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xviii. la apuesta

LA APUESTA
capítulo ocho

₊‧ʚ・︵︵ ₊˚๑ ᕱᕱ ꒱✦ ₊ ︵︵・₊﹆ɞ‧₊

          Cuando a Illumi Zoldyck se le metía algo en la cabeza era prácticamente imposible hacerlo cambiar de opinión, y más si el asunto involucraba la seguridad de su posesión más preciada: su dulce y amada esposa.

A estas alturas de la tarde Luna sentía que iba a desfallecer en cualquier momento. Le dolía cada músculo y célula de su cuerpo y se sentía totalmente agotada física y mentalmente. Ya no podía más.

—Este entrenamiento no tiene sentido, Illu. Me matará antes de que ningún enemigo pueda hacerlo. ¡Es demasiado! —protestó la fémina, observando sus nudillos magullados y doloridos.

Illumi se mostró impasible ante el comentario de su esposa y le tendió la mano para ayudarla a levantarse del suelo. La joven rechazó el ofrecimiento y decidió ponerse en pie a duras penas por sí misma. Le dolía absolutamente todo, hasta el alma, pero estaba lo suficientemente molesta con su marido como para que su orgullo todavía se impusiera a su dolor.

—Una vez más —ordenó Illumi.

Si las miradas fuesen dagas, desde luego ahora mismo Illumi tendría dos bien clavadas en su frente.

—¡Pero es que no puedo más, de verdad, no es una excusa! —protestó ella por enésima vez, mientras sacudía a golpecitos el polvo de su ropa.

—Soporta, Luna —dijo el asesino, haciendo una pequeña pausa para elegir bien las palabras que usaría con su esposa antes de proseguir—. Estoy siendo muy suave contigo. Esto no es nada para los estándares de la familia. Cuando yo tenía un año mis entrenamientos eran veinte veces más duros que esto, créeme.

Luna resopló haciendo que un mechón de cabello que se había soltado de su coleta se elevara sobre su rostro. Volvió a sentarse en el suelo y se cruzó de brazos, torciendo su cara en la dirección opuesta a Illumi. No quería ni verlo y a pesar de lo agotada que se sentía, todavía le quedaba un poco de fuerza para tener un pequeño berrinche y tratar de salirse con la suya.

—Es que no entiendo porqué de repente te has empeñado en darme clases de defensa personal... Se supone que la mansión es segura, y estáis tú y toda la familia, Mike y los mayordomos o guardaespaldas para protegerme si algo llegara a pasar algún día aquí... Además ¿Quién en su sano juicio decidiría asaltar una mansión repleta de asesinos profesionales?

—Hay traidores en todas partes y tú eres un blanco fácil. Demasiado fácil. Podrían usarte para chantajearme. No te pido que te conviertas en una asesina, solo quiero que puedas defenderte, Luna. Lo hago porque me preocupo por ti.

¿Arranque de sinceridad? ¿Pequeña manipulación? Quizá un poco de ambas. Lo único cierto es que Luna era su punto débil y no podía confiar plenamente en nadie más que sí mismo para sus cuidados, por eso debía enseñar personalmente a su esposa las nociones básicas de defensa. Estaba convencido de que si ella lograba vencerlo a él, podría contra cualquier otro atacante. Aunque visto el potencial de Luna, tendrían mucho, mucho trabajo por delante.

—En serio, Illu, no puedo más...

—No me hagas tener que obligarte, Luna.

La joven frunció el ceño indignada, enfadada y cansada de repetir unos ejercicios que no la llevaban a ninguna parte. En toda la tarde no había sido capaz de liberarse de cada llave que Illumi ejercía sobre ella. Según él, estaba usando la mínima fuerza que le era posible, pero aún así, Luna no había podido soltarse de su agarre ni una sola vez, ni había podido bloquear sus ataques, ni pudo nunca golpearlo de vuelta. Cero progresos. ¡Nada! ¡Era tan, tan, tan frustrante no ver ni un mínimo avance y morder el polvo una y otra vez! Por no mencionar el desastroso y desordenado aspecto que mostraba y el impoluto y reluciente de su marido después de toda la sesión de ejercicios. Illumi no se había ni despeinado, ¿cómo lo hacía?

—No es justo, Illumi. No me das opción a elegir y no tienes compasión por mí —suspiró, formando un puchero mientras cruzaba sus brazos.

—Nuestros posibles enemigos tampoco la tendrán, te estoy haciendo un favor.

¿Por qué Illumi tenía que ser tan estricto?

—Te lo suplico, Illu, haré lo que quieras, sólo tienes que p...

—Lo que quiero es esto. Levántate ya.

Luna ya no sabía qué hacer ni qué decir para zafarse de semejante tortura. Le dolía todo de caerse y golpearse tantas veces contra el suelo. Illumi siempre había velado por su integridad física al punto de ser capaz de matar a una simple mosca que osara posarse sobre la piel de su amada, sin embargo, ahora era él mismo quien se encargaba de hacerla morder el polvo una y otra vez sin piedad.

La frustración había formado un nudo en la garganta de Luna, y pese a intentarlo con todas sus fuerzas, el agotamiento era tal que ya no podía evitar por más tiempo que las lágrimas se mantuvieran dentro de sus ojos.

Illumi sintió los sollozos de su esposa y agachándose a su lado, hizo girar su cara con sus dedos índice y corazón, obligándola a no apartar la mirada de la suya. Estaba tan bonita así. Las lágrimas habían dibujado un limpio reguero sobre sus mejillas cubiertas de tierra. Siempre le había resultado adorable el rostro de Luna cada vez que lloraba, la hacía parecer tan frágil que el impulso de protegerla lo desbordaba... ¡Pero basta! Estaban aquí y ahora precisamente para corregir esa debilidad. Aún así, para cuando Luna habló, la voluntad de Illumi ya se había ablandado lo suficiente como para ceder ante sus palabras.

—Hagamos una apuesta —propuso Luna, recobrando nuevas energías repentinamente ante la idea que acababa de tener.

—¿Qué quieres apostar? —preguntó el asesino, curioso por saber qué pretendía.

—Si gano, quiero que nunca más me obligues a entrenar.

—Yo no te he obligado a nada, no exageres.

—Lo que tú digas —dijo Luna poniendo los ojos en blanco—. Pero jura que si yo gano cumplirás mi petición.

Illumi sopesó la situación. ¿Qué tramaba su mujer? ¿Qué podría apostar? Ella no podía ganarle a nada, en ninguna destreza física ni intelectual, estaba convencido de ello. Las veces que le había ganado a algún juego de mesa era porque él se había dejado sólo para ver lo bonita que se ponía con su cara de ilusión celebrando la victoria.

—Te lo juraré después de que me digas de qué se trata. Tal vez no sea viable apostar, podrías tener un as en la manga y ocultarme información, y entonces, partiría en desventaja.

—Illumi, no pienses tanto... sólo prométeme que cumplirás mi voluntad si yo gano —pidió la joven, desesperada porque su esposo accediera—. ¿O es que temes perder contra mi?

Una ligera sonrisa elevó la comisura de los labios de Illumi a la par que una suave risita apenas perceptible brotaba de ellos. Dicha risa fue in crescendo hasta volverse fuerte y descontrolada, adquiriendo un ligero tinte oscuro a medida que aumentaba. Luna lo observó sorprendida por su reacción, parecía como si ella le hubiera contado el chiste más gracioso del mundo. Las carcajadas siniestras del mayor de los Zoldyck provocaron que hasta los pájaros que se posaban en las ramas más cercanas huyeran espantados por el repentino estruendo. El ataque de risa desapareció tan pronto como llegó, y con un suave suspiro Illumi volvió a contenerse, regresando a su habitual rostro sereno como si nada hubiera pasado.

—No digas tonterías, Luna —dijo el asesino, palmeando suavemente la cabeza de su mujer.

—¿Entonces...? —Ella seguía sin entender porqué simplemente no accedía de una maldita vez. ¡Illumi siempre tenía que ser tan desconfiado y complicado!

—Primero dime en qué consiste y te diré si apuesto o no.

Otra vez con exigencias. Luna comenzaba a impacientarse.

—Es una prueba de resistencia.

—¿Resistencia a qué?

—A algo.

Illumi frunció el ceño. Luna no parecía dispuesta a ceder a sus demandas y revelar información antes de que él aceptara participar en su apuesta. No le gustaba no tener el control absoluto de todo, y Luna lo sabía, por eso no le quedó más remedio que tratar de engatusar a su marido disuadiéndolo con otro asunto.

—¿Qué me pedirás tú si ganas?

Los ojos de Illumi mostraron esa ínfima chispa de interés que Luna buscaba encontrar. El de cabello negro se llevó los dedos a la barbilla, y pensativo, comenzó a elucubrar sobre lo que más le gustaría obtener. Tras una silenciosa pausa, habló:

—No sé bien lo que quiero, realmente podría tener cualquier cosa de ti aunque perdiera.

—Tienes razón, Illu, pero no sé... algo habrá... ¿No? —sugirió Luna, enroscando uno de los largos mechones de su esposo entre sus dedos y modulando su voz para sonar lo suficientemente seductora para él.

—Está bien, acepto tu apuesta, pero te diré lo que quiero en cuanto te haya derrotado.

—¡¡Síiiii!! —chilló la de ojos azulados, dando pequeños saltitos de alegría como si ya hubiera ganado, feliz de que Illumi hubiera sucumbido a sus encantos. O al menos, eso creía ella, pues el Zoldyck, a su vez, estaba convencido de que la jugada de Luna no era más que un intento desesperado por librarse del entrenamiento y creía que él era quien le estaba siguiendo el juego a ella y no al revés.

—¿Y bien, Luna? ¿Vas a contarme ya en qué consiste tu dura prueba de resistencia?

La joven se centró nuevamente en su marido, y arrodillándose frente a él, comenzó a explicar su idea. Illumi tiró de ella para colocarla a horcajadas sobre sus piernas, sin dejar de prestar atención a lo que ella decía, pero con la clara intención de ponerla nerviosa. Pudo comprobar que causó el efecto deseado en cuanto el discurso decidido de Luna tartamudeó y la fémina tuvo que aferrarse a los hombros de su esposo para estabilizarse de nuevo y poder continuar. ¿De verdad Luna pensaba poder ganarle en lo que sea que estuviera planeando?

—...Y entonces me acordé de un día que jugué al escondite con Kalluto. Al principio no lograba encontrarlo, pero después él mismo se delató porque no podía soportar aguantar por más tiempo escondido en el lugar que había elegido.

Illumi la escuchaba atentamente, con sus grandes manos alrededor de la pequeña cintura de su esposa. Luna prosiguió explicando:

—Kalluto salió corriendo y cuando le pregunté qué pasaba me dijo que ya no quería jugar más, subió las escaleras y se encerró en su cuarto. Estaba pálido y parecía muy asustado. Fue entonces cuando Gotoh me contó lo que había pasado.

—¿Kalluto asustado? Mmmm, qué curioso. Como sea, continúa...

A Illumi no le parecía nada plausible la historia de Luna, pero necesitaba escucharla para saber a dónde quería llegar con sus cuentos.

—Kalluto se había escondido en un pasadizo que une las mazmorras con una vieja sala inutilizada donde antiguamente, según Gotoh, los mayordomos dormían antes de que tu familia construyera el edificio en el que viven actualmente. Por lo visto, Kalluto rompió la cerradura y decidió esconderse ahí porque pensaba que yo no me atrevería a bajar a las mazmorras y a buscarlo en un lugar tan oscuro y tétrico como aquel, pues bien sabéis todos que no me hace mucha gracia estar sola en la oscuridad.

—Eso no explica el supuesto ataque de miedo que sufrió mi hermano. No hay Zoldyck que le tema a la oscuridad, y mucho menos, a una vieja habitación vacía —sentenció Illumi, rememorando la cantidad de veces que había sido sometido a entrenamientos de aislamiento en salas totalmente oscuras.

—La cuestión es precisamente esa, Illu: la habitación NO estaba vacía.

El Zoldyck acomodó a Luna en su regazo mientras pensaba en lo absurdo de la historia que ésta le contaba.

—Gotoh me contó que antiguamente, varias generaciones atrás, hubo una epidemia de tifus y para evitar contagios, los Zoldyck decidieron encerrar a los mayordomos enfermos en esa sala, sin medicamentos, comida, ni bebida, hasta la muerte. Desde entonces, dicen que muchas veces se oyen ruidos inexplicables, lamentos, sonidos quejumbrosos, objetos que se mueven sin que aparentemente nadie los toque, y... hasta apariciones fantasmales.

—¿Crees que vas a asustarme con un estúpido cuento de fantasmas? —cuestionó Illumi. La verdad es que la historia de Luna le había parecido de lo más entretenida ya que ella le había puesto mucho entusiasmo para narrarla del modo más terrorífico posible. Valoraba su esfuerzo, pero ni modo de que semejante tontería pudiera asustar al todopoderoso Illumi Zoldyck.

—No sé... En eso consiste mi apuesta: Si eres capaz de aguantar hasta que cuente diez dentro de la sala maldita...

—¿Sala maldita? —interrumpió Illumi, divertido.

—Sí, Illu, sí: sala maldita.

—¿Y cómo es que yo no sabía de la existencia de esta sala maldita hasta oírlo de tu boca?

—Porque es un asunto del que tu bisabuelo prohibió hablar bajo castigo de asesinato. Los mayordomos lo saben porque son los encargados de mantener la sala custodiada. Mientras ningún Zoldyck entre ahí, no hay ningún problema. En cien años nadie había desbloqueado la entrada, hasta Kalluto. Y yo lo sé porque me vi involucrada en el asunto.

—¿Y le ocultaste un secreto así a tu esposo? —inquirió Illumi, arqueando una ceja, más curioso que molesto. Trataba de hostigar a Luna, de hacerla flaquear. Era obvio que nada de eso existía, así que debía meter cizaña entre las lagunas de la narración fantástica de su querida esposa.

—Es q-que... temía las represalias de Maha, y... —justificó Luna, visiblemente agobiada para satisfacción de Illumi.

El Zoldyck decidió no cuestionar más la historia de Luna, y con un leve gesto de su mano le hizo entender que era suficiente. Como fuera, nada podría asustarlo. Ni siquiera si el relato fuese cierto. No había ser humano, bestia, monstruo o fantasma que pudiera causar miedo en él. Seguiría adelante por mucho que Luna quisiera imbuir de misterio una simple sala inutilizada para tratar de condicionarlo para que perdiera una apuesta. Eso no sucedería, Illumi saldría ganador. Era la única opción factible.

—¿Entonces todo lo que tengo que hacer es entrar en esa sala maldita y aguantar 10 segundos dentro?

—Básicamente, sí. Entrarás tú solo a la sala y yo, desde el pasadizo, contaré hasta diez en voz alta para que puedas oírme. Si sales antes de que termine de contar, yo habré ganado. ¿Trato?

—Trato —dijo Illumi—. Ocuparé los diez segundos en pensar en lo que te voy a pedir a cambio.

...

En las mazmorras de la mansión, ubicadas bajo tierra, el frío golpeaba la piel y la oscuridad envolvía el ambiente. A lo largo de los pasillos había antorchas alumbrando el camino, la última de ellas, justo en la entrada del pasadizo que comunicaba con la dichosa sala maldita a la que la pareja se dirigía.

—Yo te espero aquí, Illumi. No me atrevo a seguir —explicó la de cabello platinado mostrándose temerosa, una vez llegados a su destino, iluminando su rostro desde abajo con la pequeña linterna que Illumi le había proporcionado.

—Volveré enseguida —dijo el Zoldyck, continuando a oscuras como si fuese un felino capaz de ver en la negrura de la noche, sin mirar atrás y sin flaquear en sus pasos. Pensó que nunca había tenido una misión tan simple como esta que le encomendaba su querida esposa. Casi vuelve a darle un ataque de risa ante la emoción de saberse ganador.

—Avísame cuando hayas llegado, Illu.

Unos cuantos segundos después, tras escuchar el sonido de cadenas resbalando y de un cerrojo siendo arrancado y arrojado al suelo, Luna escuchó alto y claro:

—Puedes empezar.

—Ok, Illu: Uno...

El corazón de Luna palpitaba tan fuerte que le daba la sensación de que reverberaba contra los altos techos y las paredes de piedra que los rodeaban.

—Dos.

Illumi estaba feliz, en aquella habitación no había más que muebles viejos y telarañas. ¡Qué placer más grande el de vencer tan fácilmente a Luna!

—Tres.

—Cuatro.

—Cinco.

—Seis.

—Siete.

—Ocho.

¿Se habría creído Illumi que realmente había una habitación encantada en la mansión y que su esposa sería capaz de exponerlo a un supuesto poder demoniaco? Luna lo dudaba, pero, por lo que fuera, el asesino había decidido seguirle el juego. Era obvio que había bajado la guardia totalmente por simplemente tratarse de ella.

—Nueve...

Illumi ya saboreaba la dulce victoria. Dudaba entre dos opciones respecto a qué pedirle a Luna en cuanto se proclamara ganador.

—¡Y ahora, a esperar ahí dentro hasta que acabe de contar!

—¡¿Qué?!

—Jajajsjss para ganar tienes que aguantar sin salir hasta que yo termine de contar, y no pienso hacerlo. ¡He ganado! Tendrás que salir y asumir que perdiste, a no ser que quieras quedarte ahí para siempre...

La indignación de Illumi era palpable.

—Dijiste que tenía que aguantar diez segundos y ya han pasado —protestó el asesino.

—No, no, no... Dije claramente que tenías que aguantar hasta que yo contara hasta diez. ¡Asume tu derrota!

Luna se regocijaba de su victoria. Ni loca pensaba terminar de contar. Illumi tendría que salir de la habitación y perder la apuesta, y así ella se libraría del maldito entrenamiento para siempre. ¡Qué pena no haber pedido algo más...! Aunque si lo hubiese hecho a Illumi no le habría colado el engaño tan fácilmente. Le bastaba con no tener que volver a la tortura de las clases de defensa personal, y sobre todo, con el placer inconmensurable de ver a Illumi derrotado y confuso. ¡Era tan divertido!

—Me has hecho trampa, eso anula la apuesta —Illumi estaba frustrado y a la vez sorprendido de que Luna hubiese logrado engañarlo.

—No, Illu, yo fui muy clara con las normas, nunca te engañé —aclaró Luna, riendo, pues no cabía en sí de felicidad. No podía dejar de mirar a Illumi. Nunca lo había visto así, tan confuso, enfadado y con el orgullo quebrado; y seguramente, jamás volvería a hacerlo. Esto era una de esas cosas que sólo pasan una vez en la vida, y podía dar gracias a ser ella y vivir para contarlo.

—Sabes que sólo tengo que clavarte una aguja para arreglar todo esto, ¿Verdad que sí, Luna? —amenazó Illumi.

Pero Luna seguía festejando. ¿No iba a dejar de reírse nunca?

Harto de la escena y de ser el objeto de gracia de su esposa, Illumi decidió romper su promesa y abandonar la sala maldita, perdiendo la apuesta en el acto.

Antes de que Luna pudiese reaccionar, con una rapidez indescriptible, había sujetado sus muñecas con una mano sobre su cabeza, mientras que con la otra, le tapó la boca, presionándola contra la fría roca, haciendo cesar las risas instantáneamente.

—Bien, Luna, tú lo has querido —susurró amenazante, con el aire que exhalaba acariciando la curvatura del cuello de la mujer inmovilizada entre su cuerpo y la pared—. Ya te has divertido bastante, ahora vas a pasar tú mi prueba de resistencia.

Los ojos de Luna se abrieron expectantes, un escalofrío de anticipación la recorrió de arriba a abajo, acorralada por el fuerte cuerpo de su marido. No tenía escapatoria...

—Veamos cuántos orgasmos eres capaz de aguantar antes de desmayarte.

Quiero compartir un precioso fanart
de Luna que ha hecho Aysaya_ con todo su cariño y talento. Me ha encantado y me ha hecho muchísima ilusión. ¡MILLONES DE GRACIAS!💖
Para más contenido, aquí está su ig:
@ Ay00_mii

Espero que hayáis disfrutado de la lectura tanto como yo lo he hecho al escribir. ¿Qué os ha parecido?
No dudéis en comentar, os leeré y responderé. Gracias por estar aquí <3

⸻ℐris

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