
08.
Puerta al limbo
—¿Saben en qué debimos haber buscado primero en lugar de la marca? —preguntó Xavier, mientras tecleaba algo en su laptop.
Nova y Hanna lo miraron con atención.
—¿Qué cosa? —preguntó Nova, con el ceño fruncido.
Xavier exhaló por la nariz, como si fuera obvio.
—Sus nombres. Su apellido. "Kaulitz". Lo hemos tenido frente a nosotros todo este tiempo.
—¿Crees que haya algo? —dijo Hanna, dudosa.
—Tiene que haberlo —murmuró él, tecleando "gemelos Kaulitz" y justo aparecieron a otras palabras clave: Alemania, gemelos, asesinato, 2007.
Por un momento, nada apareció.
Pero entonces, uno de los resultados en un archivo de periódico alemán le llamó la atención.
Hizo clic.
La página se cargó lento, el artículo estaba en blanco y negro, como un archivo escaneado de una hemeroteca antigua. Aun así, pudieron leer el encabezado:
"TRAGEDIA EN BERLÍN: DOS GEMELOS DE 18 AÑOS ASESINADOS Y ABANDONADOS EN LAGO"
15 de abril de 2007
Xavier leyó en voz alta, mientras sus ojos se abrían con cada palabra:
—"Tom y Bill Kaulitz, de 18 años, fueron encontrados sin vida en las orillas del lago Müggelsee, en Berlín, por un turista al amanecer del lunes. Tom presentaba un disparo limpio en la frente y cortes profundos en ambas muñecas, mientras que su hermano Bill había sido estrangulado, apuñalado más de veinte veces en el torso, y su cuello mostraba marcas rituales..."
—¿Rituales? —interrumpió Hanna.
—Shh... espera —murmuró Nova, paralizada.
Xavier continuó leyendo.
—"...las autoridades no encontraron armas en la escena. El forense determinó que ambos murieron con una diferencia de apenas cinco minutos. Lo más extraño fue que los cuerpos presentaban un patrón de cicatrices similares a símbolos antiguos, pero los registros de cultos satánicos o sectas no arrojaron coincidencias. El caso fue archivado sin resolución."
El aire se volvió denso, Hanna y Nova lo miraban sin parpadear.
—¿Qué... qué fecha dijo eso? —preguntó Nova.
—2007. El 15 de abril —dijo Xavier.
—Eso fue hace...
—Veinte años. Exactamente.
La cocina pareció encogerse. Nova se levantó de la silla y retrocedió unos pasos. Sintió que el corazón le palpitaba en las sienes.
—No... no puede ser.
—¿Y si sí? —preguntó Hanna con un nudo en la garganta— ¿Y si... realmente están muertos?
—¿Y entonces qué? ¿Estamos conviviendo con dos cadáveres reanimados? —dijo Nova con un tono entre rabia y miedo.
Xavier se giró la laptop para que ellas pudieran ver.
—Miren esto.
—¿Qué es? —preguntó Hanna.
Xavier abrió otro archivo: una foto borrosa, en blanco y negro. Tom y Bill Kaulitz, en la orilla del lago, uno en el agua, el otro boca abajo en la arena. Sus rostros apenas visibles, pero reconocibles. Sobre todo los ojos de Bill. Incluso muertos, tenían ese vacío negro y esa expresión distante.
Nova dio un paso atrás.
—Eso... eso no puede ser cierto.
Pero lo era. La evidencia estaba ahí. Oficial. Sellada.
—¿Cómo llegaron a este pueblo? —murmuró Hanna, como si hiciera la pregunta en voz alta más para sí misma.
—¿Y por qué? —añadió Xavier— ¿Qué los trajo? ¿O quién los trajo?
Silencio.
Nova volvió a sentarse con su respiración se agitaba.
—¿Y si... no vinieron solos?
—¿A qué te refieres? —preguntó Xavier.
—¿Y si los trajo algo más? —dijo Nova, mirando la mesa— ¿Un demonio? ¿Un pacto? ¿Un ritual?
—Tal vez... regresaron por una razón —susurró Hanna— Pero no están completos. Solo vivos a medias.
Xavier se quedó mirando la pantalla, pensativo.
—¿Y si están buscando a alguien para... terminar lo que sea que empezó aquella noche?
Nova se estremeció.
—¿Y si soy yo?
Hanna se giró hacia ella.
—No digas eso.
—Pero es que... todo lo que pasa, todo lo que hacen, me lo hacen a mí. Me marcan. Me siguen. Me muerden. Me poseen.
—A lo mejor es porque eres el vínculo.
—¿El qué?
Xavier buscó otra imagen. Encontró una vieja pintura medieval. Una figura femenina con símbolos similares al del cuello de Nova, rodeada de sombras con rostros vacíos.
—"El vínculo," según algunos grimorios, era la persona por la cual una entidad podía permanecer entre los vivos. Como un ancla. Un canal. Un cuerpo prestado para que el demonio no se evapore.
Nova empezó a sudar otra vez.
—¿Entonces soy como su... batería? ¿Su conducto?
—Sí. Y si eso es cierto, no solo te van a usar. Van a destruirte.
La puerta del pasillo se abrió de golpe. Claudia asomó la cabeza.
—Chicos, saldré ahora. ¿Van a almorzar aquí o salir?
—Aquí —respondieron al unísono, ocultando la tensión.
—Perfecto. Nova no me esperes despierta. Llegaré tarde.
Claudia cerró la puerta.
Cuando se volvió a hacer el silencio, Nova miró a sus dos mejores amigos.
—Entonces esta noche... tengo que ir con Georg y si él no tiene las respuestas...
—Las encontraremos —aseguró Hanna.
—O moriremos en el intento —murmuró Xavier, sin apartar la vista del rostro muerto de Bill Kaulitz en la pantalla.
. . .
La noche era densa no solo por la oscuridad del bosque, sino por el aire. Parecía más espeso, más pesado. Como si algo invisible la empujara hacia abajo con cada paso.
Nova apretaba su chaqueta, caminando con la linterna de su celular, que parpadeaba como si estuviera a punto de rendirse. Xavier la había dejado en la entrada del viejo camino, porque su auto no podía pasar por la maleza. Ella tuvo que seguir a pie los últimos diez minutos.
Cuando llegó a la cabaña, tragó saliva. La estructura de madera vieja parecía abandonada a primera vista, pero una tenue luz cálida escapaba por las rendijas de la ventana.
Reunió el valor y tocó la puerta. Tres golpes secos, pasaron segundos... quizás un minuto. Entonces se escuchó una traba correrse y la puerta se abrió.
—Nova. —La voz era grave, pero amable.
Del otro lado, un hombre de unos treita años la observaba con una mezcla de nostalgia y preocupación. Tenía barba crecida, cabello revuelto y ojeras profundas. Vestía como si no hubiera salido de casa en días.
—Me alegra verte, pero no pensé que sería... en estas condiciones —dijo Georg Listing.
Nova forzó una sonrisa.
—Yo tampoco lo planeaba.
Él se hizo a un lado y le indicó que pasara.
El interior de la casa era rústico pero acogedor. Había libros apilados por todas partes, muchas velas encendidas, mapas, símbolos dibujados en papeles viejos y una especie de altar improvisado en una esquina.
Georg caminó hacia la cocina.
—¿Té?
—Sí, por favor —respondió Nova, sentándose en un sofá de cuero algo roto.
En pocos minutos, Georg le alcanzó una taza humeante y se sentó frente a ella.
El silencio fue incómodo al principio, hasta que él lo rompió:
—Hace veinte años... —comenzó, sin previo aviso, sin que ella preguntara— Yo tenía un grupo de amigos en la preparatoria. Éramos populares, no por ser los más lindos ni los más ricos. Sino por algo más puro. Tocábamos música. Vivíamos para ella.
Nova lo miraba con atención. Cada palabra pesaba.
—Éramos cuatro. Gustav, los gemelos... y yo. Yo era el mayor. Dos años más que ellos, pero los que siempre lideraban eran Tom y Bill. Siempre. Tenían esa... presencia. Como si cada mirada que lanzaban arrastrara a los demás como un río arrastra ramas.
—¿Y qué pasó? —preguntó Nova con voz suave.
Georg respiró hondo.
—Un día, exactamente el 13 de abril, Bill me llamó. Eran las tres de la mañana. Estaba... alterado. Decía que Tom había provocado a unos tipos raros. Que se había metido con algo que no entendían. Que había encontrado un libro. Que... había hecho un trato.
Nova sintió que la piel se le erizaba.
—¿Qué tipo de trato?
Georg se levantó, caminó hacia un cajón y sacó un cuaderno viejo, con la tapa desgastada. Lo puso frente a Nova.
—Uno con algo que no era de este mundo.
Nova hojeó las páginas. Dibujos de símbolos como el que tenía en su cuello. Ráfagas de palabras en alemán antiguo. Nombres escritos y luego tachados. Muchos. Todos terminaban igual:
Vessel. Sacrifice. Return.
—Les dije que nos viéramos el lunes 15 en la escuela. Quería hablar con ellos, con Gustav también. Pero... —Georg hizo una pausa. La voz se le quebró por primera vez—Ese día... encontraron sus cuerpos en el lago Müggelsee.
Silencio.
—¿Qué... cómo estaban? —susurró Nova.
—Tom tenía un disparo en la frente. Las venas abiertas. Bill... Bill fue apuñalado. Veinte veces y tenía las marcas. Las mismas que tú tienes ahora.
Nova sintió que el mundo giraba.
—¿Tú... los viste?
—Fui al lago antes que la policía. Me lo dijo el turista que los encontró. Los vi con mis propios ojos. Pero... hay algo más.
Georg se acercó a ella. Su expresión cambió. Era miedo.
—El cuerpo de Bill... me miró. Te lo juro. Cuando me acerqué, uno de sus ojos se abrió. No sé si fue un espasmo, una ilusión. Pero lo vi y entonces lo supe: ese cuerpo no estaba vacío.
Nova dejó la taza en la mesa. El té temblaba entre sus manos.
—¿Qué significa todo esto? ¿Por qué a mí?
Georg tomó aire.
—Porque tú fuiste marcada. Porque ellos regresaron y necesitan un canal. Uno que viva, que respire. Uno que... los sostenga.
—¿Y si rompo el vínculo?
—Ellos no te dejarán. Ya no.
Nova se puso de pie. Miró la pared donde había más fotos antiguas, y entre ellas, reconoció dos rostros jóvenes. Tom y Bill. Sin gafas. Sin capuchas. Solo chicos normales.
—¿Cómo se veían tan humanos si ya estaban muertos?
—Porque no lo están del todo. No como nosotros. Son... otra cosa ahora. Algo que no debería haber regresado.
—¿Y Gustav?
—Murió hace quince años. Fui al funeral. Pero antes de morir, me dijo que los había visto. Que caminaban entre nosotros.
Nova sintió que le faltaba el aire.
—¿Y tú? ¿Por qué estás vivo?
Georg miró su altar.
—Porque me escondí. Porque no los enfrenté y porque no me eligieron. Pero tú, Nova... tú eres su ancla.
Ella cerró los ojos.
—¿Y qué hago?
Georg se acercó, tomó el cuaderno.
—Tienes que entrar al mismo círculo que ellos usaron. Repetir el ritual y romperlo desde adentro.
—¿Y si no puedo?
—Entonces no solo tú morirás. Todos lo haremos.
Las velas titilaban con violencia, como si supieran que algo estaba a punto de romperse. El altar estaba completo: cuatro velas negras en las esquinas, una cruz invertida al centro, la sangre seca de Nova sobre una hoja vieja escrita con símbolos arcanos. Georg terminaba de trazar el círculo en el suelo con ceniza de salvia.
Nova respiraba agitada, sentada dentro del círculo. Sentía que su pecho era demasiado pequeño para el corazón que le golpeaba.
Georg la miró con solemnidad. Su voz era firme, pero compasiva:
—¿Estás lista?
Ella lo miró a los ojos. Dudó.
Pero asintió.
—Sí.
Él encendió la última vela y susurró.
—Que los sellos antiguos se abran. Que la herida hable. Que el vínculo se quiebre.
En cuanto pronunció la última palabra, la marca en el cuello de Nova ardió como fuego líquido. Un grito escapó de sus labios y sus ojos se tornaron completamente oscuros.
Sus pupilas desaparecieron. Su cuerpo se elevó en el aire, como si el suelo ya no pudiera contenerla.
Entonces... la oscuridad la tragó.
Todo era negro, pero no un negro vacío. Era un negro... vivo. Palpitante. Como si cada sombra respirara con ella.
—¿Hola? —murmuró, y su voz rebotó con eco por todas partes.
Hasta que un sollozo se escuchó. Luego otro más suave, más profundo. Nova caminó, sus pies no tocaban tierra, pero avanzaban. Era como caminar sobre vapor. Tras varios minutos que parecieron horas, los vio.
Dos niños. Arrodillados y llorando con sus rostros cubiertos por sus propias manos.
Eran ellos.
Bill y Tom.
Pero no como ahora. No con sus cuerpos altos, ni con sus dientes afilados, ni con su olor a muerte. Eran niños. No mayores de doce.
—Bill... —susurró.
Él levantó la cabeza. Sus ojos cristalinos se clavaron en los de ella.
—No tenemos la culpa —dijo con una voz temblorosa, casi rota— Solo queríamos vivir...
Nova se acercó, y a su lado Tom también alzó el rostro. Sus rastas caían sobre su frente, como una cortina de sombras. Su piel parecía tan real, tan humana...
—Por favor, Nova —dijo Bill, y una lágrima le recorrió la mejilla— No me sueltes...
Él se arrastró y tomó su brazo con manos pequeñas, temblorosas.
—No me dejes... —repitió— Todos nos dejaron.
Tom se acercó, sentándose a su lado.
—No queríamos hacerte daño. Lo que fuimos... ya no lo recordamos bien. Olvidamos cómo se pedía ayuda. Cómo se amaba.
Nova se arrodilló. No podía respirar. Su garganta ardía, como si su alma entera estuviera a punto de colapsar.
—Lo siento —susurró— Lo siento tanto...
Extendió los brazos y los rodeó. Los niños se abrazaron a ella con desesperación. No con violencia. Con miedo. Un miedo puro, desolador.
Fue en ese instante que rompió el vínculo.
No con magia. Con empatía. Con compasión.
Con amor.
La luz del limbo tembló. Las sombras se deshicieron como humo y Nova gritó. El cuerpo de Nova cayó pesadamente al suelo del círculo. Las velas se apagaron de golpe. Georg dio un paso atrás, cubriéndose el rostro por el viento que azotó el lugar de pronto.
La ceniza voló en remolinos antes de dispersarse. Nova temblaba, sudando. Su respiración era desordenada.
Georg se acercó rápido y la tomó entre sus brazos.
—¡Nova! ¡Nova, dime que estás aquí! ¡¿Qué hiciste?! ¡¿Por qué detuviste el ritual?!
Ella abrió lentamente los ojos. Ya no estaban negros, solo... cansados.
—No podía hacerlo —murmuró— No podía destruirlos.
—¡¿Qué?! —Georg parecía incrédulo— ¡¿Sabes lo que pusiste en riesgo?!
—Son solo niños, Georg... atrapados. Corrompidos. Usados.
—¡Eso fue hace veinte años! ¡Ahora son bestias! ¡Demonios con piel humana!
Nova negó suavemente con la cabeza.
—No. Son víctimas. Igual que yo. Igual que todos.
Georg se puso de pie, furioso. Caminaba de un lado a otro, pasando las manos por su cabello como si intentara no volverse loco.
—No tienes idea de lo que has hecho.
Nova lo miró desde el suelo, aún débil.
—Sí... sí la tengo y por primera vez, sé que lo que necesitan no es ser exorcizados... necesitan ser liberados.
"Porfavor, Nova. No me sueltes... no me dejes."
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