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17 | Más estrofas


El final del concierto fue una locura y más tras la noticia.

Jimin abandonó el palco en cuanto el escenario se apagó y la gente empezó a salir del estadio, con una increíble congoja en el pecho y mil y un emociones a las que no sabía poner nombre. Lo único que tenía claro era que quería ver a Yoon Gi. Lo necesitaba más que nunca pero no sabía a dónde dirigirse ni tampoco se atrevía a preguntar porque el personal con el que se cruzaba lucía histérico y muy disgustado así que simplemente echó a andar por el pasillo con la intención de revisar las estancias que se le abrían al paso.

Se cruzó con un par de mujeres que bramaban no sé cuántos improperios en torno a la prensa, que, por lo visto, no había perdido tiempo en lanzar titulares sobre la retirada del Rey de la Industria. A lo lejos distinguió a Seok Jin, rojo como un tomate, colgado del móvil y con signos de evidente congestión.

—¡Que no es así! ¡No lo es! —gritaba—. ¡Mándalos a la mierda si es necesario! ¡Min Yoon Gi no ha dicho en ningún momento que vaya a dejar de actuar! ¡Déjalo claro!

—Jin... —Nam Joon, junto a él, le tiró de la manga—. Ha dicho que no iba a volver al escenario. Todos lo hemos oído.

–¿Y a ti quien te ha pedido opinión, ah? —El manager se separó el auricular un segundo—. ¡Anda, ve a hacer algo útil en vez de quedarte aquí murmurando incoherencias! —Regresó a la llamada—. ¡No lo deja, no! ¡No va a dar conciertos porque se va a tomar un descanso!

—Un descanso eterno. —Su ayudante, lejos de irse, se cruzó de brazos—. Respétale y di la verdad.

El rostro de Seok Jin se contrajo como una uva pasa pero, en lugar de contraatacar, lo que hizo fue cortar la llamada y marcar otra, justo en el momento en el que un grupo de bailarines atravesaba el pasillo como una exhalación. Jimin se apartó para evitar ser arrollado. Perdió el contacto visual de la escena.

—¡Cómo te atreves a apagar el teléfono en un momento como este! —Aún sin verle, el camarero se imaginó que al empresario bramando por la bocina—. ¡Loco! ¡Irresponsable! ¡Si es que no tienes remedio! ¿Cómo puedes decidir algo así por tu cuenta?

Estaba hablando con el buzón de voz de Yoon Gi.

—¿Por qué lo has hecho, eh? ¿Por qué? Necesito que escuches mi mensaje y me llames antes de que fallezca de un infarto porque no me voy a enfrentar a la prensa sin que me digas lo que está pasando.

El pasillo se volvió a despejar. Los ojos del camarero detectaron a Seok Jin dándose golpecitos en la frente contra la pared, desencajado, mientras Nam Joon tomaba el relevo y, con un tono mucho más mesurado, contestaba la siguiente llamada.

—¡Ah, señor Choi! ¿Cómo está? —saludó con cordialidad—. ¿De Yoon Gi? No le podría decir, la verdad... Pero va a seguir componiendo... Sí, claro... No se precupe... ¿Yo? —Se rió —. Sí, sacaré algo al mercado, se lo prometo. Usted no se agobie.

—Era uno de nuestros mayores inversores, ¿verdad? —El manager no se movió de la pared—. ¿Qué ha dicho?

—Que está inquieto pero que confía en que lo resolvamos.

Seok Jin musitó algo que Jimin no alcanzó a escuchar. Alguien abrió la puerta de la derecha, le agarró del brazo y le metió en la habitación llena de cables y cajas de sonido que estaba en penumbra, a tanta velocidad que se sintió volar hasta que se descubrió con la espalda en la pared.

—Has venido. —Las pupilas oscuras de Yoon Gi, que aún llevaba el atuendo blanco con el que había actuado durante la última parte del concierto, se clavaron en las suyas—. ¿He conseguido ganarme ya un poco de tu atención?

Le cercó con los brazos. Esta vez tenía que asegurarse de que no salía huyendo.

—He hecho todo esto para que me hagas caso. —Aproximó su rostro al del camarero—. Me lo merezco un poco, ¿no crees?

Jimin sintió que un profundo calor le subía por el pecho hasta las mejillas.

—Lo que me parece es que te has excedido —musitó—. Con eso de... —se interrumpió; sentía el rostro Yoon Gi cerca, casi en sus labios, y el corazón se le había disparado—. Dejar de actuar.

—Pues yo creo que he estado de lo más preciso —susurró él—. Lo que tenemos vale demasiado como para que me resigne a perderlo.

Jimin enmudeció. El artista aprovechó para unir sus labios con los suyos y besarle, en un roce suave que se tornó en un descontrolado frenesí en cuanto sintió que el camarero le correspondía. Se hundió en su boca y en su aliento, le tocó con más ansiedad que nunca y bebió de su húmedo elixir que le hizo renacer mientras el chico se abrazaba a él con la misma intensidad, como si temiera soltarle y que se esfumara.

—Supongo que esto significa que me perdonas —murmuró el artista, aún pegado a sus labios.

—Sí pero dudo que eso vaya a ser bueno para ti.

—¿Por? —Los ojos se Yoon Gi se trasformaron en dos canicas cargadas de curiosidad.

—Porque a esa preciosa última canción que compusiste le vas a tener que agregar más estrofas. —Jimin sonrió, y añadió—: Muchísimas más estrofas.

El artista suspiró con fuerza, como si se acabara de liberar de un peso enorme, el camarero se echó a reír y, así, henchidos de la felicidad de la reconciliación, volvieron a fundirse en un largo beso. Uno profundo, pasional y cargado de deseo. Uno que plasmaba todos sus sentimientos. Uno de esos que apenas surgían en la vida.

Uno de los de verdad.

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