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06.

Debajo de la piel


La enfermería estaba en calma.

Demasiado calma.

Nova seguía inconsciente sobre la camilla, conectada a un suero que no lograba estabilizar lo que le ocurría por dentro. A ratos su respiración se agitaba. A veces murmuraba palabras sin sentido. Pero su cuerpo permanecía inmóvil.

Lo que no sabían Xavier, Hanna ni nadie del Saint Leon... era que ella ya no estaba sola. Frente a su camilla, como dos sombras al acecho, los gemelos Kaulitz la observaban.

Tom estaba de pie, rígido, en silencio, como una estatua. Sus gafas reflejaban la tenue luz del pasillo filtrada por la ventana. Sus rastas se veían más caóticas que nunca, como si se movieran levemente, influenciadas por algo invisible.

A su lado, Bill.

Sus ojos eran dos pozos vacíos, de un negro tan denso que parecía absorber la luz. Las venas de sus brazos marcaban patrones oscuros que latían bajo la piel como raíces contaminadas. Desde sus dedos, garras negras, largas y curvadas sobresalían, brillando como vidrio afilado.

No hablaban. No hacía falta.

Una corriente muda se movía entre ellos. Bill dio un paso hacia adelante, luego otro y finalmente se detuvo frente a Nova. Observó su rostro por unos segundos. Sus labios entreabiertos. Su frente sudada. El ligero parpadeo de sus párpados cerrados.

Estaba atrapada en su propio cuerpo.

Era el momento perfecto.

Bill alzó lentamente su garra derecha. Sin prisa. Con precisión. Extendió los dedos y tomó la manta que cubría a Nova desde el pecho hasta los pies. Con un movimiento fluido, la retiró, dejándola expuesta desde el cuello hasta las rodillas. Sus ojos recorrieron cada parte de ella. No con deseo. No con ternura.

Con hambre ritual. Con necesidad. Con pertenencia.

Colocó la punta de una de sus garras sobre el brazo izquierdo de Nova. Justo sobre la piel pálida y deslizó, como si trazara una línea. La carne de Nova se abrió apenas una fracción. No sangró. Pero de la herida emergieron hilos oscuros, como si algo estuviera saliendo desde dentro. Algo que no era suyo. Algo que ya vivía ahí.

Nova se agitó en sueños. Su espalda se arqueó ligeramente. Sus labios soltaron un gemido de dolor.

Bill continuó. Movió otra garra. Trazó otra línea. Esta vez en el antebrazo derecho. Las venas de Nova comenzaron a oscurecerse visiblemente. Como si estuvieran siendo marcadas desde adentro.

Tom no se movía. Solo observaba.

Los dedos de Bill bajaron hasta el centro del pecho de Nova. Su garra se posó justo sobre el hueso del esternón. Un sonido casi inaudible escapó de su garganta.

Era una llamada. Desde lo más hondo de ella, algo respondió. La marca en su cuello se encendió por unos segundos con un resplandor rojo oscuro. La habitación se estremeció levemente y las luces parpadearon.

En ese instante, los ojos de Bill se volvieron aún más oscuros. Su rostro se acercó al de Nova. A centímetros de su cara y, finalmente, habló:

"Wach auf."
(Despierta.)

Nova abrió los ojos, pero ya no eran los suyos. Lo que brillaba en sus pupilas no era conciencia, ni confusión, ni miedo.

La enfermería permanecía en penumbra. El sonido del suero goteando se mezclaba con el crujido lejano de los árboles golpeando la ventana. Tom seguía de pie al fondo de la sala. Observaba con los brazos cruzados, su silueta recortada contra la luz gris del exterior. Sus gafas reflejaban el leve resplandor de los monitores. Pero su boca... su boca empezaba a curvarse en una sonrisa.

Una sonrisa lenta, torcida.

Bill se mantenía inclinado sobre Nova. Su rostro tan cerca del de ella que los mechones oscuros de su cabello rozaban su mejilla. Aún sostenía su brazo con una garra apoyada suavemente sobre su piel marcada.

Los labios de Nova temblaron y luego, sin previo aviso, se sentó de golpe en la camilla. Los monitores chillaron al registrar el cambio abrupto. Los ojos negros de Nova brillaron.

Pero Bill estaba al mando. La sombra de él vivía ahora dentro. Nova se bajó de la camilla lentamente. Descalza. El suelo frío no pareció afectarle. Sus manos colgaban a los lados, los dedos ligeramente arqueados, como si algo en sus nervios ya no obedeciera a una lógica humana.

Se detuvo frente a la puerta cerrada.

En el rincón opuesto de la sala, Tom se movió por primera vez. Avanzó con lentitud. Sus pasos eran tan silenciosos como el humo. Al llegar a Nova, la observó unos segundos. Como si evaluara el resultado de una obra.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó, sin emoción.

Bill, a través de la boca de Nova, respondió con voz distorsionada. Un susurro doble, como si hablara desde dos bocas al mismo tiempo:

—Solo lo suficiente.

Tom asintió y entonces, con un simple gesto de su mano, le dio paso.

Nova —poseída, envuelta en un aura oscura e irreal— se acercó al espejo del baño de la enfermería. Lo miró fijamente. Sus pupilas completamente negras no reflejaban nada.

Apoyó una mano sobre el vidrio y entonces, la otra mano de Nova subió. Con un solo movimiento, se clavó las uñas en el propio brazo. La carne se abrió en líneas profundas. De la herida no salió sangre, sino el mismo líquido negro que habían visto en los cuerpos del lago. Goteaba lento, espeso, como tinta podrida.

Nova no se estremeció.

Solo dejó que el veneno cayera al suelo, dibujando patrones extraños.

—Esto es un aviso —susurró con voz hueca— No somos una leyenda. No somos rumores. No somos humanos.

Giró la cabeza hacia la puerta. Sus ojos aún brillaban en esa negrura total.

—Y ahora... ella es nuestra.

Tom se giró y caminó hacia la salida.

Bill, dentro de Nova, levantó una mano y la pasó por la pared, dejando una marca negra que se hundió como una quemadura.

Y luego, Nova cayó al suelo.

Sus ojos volvieron a cerrarse. El monitor marcó signos vitales estables, aunque su cuerpo estaba bañado en sudor y sangre negra.

Estaba viva, pero marcada por el... por Bill.

. . . 

La puerta de la enfermería se abrió justo cuando el reloj marcaba las 11:37 a.m. El aroma estéril de alcohol y medicamentos golpeó el rostro de Claudia, la madre de Nova, al entrar.

Sus tacones resonaron sobre el suelo de linóleo, apresurados, angustiados.

Nova estaba despierta, sentada sobre la camilla. El brazo vendado desde el codo hasta la muñeca. El vendaje era grueso, blanco, pero una mancha oscura ya lo empezaba a traspasar por un costado. Su rostro se notaba pálido, demacrado, como si no hubiera dormido en días.

Claudia apretó los labios y corrió hacia su hija.

—¡Nova! Dios mío, ¿qué te pasó?

La enfermera, que terminaba de registrar algo en una tablilla digital, se giró para responder.

—Aún no sabemos con certeza. Dice que despertó y su brazo estaba así. No recuerda haberse herido.

Claudia la miró, incrédula.

—¿¡Cómo que no recuerda!? ¿Y eso de ahí? —señaló el vendaje manchado— ¿No revisaron las cámaras, o algo?

La enfermera sacudió la cabeza.

—Las cámaras del pasillo están siendo revisadas por mantenimiento. Y dentro de la enfermería no hay. Lo siento.

Se acercó a Nova, le entregó un pequeño frasco de pastillas y una receta.

—Esto debería ayudar con el ardor. Aplícate la pomada dos veces al día. Y, por favor, no te rasques, aunque sientas que arde. Eso solo lo empeora.

Nova asintió con una voz casi inaudible.

—Gracias.

La enfermera salió. Xavier y Hanna, que habían esperado afuera, entraron lentamente.

Claudia se acercó a su hija, le acarició el rostro con suavidad. Su mirada era una mezcla de protección y terror. El tipo de mirada que solo una madre que no sabe cómo ayudar puede sostener.

—Vamos, cariño. Vamos a casa.


La casa de Nova era pequeña, acogedora. Llena de estantes con libros, plantas colgantes y una lámpara de pie que siempre parpadeaba, aunque nunca la cambiaban. La habitación de Nova era su refugio: posters en blanco y negro, una colcha color vino, un espejo de cuerpo completo decorado con luces LED apagadas, y una pila de libros en la esquina, entre ellos uno sobre astronomía y otro sobre novelas de fantasía juvenil.

Nova estaba sentada en la cama, en ropa cómoda, con el brazo vendado apoyado en una almohada. Xavier y Hanna estaban con ella, en el suelo, rodeados de mochilas, latas de soda y preocupación mal disimulada.

La conversación comenzó tranquila. Como si nada hubiera pasado.

Pero no duró mucho.

—No puedes decir que fue "nada", Nova —dijo Hanna, con los brazos cruzados— Estabas en el suelo, convulsionando y ahora tienes una marca que parece escrita con tinta de veneno. ¿Y todo eso es coincidencia?

Nova giró el rostro hacia la ventana. Afuera, las nubes seguían oscuras. Parecía que en cualquier momento iba a llover otra vez.

—Estoy harta de que todo lo vean como algo sobrenatural —murmuró— Todo es "maldiciones", "demonios", "brujería". ¿No puede ser que... solo me haya enfermado? ¿Que haya sido algo psicológico?

Xavier alzó una ceja.

—¿Psicológico? ¿Y cómo explicas el canto? ¿Cómo explicas que hablé en un idioma que no conozco y casi mato a Hanna?

—Te desmayaste. Pudo haber sido una alucinación, o un brote, o... ¡no sé! —alzó la voz, frustrada— ¡Pero no es una posesión, Xavier! ¡Eso no existe!

—¡Yo estaba ahí, Nova! ¡No me acuerdo de nada! ¡Y casi le abro la cabeza con un vidrio a mi mejor amiga!

El silencio se hizo por unos segundos. Hanna intervino, más calmada.

—Nova... la marca en tu cuello. El líquido negro. Lo que viste en el espejo... ¿de verdad crees que todo eso lo imaginaste?

Nova tragó saliva.

La marca ardía bajo el vendaje. No se atrevía a decirlo, pero podía sentir cómo palpitaba, como si algo estuviera despierto ahí dentro.

Se llevó una mano a la frente.

—No sé qué está pasando —murmuró, con la voz rota— Pero no quiero que empiece a ser como en sus historias, Hanna. Como los podcasts que escuchan. Como los creepypastas que comparten.

—Esto no es una historia —dijo Xavier.

—Lo sé —respondió Nova, mirándolos— Y por eso me da más miedo que cualquier demonio inventado.

Los tres se quedaron en silencio.

Y desde la ventana de Nova, en la calle desierta... una figura con capucha los observaba. No se movía. No parecía respirar. Solo estaba allí, esperando.

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