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! Capitulo 7

En la penumbra de una pequeña habitación, apenas iluminada por una lámpara de mesa que emitía una luz cálida y tenue, _____ se encontraba sentada en el suelo, con el botiquín médico abierto frente a ella.

La ventana, entreabierta, dejaba entrar una brisa suave que hacía danzar las cortinas blancas, añadiendo un toque de serenidad al ambiente.

Afuera, la noche envolvía la ciudad, y solo el distante ruido del tráfico recordaba que el mundo continuaba su curso imparable.

Izana estaba sentado en una silla de madera, a un par de pasos de ella, observándola en silencio.

Tenía el rostro tranquilo, pero había algo en su mirada que lo hacía parecer siempre un poco distante, como si estuviera en otro lugar, perdido en sus propios pensamientos.

Sus ojos, de un gris pálido, contrastaban con su cabello claro, casi blanco, que caía en mechones desordenados.

Estiraba su mano hacia la protagonista, dejando a la vista su dedo meñique, herido.

—Deberías ser más cuidadoso —murmuró mientras mojaba un pequeño trozo de algodón con desinfectante.

Izana dejó escapar una risa suave, que más que un sonido parecía un susurro en la quietud de la habitación.

—No es gran cosa —respondió, mirándola con una media sonrisa—. Me ha pasado peores.

Ella frunció el ceño, concentrada en limpiar la herida con movimientos precisos pero delicados.

Sentía el peso de su mirada sobre ella, como si la estudiara, como si estuviera tratando de descubrir algo más allá de sus acciones.

Aunque él intentaba parecer desinteresado, _____ podía percibir algo distinto bajo la superficie. Algo que resonaba con su propio sentir.

—Lo sé —contestó ella, con voz suave—. Pero no por eso deberías dejar pasar las cosas, y lamento el castigo qué te impuso mi padre.

Izana no respondió de inmediato. Observó cómo ella trabajaba en su dedo, y por un momento el silencio se apoderó de la habitación, interrumpido solo por el suave roce del algodón contra la piel.

—¿Siempre eres así de cuidadosa con todos? —preguntó él finalmente, con un tono que parecía más curioso que burlón.

Ella levantó la mirada, sorprendida por la pregunta. Se encontró con sus ojos, que la observaban con una intensidad que la incomodaba ligeramente.

Desvió la mirada rápidamente, concentrándose de nuevo en su tarea.

—Supongo que... me preocupo por las personas, sí. —Hizo una pausa y luego, sin poder evitarlo, añadió—. Aunque no lo he hecho con todos los que nos deben, supongo que contigo es diferente.

Izana permaneció en silencio unos segundos, como si estuviera reflexionando sobre sus palabras. Luego, apoyó la espalda en la silla, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo.

—Tal vez tengas razón —dijo, casi en un susurro—. Pero no todo el mundo tiene a alguien que se preocupe por él.

Ella se detuvo, con el vendaje a medio poner en su dedo meñique, y lo miró con una mezcla de sorpresa y compasión.

Había algo en su tono que resonaba con una profunda soledad, una que ella misma conocía demasiado bien.

—¿Te refieres a ti? —preguntó con cautela, como si temiera traspasar una línea invisible.

Izana la miró de nuevo, pero esta vez su expresión era más seria. No había rastros de la sonrisa que antes adornaba sus labios.

—No hay muchas personas a las que les importe lo que me pase —admitió finalmente—. Supongo que me acostumbré a eso. Es más fácil no depender de nadie.

_____ terminó de vendar su dedo, ajustando el último pliegue con cuidado, y luego se quedó en silencio, sentada frente a él.

Las palabras de Izana se sentían pesadas en el aire, cargadas de un sentimiento que ella entendía demasiado bien.

Esa sensación de estar solo, de no poder contar con nadie más que uno mismo. Era algo con lo que había vivido durante mucho tiempo.

—Es difícil acostumbrarse a eso —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. A estar solo. O a sentir que estás solo, aunque haya personas a tu alrededor.

Izana la miró con más detenimiento, como si sus palabras hubieran tocado algo dentro de él que no esperaba.

Durante un momento, ninguno de los dos habló. _____ dejó el botiquín a un lado y se cruzó de brazos, pensando en cómo poner en palabras lo que sentía.

—A veces, uno se aísla porque piensa que es mejor así —continuó, con la mirada baja—. Pero en el fondo, creo que todos queremos tener a alguien cerca. Aunque sea una sola persona, alguien que nos entienda. O que lo intente, al menos.

Izana no apartaba la vista de ella, pero su expresión se había suavizado.

No estaba acostumbrado a este tipo de conversaciones. Para él, la mayoría de las personas eran un misterio o, peor aún, una amenaza.

Pero había algo en la forma en que ella hablaba que lo desarmaba. No era que estuviera buscando su compasión, pero las palabras que ella compartía resonaban en él de una manera inesperada.

—Y tú —dijo Izana, inclinándose un poco hacia adelante—, ¿tienes a alguien así?

Ella tardó un segundo en responder. La pregunta era más difícil de lo que parecía a simple vista. Pensó en todas las personas que habían pasado por su vida, algunas cercanas, otras más distantes.

Pensó en la soledad que a menudo la acompañaba, incluso en momentos rodeados de gente.

—No lo sé —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa triste—. Es complicado. Mis padres no son precisamente los padres del año, y nunca eh tenido amigos.

Izana asintió, como si comprendiera perfectamente lo que ella quería decir. El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Era un silencio compartido, uno que hablaba de entendimiento mutuo.

Ella se levantó lentamente, cerrando el botiquín y guardando los suministros médicos con cuidado. Cuando terminó, se volvió hacia él.

—Listo —dijo, señalando su dedo meñique—. Ya no tienes excusa para no cuidar de ti mismo.

Izana la miró, y por primera vez en esa noche, su sonrisa no parecía una máscara. Había algo genuino en ella, algo más cálido de lo que la protagonista había esperado.

—Gracias —dijo suavemente—. Quizás debería aprender un par de cosas de ti.

_____ sonrió de vuelta, sintiendo que, por primera vez, había cruzado una barrera invisible entre ellos.

—Tal vez podamos aprender el uno del otro —respondió _____, sin perder el tono amable—. Eso no suena tan mal, ¿verdad?

Izana la miró por un largo momento, y luego asintió, con una mirada que dejaba entrever que esa conversación había sido más importante de lo que cualquiera de los dos admitiría en voz alta.

—No, no suena tan mal —dijo izana, antes de que el silencio volviera a envolverlos. — Supongo q me rechazarías sí te invito a cenar ahorita ¿o no?

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