❪ 👑 ❫ 06. under the queen's gaze.
FUEGO Y SANGRE
ACTO I: EL CORTEJO DORADO
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CAPÍTULO VI:
Bajo la mirada de la reina
📍DESEMBARCO DEL REY
KENNA | ( AÑO 80 D.C )
( . . . )
LA PREGUNTA DE SU HIJA TOMÓ A KENNA POR SORPRESA─: ¿Crees que Tymond podrá llegar a amar a la princesa?
No respondió de inmediato, concentrada en peinar los espesos rizos dorados de Marissa mientras buscaba una respuesta sincera para ella.
─No lo sé, Mari ─confesó Kenna finalmente, optando por la verdad en lugar de crear falsas expectativas en su hija─. Actualmente tu hermano está eufórico por haber aventajado a su rival, y tal vez crea estar casi enamorado de Daella. Pero una vez que la emoción de esa victoria se disipe, se dará cuenta de que ella no posee lo que él busca en una pareja. La princesa es reservada y melindrosa, mientras que él prefiere a mujeres apasionadas en las que arda un fuego que lo hagan destacar.
─Entonces, ¿por qué decidiste concertar este matrimonio para Tymond sin importar qué? ─preguntó Marissa, girándose para mirarla, sus ojos avellana, tan parecidos a los de su madre, la escrutaban inquisitivamente─. ¿Será Daella feliz soportando sus infidelidades y su indiferencia?
─Porque de todas las opciones propuestas por el rey y la reina, Tymond es el mejor prospecto disponible para la princesa. Y si dejas a un lado tus sentimientos hacia Daella y lo analizas objetivamente, verás que lo hice pensando no solo en nuestra familia, sino también por la princesa.
Marissa meditó sobre lo dicho. Una arruga de disgusto se formó entre sus cejas, otorgándole a su rostro una seriedad que resultaba casi cómica. Al escuchar el profundo suspiro de su hija, Kenna comprendió que Marissa había llegado a reconocer la lógica de su argumento.
─Lord Arryn es viejo y ya tiene herederos. Si Daella se casara con él, su destino y el de sus futuros hijos penderían del hilo de la benevolencia y el honor del próximo Defensor del Valle. Baratheon, por otro lado, la tomaría por esposa, y no cejaría en sus deberes conyugales hasta verla grávida de su primer vástago. Y si recordamos los murmullos que circulan sobre la robustez y vigor de la estirpe Baratheon; no sería descabellado temer que llevar un hijo consumiría las fuerzas de su joven cuerpo y qué, como consecuencia, el parto podría arrebatarle la vida a Daella antes de que el primer año de su matrimonio haya concluido. Ante tales perspectivas, Tymond y sus devaneos realmente parecen la opción más sensata.
─Además, la princesa jamás albergó sueños de un amor épico digno de cantar por los trovadores, ¿no es cierto? De ser tan ingenua, no habría podido engañar a sus padres durante tantos años fingiendo ser una tontuela. Tu hermano es uno de los grandes señores de Poniente, Guardián del Occidente, y detenta un poder considerable. Y ese poder trae consigo fortaleza. Daella precisa de esa fortaleza para verse amparada y hallar sosiego. Eso, sin duda, podemos ofrecerle.
─Y para nosotros, un vínculo más cercano con la familia real y el refuerzo de nuestras posiciones, ¿no es así?
─En el bosque, sé un zorro, mi leoncita. Tu hermano puede rugir cuanto le plazca para hacer honor al lema de los Lannister. Pero solo con eso, se logra poco. Es bueno que cuente con nosotras.
Marissa le sonrió a su madre antes de girarse, permitiéndole terminar con su peinado. Kenna trenzó los rizos de su hija, decorándolos con horquillas de rubíes y esmeraldas, y luego la dejó para que continuara con sus propias tareas.
Kenna dedicó la primera parte del día a estar junto con la Reina Alysanne, quién cada vez se mostraba más irritable.
«No es de extrañar. Si estuviera grávida de mi decimotercer vástago a tan avanzada edad, probablemente estaría en una condición aún peor» pensó Kenna, mientras acomodaba las almohadas para brindar mayor comodidad a la espalda de la reina.
Kenna sabía que el rey esperaba el nacimiento de un varón. La muerte de los príncipes Gaemon y Valerion afectó profundamente a Jaehaerys, quien deseaba fortalecer el trono teniendo la mayor cantidad posible de herederos. Por eso, a pesar de la edad de su esposa, le exigía que tuviera más hijos. Y esto nuevamente hizo que Kenna pensara sobre la dinámica dentro de la familia de dragones.
Años de reflexión llevaron a Kenna a varias conclusiones. Percibió que los tres hijos mayores tenían un lugar especial tanto para el rey como para la reina. El Príncipe Aemon, siendo el heredero perfecto, prometía eclipsar en el futuro los logros de su padre coronado. El Príncipe Baelon se mantenía siempre cerca de su hermano mayor, presto para ayudar. Nadie dudaba de que sería nombrado Mano tan pronto cuando Aemon ascendiera al trono. Alyssa, tan distante del típico arquetipo de princesa como se pudiera imaginar, también se encontraba siempre junto a sus hermanos mayores, ya fuera en la Fortaleza Roja o surcando los cielos sobre Desembarco del Rey. La posesión de dragones por parte de los tres hijos mayores del rey y la reina forjó entre ellos un vínculo especial que no compartían con sus hermanos menores.
Kenna aún no podía justificar la decisión de entregar a Maegelle a las septas y a Vaegon a los maestres. Si no fuera porque la pareja real tenía otros hijos, habría pensado que así se deshacían de bocas extra que podrían causar problemas al reinado de Aemon en el futuro. Al mismo tiempo, podía entender de alguna manera el envío de Vaegon a la Ciudadela, quién buscaba conocimiento y no mostraba ningún interés en la vida palaciega. Pero no encontraba explicación lógica al exilio de Maegelle junto a las septas cuando bien podría haberse casado ventajosamente, asegurando así un aliado poderoso para la corona. Alysanne justificaba esta decisión afirmando que la princesa, desde niña, había mostrado inclinaciones hacia la Fe de los Siete y había suplicado a sus padres ser enviada junto a las demás septas. Sin embargo, Kenna no daba crédito a esa historia, percibiendo en todo ello un mero intento de congraciarse con la Fe.
«¿Cómo puede una niña, criada por una septa y que escuchaba la Estrella de Siete Puntas en lugar de cuentos para dormir, evaluar la situación con sensatez? ¿Cómo podría una niña, que no conocía el mundo más allá de la Fortaleza Roja, desear convertirse en septa? ¿Cambiar un suave colchón relleno de plumas por un duro lecho de paja? ¿Comer una hogaza de pan y acompañarlo con agua en lugar de disfrutar de ricos manjares y vino dulce?». Estas eran las preguntas que Kenna se hacía al pensar sobre la princesa convertida en septa en Antigua.
Kenna no habría prestado atención a estas decisiones de la pareja real si no hubieran continuado teniendo hijos. ¿Por qué albergaba el rey tantas esperanzas de que el retoño en el vientre de la reina Alysanne fuera un varón, si antes él mismo había enviado a un hijo ─sano y brillante─ a la Ciudadela para servir de archimaestre y hacer uso de su sabiduría en Antigua? ¿Por qué entre los pretendientes a la mano de la princesa Daella solo consideraban a los grandes señores aún solteros, que beneficiarían a la corona, si, según Alysanne, el rey Jaehaerys solo se preocupaba por el bienestar de su hija y deseaba para ella una feliz vida familiar? ¿Por qué las princesas menores, Saera y Viserra, habían sido completamente desprovistas de la atención de sus padres, abandonadas al cuidado de amas de cría, nodrizas, septas y maestres, cuando pudieron haber sido prometidas en un matrimonio arreglado desde la infancia para fortalecer el trono?
«El rey Jaehaerys gobierna el reino con sabiduría, pero no puede poner orden en su propia familia», concluyó Kenna con decepción.
Así pues, Kenna se inmiscuyó en los planes de matrimonio que la reina había trazado para la princesa Daella. Percibiendo que la intensa atención de sus padres era una carga agobiante para la joven, decidió ayudarla a liberarse de las ataduras del amor paternal. Y con la confianza de la princesa depositada en ella, Kenna se propuso convertirla en una digna Señora de Roca Casterly y consorte del Guardián del Occidente.
«Tal vez no conocerás el amor de las baladas de los trovadores, Daella. Pero te prometo que tendrás respeto, poder y apoyo», se prometió Kenna, habiéndose involucrado en el destino de la dócil princesa dragón.
Habiendo terminado con sus deberes como dama de compañía, Kenna decidió dar un paseo para despejar la mente. El invierno se aproximaba, y el Gran Maestre Elysar aguardaba, de un día a otro, la llegada del cuervo blanco de la Ciudadela que anunciaría el cambio definitivo de estación. Sin embargo, en Desembarco del Rey, el otoño aún no había reclamado del todo su dominio. Las hojas de los árboles del jardín real se resistían a caer, y los días cálidos persistían, como si se aferraran al verano que ya agonizaba. Kenna aprovechó la oportunidad para disfrutar de las últimas caricias del sol en el aire. La brisa era suave, y el bullicio de la Fortaleza Roja, con sus deberes y el trajinar, parecía quedar atrás entre los senderos floridos. En medio de aquel pequeño remanso de paz, era fácil olvidar, al menos por un momento, que el invierno siempre trae consigo su propia clase de peligros...
Al llegar a la entrada del jardín, Kenna fue recibida por Marissa, cuya expresión preocupada, qué indicaba que las noticias que traía no eran triviales, de inmediato la puso en alerta. La tensión se reflejó en su cuerpo, anticipando que algo no estaba bien.
─¿Qué ha sucedido? ─inquirió a su hija.
─La princesa Daella me pidió que trajera su bordado para que pudiéramos sentarnos en la glorieta, pero al regresar, ya no se hallaba allí ─respondió Marissa, retorciéndose los dedos con inquietud.
─¿Y las demás damas de compañía?
─No estaban. La princesa las había despachado de vuelta.
─¿Quieres decir que la princesa se ha perdido en el jardín que conoces como la palma de tu mano?
─¡He buscado en todas partes! No se encuentra en ningún sitio.
Kenna tomó con firmeza las manos de su hija, instándola a calmarse.
─Busca a Tymond. Envíalo al Bosque de Dioses. Date prisa ─ordenó con determinación.
─¿Y tú?
─Yo encontraré a la princesa.
Marissa asintió y, levantando su falda, emprendió carrera hacia el castillo. Kenna se encaminó hacia el Bosque de Dioses, esperando que el plan sugerido por la propia princesa para acelerar su boda con Tymond se desarrollara sin contratiempos innecesarios.
Kenna se había sorprendido por la visita de la princesa a sus aposentos aquella misma tarde en que Tymond fue presentado a Daella. Pensó que la princesa compartiría sus impresiones sobre su hijo o buscaría consejo, pero lo que Daella dijo la tomó completamente desprevenida.
─Su estratagema con Lord Rodrik ha dado sus frutos, Lady Kenna. Mi madre ya no lo contempla como mi futuro esposo. Pero esto ha inclinado la balanza a favor de Lord Boremund. Ni siquiera nuestro pequeño espectáculo de hoy ha sido suficiente para que prefiera a Lord Tymond sobre Lord Boremund. Necesitamos algo que obligue a mi madre a concertar mi matrimonio con su hijo cuanto antes ─declaró Daella con firmeza esa noche.
─Sin necesidad de que yo se lo recuerde, Su Alteza sabe bien cuál es la forma más sencilla para forzar a un hombre a casarse con una mujer. Solo debe asegurarse de que sean descubiertos en una situación comprometida con mi hijo, y así el asunto quedará zanjado. Pero, ¿está dispuesta a eso?
─No, no estoy dispuesta a hacerlo. No quiero unirme en matrimonio bajo la sombra de una deshonra, aunque sea una deshonra fingida. Además, existe el riesgo de que mi padre prefiera una ejecución a una boda, y eso es lo último que deseo. Usted mencionó que una linda historia de amor podría bastar para persuadir a mi madre. Entonces, ¿por qué no interpretamos una?
De este modo, una semana después de que Tymond iniciara su cortejo hacia Daella, se dispusieron a ejecutar su plan. Kenna anticipaba la furia de Marissa por no haber sido informada ni incluida en sus maquinaciones, pero decidió que enfrentaría el enfado de su hija en otro momento.
Al llegar al Bosque de Dioses, Kenna se ocultó detrás de uno de los árboles, asegurándose de que su presencia permaneciera inadvertida. Daella estaba en el lugar acordado. Y no estaba sola. Kenna, incluso desde su escondite, podía ver la sonrisa altiva en el rostro del Baratheon mientras murmuraba tonterías a la princesa, aunque ella parecía no prestarles atención. Después de verificar que Lord Boremund no había tomado acciones más osadas, Kenna dejó a su doncella para vigilar a la princesa y se dirigió a la reina. Su cometido era asegurar la presencia del espectador principal en su pequeña interpretación. Marissa debía llevar a Tymond al Bosque de Dioses y desempeñar el papel de la doncella angustiada que busca la ayuda de su hermano. Kenna confiaba en que Marissa entendería su plan y seguiría el juego. Solo quedaba esperar que su hijo y Lord Boremund no estropearan nada.
─Su Majestad, ¿le gustaría dar un paseo? El maestre Elysar dijo que caminar al aire libre podría aliviar su dolor de espalda ─sugirió a la reina, quien descansaba entre una montaña de almohadas en sus aposentos.
─Suena maravilloso, Kenna. ¿Me acompañarás? ─respondió Alysanne con una sonrisa fatigada, levantándose con la ayuda de sus doncellas.
─Por supuesto, mi reina ─replicó Kenna─. ¿Prefiere el jardín o el Bosque de Dioses?
─El Bosque de Dioses, desde luego ─Alysanne suspiró con resignación─. No tengo intención de atravesar el patio interior y las caballerizas solo para llegar al jardín real. El Bosque de Dioses se encuentra mucho más cerca.
Kenna agradeció internamente a los dioses que Alysanne hubiera escogido por sí misma el lugar correcto. Si hubiera tenido que insistir en el Bosque de Dioses en lugar del jardín, podría haber suscitado sospechas innecesarias. La reina Alysanne, aunque grávida y en sus últimas lunas, mantenía una mente aguda y alerta.
Ofreció su brazo a la reina y, con cuidado, la condujo hacia el Bosque de Dioses. Una trenza dorada que asomaba entre los olmos y álamos negros, perteneciente sin duda a Marissa, hizo que Kenna se tensara. Unos pasos más adelante, comenzaron a escuchar voces masculinas.
─¿Cómo osas aprovecharte de la modestia e inocencia de la princesa para llevar a cabo tu vil plan, Baratheon?
La furia en la voz de Tymond sorprendió a Kenna. ¿Acaso su hijo no había discernido que todo era una artimaña cuidadosamente orquestada?
─¡Cuida tus palabras, Lannister! No permitiré que te inmiscuyas en mi relación con la princesa. ¡No te concierne!
─Entonces, ¿por qué estaba la princesa llorando cuando llegué aquí? ¡Solo los dioses saben las vilezas que le habrás dicho!
─Tymond, por favor, no es necesario... No llegó a hacerme nada...
La suave voz de Daella, resonando en el aire, incitó a Alysanne a apresurar el paso de tal manera que Kenna apenas pudo mantener el ritmo. La reina parecía impulsada por una urgencia desconocida, y el murmullo de la voz de su hija actuaba como una fuerza invisible que la guiaba con premura a través del Bosque de Dioses.
─¡¿Qué está ocurriendo aquí?!
El grito de Alysanne hizo que todos se volvieran hacia ella. Kenna lanzó una breve mirada a su hija y, al recibir un asentimiento de comprensión, exhaló aliviada. Marissa hizo una reverencia, mientras Tymond y Boremund inclinaban la cabeza ante la reina.
─¡Madre!
Daella se lanzó a los brazos de su madre, ocultando su rostro en el cálido refugio del pecho de la reina. Alysanne la envolvió en un abrazo protector, mientras sus manos acariciaban suavemente el cabello de su hija, como si así pudiera disipar cualquier sombra de angustia. Tymond, aún desconcertado por el giro de los acontecimientos, dirigió una mirada inquisitiva hacia Kenna. La mujer, quién sabía bien que un comentario mal medido podría alterar el delicado equilibrio de su plan, deseó fervientemente que su hijo mantuviera la prudencia y no desbaratara todo con palabras imprudentes.
─¿Qué ha sucedido, hija mía? ─preguntó Alysanne, secando las lágrimas de las pálidas mejillas de su hija.
Sin embargo, Daella comenzó a prorrumpir en llanto de nuevo, y Alysanne, preocupada, dirigió su mirada hacia Marissa, quien comprendió de inmediato la silenciosa petición de la reina. Sin perder un instante, Marissa se acercó a Alysanne y empezó a relatar, con palabras apresuradas y entrecortadas, los eventos que habían llevado a su joven señora a tal estado de aflicción.
─Todo esto es culpa mía, Su Majestad ─Kenna apenas pudo contener una sonrisa de orgullo al escuchar el tono de culpa en la voz de su hija. Marissa actuaba con la misma destreza que ella misma─. La princesa y yo deseábamos sentarnos en la glorieta del jardín cuando Su Alteza recordó que había olvidado su material de bordado en sus aposentos. La dejé un momento para traer rápidamente lo necesario, pero al regresar, la princesa ya no estaba en la glorieta. Sé que obré mal al dejar sola a la princesa, pero nunca imaginé que algo así pudiera suceder en la Fortaleza Roja.
Marissa comenzó a llorar, cubriéndose el rostro con las manos, y la mirada de Alysanne se suavizó.
─No te preocupes tanto, niña. Estoy segura de que no ha pasado nada imperdonable. Continúa ─ordenó la reina con voz serena, y Marissa obedeció con prontitud.
─Sé que debí buscar a alguien de la Guardia Real, pero estaba tan asustada que lo primero que pensé fue en mis hermanos. Iba a correr hacia Gerion, pero hoy fue a la ciudad, así que encontré a Tymond y le pedí que me ayudara a encontrar a la princesa. Él sugirió que podría haber ido al Bosque de Dioses, ya que no estaba ni en el jardín ni en sus aposentos. Así que vinimos aquí.
Kenna lanzó una mirada de advertencia a su hijo, instándole sin palabras a no corregir a su hermana y revelar a la reina que había sido Marissa quien lo llevó al Bosque de Dioses por iniciativa propia. Tymond, captando la intención de su madre, asintió brevemente y guardó silencio.
─¿Y qué viste, Lady Marissa? ─Los ojos azules de Alysanne brillaban con una ira contenida, y Kenna tuvo que resistir el impulso de interponerse entre la reina y su hija.
─Yo fuí el primer testigo, mi reina ─intervino Tymond, tomando la palabra con cautela─. Al llegar aquí, lo primero que escuché fue la voz de la princesa Daella. Decía que no deseaba esto y que necesitaba irse. Luego, la vi con Lord Baratheon.
La declaración de Tymond flotó en el aire, cargada de implicaciones que no podían ser ignoradas.
─¡Mientes! ─bramó Boremund, arremetiendo hacia Tymond─. La princesa estaba aquí por su propia voluntad. ¡Tú no sabes nada de lo que dices!
─Ciertamente no vi ningún deseo en el rostro de la princesa cuando la tenías acorralada contra el árbol, intentando besarla ─respondió Tymond con dureza.
─Solo quería abrazar a la princesa. Ella no se opuso ─Boremund lanzó una mirada suplicante hacia Daella, buscando desesperadamente su apoyo─. Princesa, dígale. ¡Es una calumnia!
Daella se enjugó las lágrimas de su rostro y se irguió, liberándose con dignidad del abrazo protector de su madre. Kenna observó, admirada, cómo ella podía encarnar tanto la vulnerabilidad de una víctima inocente como el porte orgulloso de una verdadera princesa.
─Cuenta cómo fue en realidad, hija ─pidió Alysanne, con su tono suave pero imbuido de autoridad, mientras sus ojos buscaban la verdad en el rostro de Daella.
─Es verdad qué envié a Marissa para que trajera mi bordado, de modo que pudiéramos disfrutar del jardín en tranquilidad ─comenzó Daella en voz baja, con los ojos fijos en el suelo─. Tras la partida de Marissa, apareció Lord Baratheon. Me propuso dar un paseo hasta el Bosque de Dioses. No vi malicia alguna en su propuesta, Madre. ¡Después de todo, para eso se han congregado todos los señores en la capital!
─No hay nada de reprochable en eso, hija ─Alysanne le aseguró con voz serena, intentando calmar el tumulto de emociones que la joven princesa sentía─. ¿Qué sucedió después?
─Caminamos por un breve trecho, y de repente, Lord Baratheon me agarró del brazo y comenzó a decirme cosas que me llenaron de temor ─relató Daella con un sollozo que escapaba de sus labios, mientras sus ojos amatista se llenaban nuevamente de lágrimas─. Me dijo que pronto sería su esposa; que me llevaría a Bastión de Tormentas, donde me obsequiaría al caballo más grande para que pudiéramos cabalgar juntos por sus tierras bajo la lluvia. ¡Madre, sabes bien que me asustan mucho los caballos, y también el fragor del trueno y la lluvia!
─Lo sé, mi pequeña flor, lo sé ─Alysanne volvió a abrazar a su hija, mientras sus ojos lanzaban dagas de odio hacia Lord Boremund.
─Luego dijo que le daría más hijos de los que tú diste a mi padre, Madre. Y que nuestros hijos gobernarían Bastión de Tormentas, llevando el apellido de los Baratheon a la cúspide de la gloria ─la voz de Daella temblaba al llegar a esta parte crucial de su relato, casi rompiéndose en berridos─. Entonces, él me tomó de las manos, me empujó contra el árbol y se inclinó hacia mí. Sentí miedo, lloré y grité, y fue entonces cuando apareció Tymond... quiero decir, Lord Lannister...
Kenna aplaudió mentalmente la astucia de la princesa, quien, en lo qué parecía un momento de descuido, había pronunciado el nombre de pila de Tymond, pero con notable celeridad rectificó, refiriéndose a él de manera más formal, consciente quizás del escrutinio vigilante de su madre. Alysanne, rebosante de una ira contenida, mantuvo la compostura, pero era evidente que no permitiría que el ultraje hacia su hija quedara impune.
─Cuando llegué y los vi, la princesa estaba efectivamente sumida en llanto, Su Majestad. No sé qué cosas terribles le habrá dicho, pero su miedo era tangible ─aseveró Tymond, reforzando el relato de Daella con un tono de solemne sinceridad─. Aparté a Lord Baratheon de la princesa, y fue entonces cuando su presencia se hizo manifiesta en escena, mi reina.
─Lord Baratheon, ¿es consciente de que, por vuestros actos, podría enfrentar la ejecución? ─preguntó Alysanne, su voz gélida como el viento de invierno.
─¿Ejecución? No, por favor, Madre. ¡No es necesario! ─suplicó Daella─. ¡No ha ocurrido nada irreversible! Lord Tymond intervino justo a tiempo para evitar el desastre.
─Pero Lord Baratheon ha comprometido la integridad de tu reputación, Daella ─intentó hacerle comprender la reina.
─No hice nada malo, Su Majestad... La princesa lo deseaba ─balbuceó Boremund en su defensa.
─¿Y qué lo llevó a esa conclusión? ¿Mi hija le dio alguna señal? ¿Mostró algún afecto hacia usted? ─cuestionó la reina con dureza.
─Las doncellas que servían a la princesa siempre decían que ella estaba preparada para elegirme a mí... ─respondió Boremund, con la mirada perdida y el tono de quien se aferra a una esperanza desvanecida.
─Nunca he dicho algo semejante, Madre ─susurró Daella, su voz cargada de angustia y desmentido.
─¿Y se atrevió a basarse en los vacuos cuchicheos de las doncellas para imponerse a mi hija? ─replicó Alysanne con severidad, su mirada fija en Boremund, reprochándole su atrevimiento y ligereza.
El aspecto abatido del Baratheon, cuyos ojos azules reflejaban un miedo genuino, casi provoca en Kenna un sentimiento de culpa. Pero solo casi. No esperaba que Baratheon interpretara su papel en este drama con tal destreza. Todo lo que se requirió fue un par de doncellas y pajes que, "por casualidad", discutieran en presencia de Lord Boremund sobre cómo la princesa parecía estar lista para caer en sus brazos. Y así, Baratheon, impulsado por la esperanza de contraer un matrimonio ventajoso, decidió entablar una conversación privada con la princesa con el propósito de verificar la reciprocidad de sus sentimientos. Sin embargo, en lugar del esperado primer beso robado de los labios de la princesa, se encontró con lágrimas, un ataque de histeria y acusaciones de haber atentado contra su honor.
«Todo estará bien. Lady Jocelyn sabrá persuadir a su esposo para influir en el rey y la reina. No le pasará nada», se recordó Kenna, alejando los malos pensamientos.
─Mi reina, la princesa ha experimentado demasiadas emociones en el transcurso de este día ─intervino Kenna suavemente ante Alysanne─. Además, en su estado, no es recomendable preocuparse en exceso. Ambas necesitan descansar. Esta situación puede resolverse en otro momento.
─Tienes razón, Kenna ─respondió Alysanne, llamando a un guardia real─. Ser Pate, asegúrese de que Lord Baratheon permanezca en sus aposentos hasta que el rey y yo decidamos qué hacer con él.
El Capa Blanca hizo una reverencia a la reina y escoltó al consternado Boremund hacia el castillo.
─Lord Tymond, hoy ha demostrado su lealtad a la corona. Por ello, le confío a mi hija, cuyo honor ha defendido con tanto fervor. Acompañe a la princesa Daella a sus aposentos ─dijo ella a Tymond, reconociendo su valía.
─Era mi deber, Su Majestad. Gracias por su confianza ─respondió Tymond.
Él se acercó a la reina y a la princesa, extendiendo su mano hacia esta última.
─¿Podrá caminar por su cuenta, mi princesa? Si lo desea, puedo llevarla en mis brazos ─ofreció Lord Tymond a Daella, su voz impregnada de una cortesía que buscaba aliviar el incómodo ambiente.
─Caminaré yo misma ─respondió Daella de inmediato.
A los ojos de la reina no pasó inadvertido el rubor que que coloreó las mejillas de su hija. Daella aceptó el brazo de Tymond para apoyarse, extendiendo su otra mano en busca de Marissa, su fiel dama de compañía. Juntos, el trío se encaminó fuera del Bosque de Dioses, dejando atrás la tensión del encuentro. Kenna, mientras tanto, contenía el aliento, consciente de la mirada que la reina dirigía hacia ella cuando se dió la vuelta.
─Bueno, parece que pronto seremos familia, Lady Kenna ─comentó Alysanne con una sonrisa amable que infundió en Kenna un profundo sentido de alivio─. Hoy, su hijo ha demostrado ser un futuro esposo digno para mi hija.
─Será un gran honor para nuestra familia, Su Majestad ─respondió Kenna, realizando la reverencia más profunda que pudo.
Alysanne, con un gesto de asentimiento que reflejaba tanto su aprobación como su satisfacción, se dio la vuelta y se alejó del lugar. Kenna la siguió, todavía incrédula de que todo hubiera salido según lo planeado.
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