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Capitulo 7

Ubicación: Oficina abandonada en las afueras de la ciudad, 1:27 a.m.

La noche era densa como brea. La lluvia golpeaba los cristales rotos del edificio en ruinas donde Giyu Tomioka y Sanemi Shinazugawa habían montado una pequeña base de operaciones temporal. No confiaban en hablar de Douma en la estación de policía. No después de lo que habían descubierto.

Sanemi: Maldito bastardo —gruñó Sanemi, arrojando un archivo sobre la mesa metálica oxidada— ¿Sabías que tres de sus exalumnas han desaparecido en los últimos cinco años? Y nadie lo investigó porque sus expedientes estaban "inconclusos".

Giyu hojeó el expediente sin levantar la mirada. Su ceño estaba fruncido. Tenía los nudillos vendados aún, por el golpe que le había dado a Douma. No se arrepentía.

Giyu: Inconclusos porque alguien borró pruebas —murmuró—e ¿Tienes los nombres?

Sanemi: Aquí —Sanemi le señaló una hoja—. Mizuno Eri. Sakuraba Hanako. Fujii Aoi.

Giyu: Aoi... —Giyu entornó los ojos— Esa chica estaba en el mismo salon que Shinobu, ¿no?

Sanemi: Sí. Desapareció después de dejar su trabajo repentinamente. Nadie preguntó demasiado. Douma la describió como "inestable".

Giyu apretó los dientes.

Giyu: Es su patrón. Las hace parecer locas, volubles, inestables. Luego las hace desaparecer. Y la escuela mira hacia otro lado porque su apellido tiene peso.

Sanemi apoyó las manos en la mesa, su cabello blanco húmedo y alborotado por la tormenta.

Sanemi: Ya hablé con mi contacto en el juzgado. Douma tiene una denuncia por acoso de hace tres años. ¿Quieres saber qué pasó con ella? La chica se suicidó. El caso se cerró. Fin.

Giyu: ¿Cómo se llamaba?

Sanemi: Kanzaki Kiyo. Tenía dieciséis.

Un silencio grave se instaló entre ambos. Las luces parpadeaban. La humedad del lugar les calaba los huesos, pero no se movieron. No podían. Demasiadas verdades empezaban a conectarse.

Giyu se pasó la mano por el cabello, frustrado.

Giyu: Kocho estuvo cerca. Muy cerca. No sé cuánto le hizo... pero está asustada. Y aún no habla.

Sanemi: ¿Crees que la drogó?

Giyu: Tal vez o la manipuló. No sabemos cuánto tiempo lleva observándola.

Sanemi lanzó una silla contra la pared, hastiado.

Sanemi: ¡Entonces déjame ir y partirle la cara ahora! ¡No podemos esperar a tener pruebas perfectas! Ese enfermo está planeando algo, lo noto.

Giyu: Y si actuamos sin pruebas, él se victimiza. Tiene abogados, contactos, dinero. Saldría limpio, y nosotros terminaríamos suspendidos... o peor —Giyu lo miró de frente— Necesitamos hacerlo bien.

Sanemi lo fulminó con la mirada, pero no discutió más. Sabía que Giyu tenía razón. El sistema no estaba de su lado.

Giyu: ¿Qué hay del edificio secundario? El que Douma gestiona como "centro de tutorías" —preguntó Giyu.

Sanemi; Fui esta mañana. Cerrado. Pero olía raro. Como a químicos, lejía, y algo más... dulce. Me llevé una muestra del aire para análisis.

Giyu: ¿Podría ser donde las retiene?

Sanemi: No hay cámaras. Está lleno de cuartos pequeños con cerraduras por dentro. Lo están disfrazando de algo legal, pero es una jaula y no es el único. Tiene otra propiedad en las colinas, a nombre de un tercero.

Giyu se inclinó hacia el mapa que tenían clavado en la pared, señalando con un bolígrafo rojo.

Giyu: Aquí, ¿verdad? Cerca del río.

Sanemi asintió.

Sanemi: ¿Vamos esta noche?

Giyu: No. Aún no. Primero quiero que alguien hable.

Sanemi: ¿Quién?

Giyu; La hermana de Shinobu. Kanae.

Sanemi frunció el ceño.

Sanemi; ¿Crees que ella sepa?

Giyu: No lo sé. Pero es protectora. Si alguien notó el cambio en Shinobu, fue ella. Necesito escucharla antes de dar el siguiente paso.

Un trueno retumbó. Sanemi se encendió un cigarro.

Sanemi: ¿Y si Douma se adelanta?

Giyu lo miró con ojos oscuros, fríos como el acero.

Giyu; Entonces lo detengo con mis propias manos.

Sanemi sonrió apenas.

Sanemi: Sabía que esa rabia tenía que salir por algún lado. Bien, Tomioka. Vamos a cazar a ese hijo de puta.

Giyu tomó su chaqueta, metió los archivos en una mochila, y murmuró:

Giyu: No vamos a cazarlo, Sanemi. Vamos a exponerlo. Para que no pueda esconderse nunca más.

Y mientras se marchaban al amanecer, la lluvia cesó lentamente, como si incluso el cielo aguardara por justicia.

. . . 

Ubicación: Cuarto de Shinobu Kocho — 8:45 p.m.

La habitación estaba sumida en un silencio espeso, interrumpido solo por el leve tic-tic del reloj sobre la cómoda. Las paredes, pintadas de un lila suave, daban una falsa sensación de paz. La lámpara encendida lanzaba una luz cálida que apenas alcanzaba a disipar las sombras en los rincones. En la cama, sentada con las piernas cruzadas y las manos aferradas a la manta, Shinobu miraba sin ver, con los ojos clavados en un punto fijo del suelo.

El recuerdo volvía una y otra vez, como un eco.

El sonido del puño de Giyu impactando con violencia contra el rostro de Douma. La forma en que la cabeza de él se giró por la fuerza, la sangre en la comisura de sus labios, esa mueca sorprendida que duró un instante... y luego la sonrisa. La maldita sonrisa que Douma siempre usaba, como si todo fuera un juego.

«Así que ya lo saben», había dicho.
Como si todo estuviera bajo control. Como si incluso ese golpe fuera parte de su guion.

Shinobu se estremeció. Su respiración era leve, pero irregular. Su garganta ardía con un grito que no se atrevía a soltar.

Shinobu: No fue tu culpa... —se dijo a sí misma en voz baja, apenas audible— No fue tu culpa.

Tocó con los dedos el costado de su cuello, donde la piel aún parecía sentir la presión invisible de aquellas manos suaves... y crueles. Douma no le había hecho daño físico, no directamente. Pero el veneno estaba en las palabras, en las miradas, en la forma en que torcía cada gesto suyo para convertirlo en una ofrenda.

Sus ojos se humedecieron, pero parpadeó con fuerza para contener las lágrimas.
No. No frente a él. Ni siquiera en sus recuerdos.

Un leve golpe en la puerta rompió el silencio.

Kanae: ¿Shinobu? —La voz de Kanae llegó con dulzura, pero también con una preocupación apenas contenida— ¿Puedo entrar?

Shinobu tardó unos segundos en responder.

Shinobu: Sí...

La puerta se abrió con suavidad. Kanae entró con una bandeja entre las manos. Sobre ella, una sopa caliente, arroz y té. Su sonrisa era tenue, pero sincera. El cabello oscuro lo llevaba recogido en su peinado habitual, y su presencia traía una calma que solo las hermanas mayores saben ofrecer.

Kanae: No comiste nada en todo el día —dijo, dejando la bandeja en el escritorio— Pensé que si lo traía yo, al menos me harías el favor de probarlo.

Shinobu no respondió de inmediato. Solo bajó la mirada.

Shinobu: Lo siento.

Kanae: No tienes que disculparte por sentirte mal.

Kanae se sentó a su lado en la cama. Por un momento, ninguna de las dos dijo nada. Solo el sonido del reloj, y la respiración contenida de Shinobu.

Kanae: ¿Quieres hablar de ello?

Shinobu cerró los ojos.

Shinobu: No sé si puedo.

Kanae asintió lentamente.

Kanae; ¿Recuerdas cuando eras pequeña y tenías miedo de las tormentas? —murmuró, acariciándole el cabello— Me decías: "Si lo digo en voz alta, se vuelve más real".

Shinobu: Y tú decías que a veces eso es lo que necesitamos para quitarnos el peso del pecho.

Kanae sonrió con ternura.

Kanae: A veces hablar no sana del todo, pero sí abre la puerta para empezar.

Hubo un silencio largo. Entonces, la voz de Shinobu salió quebrada.

Shinobu: Vi a Giyu san golpearlo... y por un segundo me sentí bien. Quería que lo hiciera. Lo quería tanto que me dio miedo de mí misma.

Kanae no dijo nada, no la interrumpió.

Shinobu: Douma... él me observaba desde antes de que yo lo notara. Me decía cosas pequeñas, inofensivas, pero que poco a poco fueron haciendo que dudara de mi forma de pensar. Que me aislara. Empecé a sentir que yo debía algo... que le debía algo a él y cuando quise salir, ya era tarde. Él sabía todo sobre mí. Mis horarios, mis amigos, mis miedos.

Kanae: Shinobu...

Shinobu rompió a llorar. Su cuerpo temblaba como una hoja, contenida por tanto tiempo. Kanae la rodeó con los brazos sin decir una sola palabra, permitiéndole romperse. Porque sabía que su hermana necesitaba eso más que consejos o respuestas.

Cuando por fin el llanto se fue calmando, Kanae le limpió las mejillas con una servilleta y le ofreció la taza de té.

Kanae: Estás viva, Shinobu y tú eres luz. Incluso en medio del veneno que dejaste entrar.

Shinobu tomó la taza entre las manos.

Shinobu: ¿Y si él intenta buscarme de nuevo?

Kanae la miró con una gravedad que raramente mostraba.

Kanae: Entonces tendrá que pasar sobre mí primero.

Shinobu sonrió débilmente, con lágrimas aún en las pestañas.

Shinobu: Gracias... hermana.

Kanae: Siempre —Kanae le besó la frente— Ahora come algo, ¿sí?

Y por primera vez en semanas, Shinobu obedeció. Porque en ese cuarto, aunque su mundo aún temblara, ya no estaba sola.

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