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𝐕𝐢𝐠𝐢𝐧𝐭𝐢 𝐭𝐫𝐞𝐬

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XXIII

—Lo siento por hacerte esperar—Alex sonrió mientras tomaba asiento ella misma en la silla frente a Anthony, Joanne se quedó de pie a un lado—. Joanne, ¿podrías...?

—Hay gente cerca—respondió serenamente—. Estaré esperándola por allá, Lady Spinster.

Alex asintió levemente y Joanne se marchó.

—¿Has empezado ya? —cuestionó Alex al mirar que había una taza de café servida en la mesa, aunque esta estaba de su lado. Frunció levemente el entrecejo, y fue cuando Anthony captó que aquella taza pertenecía a Nathaniel junto con el plato en el cual había una galleta a medio comer y unas cuantas migajas.

—¡Oh, no, no! —respondió—. Acabo de llegar y aún no han limpiado la mesa del anterior comensal.

—Que pésimo servicio, el haberte indicado una mesa sucia—dijo con asco en la voz—. Jamás volvamos aquí.

Anthony hizo una pequeña mueca de incomodidad, Alex no se percató. Después le diría la verdad. Alex estaría prejuzgando absolutamente todo desde ese momento, comenzando por la comida o el trato de los dependientes. No tenía que olvidar que aquella joven pertenecía al más alto de los estatus en toda Inglaterra, y que había comido en los mejores restaurantes de la mismísima Italia.

Incluso entre sus propiedades poseían una residencia en aquel país que no usaban tan frecuentemente, a veces simplemente como una escala entre sus otros viajes. La fortuna de los Spinster podría ser de hasta dieciséis veces la de los Bridgerton, y dos veces la del duque de Hastings, sin contar con el subsidio de la corona. Anthony pensó que, si esa información llegaba de primera fuente a los otros hombres que buscaban esposa, las propuestas no cesarían en la casa Spinster; ellos ni siquiera sabían la cantidad del dote de Alex que él no pensaba usar.

Anthony disipó aquellos pensamientos al mirar a la joven que recorría la servilleta de tela hacia un lado llevándose consigo la taza y el plato a la otra punta de la mesa con la nariz arrugada, Anthony sonrió. A veces Alex cometía pequeños berrinches de niña rica.

—Lo siento—dijo Anthony, Alex lo miró confundida—, por no haberte traído flores.

La joven sonrió y con un movimiento de mano le restó importancia.

—Mi casa está llena de ellas—mencionó, como si aquello fuera a hacer sentir mejor a Anthony—, han llegado muchísimas últimamente en respuesta a las invitaciones.

—La fiesta del milenio ya es mañana—sonrió, y luego tuvo una idea para inmiscuir el tema que habían hablado anteriormente—, ¿te han confirmado todos los invitados?

—La mayoría sí—afirmó fijando su vista en el vizconde—, a excepción de los duques de Wellington que tienen demasiado trabajo, son los únicos que han rechazado la invitación.

—¿Tu tío, el duque de Wellington? —inquirió con una ceja un poco elevada, Alex lo miró con confusión.

—Si quieres verlo de esa forma—dijo encogiéndose de hombros—. Nunca nos hemos tratado como familia realmente, creo que los he visto unas tres veces en toda mi vida. Nikolai sí ha confirmado, supongo que debe encontrarse en Buckingham Palace para este momento.

Anthony sonrió de medio lado, en ese momento a la mesa llegaron dos meseros con la comida. Alex se extrañó un momento al ver la pasta frente a ella, pues deseaba pedir ravioli, pero quiso disimularlo rápidamente para que el Vizconde no se diera cuenta.

Anthony agradeció a los meseros, Alex les dio un pequeño asentimiento de cabeza.

—Cuando fue su presentación en sociedad—quiso seguir Anthony, haciendo referencia al día en que su madre acompañó a la joven Spinster y a su hermana frente a la reina—, parecía que ya conocías los caminos y pasillos de Buckingham Palace.

—No estuviste ahí—le retó Alex con diversión al descubrir su mentira—, las puertas se cerraron antes de que pudieras decir algo.

—Daphne me lo dijo—respondió rápidamente.

—Había señalizaciones, cualquier persona con un poco de coordinación se ubicaría— Alex tomó un trago de su bebida y tomó los cubiertos—, pero Buckingham Palace se parece mucho a mi casa en York, solo que tenemos 10 habitaciones menos.

Anthony asintió tomando los cubiertos de igual forma.

—Pero sí he estado en Buckingham Palace unas cuantas veces, la reina Charlotte me invitaba para saber los chismes de la clase alta en Oxford—dijo riendo levemente, Anthony la imitó—, es divertido verla sin toda la pretensión encima.

—¿Y el rey George? —inquirió con cautela, Alex sonrió con una pizca de melancolía.

—A veces almorzaba con nosotras.

—¿Crees que vaya al baile mañana?

Alex negó.

—Está muy enfermo—dijo con desgane—, pero la reina irá en su representación.

—Fuiste muy selectiva con los invitados, ¿no es así? —preguntó con media sonrisa, Alex se colocó ambas manos en las mejillas y sonrió con felicidad.

—Por supuesto—afirmó—, me costó trabajo decidir, pero no sería una fiesta organizada por mí si careciera de exclusividad, ¿ya tienes tu máscara?

—Fue lo primero que conseguí, la temática es maravillosa, ¿cómo se te ocurrió?

—En realidad...—Alex se detuvo un momento, no creía que seria prudente mencionar a Simon frente a Anthony—, es algo que siempre quise desde niña, aunque no recordaba que fuera tan estresante organizar un baile, y se supone que me encargaré de eso y de York por sí mismo yo sola en poco tiempo.

—Puedes con eso y más—aseguró—, pero si necesitas ayuda, estoy para eso.

—Muchas gracias—le respondió con sinceridad—, ya puse en plan la represa, Nathaniel se encargó de informar a los parlamentarios, te incluí en los planos por tu valiosa ayuda, te llamarán cuando la inauguren.

—Pero es tu trabajo, Alex, no puedo tomar crédito de algo así.

—Sin tu ayuda en la corrección ni siquiera podría haberlo hecho—rectificó la joven—. No tenía cabeza para pensar en nada más. Todo en York durante algunos años tendrá mi sello, pero esto era algo que quiero compartir contigo, no seria justo si no lo hiciera.

—Eres increíble— le dijo con una gran sonrisa y levantando la copa con su bebida.

—Lo sé—afirmó ella con una gran sonrisa haciendo chocar las copas.

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Pasaba de las doce del medio día cuando Anthony y Alex se despidieron, él la acompañó a su carruaje e insistió en acompañarla hasta su casa, pero ella se negó. Tenía mucho trabajo que hacer, y el Vizconde también.

—Alex—la llamó cuando estaba por cerrar la puerta—, mis sentimientos por ti no han cambiado.

Ella lo miró fijamente por lo que a él le pareció una eternidad.

—También lo sé—dijo con una media sonrisa—, gracias por eso.

Y el carruaje avanzó.

Alex frunció el ceño.

—¿Gracias por eso? —le preguntó Joanne.

—¿Qué se supone que dijera? —dijo haciendo una mueca—, ¿hacia dónde nos dirigimos?

—Modiste, a la última prueba del vestido—respondió.

—Cierto—Alex miró por la ventana y después la cerró.

Colin y Simon salieron a pasear al cachorro sumergidos en una conversación muy interesante. Hacía tres semanas que el duque de Hastings dejó de asistir al club de caballeros, estaba más ocupado en otros asuntos; ajeno a esto, Colin siguió asistiendo aunque no tan frecuentemente.

—Debes apurarte—dijo el menor, quien tenía la cuerda del cachorro entre sus manos—, no me tienen el más mínimo respeto como su chaperón, no tienen una autoridad a la cual pedir autorización para cortejarla, he estado tirando al basurero todos los obsequios que le han enviado, pero se dará cuenta eventualmente.

—¿Hiciste qué? —preguntó el duque escandalizado.

—Quieren proponerle matrimonio—dijo Colin tratando de hacerlo entrar en razón—, se detuvieron porque "empezaste" a cortejarla, pero ya va siendo tiempo de que le des la maravillosa noticia.

—Lo haré mañana por la noche—dijo seguro de sí mismo, Colin sonrió ante esas palabras.

—Siempre fui de tu equipo, recuerda eso cuando quieras nombrarme marqués de Hastings, o podría decirle a tu futura esposa que se enoje contigo sin razón—Simon giró los ojos divertido, Colin levantó las manos festejando—, tendré que darles una indicación que revisen a todos los hombres y si alguien tiene un anillo, no le permitan el acceso.

—¿Quiénes piensan hacerlo? —cuestionó Simon bastante interesado.

—El hermano menor del marqués de la Isla Ely, Ethan Chester, el Conde de Eltham—enumeró con los dedos—, fueron nuestros compañeros de clase en Oxford, así que no hay completos extraños en la lista, sin olvidar por supuesto al príncipe de Prusia.

—Lo tengo controlado—respondió Simon.

—Espero que así sea.

Un maullido sonó a lo lejos, aquel fue suficiente incentivo para el mal agarre de la correa del cachorro de Alex cediera completamente y este saliera huyendo.

—Va a matarme—murmuró Colin en pánico, Simon negó y corrió detrás del perro que se había metido a unas callejuelas.

Alex salió de Modiste luciendo una sonrisa inigualable. Aquel vestido le quedaba como guante, y Madame Delacroix había captado al pie de la letra el estilo que ella deseaba. Mañana al atardecer tendría la última cita con ella en su residencia, donde terminaría las últimas costuras y pormenores del vestido una vez que ella lo tuviese puesto.

—¡Lady Spinster!, que agradable verla antes de mañana— una mujer acompañada de su dama de compañía, quien tenía un cochecito de bebé en su posesión, se acercaba a saludar a la joven.

—Lady Bentick—dijo Alex haciendo una reverencia que fue correspondida, aquella mujer era la esposa del barón Petre—, este debe ser el pequeño Thomas, ¿no es así?

La mujer mostró una sonrisa de orgullo a la par que tomaba entre sus brazos a su pequeño hijo.

—El futuro conde—aseguró—, la familia de Henry está encantada con él, aseguran que se parece a todos por sus ojos, pero yo creo que es una copia exacta de su madre.

Alex miró que el pequeño bebé bostezaba y eso le arrancó una sonrisa de ternura.

—¿Quiere cargarlo?

La duquesa la miró con sorpresa, estaba por negarse porque en realidad no tenía la menor idea de cómo hacerlo, pero antes de que pudiera decir palabra alguna, Lady Bentick ya había tomado sus brazos y puesto a su hijo en ellos.

—Estamos muy emocionados por la celebración—anunció con una sonrisa—, será bueno estirar las piernas, pude convencer a Henry de dejar a Thomas al cargo de sus nanas y matronas, no fue nada fácil.

—Si le parece cómodo, en la residencia Spinster hay un montón de habitaciones disponibles—aseguró.

—Agradezco mucho su invitación Lady Spinster, pero queremos pasar una noche a solas—la dama le guiñó el ojo, Alex intentó disimular su risa.

Un pequeño ladrido hizo girar la cabeza a ambas mujeres con una mirada de confusión, entonces miraron al duque de Hastings luchar contra el perro de Alex, quien había visualizado a su dueña e intentaba desesperadamente ir a su encuentro.

—¡Simon! —le llamó Alex, entonces el duque pudo entender el comportamiento del animal, ella le hizo una corta seña con la mano y ambos se acercaron.

—Bien lo dicen—dijo Lady Bentick asintiendo con los ojos cerrados—, todos los animales se parecen a sus dueños.

—El perro es mío—aclaró Alex con diversión al ver que Lady Bentick se ruborizaba por la vergüenza.

Simon saludó a ambas mujeres y se colocó al lado de Alex, estaba algo agitado debido a tener que perseguir al cachorro.

—Pensé que Colin lo tendría.

—Lord Bridgerton estaba ocupado—dijo encogiéndose de hombros con diversión.

Por supuesto, estaba ocupado llorando su suerte.

—¿Cómo se encuentra el barón? —le preguntó Simon a la dama.

—Descansando mientras yo me preocupo de lo importante—respondió con simpleza.

Thomas estornudó en los brazos de Alex ocasionando que una burbuja saliera de su nariz, la dama de compañía rápidamente se acercó con un pañuelo extendido, pero Simon ya se había adelantado a limpiarlo.

Lady Bentick sonrió con ternura ante la escena.

—Se ven muy bien así—afirmó con melancolía—, como una familia. ¿Cuándo tienen programada la boda? Espero ser de las primeras en recibir la invitación, y también de escuchar de la noticia tan pronto encarguen un pequeño.

Alex abrió los ojos desmesuradamente bajando la cabeza, evitando así que Simon mirara el sonrojo de sus mejillas, pero aún así no se hubiera percatado, porque él giró la cabeza al lado contrario intentando hacer lo mismo.

Alex se aclaró la garganta.

—Nosotros...

—Pronto—dijo Simon sin titubeos—, por supuesto que su invitación será de las primeras en ser enviadas.

—Eso espero—dijo Lady Bentick satisfecha con la respuesta, Alex arrugó la nariz sin poder ocultar la sonrisa que tenía en la cara.

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Londres, Inglaterra

Cumpleaños N. 23 de Alex Juliette Spinster

Día soleado, sábado, parece que los pájaros se unieron también para elevar sus coros. ¿Qué estará ocurriendo en la residencia Spinster? Eso es lo que todos se están preguntando esta mañana.

¿Han preparado sus regalos? Esperemos que ninguno opaque el más grande. Esta escritora está segura de que el duque de York debe estar orgulloso de en quién se ha convertido Alex Spinster.

Y a los invitados, estén tranquilos. Esta noche es de Alex, y solo de ella.

Quien no es envidiado, no es digno de serlo.

Revista de Sociedad de Lady Wistledown


«Knock, knock, knock» Los nudillos de Simon Basset resonaron en el desierto pasillo de la residencia Spinster.

—¡Pasa, por favor!—escuchó el grito de Alex desde el otro lado, sorprendido de que estuviera despierta, abrió la puerta con cuidado de no derramar nada de la bandeja de plata en donde descansaba el desayuno de la duquesa y un boquete de peonias violetas.

La habitación de Alex era digna de alguien de la realeza, increíblemente enorme y con su gigantesca cama en medio. Dejó la bandeja en la mesa del comedor que estaba en el cuarto aledaño a donde la duquesa dormía. Observó alrededor, no había ni un rastro de ella.

Las sábanas de seda blanca estaban revueltas, así que era obvio que ella estaba ahí, en algún lado.

Simon se miró a sí mismo en el gran espejo que daba acceso al vestidor de la joven, y entonces la miró salir por detrás. Tuvo que bajar la vista rápidamente y parpadear bastantes veces.

—Sabía que eras tú—dijo la joven sonriente mientras caminaba hacia el vestidor, había salido de su baño con una bata de baño —que le cubría hasta media pierna, por supuesto—, y el cabello mojado—. Te preguntarás, ¿cómo lo sabías, Alex?

La verdad era que Simon no se lo preguntaba, estaba ocupado intentando no enfocar su vista en la joven lo mejor que podía, que no pensaba en nada más.

—Eres el único que toca, el único con modales—dijo mientras se adentraba en el vestidor y cerraba la puerta detrás de ella, continuando con su hablar aún dentro—, quiero decir por supuesto que los empleados piden permiso, pero nunca tocan, y Colin entra como si fuera su habitación, Nathaniel nunca viene, tiene miedo de que le arranque el brazo apenas se atreva a tocar mi puerta, ¿no es eso gracioso?

Alex rio, pero Simon no lo hizo. Se sentó en una silla aún conmocionado.

—¿Verde o rojo? —preguntó Alex desde dentro.

—Verde—respondió Simon levemente.

—Gran elección, gracias.

Alex salió ya vestida con un cepillo dorado en las manos.

—Creo que hoy lo dejaré suelto, por lo menos hasta la noche—afirmó mientras se sentaba—. Eres la primera persona que veo ahora que tengo 23 años, ¿no es eso asombroso?

Alex dejó el cepillo en su gran peinador y se puso unos pendientes de perlas.

—Siempre me dijeron, "las perlas son para las casadas", lo que sea, se supone que ya debería estarlo, ¿a quién le importa? —se miró al espejo unos segundos, y por detrás miró al duque y sonrió—. Lo siento por hablar tanto, estoy nerviosa por esta noche y por eso hablo demasiado, ya sabes.

—No me molesta escucharte—respondió—, no te disculpes nunca por hablar.

Alex sintió mariposas en el estómago al verlo pararse de su asiento.

—¡Duque de Hastings! —le llamó, percatándose de que él aún no le decía la razón de por qué estaba ahí cuando él estuvo a pocos pasos de ella—, se encuentra en la habitación de la duquesa de York, sin un chaperón, y muy temprano por la mañana, ¿sabe el escándalo que haría Wistledown con esa información?

Simon rio sin mostrar los dientes, Alex también sonrió.

—Estoy jugando, por supuesto—dijo rápidamente mientras pasaba a su lado, cohibida por su cercanía.

Simon la tomó delicadamente de la muñeca, empleó poca fuerza haciendo que ella volviera en sus pasos e inmediatamente la rodeó con sus brazos, Alex le correspondió el abrazo. Desde su posición y por altura, Alex pudo olfatear el aroma del perfume del duque, y escuchar su corazón latir con fuerza.

Por dentro, pensó por un segundo que latía así por ella, y sonrió ante esa idea.

Simon se separó un poco de ella para mirarla, y depositó un beso en la frente de la duquesa.

Feliz cumpleaños, preciosa.

Y ninguno de los dos quería interrumpir aquel momento, pero Simon lo hizo sacando de detrás de él una caja con el sello de la joyería en donde Alex lo había visto.

La misma joyería de la que todo Londres había hablado.

Alex se llevó una mano a la boca. Estaba a punto de hablar, de pronunciar la tan esperada respuesta, pero Simon abrió la caja y sacó la gargantilla que había comprado para ella.

Y Alex se sintió una estúpida, y su estómago dio un vuelto. Intentó disimular lo mejor que pudo la desilusión de su corazón, y lo logró porque Simon no se dio cuenta de aquello.

—Cuando lo vi pensé en ti—murmuró, y con la mirada cuestionó si podría ponerlo. Alex asintió recogiéndose el cabello hacia un lado y dando media vuelta.

Sintió el toque de las manos en su cuello, cerró los ojos al tacto, entonces se dio media vuelta.

Era ahora o nunca.

—Simon—le llamó, el duque también la miró fijamente—, he estado pensando, ¿por qué no dejamos de fingir?

Él la miró sin entender.

—El arreglo de que me cortejarías ante los ojos de la sociedad, ¿por qué no lo detenemos?, ¿por qué no dejamos de fingir?

Alex tenía un nudo en la garganta, porque ella esperaba que él le dijera que nunca había fingido, que todo lo que había hecho desde un inicio fue por ella, porque le quería de la misma forma en que ella lo hacía.

Pero no lo hizo.

Simon, quien estaba cansado de fingir, asintió levemente.

—Por supuesto—afirmó tomando las manos de Alex—, si eso es lo que deseas.

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En los bailes de Londres se acostumbraba a que el anfitrión estuviera en la entrada, recibiendo cálidamente a sus invitados, es por eso que aquellas familias que nunca habían asistido a una fiesta organizada por un duque se sorprendieran de ver a Colin Bridgerton, acompañado de cinco contingentes de seguridad bien uniformados, dar la bienvenida cuidando detalladamente que personas no intentaran colarse, como había sido el caso de Cressida Cowper y su madre unos minutos antes de que Lady Danbury llegara acompañada de los Bridgerton (a excepción de Hyacinth y Gregory, quien no tenían edad para estar ahí).

Lady Featherington criticó que no hubiese el espacio de siempre destinado a las notas para que los caballeros firmaran los bailes con sus hijas, y Marina Thompson, quien había sido la verdadera razón de la invitación de aquella desastrosa familia.

La reina Charlotte, Nikolai de Wellington, el príncipe George y el príncipe Friedrich fueron los últimos en llegar, cada uno en un carruaje separado. Fue este último quien ayudó a la reina a bajar.

Ella dio un asentimiento de cabeza aprobatorio al ver la hermosa decoración dentro. Después las puertas se cerraron.

Un espectáculo escultural tenía lugar en una de las salas, a su vez la orquesta se encargaba de ambientar el lugar. El espectáculo de excentricidades tendría lugar después, todo tenía el sello de Alex.

Simon Basset se paseaba sonriente a través del lugar, Anthony lo visualizó inmediatamente.

No había ni un rastro de Alex.

Simon se movió audazmente hasta llegar a la orquesta para darles indicaciones especiales que ya tenía en mente, y entonces se percató de algo que lo alarmó.

—¿Es que es la única soprano en todo Londres? —dijo sin una pizca de cortesía en la voz—, ¿cómo es que se atreve si quiera a pisar esta casa?

Sienna Rosso le dio una sonrisa.

—No hubo especificaciones en la contratación—aclaró.

—Pero es que no se necesitaban—declaró, después le reclamaría a Colin el no haber sido suficientemente claro—. Salga de la casa inmediatamente, o llamaré a seguridad.

—¿Y armar un escándalo? —se burló—. Vamos, Excelencia, no creo que usted sea de esos hombres...

Sienna Rosso posó su mano en el pecho de Simon, quien la retiró inmediatamente sin menor cuidado de lastimarla en el proceso.

¿Qué rayos le pasaba a aquella loca?

—Ella no puede verla aquí—dijo, mirando levemente hacia arriba por si había una señal de Alex—. Márchese inmediatamente, no daré una segunda advertencia. Avisaré a seguridad.

Simon se marchó de ahí, chocó con Colin en el proceso.

—Tenemos un problema...—dijo el menor levemente alarmado.

—¿Uno? —preguntó el duque.

— Nigel Berbrooke volvió—declaró mirando hacia todas las direcciones—, intenté persuadirlo de que se marchara pero dice que hará un escándalo si no sale.

—Esconde a Daphne, Anthony no permitirá que...

—Está pidiendo a Alex—dijo rápidamente—, dice que siguen prometidos o lo que sea.

—Parece que no entiende—Simon se arremangó la camisa después de quitarse el saco.

—No puedes ir a pelearte con él—negó Colin—, sería un escándalo aún más fuerte, ¿crees que no pensé en eso también? Yo mismo lo hubiera golpeado si esa fuera la respuesta.

—¿Entonces qué hacemos? —dijo preguntando desesperadamente—. Alex no puede verlo tampoco, esta es su noche.

—Cubierto—Nikolai de Wellington, con un toque de diversión en su voz, se paseó alrededor de los jóvenes después de hacer un saludo militar—. Los guardias reales de Prusia tienen menos cuidado que los ingleses, aún así, tienen que contarme lo que ocurre en compensación.

Friedrich, a su lado, sonreía levemente.

—Hablen más bajo—les rogó Friedrich—, deben ser discretos.

—Si este par hubiese sido discreto no hubieras intervenido—señaló Nikolai.

—Lo hubiera hecho de todas formas por Lady Spinster—murmuró mirando a Simon, este le dio un asentimiento de gratitud.

—Lady Spinster—se burló del tono usado—, ¿por qué tardará tanto? George ya comenzó a irritarse.

—Se está arreglando—señaló Colin—, ha estado nerviosa todo el día. Juro por Dios que se cepilló el cabello más de quinientas veces, lo sé porque lo dijo en voz alta. Abandoné la habitación cuando rebasó las cuatrocientas.

—Lo trastornado viene de familia—Nikolai chasqueó la lengua y desvió la mirada para quitarse dos de los anillos que tenía en los dedos y meterlos en el bolsillo de su pantalón—.Suerte con soportar esto toda la vida, Hastings, debe amarte en verdad para rechazar la corona de Prusia.

Palmeó fuertemente la espalda de Friedrich y se fue con una sonrisa en el rostro, perdiéndose en medio de la multitud.

—No cambia—dijo Colin negando levemente.

—Pero aprecia mucho a Lady Spinster—aseguró Friedrich—, le insistió a George tomarse un respiro y venir a su fiesta. Ha estado hablando de eso todo el camino, y de las anécdotas que tiene en Oxford con Lady Spinster.

—Siempre le pedía sus tareas—recordó Colin—, yo también lo hacía, no mentiré.

Simon giró los ojos, Friedrich se rio del comentario.

—No tienen que preocuparse por Berbrooke nunca más—aseguró, y luego miró a Simon—, ni por mí tampoco.

—¿Volverá a Prusia, Alteza? —cuestionó Colin.

—Sí—afirmó—, mi tiempo en Londres ha terminado por ahora.

Un cortesano dio dos golpes en el suelo, después se aclaró la garganta. La orquesta dejó de tocar y todos prestaron atención. El príncipe George, el duque de Hastings, Nikolai, el príncipe Friedrich, Anthony y Colin se acercaron desde sus respectivos lugares hasta estar en las faldas de las escaleras.

—Su Excelencia, Lady Spinster—anunció, y la imagen de Alex desde lo alto deslumbró a todos los que se encontraban abajo.

Lucía preciosa, y en cada uno de sus movimientos había seguridad, lo que la hacía ver más atractiva.

—Buenas noches—saludó a los presentes—, quiero agradecerles el estar aquí, espero que disfruten de este baile tanto como yo lo hice organizándolo. Siéntanse cómodos, hoy no necesitaran de etiquetas. Las máscaras que reposan en sus ojos perpetuarán el anonimato que necesitan para hacer de esta celebración una en donde puedan sentirse ustedes mismos. Les aseguro que dentro de estas puertas pueden ser libres, y que minuciosamente me encargué de que Wistledown no tuviera alcance.

Muy fuera de tiempo y queriendo hacerse notar, Portia Featherington comenzó a aplaudir velozmente. La reina Charlotte, desde su lugar, mandó a que fuera silenciada. Lady Danbury soltó una risa al percatarse de aquello.

—Sin más por el momento, por favor, disfruten la velada—terminó de decir Alex a la par que Joanne colocaba en ella cuidadosamente el antifaz con piedras preciosas donde destacaban las esmeraldas.

La orquesta volvió a tocar mientras ella bajaba las escaleras grácilmente. Sabía que todos la estaban mirando, pero le encantaba tener la atención.

El Príncipe George, primo de Alex, se adelantó a los otros hombres. A pesar de que el protocolo indicaba que ella tenía que inclinarse primero, él lo hizo.

—Pensé que no vendrías—dijo ella con una sonrisa después de recibir el cálido abrazo de George.

—Sabes que nunca confirmo—razonó—, pero no podría perderme tu cumpleaños veintitrés, no después de que has tenido una temporada difícil.

Uno de los lacayos se acercó con un cofre, George lo abrió. Dentro había una tiara preciosa que él tomó entre sus manos, Alex dio dos pasos hacia atrás al verla.

—No puedo usarla—negó—, el protocolo dice que...

—Protocolo—se burló de su propia palabra—, ¿no acabas de decir que el protocolo no importa? Además, tu futuro rey es quien la colocará.

—Georgy—lo regañó Alex entre dientes.

—No es mi regalo—aclaró—, el mio es voluminoso y está en la entrada. Este tiene nota, ¡Nikolai!

El joven le extendió un papel de servilleta de té arrugado. Alex sonrió con melancolía al abrirlo.

"Alex" se leía con una pésima caligrafía, como si le hubiesen guiado la mano a aquella persona.

—Quería venir—dijo George—, pero mamá no se lo permitió. Ahora, ¿ya me dejarás? O tendré que pedirle a seguridad que te amordace.

Alex agachó la cabeza, George pudo entonces colocar la tiara hábilmente en su peinado.

—Perfecto—sonrió complacido—, finalmente luces como lo que eres. Notifícame si el parlamento vuelve a molestarte, no te guardes las cosas.

Alex miró escandalizada a Simon y a Colin, pero ambos negaron habilidosamente.

—No soy tan tonto como para darte mi fuente—declaró, y luego dio dos pasos hacia atrás—, como veo que hay una fila a tu espera, me resignaré a que me guardes un baile, ¿te parece?

Alex sonrió y asintió.

—Bien, iré a probar los bocadillos antes de que aquellas mujeres se los acaben todos.

—Feliz cumpleaños, Spinster de York—dijo Nikolai—, hay una reunión de solteras y debo ser la sensación, resérvame un baile de igual forma, pero uno corto, bon voyage!

—Definitivamente viene de familia—se burlaron Colin y Simon.

Friedrich y Alex se enfrascaron en una conversación corta, él le indicaba que se marcharía de la ciudad la mañana siguiente, la declaración estaba hecha.

—¿Ninguna de las debutantes llamó su atención? —preguntó Alex con una leve mueca, Friedrich negó.

—Vine buscándola a usted, no a las debutantes.

—Lo siento—respondió Alex.

—No tiene por qué sentirlo, Lady Spinster, después de ver al duque y a usted juntos, supe que no tendría oportunidad—en su cara había una sonrisa de aceptación, porque eso era lo que precisamente ya había hecho hacía tiempo.

Alex recordó lo de la mañana y sintió otro vuelco en el estómago, como si le pusieran sal a una herida abierta.

—Cuando se casen, por favor visítenme, estoy seguro de que podemos hacer unos tratados asombrosos.

—Eso no lo dude—dijo ella con una sonrisa, aunque por dentro le dolía.

—Por el momento, Lady Spinster, ¿me concedería un baile?

—Por supuesto, Alteza—dijo Alex aceptando la mano de Friedrich y dirigiéndose a la pista, abriendo de esa forma el baile para todos.

Simon y Colin conversaban entre ellos, Anthony y Nathaniel hacían lo mismo.

La música se detuvo una vez que la pareja terminó el baile dando paso a una canción con un poco más de movimiento. Friedrich acompañó a Alex hasta donde se encontraba Simon, y una vez existido una reverencia entre los dos hombres, él se marchó.

—Dijo que ahora verá la lista de mujeres que su madre aprueba—Alex se rio levemente, Colin también lo hizo.

—Yo...—dijo Colin mirando a su derecha e izquierda—, tengo que ir...¡Oh, Lady Thompson está sola!

Y se marchó, dejándolos solos. Alex lo maldijo internamente.

—No puedo creer que hayan venido—dijo Alex mirando a Nikolai y a George—, son imprudentes, pero es la única familia que tengo.

—Eso no es verdad—dijo Simon tomando su mano—, me tienes a mí también.

—Es verdad—Alex cerró los ojos un segundo al sentir su contacto—, muchas gracias por apoyarme desde que éramos niños.

—Cualquier cosa por ti, Alex Spinster—y ante aquella sonrisa, a Alex le flaquearon las piernas. La orquesta comenzó a tocar otra canción, una que ella reconoció al instante—, ¿recuerdas esa canción?

—Por supuesto—afirmó—, que coincidencia que la hayan puesto.

Era la canción que ambos habían bailado en el cumpleaños dieciséis de Alex, ella intuyó que Colin la había cambiado, pero en realidad había sido el mismo Simon, quien ahora la guiaba a la pista de baile.

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Se había llegado esa temporalidad de la noche en la que el anfitrión daba los agradecimientos personalmente a los invitados, casi en medio de la fiesta. Al llegar al turno de Los Featherington, solo el Barón Archibald y su hija, Penélope, se encontraban. Portia estaba atacando los bocadillos, Prudence y Philipa bailaban amenamente, y Marina Thompson estaba enfrascada en una conversación con Colin Bridgerton.

—Lord Featherington— saludó Alex haciendo una corta reverencia—. Me alegra mucho verlo aquí, a usted y su distinguida familia.

El Barón pudo observar bien que Alex miraba por sobre su hombro a Penélope, lo cual le extrañó.

—Lady Spinster, jamás nos perderíamos una invitación de este calibre.

—Me lo puedo imaginar—dijo con soberbia en la voz—, esperaba hablar con usted prontamente sobre un tema que resulta algo incómodo.

Penélope se tensó inmediatamente, observó en ambas direcciones que nadie los observara, y resopló fuertemente al ver que cada uno estaba enfrascado en sus propias conversaciones.

—¿De qué puede ser, Lady Spinster?

—El cobro de la apuesta, claro está—con una gran sonrisa en el rostro, Alex se alegró más al ver el rostro desencajado de ambos Featherington—. Me han notificado que soy la única en la lista de ganadores a quienes no se les pagó lo acordado.

—Oh, Lady Spinster, imaginé que con tanto dinero no se enfrascaría con un pormenor de esa magnitud.

A Alex le tembló el ojo de la rabia.

—Por supuesto que no—aclaró—, pero debo rendir cuentas al parlamento, y precisamente ese dinero es un donativo a la ampliación de la iglesia de York, entenderá que jamás conservo el dinero de mis apuestas, eso me haría una codiciosa.

Archibald comenzó a sudar.

—Tendrá el pago prontamente, Lady Spinster.

Alex dio un aplauso en el aire.

—Perfecto, mañana mismo tendrá un miembro del parlamento en su puerta para hacer el cobro—asintió feliz, sin esperar respuesta de la desencajada cara del barón—. Que su velada siga resultando maravillosa.

Por supuesto que aquello había sido una corta venganza hacia Penélope por lo que le había hecho, mentiría si dijera que a Alex le importaba menos que una nuez el dejar a la falsa familia de Aristócratas al descubierto después de saber la verdad,

Estaban en la ruina.

Anthony y Nathaniel mantenían su vista en la pelinegra, aunque con diferentes pensamientos surcando su mente.

—¡Es la oportunidad! —dijo Anthony al ver que ella conversaba con Daphne y que no había rastro de Simon por ningún lado.

—Está con su hermana, Lord Bridgerton—señaló Nathaniel.

—Invítala a bailar, anda, distráela—indicó, Nathaniel lo miró con horror, pero él lo empujó para que hiciera lo que le indicaba, y al verlo llegar y tomar la mano de Daphne, supo que tenía que poner en marcha su plan.

Se acercó con cautela hacia Alex, la joven lo miró con una gran sonrisa.

—Anthony, no te había visto en toda la noche.

Él se rascó la nuca, había estado peor que un cachorro siguiéndola desde las sombras hasta con la mirada.

—Quería tener una oportunidad para conversar contigo—dijo tomando su mano—, pero esta pieza es preciosa, es de tus canciones favoritas, ¿no es así?

Ella asintió, Anthony hizo la reverencia para invitarla a bailar, y Alex le correspondió.

Él colocó su mano en la cintura de la joven, en el centro de la pista, y el vaivén de sus cuerpos le recordó a Alex el día en que tuvieron al lección en la residencia Bridgerton, cuando las cosas eran muy diferentes.

Lo miró a los ojos, y notó un brillo especial en ellos.

—Cuando te vi bajar las escaleras supe que jamás encontraría a una mujer tan hermosa como tú—murmuró, pero no era necesario, porque solamente ellos dos podían escucharse mutuamente—, eres inigualable a cualquiera.

Las mejillas de Alex se tiñeron de rojo.

—Las cosas sencillas no son lo mío, debe ser por eso que me enamoré de ti—dijo, y Alex sintió su corazón acelerarse—, no sé desde cuando cambié mi mundo para ti, no sé desde cuándo mis deseos son para ti, solo sé que has revuelto mi mundo, Alex Spinster. "Soy tuyo".

La pieza acabó, Alex se llevó la mano a la boca.

Lo había descubierto, la nota, el sello, la firma.

Era él.

Anthony había escrito la carta.

—Fuiste tú—señaló Alex, y su rostro se iluminó en una gran sonrisa.

Había estado muy equivocada, esa semana específicamente, y en ese momento lo asoció a un confusión. Había confundido sus sentimientos por Simon, pero ahora las cosas estaban claras. El duque la veía como esa amiga fiel que siempre había tenido, quizá de la misma forma que la miraba Colin.

Pero Anthony siempre estuvo ahí.

Entonces Anthony tomó su mano y escaparon de la multitud en un arrebato de adrenalina, pero con cautela de que nadie los viera. Aquella euforia era tal que a Alex no le importó caminar entre los arbustos del gran jardín trasero de su casa hasta llegar al gran establo donde estaban los mejores corceles de Londres.

—Has sido tú—dijo una vez que hubieran cerrado bien la puerta—, todo este tiempo has sido tú.

Alex tomó delicadamente de las mejillas a Anthony, sus ojos expresaban sorpresa, conmoción, pero también tenían una chispa que él no recordaba haber visto hacía mucho tiempo.

—Tú lo has escrito, ¿no es verdad? —le preguntó—. Tú lo hiciste.

—Sí—afirmó Anthony mientras la tomaba de la cintura.

—Es lo más hermoso que alguna vez leí—murmuró contra los labios del vizconde—. Jamás imaginé que sentirías eso por mí.

—Lo hago, Alex—dijo a voz baja acercándose más—. Siempre lo he hecho.

Y sus labios se unieron como en el pasado, añorándose poco a poco ese contacto. Parecía mágico, parecía irreal. Estaban aislados del resto, aislados de cualquier cosa que ocurriera en aquella fiesta, y cuando sus bocas dejaron de tocarse y sus ojos volvieron a hacer contacto, otro beso volvió. El agarre en la cintura de la joven se afianzó.

Anthony estaba en las nubes, estaba besando otra vez a quien proclamaba ser el amor de su vida. Era suya nuevamente, había ganado la batalla por ahora.

Y si seguiría en esa posición de ventaja por lo menos un tiempo más, entonces aquella mentira que dijo había valido completamente la pena. No tenía idea de lo que hablaba Alex, pero estaba dispuesto a cargar con el peso de la culpa por lo menos esa noche y las que le restaran.

Dentro, sin embargo, algo estaba mal. Simon Basset comenzó a lucir perdido, y no era para menos. Las insinuaciones de parte de absolutamente todas las debutantes —a excepción de Daphne, por supuesto—, no se hicieron esperar tan pronto como Alex se perdió del campo de visión de los presentes. El duque, sin embargo, se dio cuenta de que Anthony también faltaba.

Le dolía el pecho de imaginarse cualquier cosa que estuviera pasando.

—Bridgerton—dijo llegando con rapidez a donde se encontraba Colin hablando con algunos hombres, y se lo llevó hasta detrás de una columna del salón—. ¿La has visto? No puedo encontrarla y la orquesta tiene el plan en marcha en dos canciones más.

—¿Lo has retrasado? —preguntó el menor, Simon negó—. ¿Cuándo fue la última vez que la viste?

—Habló con Friedrich, pero él está por allá—indicó con la mano—. No quería asfixiarla.

—Déjamelo a mí—asintió convencido de sí mismo—. ¿Has visto a Anthony?

—No-no—ante el titubeo, Simon cerró los ojos con fuerza y exhaló con profundidad. Estaba muy ansioso.

—Tranquilo, iré a buscarla, debe haber salido por aire fresco porque se asfixia cuando comienzan a fumar—intentó razonar, aunque por dentro buscaba con la mirada algún rastro de su amiga—. La tendrás aquí en menos de cinco minutos, te lo garantizo. Solo prepárate mientras tanto.

Colin caminó con una velocidad inigualable, tanto así que chocó con varias señoritas con quienes no tuvo el reparo de disculparse. Llegó hasta donde se encontraban los meseros y les cuestionó si la habían visto. Necesitaba discreción de igual forma, aquello no lucía para nada bien.

Fue Cornellia, una de las cocineras, quien le dijo entre susurros que había visto a la señorita Spinster correr hacia los establos. Muy para sus adentros se reservó la información esencial en aquello. Ella no era una soplona, jamás delataría a su empleadora.

Nadie debía saber que Anthony Bridgerton también estaba en ese lugar.

Los jóvenes dentro estaban ajenos al exterior, era un cúmulo de emociones. Entonces, Alex lo escuchó.

Pisadas en el césped.

—¡Alex! —escuchó un grito, que más bien eran susurros. Se trataba de Colin, pero la impresión fue tal que obligó a Anthony a esconderse entre el centenar de heno que estaba guardado detrás de la puerta—. ¡Alex!, ¿Estás ahí?

—No salgas— le pidió Anthony, pero ella negó.

—¿Colin? —preguntó antes de abrir la puerta cuando obtuvo una respuesta afirmativa.

—¡Por el rey George!, ¿qué estás haciendo ahí? —preguntó una vez que la miró.

—Necesitaba ver cómo estaba Gian—mintió, y agradeció que Colin se tragara aquella mentira.

—Simon te está buscando—le informó, a Alex le dio un vuelco el estómago sin saber por qué—. Es importante, ven.

—¿Podrías darme dos minutos? —preguntó y se llevó la mano a la boca para morderse la uña del dedo índice—. Por favor.

—Lo que sea—dijo él restándole importancia—. Pero no tardes, es algo bueno, sé que te gustará.

Colin caminó nuevamente rumbo a la casa, de entre las sombras, Anthony emergió nuevamente tomándola de las manos.

—No vuelvas dentro—le pidió—. Podemos irnos justo ahora a cualquier otro lugar, solamente debes decir que sí.

—Anthony—murmuró—. No puedo, no sería correcto, tengo que ir. Me están buscando.

—Yo te necesito más de lo que él lo hace— pero Alex negó.

—Volveré Anthony—Alex no quería decir que, en realidad, había algo que la llamaba allá dentro—. Pero después podremos hablar, ¿te parece?

A regañadientes, Anthony asintió. Había algo clave por lo menos ahora, si Alex creía cualquier cosa en esa cabecita, tenía la ventaja de su lado. Simon no le pediría matrimonio esa noche, estaba seguro de eso.

—Saldré, espera a que nadie te vea y después lo haces tú—le indicó con tono autoritario al tiempo que salía.

En el gran salón de la residencia Spinster donde aquella fiesta se estaba llevando a cabo, la orquesta se detuvo cuando el duque dio paso a dar su tan esperado discurso. Inhaló y exhaló dos veces antes de que las palabras le jugaran una mala pasada en su mente, y aquello que ensayó con detenimiento se borrara.

Sus manos comenzaron a sudar, y pensó en que quizá debía bajarse de ahí, pero cuando la divisó las cosas cambiaron. La miró entrar por la puerta trasera con una tímida sonrisa, mientras las personas se abrían para darle paso y que entrara. Las miradas se dirigieron hacia ella.

Siempre se dirigían hacia ella.

—Hoy es una noche sumamente especial—comenzó, sosteniendo su copa con la mano derecha—, con el perdón de las señoritas aquí presentes, hoy cumple veintitrés años la debutante más hermosa que existe. Me quedaría corto de mencionar solo Londres; Alex Spinster es la mujer más hermosa que mis ojos alguna vez tuvieron el placer de ver.

Varios suspiros se escucharon, incluso algunas quejas. Los hombres asentían mirándose entre ellos, las madres miraban recelosas a Lady Spinster. La reina había hecho un asentimiento de cabeza, ella misma lo había dicho.

Ella no se equivocaba.

—Creo que puedo hablar por todos los hombres aquí presentes cuando digo que en nuestras ensoñaciones buscamos a la mujer perfecta, a esos rasgos que queremos, en cada una de las mujeres con las que nos cruzamos— dijo mirando al rededor—, debí ser una muy buena persona en mi anterior vida, porque puedo decirles con total seguridad que la encontré cuando apenas tenía doce años.

Anthony se había escabullido por una de las entradas laterales sin ser visto y se quedó observando lo que ocurría.

Alex miraba a Simon de la misma forma en la que él la miraba, todos podían percatarse. No se lo creía, si aquello era parte del plan del inicio de todo para molestar a Anthony, Simon era un excelente actor, porque las mariposas en el estómago de Alex eran reales.

La culpa también lo era.

—Creo que pasé la mayor parte de mi vida rodeado de fantasmas y duelos de mi pasado que me impedían mirar con claridad, que me dictaban con pesar que no tenía un motivo para despertar—declaró con fuerza—, hoy sé que no quiero despertar si no es a tu lado, Alex Spinster.

Simon levantó la copa incitando a su vez que más personas lo hicieran.

—Y quiero hacer un brindis por tus veintitrés años, porque tengo el privilegio de haberte visto crecer, de verte convertir en la mujer excepcional que eres—y, haciendo que los demás levantaran su copa, alzó la voz—, ¡por la duquesa de York del presente, y la duquesa de Hastings del mañana!

A Alex le temblaron las piernas al escuchar el clint de las copas al chocar, miró de reojo a Colin, quien sonreía con fuerza, y tuvo que sostenerse de su brazo porque las piernas no le respondían.

¿Aquello había sido una declaración seria? Porque si lo era, no podía estar más emocionada.

Simon entonces bajó de aquel estrado, dejando la copa con uno de los meseros, a la par que se acercaba a Alex, y la gente fue testigo de que la conexión en sus ojos era mágica, y que al verlo cada vez más cerca, Alex sonreía.

—Te mereces mucho más que declaraciones de amor vacías, promesas que no se podrán cumplir y lágrimas por derramar—dijo sin titubeos al tomar sus manos—. Te mereces algo muchísimo mejor que yo, y es en la persona que estoy intentando convertirme todos los días.

El corazón de Alex latía con fuerza, Anthony se miró desesperado mientras se abría paso entre la gente.

Te amo, Alex Spinster—declaró, y los ojos se Alex se abrieron de la impresión—, ¿me concederías este baile?

Alex asintió, aquella chica que nunca se callaba se había quedado sin palabras, él hizo una pronunciada reverencia y tomó su mano nuevamente atrayéndola consigo al centro de la pista.

La orquesta sabía exactamente la pieza que debían tocar. La Reina Charlotte los miraba enternecidos bailar al compás de la música, Lady Danbury compartía una sonrisa cómplice con Violet Bridgerton.

Los ojos recelosos tampoco abandonaban el recinto,

Pero en aquel baile eran solo ellos, y así debía de ser.

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[Nota]: Una disculpa por la tardanza, espero que les haya gustado. Tomen en consideración que Buckingham Palace fue, en un inicio, una residencia de duques, así que cuando se hablen de los hogares de Alex y Simon, se están hablando de construcciones con esas magnitudes y dimensiones.

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