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vi. los asesinos no necesitan amigos; tercera parte.

LOS ASESINOS NO NECESITAN AMIGOS
Parte 3
﹙capítulo seis

₊‧ʚ・︵︵ ₊˚๑ ᕱᕱ ꒱✦ ₊ ︵︵・₊﹆ɞ‧₊

          Illumi no se atrevía a rechistar a su padre, escuchaba, analizando sus palabras. La jerarquía en los Zoldyck era algo que se aprendía a acatar desde el mismo nacimiento. Silva no sólo era la persona que le había dado la vida, era también su jefe. Illumi le debía doble obediencia y obviamente lo respetaba sin fisuras.

No obstante, en sus entrañas sentía un halo de incomodidad, un sabor amargo que inundaba su paladar. Nunca había cuestionado las órdenes que Silva le daba, pero ahora sentía que no podía estar de acuerdo, sentía que no comprendían lo que pasaba ni lo especial que era Luna para él. Sentía un profundo dolor dentro de su ser, anticipando lo que su padre le pediría. Sentía una emoción tras otra, llevándolo casi al límite. Sentía rabia porque él siempre había sido leal a su familia y ahora estaba siendo terriblemente juzgado como si hubiese cometido la peor de las traiciones. Sentía...
Luna no era una cualquiera para él, y su padre lo estaba haciendo sonar como algo anecdótico y totalmente superficial. Como si ella fuese el capricho pasajero de un niño mimado.

—Debes recordar algo, Illumi: tú no puedes tener amigos, no te está permitido. Tú naciste para ser un asesino, ése es tu destino. Debes honrar a la familia y proteger sus intereses, nada más. Cuando llegue el momento en que debas darnos nietos que continúen con el negocio familiar, nosotros nos encargaremos de buscar a alguien fuerte y competente, del mismo modo en que tu madre y yo nos unimos, también tendrás una esposa digna de tu apellido.

—Illumi —prosiguió su madre estirando su brazo al frente, alargando su mano hasta casi rozar con sus finos dedos la frente pálida de su hijo—. Estás tan confundido, querido mío. Cómo lamento que a pesar de tu entrenamiento no hayas sabido lidiar con las emociones innecesarias que pueden llegar a torcer tu camino. Hijo, crees que eres feliz pero sólo es un espejismo. Sólo debes preocuparte de cómo matar a las personas, y hacerlo te reportará la verdadera felicidad. Sólo matando podrás llenar el vacío que hay en ti. Está en tu sangre, fluyendo por tus venas, ese instinto innato que no puedes apartar de ti, porque está arraigado profundamente a tu ser. Matar es lo único que puede hacerte feliz porque tu alma es la de un asesino.

Todo era tan confuso.

Illumi amaba a su familia. Admiraba a su papá y quería a su mamá a la que estaba tan unido. A sus pequeños y adorables hermanitos. A su perro Mike. Había crecido entre lujos y poseía una educación exquisita. Nunca había sufrido carencias materiales y era inmensamente rico pese a su juventud. Era muy bueno en su oficio, pero... su padre tenía razón. Había muchas expectativas puestas en él y había defraudado a todos. ¡Se sentía tan culpable por fallar! Si después de tantos años había sido tan flojo de sucumbir ante un sentimiento en lugar de cumplir con su obligación, era cierto que no merecía ser el siguiente líder de la familia. Ni siquiera se sentía digno de llevar el apellido Zoldyck.

Por otra parte, sentía las dudas carcomiendo su conciencia. Era innegable que amaba a Luna. Que podía amar a otra persona que no fuera un Zoldyck. Ella le hacía feliz. Podía ser feliz con algo ajeno a la muerte y a la familia. ¿Era débil? ¿Todo era un espejismo, tal y como su madre aseguraba? ¿Quién tenía la razón?

Quiso decir tantas cosas. Explicar tantos argumentos. Abrir su corazón. Pero ¿Qué sentido tenía? ¿Quién era él? Era Illumi Zoldyck, primogénito de la familia y asesino profesional de élite.

Zoldyck.

Asesino.

Eso era. Eso habían querido que fuera. Para eso lo habían criado.

Pero Illumi no era sólo un Zoldyck ni era sólo un asesino.

Había vivido reducido a los estrechos confines que ambas cosas significaban, tan íntimamente ligadas la una a la otra, que Zoldyck podría ser un perfecto sinónimo de la otra palabra.

Era un Zoldyck, sí, pero también era Illumi, un individuo único y excepcional. Y a Illumi le gustaba jugar con sus perros en el bosque que rodeaba su casa, dar trocitos de pan a las carpas que nadaban en el estanque trasero, cargar al caballito a sus hermanos, pasear con ellos, entrenarlos y contarles historias. Le encantaba comer helados, el chocolate caliente y jugar al ajedrez con su abuelo; porque nunca le había podido ganar en una lucha real pero en el tablero él era invencible. Tenía un rincón en el invernadero donde cuidaba plantas carnívoras y flores venenosas que traía de cada rincón del planeta que visitaba.

Obtenía felicidad de muchas otras cosas que no implicaban dar muerte. Y él lo sabía. Sabía que había un horizonte muy amplio más allá de la montaña Kukuroo, que él también poseía una identidad propia y no era sólo el letal asesino y ejemplar hijo mayor de la familia Zoldyck que todos querían que fuese. Él era capaz de dar amor y recibirlo de otra persona que no compartiera su apellido.

Quería gritar, hacerle saber a sus padres y al mundo entero lo que sentía, lo que pensaba, cada uno de sus sueños y ambiciones. Todos los pensamientos que había reprimido durante años en su cabeza se empujaban violentamente hasta agolparse en el fondo de su garganta, deseando liberarse por fin de tanta opresión.

Estaba tan absorto en ese aluvión de ideas que la voz de fondo de Silva, que había vuelto a tomar la palabra, sonaba como un eco lejano del que no podía discernir nada coherente, hasta que de pronto una frase llegó nítida a sus oídos, haciéndolo recobrar la atención y causando en él una conmoción tan inmensa que ya no pudo seguir disimulando por más tiempo.

—...tendrás que hacer valer el contrato y matar a Luna Ivae.

—¡¿Qué?!—. Los ojos oscuros de Illumi se abrieron de par en par, su voz tranquila y habitualmente desprovista de énfasis sonó incrédula, atemorizada, llena de terror, miedo, enfado, ira y dolor. Todo ello en esa sola palabra que brotó desesperada de sus labios rompiendo la máscara de calma y frialdad que siempre llevaba puesta.

—Que debes matar a Luna, hijo. ¿Acaso no has entendido nada? —apuntilló Kikyo.

—Pero padre, yo...

—No quiero oír excusas, Illumi. ¿No te importa la familia? —cuestionó Silva, tensando sus músculos a medida que era consciente de la incipiente rebeldía que emanaba de su hasta ahora totalmente obediente hijo mayor.

—Por supuesto que me importa, pero no veo que relación tiene ese hecho con tener que matar a Luna. A ella también la amo.

Ni él mismo supo cómo es que juntó el valor requerido para manifestar en voz alta algo así. Nunca hablaba de nada tan íntimo, mucho menos mostraba debilidades, cuanto menos ante su padre. Pero no pudo seguir fingiendo y tragando lo que sentía. No quería matar a Luna, nunca lo quiso. Prefería matarse a sí mismo. Esa era la cruda realidad.

—Si no la matas tú, entonces...

—Si le pones un solo dedo encima yo mismo te mataré —amenazó Illumi.

Su cuerpo temblaba preso de la adrenalina, su lacio cabello se encrespó elevándose en el aire. Su aura perfectamente mantenida bajo control hasta entonces explotó con tal potencia que incluso todos los cuervos que habitaban en la montaña comenzaron a arremolinarse en torno a él, atraídos por la violenta sed de sangre que brotaba de su ser. Su deseo de exterminar a todo aquel que osara lastimar a su dulce e inocente Luna irradiaba un aura terrible y sangrienta por cada nodo de su piel. Daba igual si se trataba de una persona común y corriente o de alguien tan poderoso como su propio padre. Una fuerza que se aglomeraba en el centro de su pecho le impedía controlar sus palabras, tan sólo podía actuar guiado por el instinto de proteger a Luna a cualquier precio y bajo cualquier condición.

—¡¡ILLUMI!! —chilló su madre, llevándose ambas manos a las sienes, cayendo derrotada de rodillas al suelo y rompiendo en un espantoso llanto que parecía que nada ni nadie podrían sofocar jamás. La mujer sentía un claro orgullo hacia su hijo, capaz de lanzar una amenaza tan seria hacia alguien evidentemente mucho más fuerte que él, como lo era su propio marido. Aún así, la perturbaba tanto que su primogénito se hubiera vuelto tan protector hacia un vulgar objetivo. ¡Ese instinto debía aflorar exclusivamente para la familia! Que esos sentimientos lo hubieran traspasado al punto de hacerlo olvidar su deber y lealtad hacían que se deshiciese en lágrimas, incapaz de manejar la situación y totalmente devastada por el rumbo confuso que había tomado su ya no tan pequeño Illumi.

Por su parte, Silva, aunque notablemente molesto por la reacción de Illumi, astuto y experimentado como era, supo mantener la calma que ni su mujer ni el mayor de sus hijos pudieron controlar.

—Illumi, ¿No te enseñé acaso que no debes enfrentarte a un rival que no puedes vencer? —dijo, con una fina sonrisa doblando las comisuras de sus labios hacia arriba—. Podemos llegar a un acuerdo. Si me vences, eso demostrará que eres capaz de proteger a esa mocosa de cualquier peligro, y entonces no tendrás que matarla, te ganarás el derecho de tener una amiga. Pero si por lo contrario pierdes contra mi, entonces yo mismo me encargaré de darle una muerte lenta y dolorosa, y deberás irte de la montaña Kukuroo para siempre. Qué te parece, ¿Aceptas el trato?

Illumi quería dar un paso al frente y matar a su padre allí y en ese mismo instante, pero no era un idiota y sabía muy bien que tenía prácticamente cero oportunidades de vencerlo. Su padre conocía su potencial, el alcance de su fuerza y él mismo le había enseñado todas las tácticas de lucha que conocía. No había forma de sorprenderlo. Illumi era bueno en el sigilo, en las batallas a larga distancia en las que no tuviera que luchar cuerpo a cuerpo con alguien tan poderoso como su padre. No contaba con el elemento sorpresa, sus técnicas de manipulación no estaban lo suficientemente perfeccionadas como para manejarse exitosamente frente a un usuario nen del calibre se Silva, y no había personas alrededor a las que pudiese manipular para usar el número a su favor.

Poco a poco su aura se fue debilitando y sintió que se desmoronaba ante la cruel evidencia que significaba la diferencia de poder entre ambos. No tenía nada que hacer. Sería absurdo dejarse llevar por las ganas de poner a Silva en su lugar y arriesgarse a que Luna muriera de una forma horrible. ¿Y qué haría él solo fuera de la mansión? Toda su vida se reducía a vivir con su querida familia. Ellos le aportaban seguridad. Comenzó a sentir temor ante el hecho de ser repudiado, y prisionero de un abrumador sentimiento que le oprimía los pulmones y le nublaba la razón, agachó su cabeza y aparentemente desprovisto de toda emoción que segundos antes había dejado estallar, se resignó a cumplir con su deber. Volteó su cuerpo con gracia y encaminó sus pasos al interior de la mansión.

—Está bien, tú ganas. Haré lo que me pides.

De espaldas a sus progenitores, con su voz tranquila y serena, nadie pudo atisbar las lágrimas que se derramaron de sus oscuros ojos negros.

¡Hola, cuánto tiempo!
A partir de ahora podré estar más activa por aquí, espero que sigan quedando lectores jeje.
Iban a ser tres partes pero haré la cuarta y última este fin de semana. Quería publicar algo ya y dejando el capítulo en este punto está bien porque ya solo queda la escena final y es puro drama. ¿Qué creéis que hará Illumi?

Gracias por leer <3

⸻ℐrisෆ

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