❪ ⛓️💥 ❫ 053: Otto.
FUEGO Y SANGRE
ACTO II: MAREAS TORMENTOSAS
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CAPÍTULO LIII:
La furia de la mano
OTTO OBSERVABA A SU HIJA ENTRE LÁGRIMAS y meditaba sobre cómo la suerte, que lo había acompañado desde que fue designado Mano del Rey Jaehaerys, parecía haberlo abandonado. Para él, no había otra explicación a la serie de desdichas que habían asolado a su familia en el último año.
En el pasado, Otto era simplemente el segundo hijo, sin derecho a heredar el título de Voz de Antigua, ni el señorío del Faro, ni tierras o castillos. Sin embargo, había ascendido hasta convertirse en la Mano del Rey, su hija era la reina, y sus nietos aspiraban al Trono de Hierro.
Cuando Viserys anunció su matrimonio con Alicent, Otto se permitió soñar con que un día su linaje gobernaría los Siete Reinos. Sin embargo, decidió dejar esos pensamientos de lado y esperar pacientemente a que su hija le diera un heredero al rey. Alicent cumplió con sus expectativas, y diez lunas después, dio a luz a un niño sano llamado Aegon.
El día que el Septón Supremo ungió al príncipe en la septa, Otto se sintió el hombre más dichoso del mundo. Desde entonces, aguardaba con ansias el momento en que Viserys proclamaría a su nieto como su sucesor, poniendo fin al espectáculo de Rhaenyra como heredera.
━━Padre, ¿acaso no fuiste tú quien persuadió al rey para que designara a Rhaenyra como su heredera? ━━preguntó Alicent, con una mezcla de sorpresa y desconcierto reflejada en su rostro mientras acunaba suavemente al inquieto Aegon en sus brazos. Continuó━━: Recuerdo claramente que advertiste sobre los peligros de permitir que Daemon ascendiera al trono, comparándolo con Maegor el Cruel, y predijiste que su gobierno sumiría al reino en un baño de sangre. ¿Ahora me dices que deseas reemplazar a Rhaenyra con Aegon? No logro entender tus intenciones ni la lógica detrás de este cambio de parecer...
Otto se sorprendió ante la ingenuidad de su hija. Todo el procedimiento de nombrar a Rhaenyra como heredera tras el destierro de Daemon había sido meticulosamente planificado por él, y Viserys simplemente había cumplido su papel a la perfección. Es cierto que Daemon había apodado al difunto hijo de su hermano como «heredero por un día», pero no lo hizo con la intención de burlarse, sino desde un lugar de amargura y decepción. Otto era consciente de ello, pues había estado presente en la taberna donde Daemon, en lugar de consolar a su hermano en su duelo por la pérdida de su esposa e hijo, se embriagó hasta la inconsciencia. Sin embargo, Otto presentó la situación a Viserys de una manera completamente distorsionada. De este modo, ante los ojos del rey, su hermano menor se convirtió en un villano que se mofaba de su dolor y se regodeaba en su estatus de heredero.
Viserys, sin molestarse en escuchar las explicaciones de Daemon, lo exilió de la capital al Valle. Otto sintió un gran alivio cuando el Príncipe Canalla dejó Desembarco del Rey. No soportaba la arrogancia, engreimiento y descaro de aquel hombre que trataba a todos los que no formaban parte de su familia de sangre como si fueran insignificantes. Fue esta aversión hacia Daemon lo que motivó su insistencia en nombrar a Rhaenyra como heredera. No porque ella demostrara condiciones sobresalientes, sino simplemente porque no era Daemon.
Otto daba gracias a los Siete por evitar que el Príncipe Daemon se sentara en el trono y rogaba para que continuara siendo así. Rhaenyra como heredera era, en ese entonces, una alternativa aceptable para él. En la historia de los Targaryen, aunque las mujeres eran a menudo nombradas como herederas, nunca llegaban a ser reinas. Otto estaba convencido de que, tras el nacimiento de un hijo varón, Viserys elegiría un nuevo sucesor. Y así, aguardó pacientemente.
Transcurrió un año desde el nacimiento de Aegon. Luego dos, y finalmente tres años. A medida que el tiempo pasaba, Rhaenyra continuaba siendo la heredera de Viserys. El rey no cesaba de recalcarlo en las reuniones del Consejo Privado, durante los banquetes, en los torneos e incluso en conversaciones casuales, refiriéndose a ella como la futura reina de los Siete Reinos. Mientras tanto, Alicent dio a luz a un hijo, luego a una hija, y posteriormente a dos hijos más. Sin embargo, Rhaenyra seguía siendo la sucesora designada por su padre.
Otto no podía comprender el ferviente deseo de Viserys de poner a su hija en el trono. El rey, a pesar de su aparente debilidad, no era un tonto. Era consciente de que el reino no estaba preparado para aceptar a una mujer en el Trono de Hierro. La historia de los Targaryen lo confirmaba; siempre se había privilegiado a los hombres sobre las mujeres en la sucesión. Así fue como Aegon el Conquistador se convirtió en rey antes que su hermana mayor, Visenya. Del mismo modo, el rey Jaehaerys superó en la línea de sucesión a su hermana mayor, Rhaena. Incluso el propio Viserys fue elegido como rey en lugar de la princesa Rhaenys, la primogénita del príncipe Aemon, quien durante mucho tiempo fue considerado el principal heredero del viejo rey.
Desesperado por un cambio de sucesor, Otto incluso llegó a sugerir a Viserys que casara a Rhaenyra con Aegon, a pesar de la diferencia de diez años entre ellos. Esta era una solución típica de los Targaryen para resolver cuestiones sucesorias, uniendo en matrimonio a hermanos y hermanas, asegurándose así de que el gobernante siguiera siendo un hombre al final.
Sin embargo, Viserys se mantuvo inflexible en su decisión. Continuaba refiriéndose a su hija como la futura gobernante de Poniente, complaciendo todos los caprichos de la zagala. Le permitía volar durante horas en su dragón en lugar de enseñarle las normas de comportamiento de una dama noble. Tampoco apresuró su matrimonio después de su primera floración, tomándose el tiempo para elegir al mejor pretendiente de una larga lista de señores, mientras que otras mujeres se casaban modestamente con los hombres que sus padres elegían para ellas. Esto hacía que Otto hirviera de odio. ¿De qué servía entonces su arduo camino hacia el poder si el objetivo principal, sentar a su sangre en el Trono de Hierro, seguía sin alcanzarse?
Finalmente, el destino pareció sonreírle a Otto. El retorno de Daemon causó un revuelo en la Fortaleza Roja, y no solo eso; la presencia de su tío pareció revitalizar a la princesa Rhaenyra. Otto esperó que la naturaleza problemática de esos dos los conduciría por un camino destructivo, y sus sospechas se vieron confirmadas. Daemon arrastró a su sobrina a la ciudad aquella misma noche, llevándola a burdeles y tabernas, manchando su reputación de manera irremediable.
Otto no podía discernir si las acciones de Daemon eran parte de un plan para allanar su propio camino al trono o si realmente existía una atracción inapropiada entre ellos. En realidad, no importaba el motivo; lo crucial era que la princesa permitió que su amado tío la comprometiera. Y entonces, solo restaba un paso por dar. Otto necesitaba informar al rey sobre el comportamiento indigno de su hija, esperando que Rhaenyra fuera despojada de su estatus de heredera.
Pasó esa noche en vela, aguardando ansiosamente la llegada del nuevo día. Pero la mañana no trajo consigo la noticia del exilio de Daemon ni la elección de un nuevo sucesor; en su lugar, llegó la noticia del compromiso entre Laenor y Rhaenyra. Inicialmente, Otto pensó que se trataba de una mala broma, pero pronto se dio cuenta de que era una realidad aterradora con implicaciones inquietantes.
Con este compromiso, Rhaenyra contaría con el respaldo del poderío de los Velaryon, junto con su riqueza y flota. Además, tendría a su disposición tres dragones adultos, curtidos en batallas. Otto, desesperado, no quería dar crédito a esta nueva realidad, pero la llegada de los Velaryon unos días después confirmó la veracidad de los hechos.
Y desde ese momento, todo se vino cuesta abajo. Rhaenyra, ahora mostrando una madurez inesperada, comenzó a asistir a las reuniones del Consejo Privado, acompañada por su esposo y ocasionalmente por la Princesa Rhaenys. La princesa aprendió a no dejarse llevar por provocaciones, controlando su mal carácter. Y Daemon no solo permaneció en la capital, sino que también recibió de Viserys un castillo y tierras, bienes que podrían ser heredados por sus futuros vástagos. Otto rechinaba los dientes al observar cómo el segundo hijo obtenía con facilidad todo lo que él había luchado arduamente por conseguir en su búsqueda de poder e influencia.
La boda de la princesa Rhaenyra con el hijo de la Serpiente Marina fue un evento de proporciones impresionantes. Otto murmuraba en voz baja al revisar los informes sobre los exorbitantes gastos que las festividades imponían a la corona. Sin embargo, lo que más le irritaba era la falta de interés que el rey había mostrado en su propia boda con Alicent, en comparación con la atención que la boda de su heredera había recibido. Nobles de todos los rincones del reino llegaban a la Fortaleza Roja, trayendo exquisitos regalos para la princesa y su prometido. En lugar de volar en su dragón cómo solía hacer, Rhaenyra, en sus momentos libres de los preparativos de la boda, dedicaba su tiempo a socializar con los señores y damas, encantándolos con sus sonrisas aparentemente sinceras.
Otto deseaba gritar a cada uno de los señores que se dejaban encandilar por las miradas coquetas de la princesa: «¿Es que no pueden ver la oscuridad retorcida que se oculta tras el violeta de sus ojos?».
La boda se celebró finalmente. Alicent tomó la decisión correcta en el momento oportuno. Otto se sintió orgulloso al verla aparecer en el banquete con un vestido verde, simbolizando su lealtad a su padre y a su casa. Sin embargo, al día siguiente, su orgullo se convirtió en decepción tras las acciones imprudentes de Alicent. Aunque Otto mismo había deseado confirmar que Rhaenyra había sido deshonrada antes de la boda para exponer su verdadera naturaleza, no se atrevía a llegar tan lejos en ese preciso momento. Sin embargo, la fortuna seguía del lado de la princesa. Rhaenyra y Laenor supieron utilizar las cartas que Alicent había puesto en juego, dejando a Otto y a su hija como idiotas ante las acusaciones sobre la doncellez de la princesa.
Poco después, los odiados Targaryen trajeron otra noticia: Daemon planeaba casarse con Laena Velaryon. La Fortaleza Roja se sumió nuevamente en preparativos nupciales. Los señores que aún no se habían ido permanecieron para asistir a esta segunda boda real, fortaleciendo aún más la alianza entre las dos casas valyrias. Cada nuevo día traía consigo más desilusiones para Otto. Daemon y Lady Laena se dedicaron con entusiasmo a restaurar su castillo, atrayendo a personas de Desembarco del Rey a Rocadragón con promesas de una nueva vida. Dos lunas después de la boda, Rhaenyra y Laenor anunciaron que la princesa estaba grávida, lo cual fue un golpe decepcionante para Otto. Había albergado la esperanza de que Rhaenyra hubiera heredado la casi esterilidad de su madre, pero la princesa logró desmentir incluso esa expectativa.
La idea del viaje de la princesa a Dorne no entusiasmó inicialmente a Otto, pero pronto pensó que unos meses sin la presencia de Rhaenyra y Daemon le permitirían reorganizar sus pensamientos y adaptar sus antiguos planes a las nuevas circunstancias. Además, esperaba que la distancia enfriara el afecto que sus nietos sentían por su media hermana. Esta cuestión lo preocupaba profundamente. Rhaenyra rápidamente se había ganado el cariño de Aegon y Helaena, convirtiéndose casi en un ídolo para ellos. La indiferencia de Aemond hacia su hermana mayor era un consuelo para Otto. Incluso consideró centrar su atención en su segundo nieto, ya que el primero había dejado de escuchar a su abuelo. Pero entonces Rhaenyra ayudó a Aemond a conseguir su propio dragón, y el niño olvidó todas las advertencias de su abuelo acerca de la princesa.
Las cartas entusiastas que llegaban a Desembarco del Rey desde diversas partes de las Tierras de la Tormenta sacaban de quicio a Otto.
━━Esa voluble y caprichosa muchacha no pudo volverse más inteligente de la noche a la mañana. ¿Por qué, entonces, parece estar ascendiendo rápidamente en lugar de caer en desgracia? ━━murmuraba con furia, arrojando al fuego los informes de sus espías que detallaban cómo Rhaenyra lograba relacionarse con facilidad con sus súbditos.
Otto había depositado sus esperanzas en que algo, cualquier cosa, en Dorne sirviera para minar la autoridad de Rhaenyra. Confiaba en que un incidente fortuito, un desliz diplomático o incluso un desafortunado malentendido encendiera la chispa de un conflicto que la socavara. Pero el Príncipe Qoren Martell no era un hombre fácil de manipular. En el pasado, hizo oídos sordos a las sugerencias de alianza que Otto le había enviado, ignorando algunas misivas por completo y respondiendo a otras con una cortesía tan seca y distante que su frialdad resultaba casi un insulto. Para colmo, Dorne era un terreno vedado para los espías de la Mano del Rey. Otto carecía de informantes en Lanza del Sol; el Príncipe Qoren mantenía un férreo control sobre su séquito, y cualquier extraño que pusiera un pie en sus tierras era sometido a un escrutinio tal que pocos sobrevivían en las sombras el tiempo suficiente para ser útiles.
Al final, nada ocurrió.
Rhaenyra y su comitiva regresaron de Dorne sanos y salvos, con la frente en alto y las bodegas de su barco repletas de obsequios. No había señales de descontento, ni desacuerdos públicos, ni una sola disputa que Otto pudiera aprovechar. Y así, mientras la sombra de su impotencia se alargaba en la Fortaleza Roja, la única noticia que trajo un leve resplandor a su horizonte fue el anuncio del nuevo embarazo de Alicent. Otto se aferró a la idea con desesperación. Si su hija daba a luz otro varón, un nuevo peón entraría en el juego. Un niño que podría desposar con la moneda de cambio apropiada, asegurando alianzas, consolidando su linaje, fortaleciendo su posición en la corte. Pero cuando Rhaenyra y su maestre personal le informaron que la princesa esperaba gemelos, todo su cálculo se desmoronó.
No solo significaba que habría más rivales en el camino al trono para sus nietos, sino que reavivaba la peligrosa historia de que el matrimonio de Rhaenyra y Ser Laenor estaba bendecido por los dioses. La descendencia numerosa era vista como un favor divino, un signo de legitimidad incuestionable, y la noticia se esparció por los pasillos de la Fortaleza Roja como un fuego incontrolable. Y como si el destino disfrutara cebándose en sus desgracias, la confirmación del estado de Lady Laena se sumó a la creciente pila de catástrofes que amenazaban con sepultar a Otto y a su familia.
El linaje de los valyrios se fortalecía.
Los Targaryen se multiplicaban.
Y con cada nuevo heredero, la posición de los Hightower en la corte se tornaba más precaria.
Otto nunca había imaginado encontrarse en tal situación. Pero el golpe más duro le llegó a través de su propia hija, debido a su imprudencia y mezquindad. Alicent irrumpió en sus aposentos en un estado lamentable, con el cabello desordenado, el rostro bañado en lágrimas y los dedos ensangrentados.
«Ha recaído en ese horrible hábito», pensó Otto al observar a su hija.
Después de que Alicent le contara sobre su conversación con Rhaenyra, la mente de Otto Hightower quedó en blanco. Por un instante fugaz, un bendito vacío lo envolvió, ahogando toda emoción, todo pensamiento. Pero aquel sosiego duró menos que un suspiro. El vacío se llenó de inmediato. De ira. De maldiciones sofocadas entre dientes. Y de un deseo ardiente y visceral de envolver sus dedos alrededor del cuello de su propia hija, la necia criatura que, con una insensatez imperdonable, había expuesto a ambos ante sus enemigos.
━━¿Me has escuchado, Padre? ━━preguntó Alicent con la voz trémula, observándolo con inquietud.
Otto no respondió. No con palabras.
Su mano se alzó en un parpadeo y se estrelló contra la mejilla pálida de su hija con un golpe que resonó en la estancia como un látigo quebrando el aire. Alicent ahogó un sollozo y sus ojos se llenaron de lágrimas. En su piel delicada floreció al instante la marca ardiente de los dedos de Otto. Él sintió un destello de algo parecido a la culpa, un temblor pasajero en su furia... pero lo ahogó sin piedad.
━━Perdóname, Padre ━━gimió Alicent, cayendo de rodillas ante él y aferrándose a su jubón con dedos temblorosos, manchándolo con sangre━━. Por favor... cumple las exigencias de Rhaenyra. Si no lo haces, los Martell enviarán asesinos tras mis hijos. ¡Tus nietos!
Otto apartó la tela de sus manos con un ademán de disgusto, como si temiera que su mera súplica le transmitiera la misma estupidez que había conducido a esta debacle. Su mente ardía, enredada en un torbellino de pensamientos frenéticos.
¡Esa maldita muchacha lo había derrotado de nuevo!
Y, para colmo, lo había hecho utilizando su arma más letal: su propia hija. Podría negarse a Rhaenyra. Enfrentarla con la frente en alto y la negación en los labios. Aun si ella exigiera un juicio para la reina, aquellas cartas que blandía no constituían una prueba irrefutable. Sin nombres, sin órdenes directas... No era suficiente para llevar a Alicent a la horca. Pero sí era suficiente para envenenar la corte con sospechas. Para que sus enemigos olieran sangre en el agua. Para que la posición de los Hightower se tambaleara peligrosamente, sin esperanza de recuperación.
Y si, en un golpe de humor improbable, Viserys decidía al fin sacudirse su letargo y tomar cartas en el asunto... Otto no necesitó cerrar los ojos para imaginar el desenlace. Se vio a sí mismo de rodillas en el patio de la Fortaleza Roja, con Daemon Targaryen de pie ante él, su sonrisa demente iluminando el filo de Hermana Oscura antes de que la espada descendiera sobre su cuello.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Otto se encogió de hombros, como si el simple acto de despreciar aquella visión pudiera disipar su amenaza.
No permitiría que el miedo lo doblegara. No mientras la ira le quemara las entrañas como un hierro al rojo vivo. Quería descargar esa rabia. Quería alzar las manos y destruir todo a su alrededor, reducir aquella habitación a astillas y polvo, zarandear a su hija hasta que entrara en razón, hasta que comprendiera cuán fácilmente había entregado la ventaja a su enemiga. Quería cerrar los dedos en torno al frágil cuello de la princesa y apretar hasta despejar el camino al trono para sus nietos. Pero sus manos estaban atadas. Alicent, con su torpeza insensata, había apretado el nudo. Y su perro patizambo había ayudado con ello.
Otto inhaló profundamente, intentando recuperar la calma. Pero los sollozos de Alicent a sus espaldas no le permitían concentrarse.
━━¡Deja de lloriquear! ━━escupió entre dientes, alzando a su hija del suelo como si fuera una muñeca de trapo━━. Lo hecho, hecho está. No se puede desandar un río ni recoger el vino derramado. Ahora lo único que queda es decidir cómo seguimos adelante.
━━¿Y qué podemos hacer? ━━preguntó Alicent con la voz rota por el llanto.
━━Ahora mismo, poco ━━Otto exhaló con fastidio y la soltó, dejando que se sostuviera sobre sus piernas inestables.
━━¿Vas a ceder a sus exigencias? ¿Renunciarás al puesto de Mano y regresarás a Antigua? ¿Me dejarás completamente sola, Padre?
━━¡Deberías haber pensado en eso antes de provocar este desastre! ━━Otto apretó la mandíbula, conteniendo la ira━━. ¿Por qué no viniste a mí? ¿Creíste que unos años en la Fortaleza Roja te habían convertido en una jugadora digna de esta partida?
━━¡Fuiste tú quien me dijo que eligiera un bando! Y lo hice. Solo intentaba proteger a mis hijos ━━Alicent alzó la voz, furiosa, mientras se enjugaba las lágrimas con manos temblorosas.
━━¡Sí, te lo dije! ¡Pero confiaba en que vendrías a mí, para que pudiéramos unir fuerzas y asegurar nuestro legado! ━━rugió Otto, con su paciencia resquebrajándose.
━━¿Cómo iba a acudir a ti, si llevas lunas enteras negociando los matrimonios de mis hijos sin siquiera consultarme?
━━¡Lo hacía por ti y por mis nietos, niña necia! ━━Otto golpeó el suelo con el bastón, su voz impregnada de desprecio━━. Necesitamos alianzas con otras casas para afianzar su posición. ¿Cómo no lo entiendes?
Otto se volvió de espaldas a su hija y se alejó con pasos rígidos, temiendo que, si permanecía un instante más en su presencia, la ira lo dominara y su mano volviera a buscar su rostro. No podía permitirse otra muestra de descontrol. No ahora.
Tenía poco tiempo. Rhaenyra no esperaría eternamente. Si decidía que había aguardado lo suficiente, bien podría acudir a su padre y soltarle la lengua sobre todo lo que sabía. Y si Viserys, en un arrebato de lucidez, prestaba oído a su hija… Otto Hightower no podía permitirse tal riesgo. Apretó la mandíbula y volvió a poner sus pensamientos en orden. Había asuntos que debían ser resueltos antes de abandonar su puesto como Mano del Rey.
«Negociar el traslado de Aemond a Roca Casterly como pupilo y futuro esposo de Lady Tyshara Lannister. Convencer al rey de aprobar el compromiso de Daeron con Lady Ellyn Baratheon. Obtener permiso para llevar a Daeron conmigo a Antigua y alejarlo, aunque sea a él, de la ponzoñosa influencia de esa arpía».
Otto enumeró mentalmente cada paso, cada movimiento que debía ejecutar con precisión quirúrgica. No podía titubear. No podía equivocarse.
Se giró hacia Alicent y, con voz firme, le ordenó que regresara a sus aposentos y no saliera a menos que fuera convocada. La reina abrió la boca, quizá para suplicar o para intentar defenderse, pero la mirada gélida de su padre la hizo callar.
Cuando ella salió, la estancia quedó en silencio.
Otto exhaló largamente y se permitió, por primera vez en mucho tiempo, admitir la verdad que había estado ignorando.
Había sido demasiado confiado.
Creyó que podía maniobrar en la corte como un maestro de marionetas, tirando de los hilos sin que nadie pudiera verlos. Que su control sobre los Targaryen era absoluto. Que sus enemigos jamás podrían igualar su astucia. Pero los dioses, aparentemente, habían decidido castigarlo por su soberbia.
Quizá un tiempo en Antigua, entre los muros que lo vieron crecer, le devolvería las fuerzas que comenzaban a flaquearle.
Y las necesitaría.
El juego apenas comenzaba.
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