iv. los asesinos no necesitan amigos; primera parte.
LOS ASESINOS NO NECESITAN AMIGOS
Parte 1
﹙capítulo cuatro﹚
₊‧ʚ・︵︵ ₊˚๑ ᕱᕱ ꒱✦ ₊ ︵︵・₊﹆ɞ‧₊
Para los Zoldyck existía una máxima en la dinámica familiar que era totalmente indiscutible: los sentimientos hacia alguien ajeno a ellos mismos no servían para nada más que hacer al individuo más débil.
Sentir pena por un objetivo, pararse a pensar en sus circunstancias personales, imaginar si los motivos de la persona que los contrata son justos o si el objetivo realmente merece morir, eran algo que aprendían a mantener al margen de sus sentimientos. El oficio de asesino profesional era incompatible con todo eso. Lo único importante era cumplir la tarea con la mayor eficiencia posible, cobrar el dinero y mantener a salvo a la familia.
De entre todos los Zoldyck, Illumi era el que más arraigado tenía ese sentido del deber. Era perfectamente capaz de mantener a raya sus emociones sin dejar que éstas interfirieran con su trabajo, y en el mundo entero sólo le importaba el bienestar de su familia y nada más.
Illumi había sido el mentor de su hermano pequeño, el prodigio de los Zoldyck, el futuro heredero del negocio familiar. No obstante, Killua tenía una mentalidad que difería totalmente de la del resto de su familia. Por todo ello, Illumi había colocado una de sus agujas en el cerebro de su hermanito. Pensaba que así lo protegía del mundo entero. Si Killua era un rebelde, no quedaba más opción que controlarlo. Lo hacía por amor, por supuesto. No podía permitir que Killua corriese ningún riesgo; por eso, debía inducirlo a huir del peligro. Era por su propio bien. ¿Para qué experimentar tanto sufrimiento si con una de sus agujas podía ahorrar todo el proceso? ¿Por qué Killua no lo entendía?
Illumi sabía que los sentimientos podían llegar a corromper el camino de un asesino. Cuando le dijo a su hermano que no necesitaba amigos, sabía de lo que hablaba. Tarde o temprano acabaría traicionándolos ¿Verdad? Él lo había experimentado tiempo atrás. Ser un Zoldyck implicaba haber nacido para ser un asesino y por supuesto, su instinto tarde o temprano los llevaría a matar.
Matar era lo correcto, su destino irrefutable.
A la edad de Killua, Illumi ya era todo un maestro en el arte de la manipulación. Era fuerte, inteligente, hábil y sigiloso. Se había criado en casa bajo supervisión directa de sus padres. Todo lo que Illumi conocía eran la montaña Kukuroo, a sus familiares y mayordomos, y a su preciado perrito Mike que no paraba de crecer y crecer. Tenía mucho talento con el nen y progresaba a pasos agigantados. No tenía interés en otra cosa más que en ser un gran asesino, como su padre al que tanto admiraba. Silva elogiaba lo buen asesino que era su primogénito y sentía mucho orgullo de su estirpe. Illumi era un buen hijo. Cumplía con su trabajo a la perfección, jamás se quejaba por nada y era muy obediente y leal a la familia.
Fue por todos estos motivos que Silva decidió dejar de supervisarlo personalmente y comenzó a enviar a Illumi a realizar misiones en solitario.
Durante varios meses el pequeño Illumi cumplió con todas y cada una de las misiones que se le asignaban y no hizo más que enriquecer las ya de por sí adineradas arcas familiares. Pero a pesar de todas sus riquezas, lujos y demás, en cuanto Illumi comenzó a interactuar con el mundo exterior, fue inevitable que en su corazón surgieran nuevas inquietudes.
Unas inquietudes que cambiaron su percepción del mundo para siempre.
Era una mañana bastante calurosa para tratarse del otoño. El sol salía con fuerza tras las montañas y pintaba todo el paisaje de tonos dorados. Illumi estaba nervioso. Hacía ya varias horas que podría haber regresado a casa, pero sentimientos incómodos le rondaban en su interior.
Deambulaba por los alrededores de la zona dónde había tenido lugar el trabajo que venía de realizar esa misma noche que ahora se desvanecía en el horizonte, temeroso de volver a casa sin por primera vez, haber podido completar la misión encomendada. No había podido eliminar a uno de sus objetivos, y eso lo frustraba en lo más profundo. Debía solucionar el problema cuanto antes si no quería que el prestigio de su familia se viera empañado por su torpeza.
Sumido en sus oscuros pensamientos, no la vio venir. Cuando la tuvo de frente y sin posibilidad de huir o esconderse sin ser visto, ya era demasiado tarde. Para entonces, una niña de más o menos su misma edad, de largo cabello desordenado, mejillas regordetas y grandes ojos llenos de vida estaba sacando un pañuelo de su bolsillo y acercando una de sus manos a su frente. Todo sucedió demasiado deprisa como para procesarlo correctamente.
—Te sangra la cabeza —dijo ella. Sus ojos azules cambiando de pronto a una expresión preocupada. ¿Por qué debía una perfecta desconocida sentir algo así por él?
Illumi no respondió, poniéndose tenso en su lugar. Sin embargo, cuando las diminutas manos de la chica limpiaron con delicadeza su frente, fue consciente de que le brotaba sangre de una herida. No lo había notado aún. Estaba acostumbrado al dolor, a soportar y aguantar. Un pequeño corte no era nada para él.
—¿Cómo te has hecho esto? ¿Te duele mucho? ¿Te caíste? ¿O quizá te peleaste? No, no, no. Ya sé. ¿Te han pegado? ¿Fueron tus padres? ¿Por qué estás solo aquí? Nunca te había visto antes.
Pensó que aquella chica hacía demasiadas preguntas y eso lo incomodaba. Sin embargo, se sentía curioso por el hecho de que por primera vez en toda su corta vida, alguien no sintiera miedo de él y fuese tan genuinamente amable. Entonces, un pensamiento lo llevó a otro y apartó con rabia la mano de la niña de su frente. Quizá ella estaba usando sucias artimañas para engañarlo y aprovecharse de cualquier muestra de debilidad que pudiera mostrar. No debía confiar en nadie, ni siquiera en una mocosa de aspecto dulce y aparentemente inocente como aquella. Él también tenía una cara bonita y finos modales que no hacían sospechar de su naturaleza de asesino. Ella podría ser cualquier cosa diametralmente opuesta a su apariencia inofensiva.
—Estoy perfectamente —aseguró. Ni su tono ni su rostro denotaron sentimiento alguno. No podía percibirse ninguna de las confusas emociones que sentía en ese mismo instante. Ni el enfado, ni la molestia, ni la desconfianza. No por nada había entrenado tan duro desde que era apenas un bebé que daba sus primeros pasos. Sus padres le habían enseñado a reprimir las emociones, e Illumi, muy a pesar de sentir como cualquier otro ser humano, había aprendido muy bien que no era correcto mostrarlas. Su papá se lo dijo, y él quería que estuviera muy orgulloso de él. Si no era su destino ser el heredero de la familia, se esforzaría por ser el mejor asesino y el mejor hijo imaginables.
Aquella chica frunció el ceño, volviendo a alzar las manos, pero antes de poder siquiera aproximarse de nuevo al rostro herido de Illumi, éste utilizó su velocidad superior para alejarse de allí sin dejar rastro.
La muchacha dudó por unos segundos, paralizada en mitad del sendero. Miró perpleja a su alrededor, tratando de encontrar de nuevo al misterioso chico de cabello oscuro, pero al ser una tarea imposible dar con él, se rindió y prosiguió su camino.
Illumi estaba cansado y hambriento, pero ni por asomo se le pasaba por la cabeza regresar a casa con las manos vacías. Le habían contratado para exterminar a la familia Ivae, de cinco miembros.
Y le faltaba uno.
No podía parar de pensar en su error. Había investigado todo: las rutinas de cada miembro, los horarios y hábitos más insignificantes, y había concluido que el lugar y momento idóneos para aniquilarlos era la noche en que, para su desgracia, cometió el error. Había sido demasiado confiado y no consideró oportuno hacer las comprobaciones finales. Lamentaba su falta de precaución. Podría haber sido un trabajo perfecto, su leve presencia causando muerte a su paso sin dejar rastro. Pero había cometido un fallo imperdonable y debía arreglarlo antes de regresar a la mansión y rendir cuentas ante su padre. ¿Qué pensaría él si se enterara de tal desastre?
Por ello, decidió ignorar todas las necesidades físicas que su cuerpo le suplicaba saciar. Ya dormiría, comería, descansaría y curaría sus heridas más tarde. Ahora debía encontrar a Luna Ivae y sesgar su vida lo antes posible.
Entonces algo hizo click en su cabeza y lo comprendió con claridad. Se sintió totalmente inútil y estúpido. Quizá todo se debía a la conmoción del golpe y a la molesta sensación de fracaso que lo acompañaba cuando se cruzó con aquella chica a las afueras de Parasta. Lo comprobó en su teléfono móvil y efectivamente, en la fotografía que su cliente le había facilitado para reconocer a los miembros de la familia, había una chica exactamente igual a la que acababa de dejar atrás. ¿Cómo era posible que alguien tan letal, eficaz y capacitado como él no se hubiera dado cuenta antes?
Se lamentó brevemente, pensando que parecía un principiante encadenando errores estúpidos uno tras otro. Negó con la cabeza, como si con ese ligero movimiento pudiera sacar de dentro de sí mismo aquello que había funcionado mal hasta ahora. Tras recomponerse, sintió la euforia recorrer sus venas, dejando atrás la incómoda sensación que le provocaba aquella extraña mezcla de incompetencia, vergüenza y fracaso. Regresaría sobre sus pasos y acabaría con ella en menos de lo que dura un parpadeo.
Al menos, eso pensó en un principio. Lo cierto es que dicha tarea no le resultó tan fácil como creía.
Fue muy sencillo para Illumi descubrir el paradero de Luna. Sabía hacia dónde se dirigía. Así pues, tomó ventaja.
Desconocía los motivos que la habían llevado a estar ausente en la casa la noche anterior, mas ahora mismo todos esos pormenores carecían de importancia. En este instante tenía la posibilidad de completar su misión y regresar exitoso a la montaña Kukuroo. Nadie tenía por qué enterarse de su descuido. Al fin y al cabo, la única que podría hablar iba a ser eliminada por sus propias manos. No tenía nada que temer ni ningún motivo por el que preocuparse.
Sin dificultad alguna, se encaramó a la rama más gruesa de un árbol cercano desde el que podía vislumbrar a la perfección el terreno que bordeaba la casa de la familia Ivae, así como parte del interior de la misma a través de algunas ventanas.
Desde su posición la vio llegar a la casa poco tiempo después. Fue cuestión de segundos escuchar perfectamente el grito desgarrador de la joven al descubrir los diferentes cadáveres, el llanto desconsolado y su absurda e insitente voz chillona llamando a sus padres y hermanos.
Qué estúpida era. ¿Acaso creía que los muertos podrían responderle? Era una situación bastante desagradable, debía admitir. Incluso incómoda. Antes de prolongar la escena, debía cortar por lo sano.
Así pues, saltó elegantemente del árbol, aterrizando como un felino en el mullido suelo cubierto de hierba. Caminó sin prisa la distancia que lo separaba de la entrada principal, guiando sus pasos en la dirección que su sentido del oído le indicaba. Diez, once, doce escalones. Recordaba con nitidez la forma y distribución de la casa, aunque era diferente ver todo a la luz del día. Al final del pasillo, tras una puerta entreabierta, estaba Luna. Si aguzaba el oído inclusive podía escuchar los fuertes latidos de su corazón presa del shock. Avanzó hacia allí, en silencio. Su mano derecha se alzó, transformada ahora en una garra de afiladas y letales uñas puntiagudas como cuchillas. Tan solo debía cruzar la puerta y arrancar aquel corazón que ahora sonaba ensordecedor en sus oídos, palpitando más fuerte a cada paso que se aproximaba a su víctima.
Ciertamente la luz del día lo cambia todo. Quizá por eso siempre en su trabajo procuraban ocultarse en las sombras, fundirse con la oscuridad. Era más fácil así, con la noche como cómplice y único testigo.
Abrió la puerta, y entonces vio a aquella niña de más o menos su misma edad, aferrada al cuerpo sin vida de su hermana pequeña.
Por supuesto que Illumi comprendía perfectamente las emociones y sentimientos humanos. Ni era estúpido ni tampoco un robot. Actuaba frío y ajeno a todo ello, tal y como había sido entrenado. Siempre trataba de hacer que la lógica imperara por encima de las emociones, racionalizando cualquier tipo de pasión. Por eso no pudo comprender porqué la escena que se desarrollaba ante sus ojos lo hizo frenar en seco. Estaba tan perturbado por el hecho de que las dudas lo asaltaran así. Ni siquiera pudo desatar su sed de sangre en el instante final, justo cuando iba a abalanzarse velozmente sobre Luna para atravesar su pecho y arrancarle la vida.
¿Sería porque ella era tan joven como él? No. Ya había matado a gente de su edad o incluso menores con anterioridad. Quizá fue el hecho de que ella se había mostrado amable con él, eso era algo nuevo. Illumi nunca solía mantener ningún tipo de contacto con nadie ajeno a la familia Zoldyck. Verla sollozando y aferrada al cuerpo sin vida de aquella niñita que él mismo había asesinado, lo conmocionó de una manera tan extraña que no pudo dar forma a sus pensamientos ni definir con coherencia qué era lo que le estaba pasando y lo que le impedía matarla allí mismo. Sin saber cómo, la imagen mental de Killua muerto cruzó fugazmente su cerebro. Vaya que ese golpe parecía tan minúsculo, pero realmente lo había dejado lastimado. No le permitía concentrase como era debido y estaba provocando que muchas sensaciones innecesarias lo alejaran de su deber.
Otra vez se vio sorprendido, definitivamente algo iba mal en él. Aquella niña, Luna, se giró y lo vio allí de pie en medio del umbral de la puerta.
Ella no pronunció palabra alguna, sin embargo, no fue necesario para Illumi ninguna explicación, pues los ojos azules de Luna eran como un libro abierto en el que leer. Los miró y lo comprendió todo. Su padre le había dicho muchas veces que era mejor matar por la espalda, evitar la confrontación. Procurar no ser vistos. Rápido, con sigilo, sin mantener contacto con los objetivos. Nunca mirar a sus ojos y por supuesto, jamás conversar con ellos. Eran objetos que había que eliminar para ganar dinero a cambio. No importaba nada más que llevar a cabo el trabajo.
Illumi no sabía qué hacer. Nunca antes había sentido semejante impotencia, confusión y caos en su interior. Todo ello no hacía más que aumentar la creciente ansiedad que comenzaba a adueñarse de su mente, y perder la sensación de control sobre sí mismo y sobre la situación sólo estaba empeorando las cosas.
Él siempre sabía qué hacer. Siempre tenía las ideas claras y procedía según las pautas preestablecidas. ¿Por qué ahora todo se había torcido así?
Ella se levantó lentamente y entonces sintió pánico. Era horrible. Se suponía que ya había superado todo esto. Estaba más que entrenado y acostumbrado a matar. Matar lo hacía muy feliz, Kikyo le había explicado numerosas veces que él pertenecía a la oscuridad y que para obtener felicidad lo único que debía hacer era matar, matar y matar. Había nacido para ser un asesino, dentro de la élite que los Zoldyck suponían dentro de ese bajo mundo empañado por la sangre. No debía desear nada más allá de eso.
Sin embargo, pese a obedecer las reglas que sus padres le habían inculcado tan profundamente desde que nació, ahora algo lo inquietaba. Él tan sólo debía pensar la mejor manera de asesinar a la persona en cuestión, nada de lo que ahora se estaba agolpando y atascando en su cerebro.
Confuso, sin saber cómo proceder ante la novedad de la situación, hizo lo único que sabía hacer. Antes de que Luna pudiese dar un solo paso hacia él, ya tenía una de sus agujas incrustada en medio de su frente.
No quería matarla.
No sabía porqué había hecho eso, sólo sabía que debía reestablecer el control y que esa nueva técnica que había estado ensayando era útil en este momento.
La fina aguja que ahora se alojaba en el cerebro de Luna, obedecía una pequeña orden que Illumi debía comandar en ella. Así pues, puso en marcha su técnica, y comenzó a hablar con calma mientras la miraba a los ojos profundamente, para activar el hechizo hipnótico que haría que la joven actuara según sus designios.
No es como si ella fuera a obedecerlo en todo, todavía estaba trabajando en cómo lograr eso con su técnica. Era difícil para los demás soportar el peso de su aura siniestra y siempre que había intentado controlar a seres vivos de una manera tan completa, éstes habían terminado muriendo. Como si Illumi fuese un veneno intolerable.
Por ello, decidió hacer que Luna olvidara todo lo sucedido en ese día. Borraría sus recuerdos y cada vez que ella intentara cuestionar algo, sintiese algún tipo de flash relacionado con su familia y sus muertes, o tratase de explicar la presencia del propio Illumi; el intenso dolor físico que todo ello conllevaría, haría que alejase todos esos pensamientos de su cabeza. Ya lo había probado con varios mayordomos y funcionaba a las maravillas. Esta chica ni siquiera conocía el nen, por lo que sería mucho más fácil condicionar su mente.
Un ligero golpe en la nuca, apenas imprimido en fuerza, fue suficiente para hacerla perder el conocimiento. Durante las horas que ella permaneció inconsciente, el primogénito de los Zoldyck aprovechó para limpiar la casa y eliminar de ella cualquier evidencia que pudiera disparar un recuerdo indeseado en Luna.
Se las apañó para hacer creer a su cliente que en efecto, había asesinado a los cinco miembros de la familia. No fue muy complicado manipular las cosas para alguien como él. ¿Por qué alguien tan insignificante sospecharía de un Zoldyck? Ellos siempre cumplían con sus contratos.
Y así, mantuvo con vida a la joven que debía haber matado.
Planeó todo lo que haría a partir de ahora con ella para mantenerla a salvo. Pensó en sacarla de aquella casa, quizá allí podría ser descubierta. Pronto desechó la idea. Recordó que cuando aceptó el trabajo tan solo tenía aquella dichosa foto que identificaba sus rostros, ni siquiera su cliente conocía el paradero de la familia. Él sólo le había especificado que debía matarlos a todos, y entonces ingresaría el dinero en su cuenta bancaria.
Sacándose al cliente de encima y dando por zanjado el asunto, pensó entonces que debía volver a casa para informar a su padre, como de costumbre después de cada misión. Así pues, partió rumbo a su hogar. Todo salió como lo esperado, sin sorpresas desagradables. Trabajo bien hecho y dinero en el banco. Silva no sospechó absolutamente nada e Illumi procedió con su vida normal.
Pero varios días después comenzó a impacientarse... ¿Estaría Luna a salvo? ¿Habría funcionado bien su técnica en ella? Había usado muy poquito de su aura por miedo a lastimarla, quizá su hechizo hipnótico no habría surtido efecto. ¿Algo habría podido desatar sus recuerdos? Debía ir urgentemente a comprobarlo en persona. No tenía a nadie de quien se pudiera fiar para llevar a cabo semejante misión de vigilancia. Debía mantener su secreto sellado bajo cualquier circunstancia, de lo contrario, su familia jamás se lo perdonaría. Sería una humillación sin precedentes además de un golpe mortal a la reputación intachable de los Zoldyck.
Era algo inusitado el hecho de sentir todo este tipo de miedos y preocupaciones para Illumi. Desde su nacimiento solamente había mostrado interés en progresar como asesino profesional y una vez que Killua nació, en educarlo y protegerlo para asegurar la correcta formación y supervivencia del heredero del negocio familiar. Sin embargo, algo inconsciente en él, algo que escapaba de su férreo control, le había impulsado a no matar a Luna Ivae. Era la primera vez que había anhelado algo en su vida más allá de sus deberes y responsabilidades. Había deseado tanto que ella no tuviera que morir que no le importó romper todas las normas y actuar tan egoístamente. Y lo peor de todo, es que no sabía porqué. No se entendía a sí mismo.
Mantener con vida a alguien por quien había cobrado por matar era algo muy grave y totalmente impropio de él. Su código de asesino no contemplaba semejante cosa, Illumi siempre había sido muy honesto y ahora se hallaba ocultando hechos y falseando realidades. Y todo por una completa desconocida. La simple idea le repugnaba. Nada tenía sentido por muchas vueltas que le diera. Nada.
Illumi tenía el consentimiento de Silva para aceptar encargos por su cuenta. Si era capaz de cumplir con sus obligaciones, le permitía hacer negocios por libre y ganar dinero para sus caprichos. No se metía en los asuntos de su hijo mayor, siempre y cuando éste continuase siendo tan efectivo en su trabajo y tan responsable con sus hermanos pequeños.
Fue así como Illumi usó sus misiones personales para aprovechar tiempo con el que acechar a Luna. Al principio sólo la observaba manteniendo la distancia, pero con el transcurso del tiempo no pudo evitar acercarse cada vez más. Despertaba una curiosidad desconocida para él hasta ahora. Quizá si la vigilaba lo suficiente podría descubrir qué demonios tenía ella para haberlo trastocado de forma tan drástica. Pero en cierto punto observarla se había vuelto insuficiente. Quería volver a hablarle, preguntarle cosas, que ella le hablara a él. ¿Lo recordaría?
¿Podrían llegar a ser... amigos?
Aquella palabra apuñaló dolorosamente su conciencia como un cuchillo.
¿Cómo podía estar pensando siquiera en una tontería como esa? ¡Él no necesita algo así! Los Zoldyck eran asesinos, la flor y nata de su gremio. Todo lo que necesitara se lo proveería su familia. Si asesinaba, obtendría la paz que su alma buscaba. Estaba en su naturaleza, en su ADN. Él pertenecía a un mundo completamente diferente, donde semejantes cosas no tenían cabida ni sentido alguno. Exponerse a un desconocido era peligroso para la familia. Tener sentimientos hacia alguien ajeno a los Zoldyck podría desviarlo y volverlo débil. No, no y no.
Quizá su madre tenía razón y ahora estaba sufriendo a causa de su propia desobediencia. Ella siempre le había advertido de los peligros que conllevaba todo eso. Él había salvado a Luna por un impulso irracional, y los sentimientos que todo ello habían desatado lo estaban apartando de su verdadero camino como asesino y torturándolo más allá de lo imaginable.
¿Debería matarla ahora?
Sí, era lo correcto. La vida de Luna ya estaba sentenciada desde mucho tiempo atrás y era absurdo prolongarla por un capricho, por curiosidad, por ver en qué resultaba todo esto.
Acabarla era tan fácil como lanzar una aguja mortífera en uno de sus puntos vitales. Ni siquiera tenía porqué acercarse ni afrontarla de nuevo.
Pero no podía hacerlo ahora.
¡Antes de eliminarla quería comprobar tantas cosas! Se convenció de que debía observar su experimento hasta las últimas consecuencias. Al fin y al cabo, si algo se torcía podría eliminarla sin problema, ella no suponía ninguna amenaza física para él.
Así pues, con el transcurso de los días, Illumi Zoldyck sintió que no era suficiente simplemente vigilar a Luna desde la distancia. Una tarde de lluvia en la que las cortinas de la casa estaban corridas y no le era fácil vislumbrar el interior de la vivienda, se encontró sorpresivamente a sí mismo al otro lado del jardín, pegado a uno de los cristales, tratando de ver, oír, sentir cualquier cosa, movimiento o sonido que ella pudiera emitir.
Era tan inexplicablemente entretenido observarla, debía admitirlo. Ella era una chica sencilla. No hacía cosas espectaculares, no tenía habilidades admirables, sus aficiones eran de lo más normal. Pero aún con todo esto le encantaba de un modo abrumador. Había algo tan magnético en la forma en que llevaba a cabo todo. Cómo ella movía sus manos con delicadeza pasando las páginas de aquel viejo libro en cuya lectura se hallaba inmersa. Cómo la expresión de su rostro cambiaba según el pasaje que estuviera leyendo. Cómo sus labios formaban una pequeña "u" cada vez que soplaba la taza de té antes de dar un pequeño sorbo. Lo frágil y vulnerable que se veía cuando escondía todo su cuerpo y cabeza debajo de las mantas, como si algo oculto en la noche la asustara. Su risa, su sonrisa, el sonido de ésta y sus labios. Sus labios...
Ella era tan increíble. Y lo más curioso para Illumi, parecía ser que ella no era consciente de tal cosa. Él creía que no existía en la Tierra otra criatura igual. La había visto interactuar con otras personas y no podía explicarse cómo era que los demás no captaban lo maravillosamente única que ella era. A los ojos del resto del mundo, Luna no era más que una simple chica del montón. Una entre millones. Pero para Illumi ella era como un faro en la oscuridad, y no podía evitar consumirse en esa luz que lo atraía, como si se hubiese vuelto su centro gravitacional, haciendo que cada pensamiento y acción girasen entorno a Luna sin que nada pudiese frenar esa irremediable atracción.
Sin ser consciente de ello, Illumi, perfecto asesino y primogénito de Zoldyck, educado para no sentir, no perder el control, no anhelar, no desear, no codiciar absolutamente nada que no fuera matar, se había enamorado.
Siento que esto es un poco insulso y bodrio, de verdad que nunca me sentí tan insegura con algo que haya escrito 😓 Espero que al completar con la segunda mitad y podáis leerlo como un todo, se vea mejor.
Necesito desarrollar esto para que el final tenga sentido, me gusta plasmar bien los sentimientos. No sé si lo logro, pero por eso pongo esfuerzo, por temor a que se sienta vacío y no se comprenda la confusión y las emociones reprimidas y desconocidas de Illumi. Necesito que os conectéis con él. También su familia y su educación tienen peso en lo que pasará, espero que se haya visto su influencia ahí reflejada.
Por otra parte, muchísimas gracias a quien haya leído y comentado. Nunca imaginé tal apoyo kdkdkd. Ver respaldo en esto hace que simplemente no lo aparque para mí en mis borradores, y me alegra ver que existen más enamoradas del perfecto y lindo Illumi Zoldyck 😭💞
En fin, gracias x mil, os adoro.
En unos días, segunda parte.
¡Hasta la próxima!
⸻ℐrisෆ
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro