|𝟐𝟕| ➟ 𝐃𝐞𝐬𝐞𝐨 𝟏/𝟐。
MARATÓN 3/6 ♡♡
— ¿A dónde vamos?
Sonríe. Como si mi pregunta fuera un chiste que solo ella podía entender.
—Olvidé unos papeles en mi departamento.
Miro el reloj en mi móvil, hay tiempo para llegar puntual al colegio pero no el suficiente como para desviarnos.
—No te preocupes será rápido —dice sorprendiéndome de nuevo con su habilidad para adivinar mis pensamientos.
Giro mis ojos hacia ella, no quiero distraerme de nuevo ni quedarme como estúpida mirándola.
Pero es que contemplarla así, conduciendo, concentrada y con el aire alborotando su pelo, definitivamente puedo nombrarlo uno de mis paisajes favoritos sobre la tierra. Y no merece menos, es toda una obra de arte. Una pintura exquisita expuesta solo para mí.
"Por Dios Mina tranquilízate" me regaña una vocecita muy parecida a la de Sana.
"Es perfecta" alega otra voz.
"¿Qué pasó con eso de quedarte lejos para protegerla?"
"Fue ella la que me buscó"
"Y eso lo hace más peligroso todavía"
— ¿Qué tanto me miras Mina? —pregunta sonriendo de nuevo por ese chiste que yo desconozco.
Bajo la vista muerta de vergüenza.
— ¿Son muy importantes esos papeles? —dije lo primero que me vino a la mente.
Ella suspira.
—No es que sean importantes, es que yo los tenía que haber entregado desde hace mucho y no lo hice.
De nuevo dirijo mi atención al camino, no puedo seguir mirándola de esa forma. Estábamos en un lío, lo que sea que tuviéramos la ponía en peligro, ya había estado envuelta en una situación semejante y ahora conmigo, las cosas empeoraban considerablemente. Yo era menor de edad, era hija de policías, los mismos policías que la arrestaron antes...
La trama quedaba perfecta para una novela. Una de esas novelas que no tienen final feliz.
—No puedo estar con usted —tengo la sensación de que las palabras fueron dichas por alguien más— deberíamos dejar de vernos.
Ella no dice nada, su atención sigue en la calle sobre la que conduce, pero conozco las reacciones de su cuerpo, veo como sus manos aprietan con fuerza el volante.
—Mis papás la vigilaran de cerca... cualquiera podía estar siguiéndonos justo ahora —instintivamente busco entre los conductores que nos rodean a algún colega de mis padres.
"Estas paranoica" me regaño.
Ella continua muda, pero las arrugas en su frente me indican que está pensando. Piensa en lo que le he dicho, en alejarse de mí, en dejar de vernos... tal vez eso era lo mejor, había otras mujeres a su alrededor. El rumbo que estaban tomando mis pensamientos me torturaba.
Respiro hondo varias veces antes de que una idea definitiva y al mismo tiempo dolorosa entre a mi cabeza: Hirai Momo sencillamente no es para mí.
— ¿Dijiste que vivías cerca de mi casa?
Comento al darme cuenta que disminuye la velocidad en uno de esos sitios donde mis padres jamás podrían siquiera soñar con rentar un departamento.
Y honestamente era la primera vez que yo estaba en esa parte de la ciudad.
— ¿Enserio dije eso? —preguntó saliendo del auto.
—Si.
Se encoje de hombros.
—Tal vez te mentí —dice como si fuera algo irrelevante— acompáñame.
Pasamos por la recepción sin que ella le dirija la más mínima atención a un chico con granos que la saluda.
—Mi humilde hogar.
Es lo primero que dice al entrar a su departamento.
¿Humilde? mi padre no podría pagar un departamento como aquel ni aunque fuera el mejor agente de la interpol. El pasillo principal era muy grande y sobre las paredes blancas se encontraban pinturas auténticas, me había colado muchas veces a las exposiciones de arte como para saber que una obra de esas no cae del cielo, ni te llega envuelta como regalo de navidad.
— ¿Te gusta?
—Es muy...
Ni siquiera tenía una palabra para describirlo. ¿A quién demonios no le iba a gustar ese lugar?, donde sea que mirara había una pieza bellísima y
evidentemente costosa.
— ¿O los maestros ganan mejor de lo que imagine o te dedicas al tráfico de órganos en la Deep Web?
—Ninguna de las anteriores —afirma—resulta que mi madre murió y pues, me saque la lotería genética.
—Lo lamento —fue lo único que se me ocurrió decir.
Ella suspira.
—Eso es porque no la conociste —dice con frialdad— por personas como ella uno agradece que la muerte exista.
Me giro de golpe, no muy segura de haber escuchado bien.
—No se llevaban.
—Decir que no nos llevábamos es demasiado —me aseguró— Éramos unas completas extrañas.
No entró en detalles, pero yo quería saber más. Quería saberlo todo.
—A su amiga de la cafetería le dijo que había viajado a visitar a su madre enferma.
—Mentí —murmuró.
Al parecer eso se le daba muy bien.
—Por lo que veo viene de una muy buena familia —comenté intentado llevar mi propia atención lejos de su facilidad para mentir.
—Mis padres eran médicos en un lugar donde nadie más lo era —dice y sus ojos se mantiene fijos en un punto en la pared, lo cual me hace pensar que está recordando esa etapa de su vida— de ahí viene la fortuna que hicieron.
— ¿Hija única?
Asiente.
—Después de mí, mi madre estuvo embarazada un par de veces, pero no salió bien.
Me quedo callada. Tratando de comprender sus palabras, de leer entre líneas datos importantes de su infancia.
— ¿También eres hija única cierto?
Ahora soy yo quien asiente.
—Pero no es porque mi madre no haya podido si no porque no quiso. Mis padres son las dos personas más entregadas a su trabajo que puede haber.
—Tenemos mucho en común —susurra— La diferencia es que tú sabes perdonar y los amas, en cambio yo los aborrecí hasta el día en que olvidé que tenía familia. Pero no me veas así, que ellos compartían el mismo sentimiento hacia mí.
—Pero la heredaron. Tal vez no la odiaban en realidad.
Una sonrisa triste curvó sus labios. Moría por abrazarla, pero estábamos solas en su departamento y tal vez no fuera lo más correcto.
—Por supuesto que me odiaban —afirma sin darle importancia— mírame, una mujer como yo en un pueblo tan pequeño que cada vez que das un paso hay media docena de ojos tras de ti. Fui la gran vergüenza de mis padres.
— ¿Porque era...?
La palabra no pudo salir de mis labios.
—Si, por que era lesbiana.
—Entiendo —es todo lo que se me ocurre decir.
—No les di el gusto de que me enviaran lejos. Al cumplir 15 años me escapé con el dinero justo para tomar un autobús.
—No me imagino haciendo eso —comento—Debió ser difícil.
—Una verdadera pesadilla —me confesó y una fugaz sombra atravesó su mirada—pero al final me fue bien en la vida.
— ¿Y cómo fue que terminó heredando?
—Mi padre murió primero y cuando mi madre recordó que tenía una hija ya estaba muy vieja para gritarme. Ella creía que el peor y más grande castigo para mí sería heredarme todo sin decirme una sola palabra, sin mirarme si quiera. Creyó que me iba a doler de algún modo el que ella no me quisiera. No era muy brillante para mi suerte.
Lo decía como si estuviera hablando de cualquier anciana loca de la calle y no de su madre.
— ¿Realmente no le importó su indiferencia?
—Claro que no. Sin presumir pero, yo tenía a muchas mujeres que me querían en ese momento.
Siento que algo me araña el estómago.
— ¿Las quince universitaria? —pregunto con un nudo en la garganta.
—No te aferres a ese número, además en ese tiempo yo aún no trabajaba en la universidad.
Sentí como si un boxeador me lanzara un gancho al hígado.
No era psicóloga pero en sus palabras podía entender más de lo que me gustaría. Dejaba muy claro que siempre había habido muchas mujeres a su disposición y por egoísta que sonara esa parte era la que más me dolía de su pasado.
—Ven conmigo —me apremia al notar que me había quedado pensativa.
Sentir que me tomaba del brazo produjo en mí una descarga eléctrica que recorrió mi cuerpo y de nuevo todos mis pensamientos se centraron en la
mujer que estaba a solas conmigo en ese departamento.
Nos dirigimos a una habitación que resultó ser la biblioteca, solo era un poco más grande que la de mi madre pero sin duda se hallaba en mejores
condiciones. Las estanterías eran de cristal y los libros se encontraban perfectamente encuadernados y clasificados.
—Necesito que me ayudes a encontrar una carpeta... —dudó unos momentos —azul.
El escritorio se hallaba bajo montañas de hojas sueltas y carpetas de todos los colores.
—Necesito más información. Aquí hay mucho azul.
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