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𝐃𝐮𝐨𝐝𝐞𝐜𝐢𝐦

XII

Sí, las noticias son ciertas y corren como pólvora por la ciudad. El duque se ha marchado. A esta autora no se le ha informado cuándo volverá, pero esperemos que sea pronto, puesto que en la casa Bridgerton puede haber un corazón roto que se llevó con él a Hastings.

También debemos dar una gran ovación a la señorita Spinster, quien se ha ganado el título de la debutante más tonta de la temporada al rechazar al Príncipe de Prusia, ¿será que los encuentros nocturnos que ocurren en la casa Bridgerton ya le hayan afectado el cerebro?, ¿o será quizá la intromisión de una nueva persona?  Sepan ustedes que esta autora buscará los más jugosos detalles de esta deprimente futura duquesa.

Marina Thompson ha vuelto al duelo de la batalla matrimonial, pero el secreto de la casa Featherington está por descubrirse...

Revista de Sociedad de Lady Wistledown

Daphne no bajó en la mañana del sábado. No quiso ver a nadie y no dio ningún motivo, ni siquiera a su dama de compañía que intentó dejar el desayuno en su puerta.

Estaba destrozada, pero nadie debajo podía saberlo.

Colin bajó las escaleras con toda la intención de disfrutar su día, tomó una manzana de una de las cestas de frutas y visualizó que Alex estaba intentando desesperadamente comprender las partituras que estaban colocadas en el piano. Alex y la musicalidad eran algo que no se llevaban bien.

—Apestosa—la llamó, Alex giró la cabeza confundida por ser molestada tan temprano por la mañana—. ¡Atrápala!

A Alex tampoco se le daban los deportes, así que lo primero que hizo fue agacharse y cubrirse la cabeza con las partituras. Un estruendo sonó en el suelo pues Colin le había dado justamente a un florero que cayó al piso partiéndose en mil pedazos.

Alex intentó ayudar al servicio a recogerlo, pero se cortó la mano en el proceso.

Anthony iba entrando justo en ese momento a la casa con un bouquet pequeño de flores en un jarrón. Se asustó al ver la sangre en el suelo, pero después de mirar que Alex estaba bien pudo controlarse un poco.

El servicio bajó con el botiquín y coordinados por Joanne y por Anthony lograron detener la nada grave salida de sangre y vendaron cuidadosamente la mano de la joven.

Colin la miró con una sonrisa nerviosa, Alex giró los ojos con una sonrisa en la cara. No era la primera vez que aquello ocurría, y por supuesto que no sería la última.

—Hace un día bonito afuera—mencionó la pelinegra—. ¿No quieren salir a montar conmigo?

—Paso—dijo Colin chasqueando la lengua—. Me encantaría humillarte en una carrera justo ahora, pero Eloise me reservó todo el día porque Benedict no podía ayudarla.

—¿Qué harán? —le preguntó Anthony.

—Buscar a Wistledown, parece ser su obsesión del mes.

—Pero cuando tu obsesión mensual fueron las charadas no te quejaste—reclamó Alex.

—¡Era buenísimo!

—¡Siempre perdías! —le recordó entre risas—. Todos en Oxford lo saben.

Colin hizo una mueca y le sacó la lengua, Alex tomó un cojín color celeste y lo alzó en el aire para perseguir a Colin con él.

A veces se permitía tener esos momentos, casi en todas las ocasiones eran con Colin.

—¿Qué me dices tú Anthony? —le preguntó a la par que azotaba a Colin en la espalda con el cojín en múltiples ocasiones—. ¿Estás disponible?

No lo estaba. Tenía un centenar de deberes atrasados y un carruaje esperándolo afuera.

—Por supuesto—afirmó—. Debo colocarme mis botas para montar, vuelvo enseguida.

—Hermano, te deseo suerte—dijo Colin quitándole el cojín a Alex y golpeando su cabeza—. La señorita tiene un alma competidor que no te dejará ganar.

—Eso está por verse—se jactó Anthony con paso apresurado.

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—Apestas cabalgando, pero bueno, no se puede ser bueno en todo—era la tercera vez que Alex se burlaba de Anthony por haberle ganado. Se bajó de un solo salto y acarició a su caballo para después dejar un beso en la cabeza de este.

Anthony hubiera deseado decir que se había dejado ganar para que la chica se sintiera bien, pero ella le ganó justamente.

—No es justo—se quejó Anthony. Alex le había dado la indicación a su caballo que se sentara y luego Anthony hizo lo mismo con el suyo. La chica comenzó a trenzar el negro cabello de su corcel.

—¿Qué no es justo?

—Aquí no hay premios de consolación— indicó—. La organizadora del evento debe ser más cuidadosa o sus invitados podrían marcharse.

Alex sonrió de manera cómplice. Escuchó por encima de ellos que unos pájaros estaban pasando, posiblemente volvían a su nido. Tocó el verde césped en el que estaban sentados y olfateó el aroma de la naturaleza.

—¿Nunca pierde una oportunidad, milord?

Anthony sonrió sin mostrar los dientes y miró hacia otro lado de manera distraída, pero de forma intencional. Alex se acercó a él y le quitó el sombrero de copa que portaba, y estaba dispuesta a plantar un beso en la mejilla del vizconde. Era arriesgado, pero iba a hacerlo.

—A-A-Alex—la voz le tambaleó, la pelinegra lo miró confundido. Se alejó lo suficiente como para tener espacio para preguntar qué ocurría, pero en ese momento sintió un pinchazo en el pecho.

Una abeja le había picado.

—¿Estás bien? —Anthony se precipitó completamente alarmado. Su respiración se agitó mientras repetía preguntas una y otra vez sin siquiera detenerse a respirar.

Alex recordó entonces que el fatídico día en que el vizconde Edmund Bridgerton falleció, Anthony estaba presente.

—Succionaré el veneno—afirmó, y quien quiera que pudiera verlos pensaría que aquella escena tan indecorosa era digna de ser compartida.

—Anthony—lo separó en el momento en que recuperó la razón—. Anthony, ¡estoy bien!, me han picado abejas con anterioridad, no soy alérgica.

Él estaba llorando, estaba en shock. Alex tomó su rostro entre sus manos y lo obligó a que la mirara.

Anthony la abrazó con mucha fuerza y lloró por largo rato como un niño pequeño. Estaba asustado, los recuerdos de ese día atiborraron su mente. Era algo que siempre lo iba a perseguir. Alex le acarició la cabeza permitiendo que él llorara todo lo que quisiera hasta que anocheció, y cuando pudieron marcharse, él le agradeció por estar ahí con él.

Tendría que extender más agradecimientos.

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Alex decidió que acompañar a Eloise y a Penélope el domingo a comprar diversas cosas sería buena idea. Aceptó porque Eloise le había insistido que escuchara sus teorías, y ella se sentía mal porque últimamente no pasaba tiempo con la joven, además que necesitaba pasar por la boutique de Madame Delacroix para que le arreglaran los vestidos. Los últimos días el estrés había sido tal que los vestidos ahora le quedaban grandes.

Eloise cuestionaba la necesidad de usar plumas, Alex se encogió de hombros. Penélope estaba respondiendo cuando una gran figura golpeó a la pelinegra con el hombro.

Cressida Cowper había hecho acto de presencia. Alex le sonrió con cortesía, quejándose en su mente por la falta de modales de la chica.

—Alex Spinster—mencionó la rubia—. Pensé que para este punto estaría en Hastings con el duque regocijándose en sus impropiedades.

Penélope prestó especial atención a aquella información dejando de escuchar a Eloise.

—¿Disculpe Lady Cowper?

—¿No le bastó con encontrarse con él y sin un chaperón en el baño de la ópera? —Cressida Cowper bajó la voz, pero no lo suficiente como para que los oídos de una interesada en el tema no los escuchara. Alex la miró horrorizada—. Vaya Dios a saber qué bajezas sin clase son a las que está acostumbrada, pero se rumorea tanto de usted por los hombres de Oxford que puedo imaginármelo.

—¿Perdón?

—¿Y el espectáculo que orquestó con Anthony Bridgerton, quien además vive bajo el mismo techo?

—¿La he ofendido de alguna manera? —le preguntó directamente con la cara desencajada.

—¿Qué podría hacer Wistledown con tan valiosa información?, ¿o el parlamento, qué pensará de sus deslices? —la cara de boba que tuvo que poner Alex fue magistral, porque Cressida giró los ojos hastiada y especificó aún más—. Los vi ayer en el campo, aquella escena tan grotesca. Entiendo que haya crecido sin una figura materna, pero no me cabe en la cabeza de dónde ha sacado ese comportamiento de hetaira.

Alex quería estampar su mano directamente en la cara de Cressida Cowper y destruir su peinado de un jalón para después patearla cuando estuviera en el suelo, pero no lo hizo.

—Vamos a hablar claros—le respondió Alex fastidiada—. ¿Qué es lo que quiere?, ¿dinero?

Cressida se rio. Eloise hablaba ahora sobre que las serpientes deberían tener alas, pero el oído de Penélope estaba ocupado por una sola situación.

—No quiero dinero, Alex Spinster, no lo necesito.

Alex miró de arriba abajo a Cressida.

—Con ese vestido, yo dudaría de sus palabras.

—Increíble que aún en la posición en la que se encuentra su lengua no conozca límites—Alex se estaba cansando de las provocaciones de Cressida—. Quiero al Príncipe.

—¿Y por qué no lo dijo desde un principio? —aquella voz cargada de obviedad terminó por acabar con la paciencia de la Cowper—. Nos hubiéramos ahorrado todo este malentendido. ¿Quiere al príncipe? Tómelo, yo no lo quiero.

—No dudaría que en su afán de busca-hombres también intentara algún movimiento con Su Majestad.

—Es él quien me busca—aclaró, pero después de girar los ojos, Alex levantó la mano derecha y se llevó al corazón—. De cualquier manera, juro sobre la tumba de mi padre que no me acercaré más al Príncipe Friedrich de Prusia, tiene mi palabra.

Alex le extendió aquella mano a Cressida, pero no la recibió.

—No tocaré la mano de una prostituta.

La boca de la duquesa de Spinster comenzó a saber a metal, pues se había mordido la lengua tan fuerte que estaba sangrando.

—Que tenga buen día, Lady Cowper.

Se había librado de un problema, eso pensaba mientras se fue a dormir.

Sin embargo la mañana del lunes todo fue diferente al despertar y escuchar que su puerta era casi tirada por completo. Colin entró con la mirada afligida y levantando un papel en la mano.

No le costó mucho a Alex darse cuenta de que se trataba de un número de Wistledown.

Cressida no había cumplido su palabra.

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