
05.
El canto
La enfermería del Saint Leon estaba a oscuras. Solo la tenue luz azul del monitor de signos vitales iluminaba la habitación. Nova dormía profundamente en la camilla, envuelta en un silencio artificial.
Xavier y Hanna se habían atrincherado en el rincón más lejano, tras mover una pequeña mesa de metal frente a la puerta. No estaban seguros de por qué, pero algo les decía que cerrarse era necesario. Como si eso pudiera detener lo que fuera que estaba allá afuera.
Xavier había apagado su laptop tras el incidente del símbolo. La mantenía sobre sus piernas, cerrada, como si el contacto físico con ella le diera alguna certeza.
—No me gusta esto —murmuró— Nada de esto es normal.
Hanna se acercó a la ventana para asegurarse de que estuviera cerrada. El viento soplaba con fuerza. Las ramas del árbol cercano golpeaban el vidrio con ritmo irregular, como si tocaran la puerta.
—No tenemos que esperar a que pase algo más —dijo, girándose hacia él— En cuanto Nova despierte, la sacamos de aquí. No me importa lo que digan los profesores.
—¿Y si no se despierta?
Hanna no tuvo respuesta. Se mordió el labio inferior, mirando de reojo a su amiga inconsciente. Fue entonces cuando empezó.
Un canto masculino, suave, casi hipnótico, comenzó a escucharse desde el pasillo. No era una canción. Era una especie de salmodia. Palabras en un idioma que Hanna no entendía, pero que hacían vibrar sus huesos.
—¿Escuchas eso? —susurró.
Xavier asintió. Pero no dijo nada. Porque ya no podía.
Su rostro se había vaciado de toda expresión. Su espalda se había tensado como si estuviera amarrado a un hilo invisible y sus pupilas... ya no eran pupilas.
Sus ojos estaban completamente negros.
—¿Xavier? —dijo Hanna con temor, acercándose un paso.
Pero él se giró hacia ella bruscamente, derribando la mesa. Sus movimientos ya no eran suyos. Eran demasiado bruscos, demasiado exactos.
—No... —murmuró Hanna retrocediendo— No. No, no...
Quiso correr hacia la puerta, pero Xavier fue más rápido. A su lado había un florero decorativo de vidrio. Lo tomó sin vacilar y con un movimiento seco, lo estrelló contra la cabeza de Hanna.
Cristales volaron. Hanna cayó al suelo con un grito ahogado, tocándose la cabeza. Sentía calor líquido bajando por su sien. Sangre.
—¡XAVIER! —gritó, desesperada— ¡XAVIER, DESPIERTA!
Pero no había nadie allí. Solo una sombra con su cara. Él caminó lentamente hacia ella. Se agachó. Sus manos temblaban al tomar uno de los pedazos de vidrio más largos. Lo levantó como si fuera un cuchillo.
Los ojos de Hanna se abrieron al máximo.
Iba a matarla.
La marca en el cuello de Nova, desde la camilla, comenzó a arder. La piel bajo el vendaje se iluminó con un resplandor tenue y oscuro. Como si respondiera y entonces...
El canto se detuvo.
En un parpadeo. El silencio fue tan abrupto que dolió, Xavier se congeló. El cristal en su mano cayó al suelo. Sus ojos parpadearon. Parpadearon otra vez.
—¿Hanna...? —dijo, con voz confusa, como si despertara de un largo sueño.
Ella lo miró desde el suelo, jadeando, el rostro empapado en lágrimas y sangre.
—¿Qué hiciste...? —susurró.
Él la observó, aterrorizado.
—¿Qué hice...? No... no recuerdo... ¿qué pasó?
La puerta de la enfermería se abrió de golpe. La enfermera entró corriendo al ver los rastros de sangre en el suelo.
—¡¿Qué ocurrió aquí?! —exclamó.
Xavier se quedó paralizado. Hanna seguía en el suelo, sosteniéndose la cabeza. La herida sangraba bastante, pero estaba consciente.
Ambos se miraron.
—Fue... —dijo Hanna, recuperando algo de aire— Fue solo un accidente. Me tropecé... y él intentó ayudarme.
La enfermera no pareció del todo convencida, pero asintió.
—Te llevaré a curarte esa herida. Quédate sentado, Xavier y no te muevas.
Él obedeció, aún atónito. Su respiración temblaba. Hanna fue guiada fuera de la sala. Antes de cruzar la puerta, giró una última vez hacia la camilla de Nova.
Y allí, entre los pliegues de la sábana, el símbolo seguía ardiendo en silencio.
No todos los rituales necesitan fuego. Algunos solo necesitan cuerpos.
. . .
Hanna se encontraba sentada en una camilla, con la cabeza inclinada ligeramente hacia la izquierda. Una gasa presionaba la herida en su sien, y una venda blanca se ajustaba alrededor de su cráneo. La sangre había dejado de brotar, pero aún se notaba el golpe.
Estaba sola. Silenciosa. Los dedos entrelazados sobre su regazo temblaban levemente, aunque su rostro se mantenía firme. Ser fuerte era casi un acto reflejo.
La puerta se abrió despacio. Ella no necesitó mirar para saber quién era.
—Hanna... —la voz de Xavier sonó quebrada, como si se estuviera obligando a pronunciarla— ¿Puedo...?
—Ya estás aquí. —Fue lo único que respondió.
Él cerró la puerta tras de sí y caminó lentamente hasta la camilla. No se atrevía a mirarla a los ojos.
Hanna no lo miró tampoco.
—No me acuerdo —dijo, casi en un susurro— No me acuerdo de nada, Hanna. Solo sé que... un segundo estaba contigo, y al siguiente ya estabas sangrando. No sé qué me pasó. Lo juro.
Ella respiró hondo. Luego alzó la mirada y por fin lo enfrentó. Sus ojos, a pesar del dolor, no estaban llenos de odio. Solo miedo y una tristeza profunda.
—Sé que no eras tú —dijo con firmeza— Pero eso no lo hizo menos real.
Xavier bajó la cabeza. Se acercó con lentitud, sus pasos pesaban como si llevaran cadenas. Se detuvo frente a ella y tomó su mano.
—Somos mejores amigos, Hanna. Jamás te haría eso. Ni dormido. Ni drogado. Ni poseído. No soy ese tipo de persona.
—Lo sé —respondió ella, sin soltarlo— No tienes que recordármelo. Solo... duele. Me dio miedo. Pensé que iba a morir.
Un silencio se instaló entre ellos. No incómodo. Solo denso. Como si las palabras estuvieran atrapadas bajo el peso de todo lo que acababa de ocurrir.
—¿Sabes lo peor? —murmuró Hanna— Que antes del golpe... te vi llorar.
Xavier frunció el ceño, confundido.
—¿Llorar?
—Solo una lágrima. En tu ojo derecho. Antes de que el florero cayera como si una parte de ti supiera lo que estaba por pasar.
Él tragó saliva. Le apretó la mano con más fuerza.
—Fue... como si mi cuerpo no me perteneciera. Como si algo me desconectara de adentro y tomara mi lugar. Estaba atrapado detrás de mis propios ojos.
Hanna se estremeció.
—El canto... era tétrico. Creo que te afectó —dijo, y sus palabras salieron como si aún no las creyera del todo— Como una orden. Como si llamara a algo en ti que ni tú sabías que estaba ahí.
Xavier asintió despacio.
—¿Qué idioma era ese? —preguntó, casi con miedo de la respuesta.
Hanna se enderezó. Su voz se volvió un poco más baja.
—Creo que era alemán... o algo que suena muy parecido. Tengo una tía alemana, he escuchado el idioma muchas veces. Las palabras me eran familiares... pero no entendía lo que decían.
Xavier parpadeó.
—¿Y si no era alemán moderno? ¿Y si era una variante más antigua? ¿Un dialecto muerto?
—¿Como el alemán gótico?
—O el alemán medieval, incluso más viejo. Recuerda, los Kaulitz son alemanes y según la poca información que tenemos, nadie sabe de dónde vinieron realmente.
El silencio volvió pero esta vez era distinto. No de incomodidad, sino de comprensión. Ambos sabían que el misterio se había vuelto más profundo. Ya no era solo sobre Nova o los símbolos.
Ahora se trataba del lenguaje del canto. De lo que activaba. De lo que vivía debajo de las palabras. Hanna rompió el silencio con suavidad.
—¿Crees que... este "canto" tenga más víctimas?
Xavier no respondió enseguida. Su mirada se desvió hacia el ventanal. En el cielo, las nubes negras se acumulaban otra vez.
Una tormenta se aproximaba.
—No lo sé. Pero si lo que pasó conmigo es el principio, entonces Nova no fue la única marcada. Tal vez... solo fue la primera.
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