
01.
No hablen de cuerpos
El timbre de la casa sonó justo cuando Nova terminaba de escribir la última línea de su tarea de biología. Dio un leve respingo, no porque esperara a alguien, sino porque desde que encontraron los cuerpos de Kayle y Garret, cualquier sonido fuerte la ponía nerviosa.
Miró por la ventana y, al ver la silueta alta con capucha y auriculares colgando del cuello, soltó un suspiro.
—Debe ser Hanna —murmuró.
La madre de Nova, desde la cocina, ya se acercaba a abrir. Era una mujer de rostro serio pero amable, acostumbrada a ver desfilar amigos por la habitación de su hija. Cuando abrió, Hanna entró primero.
—¡Hey! Pensé que mi mamá no me dejaría venir esta noche —dijo, quitándose la chaqueta empapada por la fina llovizna. Su cabello oscuro estaba algo desordenado, y sus botas resonaron sobre el piso de madera.
—Yo también pensé que no vendrías —dijo Nova, sin apartar la vista de la pantalla.
Hanna fue directa a la habitación y se sentó sobre la cama, junto a Xavier, que ya estaba ahí desde hacía media hora. Él levantó una ceja.
—En serio, tu mamá te dejó venir hoy. A mí casi no me deja. Y eso que no soy su hijo —bromeó con sarcasmo.
Hanna rodó los ojos y se acomodó contra la almohada.
—La mía está paranoica desde lo de los cuerpos. Cree que hay un asesino suelto. No quiso que caminara sola ni tres cuadras.
Xavier bajó la mirada, más serio esta vez.
—Mi papá tampoco quería que viniera. Garret era mi amigo, ¿saben? Un nerd egocéntrico, sí, pero... mi amigo al fin y al cabo.
Nova se giró lentamente desde su escritorio y los miró con el ceño fruncido.
—¿Podemos no hablar de eso esta noche? Ya saben que esas cosas de cuerpos, sangre y... lo que sea que les haya pasado, me ponen nerviosa.
—Lo sé —dijo Hanna con voz más baja— Pero Nova, ¿tú viste cómo estaban? No fue solo una muerte. Les hicieron algo. Las fotos filtradas en el foro de Saint Leon... las venas negras, los ojos...
—No tenían ojos, Hanna. No digas eso —espetó Nova, cubriéndose el rostro con las manos— ¿Quién filtra eso, además?
—El tipo de la morgue, dicen. O un policía corrupto. Da igual —Xavier se encogió de hombros— Lo cierto es que parece... ritualístico. No es un asesino común. Es como si... como si fuera magia oscura.
Hanna se inclinó hacia él, sus ojos brillando con emoción oscura.
—¿Un demonio? ¿Un pacto? ¿Y si no fue un humano quien lo hizo?
Nova los miró, alternando su mirada entre ambos. Luego se levantó, cruzó los brazos y dijo en voz firme.
—Chicos...
Ellos se quedaron en silencio. Sabían que ese tono significaba una advertencia.
—¿Qué les dije?
—Que no querías hablar de eso —repitieron al unísono, como niños atrapados haciendo algo prohibido.
—Exacto —suspiró ella, caminando de regreso a su silla— No quiero hablar de demonios, ni de rituales, ni de que Garret fue tu amigo o de que a Kayle le sacaron los ojos. No quiero pensar que el mundo está podrido al nivel de que esas cosas puedan pasar en el mismo instituto donde estudiamos.
—Pero Nova —dijo Hanna en voz más baja, casi como si hablara para sí misma— lo está. El mundo está podrido.
Un silencio espeso cayó sobre los tres. Afuera, la lluvia repiqueteaba suave contra la ventana. Por un instante, se escuchaba solo el zumbido de la computadora y el tic-tac del reloj colgado en la pared. Nova apretó los labios. Sentía cómo un escalofrío le recorría la espalda, uno que no venía del aire frío ni de las palabras de sus amigos.
Sino de algo que no podía explicar. Algo que había empezado hace un año.
—¿Y si tiene que ver con ellos? —preguntó Xavier de repente, rompiendo el silencio con un susurro.
Nova lo miró.
—¿Con quién?
—Con los Kaulitz —dijo, y el nombre pareció cargar el aire.
Hanna asintió, como si ya hubiera estado pensando lo mismo.
—Desde que ellos llegaron, todo cambió. Primero fue la desaparición del gato de la señora Roux. Luego los símbolos en los árboles del bosque viejo. Después, la chica que dijo ver sombras en el campo de fútbol. Y ahora esto...
—Esas son coincidencias —dijo Nova con más firmeza de la que sentía— Solo eso.
Xavier negó con la cabeza.
—No. Tú no estuviste cuando Garret me dijo que soñaba con ojos blancos mirándolo entre los casilleros. Me lo dijo dos días antes de desaparecer.
Hanna bajó la voz hasta un murmullo apenas audible.
—Yo también he soñado con ojos blancos.
Nova se estremeció.
—Ya basta —dijo.
—Está bien —dijo Xavier, recostándose— Pero cuando las cosas se pongan peores, y lo harán, espero que estés lista.
Nova lo miró por un largo segundo, luego giró hacia su computadora y comenzó a escribir de nuevo. Pero sus manos temblaban un poco, apenas perceptibles.
En la pantalla, el cursor parpadeaba sobre una frase sin terminar.
Y fuera de la casa, entre la neblina nocturna, dos figuras observaban desde la otra acera.
Quietas. Inmóviles. Una de ellas, con rastas rubias. La otra, más delgada, con ojos que brillaban como cristal bajo la lluvia.
Nova tecleaba con rapidez, tratando de ignorar el cosquilleo extraño que se había instalado en su espalda desde que Xavier pronunció el apellido Kaulitz. Tras ella, Hanna y Xavier hablaban en voz baja, como si no quisieran que los oyeran del todo... o tal vez como si algo más pudiera estar escuchando.
—Te juro que él no era así hace un mes —decía Hanna— Lo vi en clase de química, y algo en su cara... en sus ojos... no era él.
—¿Te refieres a Bill? —susurró Xavier— ¿O a Tom?
—No lo sé. Creo que a ambos.
La lluvia afuera golpeaba con más fuerza contra la ventana, y el viento silbaba entre las rendijas como si quisiera colarse dentro. Nova intentó concentrarse, pero de repente —CRACK— un sonido seco y violento la hizo saltar de su silla. El estruendo resonó por toda la casa, seguido de un golpe sordo, como si algo pesado hubiera caído justo al lado.
Hanna gritó, Xavier se puso de pie de inmediato, y Nova corrió hacia la ventana.
—¿Qué fue eso? —jadeó Hanna, temblando.
Pasos apresurados se escucharon subiendo las escaleras. La madre de Nova abrió la puerta con expresión alarmada.
—¿Están bien? ¿Qué fue ese ruido?
—No lo sabemos —respondió Nova, sin apartar la mirada de la ventana— Sonó como si un árbol se hubiera caído...
—La tormenta está empeorando. Voy a revisar abajo. No salgan de la habitación, ¿entendido?
Asintieron todos. La puerta se cerró con suavidad tras ella.
Nova se acercó más al cristal empañado y lo limpió con la manga del suéter. El aire afuera estaba espeso, oscuro, casi sólido. En medio de la lluvia, distinguió el tronco caído de uno de los árboles del jardín. Lo curioso era que no se veía roto de forma natural... parecía quemado por dentro, como si algo lo hubiera podrido desde la base.
Pero lo que heló la sangre de Nova fue lo que vio justo en el centro del tronco desgajado:
un líquido negro, espeso, burbujeante, que goteaba lentamente por la madera como savia enferma.
Frunció el ceño. Dio un paso atrás.
—Nova, ¿qué ves? —preguntó Xavier, acercándose a su lado.
Antes de que pudiera responder, la voz de Hanna rompió el momento.
—¿Y si no fue el viento?
Nova giró hacia ella. La luz de la lámpara proyectaba sombras largas detrás de sus amigos. Hanna se veía pálida. Nerviosa.
—¿Qué quieres decir?
—¿Y si no fue el viento quien tumbó el árbol? ¿Y si fue... algo?
—¿Otra vez con lo mismo? —respondió Nova, frustrada— Tal vez fue solo un rayo. O está podrido.
—Eso no sonaba como un rayo —dijo Xavier— Sonó como si lo empujaran.
Nova volvió a mirar por la ventana, pero el líquido negro ya no estaba. Ni una gota. Solo el tronco partido, mojado por la lluvia.
—¿Dónde está? —susurró para sí misma.
—¿Dónde está qué? —preguntó Xavier.
Nova tardó en responder.
—Había algo... negro. En el tronco. Como tinta espesa. Pero ya no está.
—¿Qué clase de árbol sangra tinta? —bromeó Hanna, pero su risa murió en el aire.
Un silencio inquietante se apoderó de la habitación. Las luces parpadearon una vez. Luego otra. Xavier se giró bruscamente hacia la lámpara.
—¿Siempre hace eso?
—No —dijo Nova.
La luz volvió a parpadear.
Luego, se apagó.
Todo quedó sumido en sombras. Solo el débil resplandor de la computadora alumbraba parcialmente sus rostros. Se escuchó un golpe en la ventana.
Nova se congeló.
—Dime que eso fue una rama —susurró Hanna.
La ventana se empañó de nuevo, pero esta vez, con algo que parecía un rastro... una forma. Como si alguien hubiera apoyado la mano en el vidrio.
Una mano... de cinco dedos, alargados, deformes.
Negros.
Nova retrocedió, tropezando con la esquina del escritorio. Xavier la sujetó del brazo antes de que cayera. La luz volvió de golpe. La ventana estaba limpia. Como si nada hubiera pasado.
—¿Lo vieron? —preguntó Nova, sin aliento.
—No vi nada —dijo Hanna, en voz baja.
—Yo... tal vez lo imaginé —añadió Xavier, pero sus ojos decían otra cosa.
Nova se dejó caer en la silla.
—Estoy empezando a creer que tienen razón. Que... algo no está bien desde que los Kaulitz llegaron.
Nadie respondió. Afuera, la lluvia continuaba. Pero ahora, parecía que el agua misma susurraba algo contra el cristal. Como si alguien —o algo— los estuviera escuchando.
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