenía que moverse rápido.

Así que comenzó a hablar como pocas veces lo hacía cuando de la monarquía se trataba; con libertad. En la mesa entonces no se encontraba el rey George, sino su tío, a quien estimaba muchísimo y posaba su confianza. Lo fue guiando durante los últimos meses, en los que el parlamento se había portado de forma horrible con ella. Uno a uno, los nombres fueron saliendo a la mesa. Se sentía sucia, como quien acusa con su madre a los niños que la molestan, pero aquello la hizo sentir liberada cuando después de todo escuchó las palabras reconfortantes que necesitaba.

Y lo había conseguido, sus derechos reales les serían devueltos al término de esa semana en la íntima ceremonia que siempre deseó.

Uno de los cortesanos anunció la llegada del príncipe George a la sala, Alex se levantó e hizo la reverencia rutinaria. Esperaba dejarlos solos para que padre e hijo conversaran lo que necesitaban, así que se giró para despedirse del rey.

Él entonces hizo un gesto que asombró a la mayoría de las personas en la sala.

Abrazó a la joven, rompiendo en protocolo.

Aquel abrazo la hizo reconfortarse bastante, era como si abrazara a su padre. Él la tomo de las manos, y luego, asombrado, bajó la mirada hacia ellas.

Alex quiso ahogarse en ese mismo instante, o que la tierra se la tragase por haber sido tan estúpida en no haber quitado de su mano izquierda el anillo que Simon le había entregado.

Quiso excusarse, pero el rey ya había levantado la mano de la joven hasta la vista de la mayoría de las personas en la sala, incluyendo a su primo, el príncipe George.

—Te comprometiste—dijo con sorpresa el rey, aunque sin abandonar la sonrisa de su rostro—, ¿cuándo ha sido?

—¿Con quién? —preguntó George hijo, igual de confundido que su padre—. Si has rechazado al duque, ¡oh, por supuesto!

—¿¡Qué!? —preguntó el rey—, ¿qué pasa?

—Te has comprometido con Bridgerton, ¿no es así? Es quien te ha propuesto matrimonio de igual forma—afirmó—. Tú lo leíste padre, ha salido en un número de la revista que mamá no deja en paz.

—¡Sí! —afirmó el rey—. ¡Ese jovencito! No pidió tu mano a George, ¿lo hizo?

—El duque de Hastings lo hizo, él no—secundó George pensando—. Quizá por protocolo, la mayoría no lo sabe.

—¡Pues no se diga más! —ante la mirada horrorizada de Alex, el rey aplaudió en el aire secundado por algunos de los lacayos—. ¡Una boda se celebrará! Tus derechos reales podremos incluso adelantarlos, que en tu boda te mencionen como lo que eres. Realeza pura, así debe ser.

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Alex no entró a casa aquella noche, en su lugar y apenas bajando del carruaje, se dirigió hasta atrás de los establos a devolver lo poco que había en su estómago.

Por cada paso hacia adelante que daba, parecía que retrocedía dos.

Miró entonces unos zapatos pisar el pasto justo a ella y tenderle un vaso con agua. Sintió unas manos tomarle el cabello y supo exactamente de quién eran.

—Parece que no te fue muy bien—estaba lo bastante avergonzada como para mirarlo a los ojos, lo suficientemente débil y mareada como para salir corriendo, y pareció que él lo entendió porque la tomó por la cintura ayudándola a recomponerse un poco—. Colin me lo ha contado ya.

Por supuesto que en todo el camino Colin habría estado dando soluciones, incluso la que más le perturbaba en la mente. Tendría que casarse, justo ahora se encontraba más hundida que nunca. Colin se habría propuesto a sí mismo casi en el instante en que sus labios pronunciaron aquellas palabras.

—Han dicho un Bridgerton, no especificaron cuál—había dicho—. Podríamos casarnos, si mamá lo creyó cualquier persona lo hará. Te dejarían en paz, esperaríamos lo suficiente y entonces nos separamos. Eso se puede, ¿no? En cuanto Simon despierte, incluso podría fingir mi muerte si eso ayuda en algo.

Alex desechó la idea, pero Colin la había dejado en el aire como una opción, o una alternativa. Como un suspiro de aire cuando te estás ahogando.

—Te amo, Alex, y me casaría contigo para después separarnos si con eso puedo ayudarte.

Pero aquellas palabras no venían de Colin, justo en ese momento y bajo la luz de las estrellas de la Residencia Spinster, era Anthony quien las decía.

—Un matrimonio no se trata de eso—dijo Alex, acariciando las hojas del árbol debajo de donde se encontraban sentados.

—Una amistad sí—afirmó Anthony—. Puedo ser tu coartada hasta que Simon despierte, no necesitamos casarnos mientras tanto, pueden surgir los preparativos, podemos hacer tiempo, lo que sea.

Alex se llevó la mano a la boca, dispuesta a morder sus uñas por la ansiedad del momento. Anthony retiró la mano y la unió con la suya propia.

—Obtendrás tus derechos reales y el asunto se les olvidará mientras tanto—dijo el Vizconde—, y no necesitamos hacer apariciones públicas ni nada, después de todo parece ser que sigo en Bradford para los ojos de todos.

El aire gélido de las noches de Londres hizo que a la joven duquesa le diera un escalofrío, Anthony no llevaba saco consigo porque en realidad ya se encontraba con la pijama puesta, pero usó sus brazos como un abrigo.

—¿Harías eso por mí? —preguntó Alex, temiendo que aquello fuera su única opción razonable.

—Lo que fuera—aseguró Anthony—. Lo que sea por ti, Alex.

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