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𝐔𝐧𝐝𝐞𝐯𝐢𝐠𝐢𝐧𝐭𝐢

XIX

Los días soleados en York eran escasos, los veranos son cortos, cómodos y parcialmente nublados y los inviernos son largos, muy fríos, ventosos y mayormente nublados. Las personas de York, sin embargo, atesoraban el inicio de la temporada de sol trayendo consigo el presagio de aquello que lo marcaría.

El cumpleaños de Alex Spinster.

Los habitantes salían por sí mismos a lustrar los monumentos, decoraban sus casas, preparaban sus mejores ropas y una canasta con cualquier cosa que la familia produjera, desde un pie de manzanas verdes hasta un abrigo de lana. Las calles se iluminaban por la noche de una manera estupenda, y es que había una razón sólida.

El pueblo de York amaba tanto a Alex Spinster como ella lo hacía. Ocurrió desde niña, desde que tuvo acercamientos a los habitantes como no se veía en una heredera a un ducado. Era genuina con cada muestra de gratitud que los habitantes le ofrecían, a veces lograba escapar de su hogar solo para conocer la ciudad desde dentro. Alex no se tapaba los ojos ante las necesidades de la gente, y fue por eso que en sus dos años de manejo supo exactamente qué problemas atacar.

Pero si nos remontamos a por qué el pueblo de York quería tanto a la joven, tendríamos que recordar al donativo de sus propios juguetes en la festividad de nochevieja de sus seis años, cuando en un paseo para conocer las tradiciones gaélicas vio a un par de hombres contar los peniques para regalar a sus hijos una muñeca de trapo.

Aquel gesto que la dejó sin regalos esa navidad podría haber pasado como un intento del duque para que aceptaran a la pequeña, pero todos en Cawood se percataron de primera mano que en aquella niña que muchos habían tachado de codiciosa, había una sonrisa genuina mientras ella misma dirigía la repartición al orfanato local.

Entonces sí, Alex de York era querida por su pueblo porque tenían claro una cosa: Alex escuchaba a la gente, no al parlamento.

Cuando cumplió dieciséis años la gente en York comenzó a murmurar algo que pensaron, era inevitable. Alex iría a la temporada social de Londres de ese año. Estaba predestinado, así sería siempre con los nobles. Sin embargo, ocurrió que Geoffrey Spinster no se sintió listo para dejar a su mujercita marcharse, así que el tema ni siquiera fue tocado.

En su lugar, un gran baile seria celebrado en honor al cumpleaños de Alex, uno que culminaría en la repartición de comida a los menos desafortunados. Como a toda mujer soltera sin haber sido presentada en sociedad, Alex asistía a los bailes acompañada de su padre y solo tenía permitido comer bocadillos, tomar bebidas que no hubiesen sido adulteradas y saludar a las personas. Alex no podía bailar.

Aquella ocasión fue diferente, el duque mismo le planteó a la idea a su hija de ofrecer el primer baile de la noche y después permitirse tener más si es que le apetecía.

—¿Qué bebes? —Simon miró a la joven Alex, quien estaba sentada debajo de un gran roble con una copa en la mano. Aquel líquido tenía una consistencia extraña, un color café que parecía podrido y no podía oler peor—. Sabes que te están buscando, ¿no es así?

—Oh, lo siento—se disculpó la joven moviendo la cabeza levemente—. ¿Quieres?

Alex le tendió la extraña bebida, Simon negó con una mueca de asco. Aquella chica sí que era extraña, debía estar completamente loca para beber eso.

—Es una infusión de hongos y hierbas, la receta es cortesía del Príncipe de Asturias, Fernando—explicó dándole un sorbo—. Sabe horrible, pero ayuda a tranquilizarte.

—¿Conoces al Príncipe de Asturias? —preguntó él sentándose en cuclillas a su lado.

—Papá me envió a España en un intento de visita diplomática en octubre del año pasado—Alex dio otro sorbo, mantuvo el líquido en su boca un poco de tiempo antes de tragarlo con pesadez—. Fernando me llevó a que me leyeran la mano, entre otras cosas.

—Excéntrico—concordó Simon—. ¿Cómo es que te da tiempo de hacer todo eso? Quiero decir, las visitas diplomáticas, ¿no estuviste en Prusia hace apenas dos meses?

Alex asintió cerrando los ojos.

—Es fácil cuando se tiene mucho tiempo libre—se encogió de hombros para darle otro sorbo a aquello, parecía que quería vomitar—. Papá me envía con la esperanza de que me olvide que estoy sola aquí, por eso solo estoy por temporadas en casa. Resulta sencillo cuando el regente en cuestión no estudia.

—Pensé que tenías instructores e institutrices para todo.

—Así es—aseguró la joven—, pero pueden explicarme en dos días lo que en clases les tomará dos meses.

—¡Qué modestia! —exclamó Simon, Alex estaba por darle otro trago al extraño brebaje pero Simon metió la mano entra la bebida y su boca, quitándole la copa y evitando que bebiera más.

—¡Oye!

—Vas a vomitar si sigues con eso, y harás que yo también lo haga—se quejó—. ¿Por qué estás tan nerviosa que necesitas beber esa cosa asquerosa?

—Hoy es el baile en mi honor—murmuró la joven abrazando sus piernas.

—¿Eso? —cuestionó Simon con una mueca—. Es por eso que te están buscando, necesitan que te prepares.

—Voy a abrir el baile.

—¿Y no sabes bailar? —Simon intentó bromear, pero ella no respondió a su risa—. Oh.

—Pensé que bailaría con papá y que no habría tanto problema, pero me ha dicho que no será posible.

—¿Y por qué no bailas con ese chico que siempre está pegado a ti? —preguntó con intriga buscando soluciones—. El hermano de Anthony Bridgerton.

Alex lo miró pesadamente.

—No puede venir—explicó—. Eton College le ha negado el periodo de ausencia. Tendré que bailar con algún hijo del parlamento, qué genial momento para pisar a alguien.

—Te gusta ahogarte en un vaso de agua—Simon se levantó y después le tendió la mano—. Ven, párate.

—¿Qué?

—Vamos al salón para que midas las distancias—le explicó mientras sus manos se juntaban—. Tenemos que practicar para que puedas lucir el aparatoso vestido que llevaban entre tres damas a tu dormitorio.

Alex lo miró sin comprender.

—Voy a bailar contigo—ante la cara de sorpresa de la joven, Simon se corrigió a sí mismo—. Pero solo el primer baile, después quizá me perderé entre la bruma de la noche.

—El primer baile es todo lo que necesito—concordó la joven—. Muchas gracias, Simon Basset, estoy segura de que te regresaré en favor en algún momento.

Y en aquel salón, aquella noche del cumpleaños de Alex ella abrió el baile con Simon Basset siendo su acompañante. Todas las personas en la habitación los observaban con diferentes pensamientos. El primer acercamiento a la presentación social la había llevado junto al futuro duque de Hastings.

Curiosidades del destino quizá, que en aquel baile de presentación organizado por Lady Danbury fuera ahora Simon quien pidiera el favor. Oficialmente, aquella pareja había bailado juntos en la presentación social de Alex en dos ocasiones.

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—¿Por qué estás aquí afuera? —Anthony Bridgerton miraba constipado el lienzo en el que Benedict estaba trabajando mientras pintaba lo que parecía ser el salón de su propia casa.

—Pinto—se limitó a responder sin girar a mirarlo.

—Eso ya lo sé—contestó obvio—, pero ¿qué estás pintando?

—El cumpleaños de Alex es en menos de una semana y el martes pasado dijo que le gustaría algún día adquirir una pintura de mi autoría.

—¿Y la vas a pintar? —preguntó con tono burlón.

—No tengo que darte gusto a ti, Anthony—se burló levemente aún sin siquiera molestarse en verlo—. A ella le gustan, y es tan mala fingiendo que si no fuera así, me habría dado cuenta al instante.

—¿Por qué has dejado mucho espacio en este lugar? —Anthony estaba por señalar el lado derecho de la pintura, pero un manotazo fuerte con la paleta de pintura lo hizo retroceder y quejarse. Benedict lo miraba con una sonrisa maliciosa—. ¿Qué?

—Estoy esperando a pintar al duque—exclamó obvio—. ¿Crees que lo coloquen en York, o en Hastings?

Aquello hizo rabiar a Anthony, estaba por tirar aquella obra sin terminar de no ser porque Hyacinth lo llamó pidiendo su ayuda. Benedict había logrado su cometido y metió en la cabeza la idea que estaba surcando por el pensamiento de todo Londres.

La boda estaba próxima. Anthony necesitaba un milagro.

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La excusa perfecta para escapar de la casa Bridgerton tenía un precio muy alto. Aquellos mandatarios del parlamento se habían marchado esa misma tarde presas de la furia, pero en representación de York el joven Nathaniel Williams se quedó en Londres con la encomienda de notificar cualquier irregularidad.

Era un topo, Alex lo odiaba, pero tampoco podía hacer mucho. Se quedaría en su casa como cualquier noble de York, ya de por sí aquello resultaba malo. Nathaniel se había disculpado por lo menos unas veintitrés veces, pero Alex hacía oídos sordos apenas lo miraba entrar a una habitación. No quería saber nada de aquel hombre, a pesar de que él insistía en que solamente haría el papeleo de rutina sin informar nada, ella no terminaba de creerle.

Simon se ofreció a acompañar a la joven por el resto de sus pertenencias a la residencia Bridgerton, pero con las actitudes y roces que habían tenido en esos últimos días los dos amigos de Oxford, Alex temía que su amistad se fracturara más de lo que ya estaba. No quería ser la causa de que Simon y Anthony se pelearan, se sentía muy culpable.

Colin estaba ocupado, se ofreció para catar los bocadillos, vinos y postres que se degustarían en el cumpleaños de Alex, y cuando ella le agradeció por proponerse simplemente, él salió como alma que lleva el diablo, subió al carruaje y se marchó avisando que llegaría tarde. También pasaría a la imprenta a dejar la lista de los invitados entre los que se encontraban las personalidades más excéntricas de Londres. Una corta discusión había surgido por la mañana al ver que en la lista, Alex había incluido a Los Featherington.

—Prudence y Philippa no tienen la culpa de los errores de su hermana—aclaró ante la negativa de Simon y Colin—. Además la señorita Thompson ha sido muy amable conmigo en cada oportunidad que hemos conversado, a pesar de que le he pedido que no agache la cabeza cuando me ve.

—¿No es meterte en la boca del lobo? —cuestionó Simon desde su lugar en el sillón de cuero individual—. ¿Darle una oportunidad a Lady Wistledown para que siga lanzando su veneno?

—Fui muy condescendiente la primera vez—afirmó, y su mirada se tornó sombría—, lo hice porque Colin manejó la situación de forma excelente. No volveré a tener piedad contra nadie que me levante falsos. Estoy cansada.

Colin se encogió de hombros. No pondría objeción alguna.

Nathaniel William estaba haciendo unas diligencias en el mercado local. A Alex no podría importarle menos.

La joven Spinster había conversado con Violet con anterioridad, se marchaba por un corto periodo de tiempo de la residencia, agradecía infinitamente el recibimiento tan grande que había tenido, prometía regresar. La mujer lo comprendió, ella necesitaba tiempo fuera.

La habitación estaba casi vacía, todas las pertenecías de Alex habían abandonado aquel lugar. Alex abrió el cajón de la mesa de noche, y entonces lo vio;

La primera nota de Sienna Rosso justo encima de los libros de la biblioteca Bridgerton que Anthony le prestó en la primera semana que permaneció en aquella casa.

Alex dio un largo suspiro. Tomó la carta y la tiró a la basura después de dar una inspiración de aire muy grande. Estaba dejando atrás ese dolor.

Tomó los libros y casi inconscientemente los apretó contra su pecho. Cerró la puerta tras de sí, intentó buscar a Eloise para entregarlos pero la joven no se encontraba. Daphne había salido con ella y con Benedict, Hyacinth y Gregory estaban en sus lecciones diarias y no podía interrumpirlos.

O quizá no quería, porque muchas mujeres del servicio pasaron preguntando si necesitaba algo, pero ella les negó.

No tenían lo que ella quería, o lo que necesitaba.

Pero aquello tampoco estaba en esa casa.

Alex tocó con los nudillos la puerta del estudio del vizconde, nadie salió. Abrió levemente la puerta aunque no debería hacerlo. Estaba siendo muy entrometida, así que depositó los libros cuidadosamente en el escritorio y se encaminó a la salida, y hubiera desaparecido sin más de no ser porque notó esa cajita que aún descansaba en el lugar en donde Anthony lo había dejado.

Y la abrió, y observó el anillo de la casa Bridgerton.

Una leve sonrisa melancólica la acompañó. Era precioso, y hacía dos semanas tenerlo en su dedo corazón de la mano izquierda sería todo lo que quería.

Y se lo probó, mirando su mano detenidamente. Pasaron unos segundos hasta que volvió a dejarlo en su lugar, intacto.

Caminó hasta la salida, mientras ella abría la puerta, el vizconde entraba. Absortos en sus pensamientos, ambos chocaron sus cuerpos, Alex perdió el equilibrio, pero Anthony evitó que callera. No era la primera vez que lo hacía.

—¿Hola? —la saludó con intriga de verla en aquel lugar. Sus manos no habían abandonado la cintura de la joven.

—Hola—respondió al saludo para después señalar con la mano los ejemplares que estaban en el escritorio—. He venido a dejar los libros, pero no te encontré. Espero que no te moleste que haya entrado.

—Para nada—negó—. Madre me lo ha dicho, pero no le creí, ¿es cierto que te vas?

Alex asintió.

—Pero volveré, han dejado a un miembro del parlamento para que me vigile, y no le ha parecido prudente que esté aquí y no en casa— no estaba siendo del todo honesta, pero quizá se debía a que Anthony intentaba procesar sus palabras que no notó que ella mentía.

—Aún así, podré visitarte, ¿no es así?

—Por supuesto—aclaró ella con una leve sonrisa—. Esperaba que lo hicieras, aunque quizá me veas muy atareada últimamente, tengo un baile que preparar.

—Estoy seguro de que resultará fantástico.

—Yo también lo espero—contestó ella—. Debo irme, Colin llegará con los ejemplares de las invitaciones.

—No te entretengo más—concordó Anthony—. Has pronto, Alex.

Ella hizo una corta reverencia y comenzó a caminar, pero necesitaba algo.

—Anthony—lo llamó, y apenas el joven giró a mirarla, fue sorprendido.

Alex lo estaba abrazando fuertemente.

Él respondió al instante tocando su cabello, apreciando el contacto. Anthony sintió aquel abrazo como una esperanza.

Para Alex, sin embargo, aquel abrazo se había sentido como una despedida.

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