
02.
Los que no miran a nadie
La mañana había amanecido gris, pero no lluviosa. Nova, desde su habitación, se colocaba los audífonos mientras terminaba de guardar sus libros en la mochila. A través de la ventana, escuchaba el eco apagado de una motosierra. Al asomarse, vio a dos hombres con cascos naranjas trozando lo que quedaba del árbol caído. Un operario arrastraba el tronco principal con dificultad, como si pesara más de lo que debería.
Su madre, vestida con su uniforme de oficina, se acercó para despedirse con un beso en la frente.
—Pórtate bien y si ves algo raro, me llamas. ¿Sí?
Nova asintió con una sonrisa.
—¿Algo raro como... árboles endemoniados?
—No bromees con eso, Nova —le dijo con tono serio, pero con afecto.
Tras cerrar la puerta, Nova se colocó la capucha de su suéter negro y echó a andar. El camino al instituto Saint Leon era de unos veinte minutos. El aire era fresco, y aunque el cielo seguía nublado, no parecía que fuera a llover de nuevo.
Mientras caminaba, revisó su celular. Un mensaje de Hanna aparecía en pantalla.
"Ya llegué. Estamos en la entrada. Xavier trajo café."
Sonrió levemente. "Nerds puntuales", pensó. Aceleró un poco el paso.
Cuando llegó, los vio sentados en el muro bajo del estacionamiento. Xavier sostenía dos vasos de café, Hanna jugaba con el cierre de su mochila. Nova se acercó y la abrazó por la espalda.
—¿Sobrevivieron la noche?
—A duras penas —dijo Xavier, entregándole un vaso— Casi se me sale el alma con ese ruido. Pensé que un OVNI nos iba a llevar.
—O algo peor —añadió Hanna, con una sonrisa ladeada— Ese árbol nos dio un susto tremendo.
—Se cayó con demasiada fuerza —murmuró Xavier— Como si alguien lo hubiese empujado desde las raíces.
Nova se encogió de hombros, tomando un sorbo de su café.
—Bueno, al menos no nos cayó encima. Supongo que eso cuenta como suerte.
Entraron juntos al edificio principal. A esa hora, los pasillos aún estaban medio vacíos. Nova fue directo a su casillero. Giró la combinación, abrió la puerta y empezó a buscar su cuaderno de geometría.
—Ugh —gruñó— ¿Por qué todo se hunde hasta el fondo?
—Tal vez el casillero está maldito —bromeó Xavier detrás de ella.
Hanna se rió, pero su risa murió de golpe.
—Mierda —susurró— Vienen ellos.
Xavier se puso tenso. Nova se giró despacio.
Al fondo del pasillo, avanzando con pasos perfectamente sincronizados, venían los Kaulitz.
Vestían completamente de negro, con las capuchas puestas, gafas oscuras que ocultaban sus ojos y rostros inalterables. Tom caminaba con las manos en los bolsillos, y sus rastas asomaban debajo de la capucha, cayendo sobre sus hombros. Bill sostenía un pequeño jugo con sorbeto entre los labios, sorbiendo con calma, como si el mundo alrededor no existiera.
No hablaban entre ellos. No miraban a nadie y aun así... todos los miraban.
Era imposible no hacerlo. A medida que pasaban junto a los casilleros, los estudiantes se hacían a un lado sin que ellos lo pidieran. Como si su sola presencia obligara al espacio a ceder. Como si el aire se hiciera más denso a su alrededor.
Cuando pasaron frente a Nova, Hanna y Xavier, un leve escalofrío les recorrió la espalda. Era esa sensación incómoda de ser observado... aunque sus rostros no se giraron ni un milímetro.
El único sonido fue el slurp del jugo de Bill y el leve roce de las suelas de sus botas en el piso encerado.
Y entonces, como si el pasillo volviera a respirar, los gemelos doblaron en la esquina y desaparecieron.
Solo entonces Hanna se atrevió a hablar.
—Cada vez creo que son más raros —susurró, sin aliento.
—¿Se dieron cuenta? —Xavier se frotó los brazos— El aire cambió cuando pasaron.
Nova no respondió de inmediato. Cerró su casillero, apretó su cuaderno contra el pecho y los miró.
—¿Sentiste frío también? —preguntó Xavier.
Ella asintió lentamente.
—Sí... como si alguien me hubiera echado hielo por la espalda.
Hanna tragó saliva.
—No es normal que siempre estén juntos, que no hablen con nadie, que no miren a nadie. Es como si estuvieran solo de paso, observándonos... desde otra parte.
—No hablan con nadie desde que llegaron. Un año y no tienen ni un solo amigo —murmuró Xavier— ¿Ni una conversación? ¿Ni una sonrisa?
—Y ¿vieron lo que tenían en los cuellos? —preguntó Hanna de pronto— Tenían como... ¿cadenas?
Nova la miró de reojo.
—¿Cadenas?
—Sí. Cadenas negras, delgadas... pero parecía que salían de la ropa, como si fueran parte de su cuerpo. Juro que vi algo moverse.
Xavier frunció el ceño.
—¿Y si están... conectados? No solo por ser gemelos. Literalmente conectados. Como si algo los atara. Algo oscuro.
Nova sintió el estómago apretarse.
—Están exagerando —murmuró.
—¿Y si no? —preguntó Hanna— ¿Y si nadie se les acerca porque no pueden? ¿Y si hay una razón por la que todo el mundo los evita, incluso sin saber por qué?
Xavier bajó la voz.
—Tal vez no son ellos los que dan miedo... tal vez es lo que los sigue.
Nova no quiso responder. No podía. Porque por primera vez... algo dentro de ella también comenzaba a creerlo.
Y lo peor de todo, era que, mientras los Kaulitz se alejaban por los pasillos del Saint Leon... Bill había dejado de tomar su jugo y, aunque nadie lo vio, sí miró. A Nova.
La campana de cambio de clase sonó mientras Nova subía a toda prisa las escaleras del ala este. Su cabello se pegaba ligeramente a su frente sudada. Odiaba llegar tarde. Y más aún, odiaba geometría. Al girar el último pasillo, escuchó al profesor Beaumont hablar dentro del aula con su voz grave y pausada. Inspiró profundo y empujó la puerta con cuidado, deseando que no hiciera ruido.
—Señorita Hills —dijo el profesor sin levantar la vista del libro— Qué gusto que haya decidido unirse a nosotros.
Nova se congeló en el umbral. Varias miradas se volvieron hacia ella, pero ninguna la intimidaba tanto como las dos figuras que estaban sentadas al fondo, uno junto al otro, con las capuchas bajadas y los hombros rectos. Los Kaulitz.
—Lo siento, profesor. Me retrasé por... —intentó explicar.
—No importa —la interrumpió él, marcando algo en su cuaderno de asistencia— Tome asiento. El único lugar disponible es... ahí.
Justo detrás de los gemelos.
Nova tragó saliva.
—¿Ahí? —repitió en voz baja, como si esperara que él cambiara de opinión.
Beaumont levantó una ceja.
—¿Hay algún problema?
Ella negó de inmediato.
—No, ninguno.
Avanzó entre las filas de pupitres mientras sentía los ojos de todos sobre su espalda. Pero no eran los de sus compañeros los que le erizaban la piel... sino la ausencia de mirada de los dos que tenía al frente. Porque ni Tom ni Bill se giraron. No se inmutaron. Ni siquiera parecieron notar que ella se acercaba.
Nova se sentó con rigidez. Sentía su propio pulso en los dedos mientras sacaba el cuaderno de su mochila. Intentó distraerse anotando la fórmula que Beaumont acababa de escribir en la pizarra.
Pero entonces... el zumbido de una mosca rompió el silencio. Nova giró apenas el rostro, siguiendo el sonido, esperando verla volar por la ventana.
Pero no estaba allí.
El zumbido se intensificó. Sentía que estaba demasiado cerca y entonces, lo sintió en la piel. Un leve cosquilleo en el lado izquierdo de su cuello. Bajó la mano instintivamente y la aplastó con rapidez.
Un crack húmedo y asqueroso sonó bajo su palma.
—Puaj —susurró, bajando la mano para ver qué había matado.
En el centro de su palma temblaba el cuerpo de una mosca negra, hinchada. Pero eso no era lo raro. Lo raro era que la mosca no sangraba rojo, ni siquiera amarillo.
Sangraba negro.
Un líquido espeso, brillante, como tinta oscura o brea caliente, se deslizaba desde el insecto y se esparcía por la línea de la vida de su palma. Nova abrió los ojos, horrorizada.
El líquido comenzaba a formar una especie de trazo. Como si tuviera forma. Como si escribiera algo y entonces lo vio.
ɴᴏsᴏᴛʀᴏs.
Cerró la mano de golpe, casi con violencia, y se limpió frenéticamente en su pantalón. El corazón le latía como un tambor en el pecho. No sabía si había leído bien. No sabía si realmente había algo escrito... pero lo había sentido.
Un sonido leve la sacó de su crisis. Bill había inclinado la cabeza. Solo un poco. Casi imperceptible. Lo suficiente para que su oído pareciera enfocarse en ella. Nova se congeló. No podía ver su rostro. Solo su nuca. Su cabello negro perfectamente peinado hacia arriba y ese escalofrio volvio.
Pero él no se giraba.
Tom, en cambio, apoyó el codo en el pupitre y bajó la cabeza como si se estuviera durmiendo. Pero entonces, sin mirarla, habló. Su voz fue un susurro seco.
—Eso pasa cuando no estás lista.
Nova sintió que el mundo se detenía.
—¿Qué...?
Pero Tom ya no dijo nada más. Ni siquiera se movió.
Beaumont seguía explicando ecuaciones como si nada. Nadie había oído a Tom. Nadie parecía haber notado nada.
Nova tragó saliva. Sus dedos temblaban. Miró su mano. Estaba limpia. No había rastro del líquido negro. Ni de la mosca y sin embargo, el zumbido aún resonaba en su oído.
El resto de la clase pasó como un borrón. Nova no pudo concentrarse. Las palabras del profesor eran solo un murmullo lejano. Cuando sonó el timbre, se levantó de inmediato, pero al pasar junto a los gemelos, Bill giró apenas el rostro.
Solo un segundo. Lo suficiente para que sus ojos —ocultos durante toda la clase— se cruzaran con los de Nova.
Eran completamente negros. Sin iris. Sin blanco. Como dos pozos sin fondo.
Nova salió del aula casi corriendo. En el pasillo, se recargó contra una pared y cerró los ojos. Necesitaba respirar. Pero no podía dejar de pensar en esa palabra, en lo que la sangre negra había escrito en su mano.
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