❪ 🔥 ❫ 05. the ins and outs of a courtship.
FUEGO Y SANGRE
ACTO I: EL CORTEJO DORADO
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CAPÍTULO V:
Los entresijos de un cortejo
📍DESEMBARCO DEL REY
DAELLA | ( AÑO 80 D.C )
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ALGO CONFUNDIDA MIENTRAS OBSERVABA su reflejo en el espejo, Daella comentó─: Pensé que tendría que ataviarme con ropas más atrevidas para atraer la atención de su hijo.
Lady Kenna esbozó una sonrisa ante el comentario, mientras con delicadeza alisaba las finas telas de su falda. El corte del vestido era inusual para Daella, habituada a atuendos más sencillos. Aquel brial había sido un obsequio de Lady Lannister, conocida por su gusto por las telas suntuosas y exquisitas. La alcandora interior era de un fino tejido de seda color marfil, que se sentía en la piel como la suave caricia del agua. El bordado dorado en el pecho y las mangas semitransparentes replicaban el patrón del vestido superior, un sarafán de tejido denso y pesado en un delicado azul celeste. La combinación de tonos le recordaba a Daella la imagen del cielo matutino, libre ya del rosado purpúreo del amanecer, pero aún por conquistar por el azul brillante del día.
─Mi hermano ve mujeres desnudas casi todas las noches, princesa. Vestida lo impresionarás mucho más ─dijo Marissa mientras entrelazaba habilidosamente hilos dorados en su trenza.
─¿Cuál es el propósito de todo esto, si nuestro principal objetivo es convencer a mis padres para que me casen con Lord Tymond? ─preguntó Daella, buscando comprender las intenciones de Lady Lannister.
─Lady Jocelyn y Lord Baratheon están desempeñando un excelente trabajo en esa tarea, sin nuestra ayuda ─La sonrisa de Lady Kenna era de satisfacción pura─. Su madre ya está harta de sus insinuaciones descaradas, y hasta su padre está listo para enviar al fastidioso Lord Boremund de regreso a Bastión de Tormentas.
─¿Y qué hay de Lord Arryn? ─Daella recordó al favorito de su propia madre, horrorizándose ante la mera perspectiva de casarse con un hombre que le doblaba la edad─. Mientras Lord Boremund exhibe su torpeza, Lord Rodrik se convierte en un yerno aún más adecuado a los ojos de mi madre.
─Creo que Lord Arryn pronto se retirará de la competencia por su mano, mi princesa ─declaró Lady Kenna, con su voz impregnada de una seguridad que despertó la curiosidad de Daella.
─¿A qué se refiere? ─preguntó Daella, con sus ojos buscando respuestas en los rostros de las mujeres que la acompañaban.
Lady Kenna y Marissa intercambiaron miradas cómplices, con sus sonrisas astutas sugiriendo un conocimiento compartido que Daella aún no poseía.
─¿Qué es lo que no sé? ─inquirió Daella─. ¿Qué secretos están guardando?
─No te preocupes, princesa. Pronto te llegarán los rumores ─dijo Marissa misteriosamente, terminando con su peinado─. ¡Ya! Ahora estás lista para conocer a mi insoportable hermano.
Daella suspiró mientras se giraba hacia el espejo para evaluar el resultado del esfuerzo de su amiga.
«Estoy... hermosa», pensó Daella con genuina sorpresa al avanzar hacia su reflejo.
En la corte, la belleza de su familia era considerada, principalmente, la pequeña Viserra, quien, a sus apenas nueve años, ya cautivaba a todos con su rostro angelical, piel nívea sin mácula alguna, su figura esbelta y sus cabellos plateados que parecían capturar la luz de cada estancia.
A Alyssa nunca le importó su apariencia, pues la única opinión que le interesaba era la de Baelon. Y para Baelon, su hermana-esposa era la mujer más hermosa del mundo, a pesar de sus ojos dispares y su nariz torcida.
Maegelle era, sin lugar a dudas, el reflejo más cercano de su madre, la Reina Alysanne. Su cabello rubio, tez clara y sus ojos de un profundo índigo evocaban la candidez y gracia que la reina siempre había irradiado. Daella, observando a su hermana, siempre había podido expresar sin engaño alguno que Maegelle poseía una belleza de doncella indiscutible.
En cuanto a Saera, su presencia era imposible de ignorar, pues su carácter audaz e indomable la convertía en el centro de todas las miradas, lo cual compensaba con creces cualquier imperfección que pudiera tener en su apariencia física. Su personalidad arrolladora y espíritu libre la envolvían de un aura encantadora, que eclipsaba los convencionalismos y dejaba una impresión duradera en todos aquellos que tenían el privilegio de conocerla.
Daella, entre todas sus hermanas, era la más discreta. Apenas superaba los siete palmos y medio de altura. A pesar de que tenía el cabello de oro y plata de los Targaryen, entre tantos hermanos rubios, ella no destacaba de ninguna manera. Tampoco había nada particularmente especial en su rostro, salvo quizás el color de sus ojos, un tono púrpura azulado semiclaro, que no se parecía a ninguno de sus padres o hermanos, quienes ─aunque la mayoría heredó el aspecto valyrio clásico─ tenían un matiz más próximo al lila o lavanda.
Pero en este vestido y con el cabello trenzado, Daella se sintió, en ese momento, hermosa mientras veía en su propia imagen un resplandor que la hacía sentirse igualmente digna de admiración. La combinación de colores hacía que su piel resplandeciera y resaltaba un suave rubor en sus mejillas. La cintura alta del vestido, realzada por un cinturón adornado con topacios azules, acentuaba su pequeño busto, demostrando que ya se había convertido en una joven mujer. Y el elaborado peinado que Marissa le había hecho le daba un aire verdaderamente regio. Hasta ese momento, Daella no había imaginado que podría lucir tan radiante.
─Así es como debe lucir una princesa valyria ─declaró Lady Kenna también complacida con la vista─. Mi pobre hijo aún no se imagina el tesoro que le aguarda.
─Esperemos que realmente me considere un tesoro y no una carga imprevista ─murmuró Daella, intentando disimular la mezcla de vergüenza y nerviosismo que las palabras de Lady Kenna habían provocado en ella.
─No se preocupe, no es tan tonto como para no reconocer su propia fortuna ─la tranquilizó Lady Kenna.
Daella inhaló profundamente, llenando sus pulmones de una mezcla de anticipación y calma, antes de encaminarse hacia la salida de sus aposentos. Marissa, como de costumbre, se apresuró a seguirla y acompañarla a su lugar favorito en los apacibles bordes del jardín real. En el camino, otras damas de compañía se unieron a su pequeño grupo, formando un séquito de risas contenidas y susurros amistosos.
─Ayer llegó a la corte Lord Tymond Lannister ─susurró en tono conspirador Lysa Rosby, de quince años, una de las más recientes incorporaciones al séquito de damas de compañía de Daella─. Los rumores sobre su atractivo son ciertos, mi princesa. Tuve la suerte de verlo esta mañana mientras pasaba por el campo de entrenamiento.
─Escuché que casi se pelea con Lord Baratheon, Su Alteza ─intervino Elinor Mooton, siempre ávida de enterarse de los últimos chismes─. Dicen que Lord Baratheon proclamaba ante toda la corte que estaba a punto de casarse con la princesa y hasta se atrevió a usar palabras excesivamente vulgares sobre usted.
─Y Lord Tymond no pudo tolerar tales palabras y se lanzó a defender su honor, mi princesa ─suspiró con admiración Florence Fossoway, quien tenía debilidad por las historias románticas sobre caballeros que salvaban a sus damas de las garras de los monstruos─. Como todo un caballero de los cuentos de hadas.
─Y yo escuché que la pelea fue detenida por Ser Gerion, quien persuadió a ambas partes de llegar a una tregua con un par de jarras de Dorado del Rejo ─comentó Daenora Velaryon, la más sensata entre todas las damas de compañía de Daella.
─¿Por qué especular cuando tenemos a Marissa aquí presente? ─dijo Elinor, con los ojos chispeantes de curiosidad─. Querida, ¿qué hay de cierto en todo esto?
Daella aguardaba a que Marissa confirmara lo dicho por Florence, esperando que ensalzara a su hermano como un noble caballero. Sin embargo, Marissa la sorprendió con su respuesta.
─Lady Daenora es quién más se acercó a la verdad ─respondió Marissa con una sonrisa─. Sí, mi hermano y Lord Boremund tuvieron un pequeño percance, pero fue Gerion quien logró apaciguar los ánimos y se evitó el derramamiento de sangre.
─¿Pero por qué comenzó todo? ─insistió Lysa, deseosa de saber toda la verdad.
─Eso seguirá siendo un misterio que solo los participantes directos en los acontecimientos de ayer podrán revelar ─respondió Marissa con un aire enigmático, dejando en el aire un susurro de intriga.
Las damas soltaron un suspiro colectivo de decepción, aunque rápidamente volvieron a sumergirse en su actividad favorita: el intercambio de rumores y cuchicheos que recorrían los pasillos de la Fortaleza Roja como un río incesante.
─Hoy escuché a mis doncellas hablar de que Lord Arryn no pasó la noche en sus aposentos ─susurró Elinor, atrayendo la atención de Daella.
─Dicen que salió de los aposentos de la viuda Lady Mullendore esta mañana ─añadió Florence, sumándose a la conversación con los ojos bien abiertos─. ¡Qué escándalo!
─No hay escándalo alguno ─replicó Elinor con un toque de desdén─. El hijo de Lady Mullendore ya ha alcanzado la mayoría de edad y ella le ha cedido la gestión del castillo familiar y sus territorios. Además, se casó recientemente con Elayne Oakheart, y hay una nueva señora en las Tierras Altas. Logró casar a sus cuatro hijas ventajosamente y ahora puede dedicarse a su propia vida. Tiene solo cuarenta y dos años, y Lord Arryn es un pretendiente digno de su atención.
─¿Pero que pasa con su cortejo hacia la princesa?
Sus damas de compañia continuaron enfrascadas en sus murmullos, ajenas a la expresión de sorpresa que se dibujaba en el rostro de Daella, quien observaba a Marissa, en cuyos ojos brillaba la diversión. Lady Alanna Mullendore, de soltera Florent, era la hermana mayor de Lady Kenna. Daella no podía creer que Lady Lannister hubiera logrado persuadir a su hermana de distraer a Lord Rodrik, deshaciéndose así del pretendiente indeseado. La pertinacia de su futura suegra la dejaban impresionada, y se sentía aliviada de contar con una aliada tan formidable de su lado, pues tenerla como enemiga sería algo muy peligroso.
Mientras discutían los chismes, llegaron a la glorieta del jardín real, y Daella se alegró de que hoy no la esperara Lord Boremund. No tenía nada en su contra, pero él era demasiado... demasiado alto, demasiado ancho de hombros, demasiado ruidoso. Su presencia la abrumaba y ella contaba los minutos hasta que pudiera escabullirse de él sin romper las normas de cortesía. Jamás podría convivir con alguien que vivía la vida con tanta intensidad. Por eso, Daella esperaba que Lord Tymond fuera más parecido a su tranquila y sabia madre.
Daella se acomodó en un banco dentro de la glorieta y empezó a bordar, tarea que Marissa había preparado cuidadosamente en una cesta para ella. Sus damas de compañía, buscando disfrutar del fresco aire matutino, optaron por quedarse al aire libre, acomodándose sobre gruesos cojines dispuestos en el césped del jardín. La luz del sol danzaba sobre ellas mientras se entregaban a la tranquila tarea del bordado, aunque para Daella, el acto de guiar la aguja a través de la tela no lograba calmar la agitación que sentía en su interior. Después de todo, estaba a punto de conocer a su futuro esposo.
El murmullo suave y constante de las conversaciones de sus acompañantes apenas la alcanzaba, perdida como estaba en sus pensamientos. Sin embargo, fue un suspiro colectivo el que logró arrancarla de su ensimismamiento, desviando su atención del labor que tenía entre manos.
─Gracias a los Siete, se ha afeitado ese horrible mostacho ─exhaló Marissa con alivio.
Sus damas de compañia, con los ojos brillantes de emoción y expectativa, miraban hacia el mismo punto, y Daella, contagiada por la curiosidad, alzó la vista para descubrir la causa de tal reacción. Dos hombres rubios se acercaban. Intentó identificar cuál de ellos era su pretendido prometido. El que iba delante tenía el cabello dorado corto, revelando un rostro alargado cincelado con pómulos altos y una barbilla definida. Sus cejas se arqueaban sobre unos ojos de un verde esmeralda intenso, otorgándole a su mirada una profundidad que podría percibirse como severa. Sus labios destacaban en su piel clara, y su nariz recta y fina tenía la misma forma elegante que la de Lady Kenna.
El otro hombre compartía el mismo cabello dorado, que llevaba recogido en una pequeña coleta. Sus carrillos estaban cubiertos por unas patillas qué pronto daría paso a cubrir su mentón con un barba corta, y sus labios delgados se curvaban en una sonrisa radiante dirigida a sus damas de compañía. Sus ojos, más avellana que verdes, contrastaban con unas cejas dos tonos más oscuras que su cabello. Daella, no obstante, percibió similitudes entre ambos hombres en la forma de sus rostros y ojos, así como en la despreocupada forma de avanzar, como si el mundo entero les perteneciera.
Por alguna razón, Daella supuso que de los dos, el hombre de cabello corto era Lord Tymond. Había algo casi señorial en la manera en que mantenía la cabeza y contemplaba el mundo. Daella se levantó de su asiento y salió de la glorieta, con la tela de su vestido ondeando suavemente alrededor de sus pies, mientras se preparaba mentalmente para recibir a sus invitados. Ante su presencia, ambos hombres se detuvieron, con gestos cuidadosamente medidos y llenos de respeto. Con una sincronización casi ensayada, inclinaron sus cabezas en una reverencia que hablaba de deferencia y reconocimiento hacia la joven princesa qué veían en persona por primera vez.
─Su Alteza, permítame presentarles a mis hermanos ─Marissa apareció junto a ellos─. Tymond Lannister, Señor de Roca Casterly y Guardián del Occidente ─señaló al hombre de cabello corto─. Y Ser Gerion Lannister, Espada del Oeste y el renombrado León Valiente.
─Es un gran honor conocerla, princesa.
Daella mordió su labio para evitar sonreír al comprobar que sus suposiciones eran correctas. Tymond dejó un suave beso en su mano, y a diferencia del beso de Lord Boremund, no sintió la necesidad de borrar ese contacto. Los ojos de Lord Tymond recorrieron su figura de arriba abajo, y Daella siempre atenta a los detalles, percibió con cierto alivio que su mirada no se detuvo en el escote, que dejaba al descubierto la delicada curva de la parte superior de sus pechos. Este descubrimiento le agradó y la decepcionó a la vez. Le agradó porque tenía la suficiente educación para no incomodarla mirándola con ojos hambrientos. Y la decepcionó porque esperaba una reacción más vigorosa.
«─¡Deja de pensar en tonterías! ─se reprendió mentalmente─. ¿Acaso esperabas que se enamorara de ti a primera vista? No eres la Reina Rhaenys, solo la simple y aburrida Daella. Alégrate de que tu futuro esposo sea joven y atractivo».
─Encantada de conocerlo, Lord Tymond ─Daella se obligó a sonreír─. Ser presentada a los hermanos de mi querida Marissa es para mí una gran alegría.
─Luce espléndida, Su Alteza ─dijo Gerion, situándose al lado de su hermano y ofreciendo una mirada de sincera admiración─. Como el cielo justo después del amanecer.
─Y para realzar aún más su belleza, permítame ofrecerle un humilde obsequio, mi princesa ─dijo Lord Tymond, con una cortesía que parecía brotar de sus palabras como un río sereno.
De repente, una pequeña caja apareció en las manos de Tymond, que él extendió hacia Daella con un gesto ceremonioso. Mientras ella la tomaba, no pudo evitar notar la mirada de disgusto que Tymond dirigió fugazmente a su hermano menor, un detalle que pasó rápidamente a segundo plano cuando su atención se centró en lo que contenía el presente del Lannister. Con delicadeza, Daella abrió la caja, y el contenido provocó un suspiro colectivo de asombro entre sus damas de compañía.
Daella esperaba encontrar una joya ostentosa, similar a la que Boremund le había entregado con una sonrisa satisfecha de sí mismo. Pero este collar era diferente. Era a la vez muy sencillo y elegante. La cadena dorada imitaba un tallo de flor con diminutas hojas de esmeralda, y en el centro del collar se agrupaban tres flores de nomeolvides. Los pétalos estaban tallados en zafiro azul brillante, y en el centro de cada flor resplandecía un topacio amarillo rodeado de diminutos diamantes. Daella quedó tan fascinada por el delicado trabajo que olvidó todo lo que la rodeaba. Era la primera vez que le regalaban algo no solo valioso, sino realmente hermoso.
─Escuché que le gustaban los nomeolvides, Su Alteza ─la voz de Tymond la distrajo de seguir contemplando el obsequio─. Espero que le haya gustado.
─Por supuesto que me ha gustado, mi señor ─respondió Daella con genuina sinceridad, mirando a Tymond con una sonrisa agradecida─. Estaba absorta admirando la belleza de mi nuevo collar. Gracias por tan maravilloso regalo, Lord Tymond.
El cumplido resonó entre ellos, creando una atmósfera de aprecio. Daella pudo ver en los ojos de Tymond una chispa de satisfacción por haber acertado con su elección.
─¿Me permitiría ayudarla a ponérselo? ─preguntó Tymond, acercándose hacia ella.
Fue entonces cuando Daella se dio cuenta de lo alto que era. Al principio pensó que era mucho más bajo que Lord Boremund, pero cuando se situó a solo unos pasos de ella, Daella comprendió que no le iba a la zaga en estatura. El Baratheon era mucho más ancho de hombros que Tymond, pero a ella le gustaba que el Lannister no fuera tan voluminoso como Lord Boremund. A pesar de esto, no se podía decir que Tymond fuera débil o enclenque. Ella observó cómo sus músculos se movían bajo la tela de la sencilla camisa blanca que llevaba debajo de su chaleco de algodón, y sus hombros eran lo suficientemente anchos como para que sus damas de compañía observaran con agrado su fuerte figura.
«Vaya, los rumores no mentían. Es realmente uno de los hombres mejor parecidos de todo el reino», admitió Daella para sí misma.
─Por supuesto ─Daella le entregó el collar y se dio la vuelta.
El corazón de Daella casi dio un vuelco al sentir los dedos ásperos de Tymond apartar delicadamente su cabello, dejando expuesto su cuello. Dirigió su mirada hacia Marissa, esforzándose por ignorar la proximidad de Tymond, pero la expresión complacida de su amiga no facilitaba la distracción. Daella soltó un suspiro al sentir cómo Tymond abrochaba el collar alrededor de su cuello antes de dar un paso hacia atrás.
─Combina perfectamente con su atuendo de hoy, mi princesa ─observó Lysa Rosby con una sonrisa traviesa dirigida a Tymond─. Casi como si Lord Lannister hubiese adivinado lo que llevaría puesto.
─Cuando tu hermana es dama de compañía de la princesa, resulta difícil no aprovechar una pequeña ventaja, milady ─replicó Tymond con humor, provocando que la dama apartara la mirada ligeramente sonrojada.
─¿Implica eso que en los aposentos de Lord Lannister se oculta un arsenal de cofres repletos con una variedad de joyas engarzadas con diferentes gemas, y listos para complementar cualquier atuendo que la princesa decida lucir en los próximos días? ─inquirió Daenora, con un toque de astucia en su voz, sugiriendo con sutileza que Tymond podría estar más preparado de lo que aparenta.
─No para todos los atuendos, pero para un centenar o dos, sí ─respondió Gerion en lugar de su hermano, esbozando una sonrisa de oreja a oreja─. Después de todo, somos los Lannister y es nuestro deber mantener vivos los rumores sobre nuestra familia.
Las jóvenes estallaron en carcajadas, recordando el famoso dicho de que los Lannister incluso defecaban el oro, y Daella apenas logró contener su risa al imaginar a Tymond en una situación un tanto menos glamurosa.
─Es la primera vez que visito esta parte del jardín, Su Alteza ─Tymond le ofreció su brazo─. ¿Me haría el honor de dar un paseo conmigo?
─Por supuesto, mi señor.
Daella aceptó el brazo ofrecido y siguió a Tymond. Marissa los siguió, manteniendo una distancia de diez pasos, para que su paseo se mantuviera dentro de las normas del decoro. El resto de sus damas de compañía rodearon a Gerion, que parecía bastante feliz en tal compañía.
─¿Cómo fue su viaje a la capital, Lord Tymond? ─inició Daella la conversación, sintiéndose un poco incomoda.
─El trayecto fue fácil, los caballos dóciles y la compañía agradable, princesa. Lástima que no puedo decir lo mismo de la bienvenida que nos dio la capital ─comentó Tymond, arrugando la nariz, mientras Daella sonreía al captar la referencia al inconfundible hedor de la ciudad que se filtraba hasta la Fortaleza Roja.
─Me temo que la capital no hace distinciones entre las narices de la nobleza y las del pueblo llano. Todos sufrimos estos olores por igual ─dijo ella con simpatía.
─Solo he estado en la capital una vez, cuando su padre tuvo a bien confirmar mi definitivo ascenso como Guardián del Occidente. Desde entonces, confieso que había olvidado el hedor característico de Desembarco del Rey. De haberlo recordado, habría traído conmigo los planos del alcantarillado de Lannisport ─Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras calaran en los presentes, antes de continuar con una sugerencia que destilaba tanto lógica como sagacidad─: Quizás mi madre podría ejercer su influencia para persuadir a la Reina Alysanne de presentarlos al Consejo Privado. Así, podríamos librar a los desembarqueños de este terrible olor.
─¿No hay tal hedor en Lannisport? ─se sorprendió Daella─. Su población no difiere mucho de la de Desembarco del Rey, ¿verdad? El maestre dijo que, según el último censo, Lannisport alberga trescientas cincuenta mil personas.
─Tiene razón, princesa ─Daella detectó aprobación en el tono de Tymond─. Pero Lannisport fue construido desde sus inicios con la visión de acoger a un gran número de habitantes. Por eso los primeros gobernantes del oeste se preocuparon por atender el sistema de alcantarillado desde el momento en que se erigieron las primeras viviendas.
─Qué pena que Aegon el Conquistador no se preocupara por esas cuestiones.
─Bueno, tenía problemas más urgentes que construir alcantarillas... Si yo tuviera dragones, tampoco me preocuparía por esas nimiedades, princesa.
─Entonces los habitantes de Lannisport deben agradecer que los Lannister no tuvieran dragones. De lo contrario, sufrirían como los habitantes de la capital.
Intercambiaron miradas y luego estallaron en suaves risas. Daella jamás habría imaginado que hablar sobre el desagradable hedor que se cernía sobre la capital podría desembocar en una conversación tan amena y llena de camaradería.
─¿Puedo hacerle una pregunta personal, Lord Tymond?
─Solo si no se trata de mi mostacho, princesa. Es un tema delicado.
Daella rió nuevamente, recordando las quejas de Marissa sobre lo mucho que le molestaba el largo mostacho de su hermano mayor.
─Ha realizado un noble gesto al deshacerse de él, mi señor. Su madre y su hermana están inmensamente complacidas con tal desenlace ─bromeó Daella.
─Entonces, parece que mi sacrificio no ha sido en vano ─respondió Tymond, siguiendo el hilo de la broma.
─En realidad, solo tengo curiosidad por saber si los rumores que me llegaron esta mañana contienen algo de veracidad
─¿Se refiere a esos rumores en los que mi tía Alanna seduce traicioneramente a Lord Arryn para despejar el camino a su querido sobrino? ─preguntó Tymond con un brillo travieso en los ojos.
─Oh, esos rumores ya han sido objeto de exhaustiva discusión por parte de mis damas de compañía, quienes los han examinado desde todos los ángulos posibles. Mi interés se inclina más hacia los motivos de su reciente escaramuza con Lord Boremund.
─¿Tán interesada está en ese asunto en particular con Lord Boremund?
Daella captó un destello de descontento que rápidamente desapareció de los ojos del Lannister.
─Me interesan los asuntos de cualquier hombre que potencialmente pueda convertirse en mi futuro esposo, mi señor ─Daella esperaba que su honestidad inspirara a Tymond a responderle con igual sinceridad─. Usted también está entre esos hombres, por eso pregunto.
─Su honestidad me agrada, Su Alteza ─respondió Tymond─. Pero primero me gustaría saber cómo le transmitieron esta situación.
─Oh, hubo muchas suposiciones, mi señor. Alguien dijo que Lord Boremund mostró una excesiva libertad de expresión hacia mí, provocando que usted acudiera en defensa de mi honor. Alguien más dijo que Lord Boremund proclamó ante toda la corte que yo ya había aceptado casarme con él, y que ningún otro pretendiente tenía posibilidad alguna, lo que supuestamente lo ofendió y lo llevó a contradecirlo. También hay quien cree que vuestro conflicto surgió de la nada, siendo Ser Gerion el héroe principal al reconciliar a ambas partes y evitar un verdadero derramamiento de sangre. ¿Qué hay de cierto en todo esto?
Tymond pensó en ello. Daella esperó pacientemente su respuesta. A ella, por supuesto, le gustaría que la primera opción fuera cierta. Pero entonces sería como Elinor, creyendo en esas fantasiosas historias de caballeros nobles que rara vez existían en la realidad.
─La verdad está en el medio, princesa ─respondió Tymond, finalmente─. Boremund parloteó en exceso sobre cómo usted había caído rendida a sus encantos y estaba dispuesta a casarse con él mañana mismo. Sonaba como si él fuera la princesa y usted el pretendiente que busca su atención. Fue suficiente para provocarme indignación. Luego tuvo el descaro de insinuar que había enviado a Marissa para custodiarla hasta mi llegada. Eso fue algo que no pude tolerar. Posteriormente, pronunció palabras que no me atrevo a repetir, pues no son dignas de sus oídos, mi princesa. Aunque no fueron insultos, pero sí palabras lo suficientemente vulgares que no deberían dirigirse a una dama de su alcurnia. Mi intención era simplemente poner a Lord Baratheon en su lugar, pero siempre hubo algo en él que hacía hervir mi sangre, de modo que el enfrentamiento casi se convierte en una escaramuza. Pero, afortunadamente, Gerion intervino con Dorado del Rejo, y como Lord Baratheon aprecia tanto la bebida como una buena pelea, la riña se evitó. Reconozco que mi comportamiento no es digno de alabanza, pero no pude permanecer callado ante su fanfarronería. Le pido disculpas si mis palabras le han robado parte de su tranquilidad.
─Entonces, ¿Ser Gerion fue el verdadero héroe de ayer?
Tymond dirigió su mirada a Gerion, quien entretenía a las damas de compañía de Daella. Daella vio amor y ternura en su mirada, lo cual conmovió su corazón.
«Si es capaz de tal amor por su familia, seguro que también tiene un poco para mí, ¿verdad?», pensó con esperanza.
─Así es. Él siempre ha sido así ─confirmó Tymond─. Incluso en las situaciones más desesperadas, lograba arreglárselas para salir adelante.
─Lo ama usted. Y a Marissa ─Las palabras se escaparon de Daella involuntariamente al notar cómo la voz de Tymond se suavizaba al hablar de su hermano.
─Por supuesto ─respondió él, con una pizca de sorpresa en su mirada─. ¿No se supone que todos los hermanos mayores deberían amar a sus hermanos menores?
Daella recordó sus propias relaciones con sus hermanos y hermanas. Aemon, Baelon y Alyssa siempre se mantenían al margen, viviendo en su propio mundo donde los tres conducían el reino hacia nuevas glorias. Maegelle, desde niña prometida a la Fe, pasaba más tiempo leyendo la Estrella de Siete Puntas que compartiendo con sus hermanos menores. Vaegon casi la despreciaba y muchos creían que él había huido a Antigua solo para evitar casarse con ella. Y en cuanto a Saera y Viserra, preferían su compañía mutua antes que la de Daella. Por lo tanto, Daella se sentía terriblemente sola en su gran familia.
─La relación entre hermanos y hermanas no siempre es tan estrecha ─dijo Daella con tristeza.
─Si los dioses me bendicen haciéndola mi esposa, conocerá la clase de amor que reina entre los miembros de una familia unida, mi princesa ─respondió Tymond, con una sinceridad que se reflejaba en sus ojos, llenos de promesas y esperanzas.
Mientras las palabras de Tymond aún flotaban en el aire, Daella divisó a su madre acercándose a través de los arbustos, flanqueada por sus numerosas damas de compañía. Tymond siguió su mirada y reaccionó con un gesto inesperadamente protector, cubriendo la mano de Daella con la suya. Ella recordó entonces su conversación con Lady Kenna. Debía convencer a su madre de que estaba interesada en Tymond Lannister.
«¿Quién habría pensado que no necesitaría fingir? Este hombre realmente ha despertado mi interés», pensó Daella.
─Me complacería enormemente, Lord Lannister ─dijo Daella, esperando que su sonrisa dirigida a Tymond fuera lo suficientemente genuina como para convencer a su madre de la calidez de sus afectos.
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