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|𝟑𝟏| ➟ 𝐄𝐥 𝐔𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝟏/𝟐。


Nos encontramos de nuevo, en la esquina del colegio, tal como lo habíamos acordado y al subir al auto me atrajo hacia ella para besarme.

No fuimos hasta su departamento si no rumbo a una pequeña casa bastante lejos del colegio. Casi al otro lado de la ciudad. Fueron 45 minutos de viaje, pero cada vez que un semáforo lo permitía nos entregábamos a una nueva sesión de besos hambrientos.

— ¿Aquí traes a tus novias? —pregunté saliendo del auto.

Ella sonríe y camina hacia mí.

—Ninguna de ellas ha sido hija de policías —responde con sus labios en los míos— eres la primera.

No me da tiempo de discutir, su boca se apodera de la mía con desesperación y deseo, en uno de esos besos que solo pueden darse cuando tienen la cama por escenario y nosotras seguíamos en plena vía pública.

—Jeongyeon.

Giro el rostro para detenerla, pero ella no se aparta en lugar eso sus dientes aprietan ligeramente el lóbulo de mi oreja.

Me estremezco. ¡Por Dios ella realmente me desea!, allí mismo, en ese momento. Y yo estoy a punto de perder la voluntad, el control y muchas otras a la vista de cualquiera.

—Nos miran —susurro sin fuerzas.

Me abraza y me conduce a la casa. Sus manos tiemblan y le cuesta abrir la puerta, cuando finalmente lo consigue descubro que el sitio no es tan grande ni elegante como su departamento, pero sin duda es mejor que la mía.

No me da tiempo de hacer más observaciones. Una vez que cierra la puerta me pone contra la pared y de nuevo nuestros labios se buscan ansiosos. Allí ardiendo en el deseo mi profesora de literatura me enseña todo el catálogo de besos disponibles en el mundo. Probé besos tiernos y húmedos, apasionados y dolorosos, mordiscos placenteros. La fuerza sobrenatural que estábamos invocando dotó de vida propia nuestras lenguas.

Percibí su mano tanteando mi intimidad y yo misma frotándome contra su cuerpo. Al recorrer mi cuello sus dedos índices y pulgares atrapaban mis pezones, dolía de esa forma que sólo te hace desear más.

No sé cuánto duró, en ese instante el tiempo era un concepto trivial que bien podía irse al carajo.

—Vamos arriba —ordena.

Subimos las escaleras retando a la suerte. Entre besos, abrazos y manoseos que hacían temblar mis piernas.

Finalmente caímos encima de la cama. Jeongyeon apartó los cojines de un manotazo y empezó a desnudarme, intenté despojarla de su ropa pero ella escapaba de mis manos temblorosas con agilidad.

—Déjame tocarte —le suplico.

Ahoga mi petición con uno de sus besos y luego me da la mano para que me levante. Se aparta para contemplar mi cuerpo desnudo con esa mirada que parece estar estudiando una compleja ecuación.

—Eres perfecta —susurra haciéndome ruborizar.

—Ven aquí —le pido extendiendo los brazos.

Ella se acerca despacio y pone su mano en mi vientre, me estremezco al sentirla descender, sus dedos exploran mi intimidad con pericia y me es imposible contener un gemido.

—Esto es mío —susurra en mi oído.

Luego de nuevo su mano asciende y dibuja un círculo alrededor de mis pezones.

—Y esto es mío.

Sube hasta mi boca, acaricia mis labios e introduce en ella sus dedos haciéndome probar mi propio sabor.

—Esto es mío.

Ahora el viaje de su mano es en retroceso y no va muy lejos, sólo se mueve allí a la altura de mi pecho, justo donde mi corazón desesperado late como nunca antes. Consiente de no haberse sentido nunca tan vivo ni al borde de la muerte en un mismo instante.

Allí detiene su mano y me mira a los ojos.

—También es tuyo —le digo sin un ápice de duda.

Jeongyeon se abalanza sobre mí haciéndome caer de nuevo en la cama. Mientras me besa sus manos y las mías trabajan para despojarla de su ropa.

Sentí su cuerpo desnudo sobre mí y luego ella se dedicó a besar cada centímetro de mi piel. Llegó a lugares que ni yo misma me había atrevido a tocar, se apodero de mi cuerpo a tal grado que no sólo me sentí de su propiedad, si no también parte de ella. Compartimos las mismas emociones, emociones que en Jeongyeon despertaban pero que en mí nacían. El placer habló llenando la habitación de sonidos y de humedad.

Llegué al orgasmo entre convulsiones y... fue increíble. Fue darme cuenta que en la oscuridad de mi profesora, que en ese vacío al que me había lanzado su mirada, también había vida.

Exploré de su mano un universo de sensaciones, hasta que Jeongyeon se desmoronó encima de mí con la cabeza sobre mis pechos, respirando fuerte y sudando.

Nadie habló. Hubo tantos hechos que las palabras sonarían ridículas en ese instante. Cerré los ojos enredando mis dedos en su largo cabello.

No era la mujer de mis sueños, ni la de mis pesadillas. Era la mujer de mi vida.

Y al entender esto supe porque no había amado y no amaría nunca a nadie más.

Fue un breve lapso de felicidad. Ya había comprobado que la felicidad era un pecado que se pagaba caro, pero por ese momento, por esos minutos sintiendo su cuerpo desnudo sobre el mío yo estaba dispuesta a pagar con mil eternidades en el infierno.

Mi teléfono sonó. Y los latidos de Jeongyeon que ya se habían apaciguado de nuevo aumentaron su ritmo. Pero no se movió ni yo tampoco y la llamada entró al buzón. Dos segundos después regresó el escándalo y dejamos que de nuevo el silencio llegara sólo. Insistieron una tercera vez obteniendo el mismo éxito de antes. Pero no hubo más llamadas después de esa.

—¿De quién es esta casa?

—Yo viví aquí por mucho tiempo —murmuró con voz ronca— Tranquila, te traje aquí porque es seguro.

Ella se levantó y comenzó a buscar su ropa, me lo pensé dos veces antes de imitarla. Porque no quería irme, no tan pronto.

No había atendido el móvil, si mi padre aún no sabía que yo no estaba en el colegio ahora posiblemente ya lo había investigado y también era consiente que Jeongyeon se había retirado de su trabajo antes. Por lo tanto, volver a estar juntas, volver a repetir ese día, resultaría casi imposible.

—¿Qué vamos a hacer? —le pregunté y me acerqué a ella para besarla.

Me abrazó con fuerza.

—Tengo que localizar a mi abogado —respondió un rato después— Espero que esté en el país.

Iba a alejarse pero la detuve.

—Todo va a estar bien —le prometí— Mi padre no te hará nada, yo no lo permitiré nunca.

Suspira.

—Eso no depende de ti.

—Voy a pelear —le aseguro— Yo iría a la cárcel por ti.

Me besa con ternura y sus manos me acarician despacio.

—No vuelvas a decir eso nunca —me reprende.

—Te amo.

Las palabras salen de mi boca. No es el momento ideal, ni el más romántico, pero simplemente es una verdad que ya no cabe dentro de mí. Y al decirla lejos de sentirme incomoda o muerta de vergüenza, me siento libre.

Jeongyeon cierra los ojos y niega con la cabeza.

—No digas tonterías.

— ¿Tonterías?

—Un día indudablemente te vas a enamorar y será de alguien que lo merezca. No de mí —me dice con ternura.

— ¿Quién te dijo que el amor es un premio? —le suelto— El amor es un regalo, y cada quien puede dárselo a quien le plazca. Tú tienes el mío y a partir de ahora puedes hacer lo que quieras con él.

Me mira de una forma extraña, como si quisiera abrazarme pero hubiese un muro impidiéndolo.

—Sabes como soy, sabes cuantas mujeres han pasado por mi cama...

—El amor no tiene por qué ser correspondido —le suelto.

Mágicamente mis palabras derrumban ese extraño muro que la alejaba de mí y me braza con ternura, me envuelve en sus brazos, en su calor, en su perfume, en el mundo que hay dentro de ella.

—Mina.

—Jeongyeon.

Y nos besamos. Fue algo diferente, completamente nuevo. No había pasión, ni miedo, ni desesperación. Fue como si nuestras bocas estuvieran dialogando sin hacer uso de las palabras, fue un beso en el que nos dijimos tantas cosas, donde se reveló todo el pasado, y se ofrendó todo el futuro.

Fue un beso que prometía durar para siempre y al mismo tiempo que advertía ser el último.


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