v. los asesinos no necesitan amigos; segunda parte.
LOS ASESINOS NO NECESITAN AMIGOS
Parte 2
﹙capítulo cinco﹚
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A Illumi le costó comprender y aceptar que aquella amalgama de sentimientos incontrolados no eran otra cosa más que amor. Algo tan simple y a la par relativamente desconocido para él.
Era obvio que conocía el concepto y que lo sentía hacia los miembros de su propia familia, pero jamás había experimentado ese tipo de amor romántico. Era una sensación muy diferente. Sí, también sentía la necesidad de controlar y proteger, pero había algo más. Amaba a su familia, eran su misma sangre ¿Pero Luna? Ella no era nadie para él y sin embargo, inevitablemente terminó desarrollando ese mismo sentimiento, incluso de una forma más intensa, arrolladora e inexplicable.
El amor hacia sus padres y hermanos era un sentimiento que brotaba calmado y fluía estable por sus venas. Podía identificar claramente el motivo de su apego hacia ellos y tenía lógica sentirse así. En contrapunto, el que ahora sentía hacia Luna, era una fuerza implacable, que crecía descontrolada y se desbordaba desde lo más profundo y recóndito de su corazón, sin poder explicar por qué le pasaba esto, había decidido asumir cuanto antes la situación en la que estaba.
No podía parar de pensar en Luna Ivae a todas horas. Recordaba eventos pasados e imaginaba fantasías futuras que tan solo tenían espacio en su imaginación. Extrañaba su presencia cuando estaba lejos y la distancia se le hacía larga y ardua de sobrellevar. Por la contra, el tiempo junto a ella transcurría increíblemente rápido. Cerraba los ojos y la veía vívida y hermosa en su imaginación, la soñaba con ellos abiertos. Ella ocupaba su mente sin descanso, e Illumi no tuvo más remedio que sucumbir a la realidad: estaba enamorado.
Como asesino profesional, Illumi había sido educado para mantener a raya las emociones y era muy eficiente en el control de su propio temperamento. Era una cuestión de salud mental. Apartarse emocionalmente del resto de seres humanos ajenos a su familia, a sus semejantes, a su misma sangre; servía de gran ayuda para poder realizar su trabajo sin ningún tipo de remordimiento o mala conciencia. Desde que nació le habían enseñado que todo aquel que no llevase el apellido Zoldyck era algo prescindible, una herramienta, una moneda de cambio. Algo que no debía considerarse del mismo modo que la valiosa vida y bienestar de los miembros de la familia, de quienes debía encargarse de preservar y proteger.
Él era la herramienta perfecta. Al menos así había sido hasta los quince años. Un utensilio al servicio de la familia. Él mismo se consideraba como una marioneta, un títere de la oscuridad. Nunca había experimentado miedo, ansiedad o remordimientos por tener que cumplir con su trabajo. Tenía más que asimilado que esa era su obligación y le enorgullecía su condición de asesino. A estas alturas, plantearse cualquier diatriba moral era inútil y una pérdida de tiempo. Estaba grabado a fuego en su cerebro y en su alma que su papel en la vida consistía en eso y nada más.
Nunca había deseado ser otra cosa más que un asesino profesional.
Nunca...
Hasta el día en que inesperadamente desobedeció sus propias leyes y dejó con vida a Luna Ivae.
Habían transcurrido ya casi seis meses desde aquel día, y en ese lapso temporal, Illumi había conocido el amor y la amistad fuera de los robustos muros de la mansión Zoldyck.
Poco a poco se había ido aproximando a Luna. Se deshizo de su sigilo y del cuidado de esconderse y evitar ser visto, una parte de él deseaba que ella lo encontrara, pues no sabía muy bien como iniciar un acercamiento por su cuenta. Tenía miedo de plantarse frente a ella de la nada, desconocía cómo entablar una conversación, qué decirle o qué hacer.
Illumi nunca había tenido un amigo antes. Todo en su vida se reducía a trabajar y entrenar, y sus relaciones sociales eran exclusivas con su familia. Ni siquiera sus socios o mayordomos podían considerarse como algo más que una transacción comercial.
Illumi hablaba varios idiomas, conocía a detalle la historia y relaciones políticas de los países de todo el mundo, sus modales eran los de un príncipe, era un prodigio del nen, inteligente, fuerte, ágil y veloz; sin embargo, el pequeño genio no sabía cómo decirle un simple "hola" a la chica que le gustaba, pues carecía de toda habilidad social. Pero para su suerte, Luna era una chica muy sociable, amigable y dulce, y la tarea se hizo fácil gracias a su carácter abierto y curioso.
La primera vez que ella lo vio en su jardín, encaramado a la rama de un árbol, creyó que se trataba de un ladrón. Tras acusarlo de robar manzanas, Illumi aterrizó con suavidad sobre la hierba y se quedó allí de pie, paralizado y observándola con sus grandes ojos negros, y tras escucharla atentamente le dijo:
—No soy un ladrón, soy un asesino.
Que gran forma de romper el hielo ¿Verdad?
Por supuesto, la chica no tomó en serio sus palabras. Obviamente creyó que bromeaba. ¿Qué clase de persona diría algo así, sin más, al acabar de conocer a alguien? Era un sentido del humor algo retorcido, quizá, así que no pudo evitar reír ante aquella afirmación. Illumi ni siquiera reaccionó ante las sonoras risas de la chica, que tomándolo de la mano lo arrastró literalmente al interior de la casa para invitarlo a comer algo.
Las agujas seguían funcionando correctamente. Gracias a los dioses, ella no recordaba nada, ni siquiera manifestando tan abiertamente su condición de asesino el recuerdo se disparó en su memoria. Sintió felicidad por el hecho de que su técnica funcionase tan bien, aunque, a la vez, algo desconocido le remordía un poquito en lo más profundo de su oscuro corazón.
Fue fácil ganarse la confianza de Luna. Ella tenía una tendencia a lo amable, a complacer, a cuidar de los demás. Illumi se había convertido en su predilección. Era un chico callado y educado, de lindo rostro pálido que parecía tallado en la más fina porcelana y grandes ojos curiosos que se dejaba mimar como si fuera un pequeño cachorro, como si un hambre extrema de atención y cuidados lo devorara desde su interior.
Illumi nunca había sentido la necesidad de recibir ese tipo de atenciones, sin embargo, cuanto más cercano se hacía de Luna y ésta más cariño le mostraba, más y más deseaba obtener, hasta un punto que rayaba en la adicción.
Las visitas se fueron sucediendo, y cada vez se hacían menos espaciadas en el tiempo, al punto que finalmente era raro el día en que Illumi no apareciera por la casa. Aunque ella no lo viera, incluso tarde mientras ella dormía plácidamente en la noche, al llegar de una misión, cambiaba su recorrido para simplemente acercarse a echar un vistazo y ver cómo estaba Luna. Un día se dejaba ver en el jardín como si hubiese sido una casualidad pasar por allí, y ella lo invitaba a pasar para darle a probar un nuevo bizcocho que había estado horneando, o le servía una taza de té y hablaba de miles de cosas triviales. Illumi siempre escuchaba muy atento, casi sin interrumpir ni intervenir. Ella preguntaba miles de cosas, e Illumi respondía a todo con monosílabos. Extrañamente se sintió muy a gusto y relajado allí dentro. Estaba mucho mejor poder observar a Luna de cerca que desde el exterior y la distancia. Era agradable verla hacer gestos, percibir su aroma y oírla reír, era tan bonita cuando estaba alegre.
Luna no paraba de hablar. Era todo lo opuesto a él. Un día le dijo que tenía que hacerlo para compensar lo callado que él era, para llenar los silencios. A Illumi no le molestaba el silencio, de hecho, lo prefería. Pero la voz de Luna era dulce como la miel y cuando regresaba a la soledad de las misiones o la frialdad de su casa, el eco de sus palabras recorría su mente una y otra vez. Así recordó cómo ella le había dicho una tarde lo mucho que le gustaban los girasoles y se le ocurrió llevarle un ramo de éstas flores cuando regresaba de una misión.
Ella las recibió con tanta alegría, las colocó en un jarrón en medio de la sala, perfumando toda la estancia con su aroma. Fue tan agradable para Illumi ser testigo de esa reacción, de causar felicidad en otra persona con algo tan simple como una flor, que su corazón se sintió cálido de repente. Siempre había pensado que sólo podría hallar plenitud y felicidad matando. Era un asesino, era lógico. Pero... no pudo seguir pensando, porque de pronto creyó que iba a morir allí mismo cuando sin poder reaccionar, recibió un suave beso en la mejilla por parte de Luna.
Su instinto le hizo apartar la cara, asustado.
—Illu, l-lo siento... —susurró ella. Mostrando preocupación en sus ojos y con las palabras de disculpa galopando temblorosas hasta su garganta, temiendo haber cometido un error.
Illumi no podía procesar lo sucedido, demasiadas sensaciones a la vez, tan nuevas, lo habían dejado paralizado por un segundo que pareció eterno. Pero antes de que Luna pudiera articular una frase completa, movido por una fuerza incontenible y un deseo desesperado, acercó de nuevo su rostro al de ella, y depositó un ténue beso, tan ligero como una caricia fantasmal, sobre los suaves labios de Luna.
Ella abrió los ojos, con sorpresa, sin saber qué decir. Las miradas de ambos se conectaban sin palabras de por medio, pero algo inexplicable movía a Illumi a buscar más de eso. Sin dejar de observarla, colocó sus manos ahuecando la cara de la chica, le parecía tan hermosa, quería seguir besándola durante el resto de su existencia. Acercó de nuevo sus labios a los de ella y le dio un segundo beso, y un tercero, y un cuarto... No pudo separarse de Luna durante el resto de la velada, sintiendo la necesidad de acariciar su cabello, respirar su dulce aliento, pasar sus dedos por la suave piel. Cuando ella subió sus manos para abrazar su cuello y deslizar los dedos en su nuca, su piel se erizó como nunca antes en su vida, y con un osado atrevimiento que el momento le proporcionó, dejó bajar sus manos por el cuerpo de la muchacha, recorriendo los costados de ésta hasta finalmente descansar anclado a su cintura. La acercó a su cuerpo, fundiéndose con su calor, como si un centímetro de distancia se sintiera como cientos de kilómetros. Quería todo de Luna, para él, solo para él, para siempre.
Aquella primera y única vez que Illumi se había saltado las normas, que había desobedecido y había decidido mantener con vida a un objetivo, había terminado trastocando todo su mundo tal y como él lo conocía hasta la fecha.
La marioneta de la oscuridad, sin pasiones, sin deseos, sin anhelos, que sólo hallaba felicidad en asesinar, que era inmune a venenos y resistente a las condiciones más extremas, se había vuelto totalmente vulnerable al más puro, tierno e inofensivo de los sentimientos humanos. Todo su universo se puso patas arriba, todo cuanto había creído verdadero ahora era puesto en duda, bajo el fuego que lo consumía sin clemencia en los labios de Luna. La felicidad absoluta venía de la mano de aquella preciosa chica a la que amaba con una devoción tan ardiente que sobrepasaba todos los límites de su entendimiento.
Pero nada dura eternamente. Él mejor que nadie debía saberlo. El destino de Luna estaba escrito desde mucho tiempo atrás, cuando el contrato que aseguraba su muerte había sido firmado por su propio puño y letra en un pacto que debía hacer honor al intachable apellido de su noble familia.
Silva no era estúpido. Podía parecer un padre ausente, más sumido en el negocio familiar que en otros temas que tocaban más de cerca a sus hijos. Illumi nunca le había dado problemas ni preocupaciones, era el hijo perfecto. Pero en la medida que su primogénito pasaba más y más tiempo junto a Luna, las ganancias de la familia decrecían hasta el punto en que Silva comenzó a sospechar que algo extraño pasaba.
¿Qué hacía Illumi en su tiempo libre, en sus misiones particulares? Cada vez se le veía menos en la mansión, y si fuera causa del trabajo el hecho de mantenerlo tan ocupado, debería estar ganado una cantidad importante de jennis ¿No?
Sin embargo, la ausencia de dinero se le hizo más preocupante al líder de la familia que el hecho de que su hijo no diera apenas señales de vida últimamente, sobre todo porque tal ausencia no estaba traduciéndose en ganancias.
Revisó todos los trabajos y contratos que él mismo le había asignado en los últimos meses, y el chico había sido totalmente eficiente, como de costumbre. No había ni una sola pega que ponerle, era un asesino brillante. Quizá su hijo había decidido guardar el dinero que ganaba en solitario en su propia cuenta corriente, no obstante, Silva podría tener acceso a ella si quisiera, y tras rastrearlo de mil y una maneras, no pudo encontrar nada. Algo andaba mal con Illumi y estaba dispuesto a averiguarlo, por lo que tomó la decisión de ordenarle a su mayordomo de confianza, Tsubone, que realizara un informe exahustivo de las actividades de Illumi y que siguiera con absoluto sigilo a su hijo sin perderlo de vista ni un solo segundo, para así desentrañar de una vez en qué asuntos andaba metido.
La verdad no tardó en salir a la luz.
Tsubone había puesto en juego su propia vida para descubrir qué se traía entre manos el pequeño Illumi. No era fácil pasar desapercibido para él, a pesar de su juventud y relativa inexperiencia en comparación con ella, Illumi era muy hábil, no podía tomarlo a la ligera ni subestimarlo. Él podía percibir el aura de cualquiera y siempre estaba en estado de alerta. Además, no tenía reparos en eliminar a un mayordomo, incluyéndola a ella, si uno se metía en su camino o le estorbaba. No quería morir a manos de su joven amo, por lo que fue extremadamente cuidadosa.
Los dos primeros días Illumi realizó el recorrido previsto por su padre. Había cumplido con su trabajo, y poco después se había puesto en contacto con algún mayordomo para comunicarle que se ausentaría para llevar a cabo otra misión de asesinato que le ocuparía otro par de días más, sin embargo, no solicitó ningún tipo de preparativo, no coordinó ninguna acción, ni dio orden alguna a nadie en absoluto. Era sabido por todos que a Illumi le gustaba trabajar solo, aún así, Tsubone no pudo evitar sentir que en efecto, el hijo mayor de los Zoldyck ocultaba algo.
Illumi no tenía ni idea de que estaba siendo interceptado y espiado por su propio padre. Quién sabe si se volvió demasiado confiado, o quizá descuidado, pero la realidad era que nunca se le había pasado por la cabeza semejante cosa. Su padre confiaba en él...
Naturalmente, se dirigió al único lugar del mundo al que siempre deseaba volver: junto a Luna.
Tsubone, que lo había visto nacer y crecer, entrenar y convertirse en el perfecto asesino del que toda la familia se enorgullecía en extremo, no podía dar crédito.
Algo en su interior le causaba simpatía y compasión hacia su joven amo Illumi. Al fin y al cabo, no era un robot sin sentimientos. Le recordó a aquellos tiempos que parecían tan lejanos en la memoria, cuando Illumi era aún un precioso bebé al que ella misma sujetó en sus brazos alguna que otra vez, al verlo tan apacible y tranquilo recostado sobre el regazo de aquella misteriosa jovencita. Parecía tan inocente, como si el niño que había enterrado en el fondo de su ser hubiese salido a flote de nuevo, allí acurrucado, siendo domesticado como un cachorrito bajo las caricias de Luna.
Pero Tsubone no era quién de cuestionar las órdenes y procedimientos de su amo. Ella tenía una misión que llevar a cabo. No protegería el secreto de Illumi por muy blanda que la escena la hubiera hecho sentir. Sabía bien lo que Silva pensaba al respecto. Los amoríos entre mayordomos conllevaban la pena de muerte, no toleraba las distracciones. Que su hijo predilecto, su perfecto asesino, al que había preparado para perpetuar y asegurar el negocio se desviara de su camino, desde luego traería graves consecuencias. La lealtad de la mayordomo le pertenecía a Silva por encima de todo y de todos. Y así le hizo saber a su amo qué era lo que tenía a Illumi tan absorto y apartado de sus deberes como asesino.
Cuando Illumi regresó a la mansión, según abrió las puertas de prueba, encontró tras el umbral lo que nunca habría esperado ver: sus padres lo estaban recibiendo.
No, no era un recibimiento cordial, Illumi lo percibió al instante. La incomodidad rezumaba en el aire. Nunca había tenido un comité de bienvenida en su vida, de hecho. Sólo Luna lo esperaba ansiosa y lo abrazaba feliz a su regreso. Su familia era otra cosa, eran de otro material.
—¡Hijo de mis entrañas! ¿Cómo te atreves a deshonrar así a tu familia que tanto te ama? ¿No te importa romperle el corazón tan despiadadamente a tu propia madre?
Los sollozos ahogaban la voz de Kikyo, incapaz de mantener bajo control la rabia e indignación que sentía hacia su hijo en este mismo instante. Ella no alcanzaba a comprender qué había salido mal con Illumi. Cómo se torció, en qué momento, por qué motivo. Había sido severamente entrenado por ella misma y su marido, juntos habían creado a un asesino Zoldyck de élite, sin ningún punto débil, frío, obediente y letal. ¿Cómo pudo dejar con vida a un objetivo? Y lo peor, ¿Cómo pudo llegar a sentir apego por una insignificante desconocida?
Silva permaneció en un segundo plano, con los brazos cruzados sobre su fuerte pecho. Su mirada de acero caía pesada sobre su hijo, como si de una espada se tratara. Kikyo se había abalanzado en dirección a su primogénito, chillando incoherencias y con la voz quebrada por el llanto.
Decepción, fracaso, mentira. Decepción. Desobediencia. Irresponsabilidad. Decepción.
Illumi perdió la cuenta de la cantidad de veces que esas palabras salieron de los labios de su querida madre. Kikyo estaba al borde de la enajenación, su hijo perfecto al que tan profusamente había aleccionado y educado, la había decepcionado terriblemente.
¿Cómo un Zoldyck pudo haber hecho algo así? ¿En qué momento se le ocurrió la estupidez de no cumplir con algo tan sagrado como su contrato? Era imperdonable.
Tras largos minutos de Kikyo increpando al sano juicio se su hijo, sus responsabilidades, a recalcar sus lecciones y enseñanzas, sus deberes y obligaciones; a decirle lo muy triste y dolida que estaba por su culpa, de sopesar los castigos físicos que le serían impuestos... por fin Silva le ordenó a la mujer que se mantuviera en silencio, y acercándose a un aparentemente tranquilo e impasible Illumi que escuchaba atento todo cuánto le decían, habló.
—Hijo mío—, su voz profunda sonó solemne entre los numerosos árboles que se alzaban en sus dominios—. Entiendo perfectamente lo que ahora mismo pasa por tu mente.
Sus palabras meticulosamente calculadas, desprovistas de toda la furia y resentimiento que por otra parte Kikyo le estaba mostrando, sirvieron para captar el interés de Illumi, que hasta el momento había permanecido impertérrito escuchando los lamentos de su madre.
—Sientes curiosidad por esa chica, es una novedad. En nuestro mundo de muerte y sombras ella se ve como un rayo de luz ¿No es así? —Silva dirigía su discurso cautelosamente hacia el punto que quería abordar, soltando palabras envenenadas que sabía que herirían los últimos resquicios de humanidad que albergaba su hijo—. Quizá haya sido mi culpa no haber tenido una conversación de padre a hijo contigo al respecto tiempo atrás. Realmente asumí que no lo necesitabas, creí que tu compromiso con la familia era absoluto e inquebrantable, pero veo que hasta el mismo hierro puede volverse blando si se le expone al fuego lo suficiente. A pesar de todo, eres débil, por eso nunca podrás ser mi heredero —dijo, lanzando en su sentencia final un dardo mortífero directo al corazón de Illumi.
Nunca había existido la intención de hacer de él un heredero. Illumi había sido preparado para otras labores, pero echarle en cara que todos sus errores eran los que impedían tal cosa, y que a pesar de todos los años de entrenamiento, sacrificio y esfuerzo todavía no era lo bastante fuerte y bueno como para ser considerado como tal, desde luego lo herían mucho más que cualquier tortura a la que hubiera sido sometido anteriormente en su vida.
¡Hola! ¿Qué tal? La verdad es que siento que aunque los días tuvieran 30h yo seguiría quedándome sin tiempo... La uni me está absorbiendo la energía vital :'(
Habrá una tercera parte de esto, siento extenderme. El capítulo habría quedado excesivamente largo si metía aquí las dos últimas escenas que faltan.
No imaginan la cantidad de problemas que he tenido para escribir. Desde mi evidente falta de tiempo, problemas para guardar lo escrito, hasta más de 1200 palabras súper inspiradas que se me borraron de la nada y me fue imposible recuperar. Se siente como que todo el esfuerzo se fue a la mierda y te deja sin ganas de tener que repetir todo. He intentado reproducir lo más fielmente todo aquello que se borró, aunque siento que por desgracia esta versión es peor. Espero que aún así hayan pasado un buen rato, y muchas gracias por leer, comentar, votar y por apoyar siempre esta historia.
⸻ℐrisෆ
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