iii. la próxima vez
LA PRÓXIMA VEZ
﹙capítulo tres﹚
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El crepitar de las llamas consumiendo la leña que lentamente ardía en la enorme chimenea que presidía la habitación, era el único sonido que quebrantaba el silencio imperante en la sala. Frente a la fuente de calor, Luna sostenía a Illumi en su regazo, deslizando sus finos dedos entre las oscuras hebras azabache de su marido, recostados sobre la suave alfombra de cachemir que cubría gran parte del suelo.
Era un día tormentoso, frío y gris. La lluvia amenazaba con caer de un momento a otro, acumulándose en la negrura de las espesas nubes que cubrían el horizonte. El aire soplaba con violencia haciendo rechinar de vez en cuando los cristales de los amplios ventanales, azotaba las ramas de los árboles con fiereza y ululaba en cada rincón de los largos pasillos de la mansión colándose por cada pequeño hueco existente.
La estampa era diametralmente opuesta en el interior del dormitorio de la joven pareja Zoldyck, donde marido y mujer disfrutaban de la compañía mutua entre mimos y abrazos tranquilos, envueltos en una calidez reconfortante y ajenos a las inclemencias meteorológicas.
A Illumi le encantaba que su esposa jugara con su cabello. El asesino jamás admitiría que tal acción lo calmaba y derretía como la cera de una vela expuesta al calor de una llama. Simplemente dejaba que su mujer lo abrazara, lo acariciara con suavidad y lo colmara de sus amorosas atenciones, sin mediar palabra alguna ni ofrecer la mínima resistencia. Se había colocado en la posición precisa sobre las piernas de Luna, dejando acceso para que ella pudiera trenzar, retorcer, peinar y estirar sus largos mechones a su antojo. A menudo cerraba los ojos y se perdía mientras ella masajeaba con delicadeza su cuero cabelludo. Era tan relajante, tan placentero. Se sentía tremendamente bien.
Secretamente se había vuelto un fanático de tal rutina. No obstante, tan solo le estaba permitido a su esposa el hecho de poder tocar su preciada cabellera. No es como si pudiera disfrutar de que cualquiera peinara y despeinara su largo cabello, de hecho odiaba ser tocado por cualquier mano que no fuesen las de su dulce esposa. Aún así, Illumi prefería actuar como si fuera él quien le estuviese haciendo un favor a Luna permitiéndole colocar sus manos sobre su precioso y oscuro cabello; y a pesar de haberse vuelto un tonto por ese tipo de cuidados y siempre estar deseándolo, se las apañaba para hacer que su mujer incluso suplicara para poder tocarlo.
Ella se entretenía trenzando y enredando sus dedos en las oscuras hebras de aquel hombre cuya simple mención de su nombre hacía estremecer de temor hasta al más hábil usuario de nen. Sin embargo, en estos instantes, ese aura peligrosa y oscura que habitualmente lo rodeaba se había vuelto imperceptible. Se veía tan hermoso con su semblante calmado, su respiración suave y acompasada y su ojos cerrados. Su rostro parecía el de un ángel cincelado por las mismísimas manos del virtuoso Fidias. Todo un dios griego esculpido en el más fino mármol. Sus rasgos eran algo casi divino que Luna jamás se cansaba de admirar, piel blanca y suave carente de imperfecciones, enmarcada en la oscuridad de su cabello negro como la noche que dejaba percibir un ténue aroma a sándalo cada vez que ella se inclinaba para presionar un casto beso en su frente.
Pero esta tarde era diferente.
No había sido Luna quien había iniciado la sesión de caricias, ni la que había rogado para que su marido le permitiera enroscar sus dedos en su bien cuidado y suave cabello.
Para sorpresa de la fémina, Illumi había colocado algunas almohadas y mullidos cojines en el suelo, había encendido el fuego y ordenado a su esposa que se sentara junto a él. Se acurrucó sobre su regazo y le pidió a Luna que cepillara su cabello mientras sujetaba la mano libre de su mujer entre las suyas, sobre su pecho. Había permanecido en silencio todo el tiempo, sin mediar más palabra que dicha petición. Por supuesto, Luna obedeció aún pareciéndole algo extraña la repentina actitud de su esposo, que parecía ávido por recibir contacto físico por su parte, y se mostraba más receptivo, vulnerable y amoroso de lo que solía mostrar usualmente.
Acurrucado sobre los muslos de Luna, Illumi la miraba como si esta fuese la primera vez que lo hacía en toda su vida. La minúscula chispa de devoción que mostraban sus grandes ojos normalmente desprovistos de cualquier emoción no había pasado desapercibida para la joven. Ella lo conocía tan bien, siendo capaz de notar hasta el más ligero cambio en la expresión estoica de su esposo, incluso aquellos pequeños gestos que pasaban desapercibidos para el resto del mundo. El perfil de su rostro estaba resaltado por la luz que emanaba del fuego, en un claroscuro donde sus finos rasgos se destacaban suavemente. El resto de ella se difuminaba en la bruma de la oscuridad, casi desapareciendo en las sombras.
Illumi alargó el brazo para sostener el rostro de su esposa con delicadeza en su gran mano. La observó sin mediar palabra, estudiando el contorno de sus cejas, su nariz, la forma de sus labios. Como si fuera algo tan etéreo y tan fugaz que debía guardar diligentemente cada detalle, por mínimo que fuera, en la memoria para que nunca fuese olvidado.
Ella nunca lo había visto así. Illumi era un enigma difícil de descifrar aún después de llevar tanto tiempo juntos. Requería de mucho esfuerzo, paciencia y tiempo. Siempre guardaba con hermetismo una parte de él. Aquel lado oscuro que formaba una parte ineludible de su ser. Ella había aprendido a no insistir ni forzarlo a hablar. En algunas ocasiones recordaba los duros entrenamientos de su infancia, la relación con su familia y experiencias cuanto menos traumáticas. Oírlo hablar con tanta ligereza y ecuanimidad de cosas tan horribles era algo que la perturbaba. El corazón de Luna se oprimía en una punzante sensación de dolor al ser consciente de que Illumi ni siquiera percibía los abusos recibidos como tales. Era una batalla perdida tratar de hacerle comprender lo contrario, y eso la lastimaba profundamente. Por ello, se había propuesto cuidar de él y amarlo como merecía, protegerlo y hacerle sentir lo maravilloso y buen esposo que en realidad era, y no el monstruo que él mismo y el resto del universo veían en Illumi Zoldyck.
—Me encanta peinarte, podría pasarme la vida entera haciéndolo —afirmó con dulzura la joven, tratando de iniciar una conversación ligera. Una especie de mal presentimiento le carcomía la boca del estómago, y hablar con Illumi podría ayudar a alejar ese repentino sentimiento negativo y distraerla de los tristes recuerdos que inconscientemente había evocado—. Tu pelo es lo mejor que tienes. Es hermoso.
—¿Eso crees? —preguntó Illumi, repentinamente curioso por la declaración de su mujer, dejando pasar lentamente uno de sus mechones entre sus propios dedos, como si así pudiera verificar que lo que Luna afirmaba era correcto. No estaba acostumbrado a recibir halagos por algo que no fuese una destreza física o una habilidad de combate. Tras unos momentos de silencio examinando su propio cabello, volvió la vista al frente y comentó despreocupado—: Está ya tan largo que me molesta, he decidido que me lo voy a cortar.
Ante aquella afirmación la muchacha se sobresaltó, el miedo asomando a sus facciones en un modo que a su marido le resultó tan gracioso como adorable. Luna jamás permitiría que Illumi hiciera semejante cosa. No, no y no. Nunca.
—Si te cortas el cabello te pido el divorcio, y no lo digo en broma. Créeme que lo haré —dijo, tratando de sonar lo más digna y convincente que le era posible, dando un leve tirón a uno de los suaves mechones negros que sujetaba entre sus dedos.
El primogénito de los Zoldyck permaneció inmóvil, aunque dejó que en sus perfectos labios se dibujara una leve y diminuta sonrisa. Le encantaba hacer enfadar a Luna, y el tema de su cabello era una de las maneras más fáciles y rápidas de lograrlo.
—Eres tan tonta, Luna —respondió finalmente—. Una vez te dije que sólo me cortaría el cabello el día en que fracasara en una misión. Y yo nunca pierdo, así que no deberías tener un miedo tan absurdo. Es estúpido por tu parte. Además —prosiguió con suficiencia, ampliando un poco más su sonrisa—, sabes perfectamente que nunca me dejarías. Me amas demasiado y no puedes vivir sin mí.
Luna resopló y negó con la cabeza ante la muestra de soberbia que Illumi le ofrecía.
—¿Pero cómo puedes ser tan engreído? Quizá deberías hacer la prueba y comprobar si soy o no capaz. —Luna sonrió, revolviendo el cabello azabache de su esposo, que pronto, como por arte de magia, volvió a colocarse en su sitio, liso y bien arreglado.
Él tenía razón. Era consciente de que su amenaza de dejarle jamás se haría realidad. Lo único que podría alejarla de él, sería que ese temor que tanto la acosaba cuando durante días no tenía noticias suyas, se hiciera realidad: Tan sólo la muerte podría separarla de él. Los ojos azules de Luna se entrecerraron por una milésima de segundo, impulsados por la misma sensación negativa de antes cuando tan funesta idea atravesó su mente.
Un rayo golpeó los cielos, iluminando el interior de la alcoba con destellos de color plata. En nada empezaría a llover. Illumi pasó sus nudillos por la suave y cálida mejilla de su esposa, devolviendo a ésta a la realidad, haciendo que se centrara de nuevo en él.
—Hoy estás muy cariñoso, Illu ¿Ocurre algo?
El asesino la miró con seriedad. De pronto su expresión relajada se desvaneció, y su cuerpo se tensó ligeramente pero de forma lo suficientemente notable para que Luna se diera cuenta. Cesó sus caricias, esperando la respuesta de Illumi.
—En un par de horas parto para una misión.
—Pero... —Luna se revolvió en su sitio—. Apenas llevas dos días en casa, prometiste no tomar encargos tan seguido —reprochó la mujer, cruzándose de brazos y torciendo la cara en otra dirección para evitar el contacto visual con su marido. Odiaba separarse de Illumi tan pronto y por tanto tiempo. Era verdad que desde cierto tiempo atrás, el Zoldyck había estado realizando misiones más cortas y procuraba no pasar más de una semana lejos de su esposa, así como también trataba de compensar el tiempo perdido permaneciendo a su lado el mismo número de días que se había ausentado. Hacía escasas dos noches que había regresado a la mansión tras haber realizado con éxito un encargo que lo mantuvo fuera durante siete jornadas.
—Es un asunto de suma importancia, Luna. De no ser así no habría aceptado el trabajo —expuso con tranquilidad. Ya había anticipado que Luna no se lo tomaría nada bien, por lo que antes de entrar en detalles y proseguir con su explicación, se movió de su posición y se sentó, arrastrando a su esposa a su regazo y obligándola a encararlo-. Voy a embarcar en la Ballena Negra, rumbo al Continente Oscuro.
El centro gravitacional de Luna pareció tambalearse, incluso estando sentada y bien sujeta en los brazos de Illumi, sintió como sus rodillas flaqueaban y un horrible nudo se formaba en su garganta, presionando su pecho de una forma tan dolorosa que no podía comparar con nada experimentado con anterioridad.
—Illumi —susurró. Quería poner orden a sus pensamientos, pero las turbias emociones que la embriagaban no la dejaban pensar con claridad—. ¿Cuándo pensabas decírmelo?
—Lo estoy haciendo ahora.
—Deberías haberlo hecho antes, no justo cuando te vas y ni siquiera me das tiempo para asimilarlo —soltó. Las lágrimas luchando por contenerse tras sus pestañas, mientras su voz se quebraba y salía entrecortada de su garganta.
—No quería que sufrieras más de lo necesario, no tiene sentido que haga esto más difícil.
—Pero... ¿por qué? —La indignación y la rabia se abrían paso a través de su discurso.
—He firmado un contrato y debo cumplirlo. Es mi deber como asesino profesional y como Zoldyck. —Illumi sonaba casi robótico, como si el oírse a sí mismo en voz alta afirmando tales cosas pudiera dar más peso a unos argumentos que por primera vez en su carrera como asesino parecían carecer de sentido. Todo su raciocinio, sentido común y profesionalismo le indicaban que actuara según los códigos y normas que regían los estándares familiares. Los Zoldyck nunca rompían un contrato, y mucho menos uno tan bien pagado. Tanto que la suma equivalía a una tercera parte de todo lo que había ganado hasta la fecha en su camino como sicario. Pero existía a su vez un fuerte conflicto en su interior, pues su corazón, conciencia, o como quisieran llamarlo, le pedía a gritos dejarlo todo y permanecer cerca de Luna, y necesitaba silenciar esa voz, no sucumbir a sus deseos ni anteponer lo personal a sus deberes como Zoldyck. Fue cuando escuchó la pregunta que Luna le formuló, con lágrimas cayendo descontroladas por sus mejillas, que su corazón se estrujó y sintió que se rompía en mil pedazos.
—¿Y qué hay de tu deber como esposo?
El asesino se las arregló para no aparentar absolutamente ninguna emoción. Debía mantener la calma ya que Luna no lo hacía. Apartó todas sus emociones a un lado, y continuó.
—Cuando te casaste conmigo ya sabías dónde te metías, sabías a qué me dedico y que muchas veces mis misiones son largas y complicadas —explicó con tranquilidad. —No debes estar triste ni preocupada. Vas a estar protegida, y además, voy a cobrar millones por este encargo. Cuando regrese haremos lo que quieras y te compraré todo cuánto desees.
Las palabras de Illumi, que pretendían ser tranquilizadoras y apaciguar el ánimo de su mujer, causaron el efecto contrario en ella. Podía oírse el sonido de la lluvia repiqueteando contra los cristales, como si el cielo se hubiese puesto de acuerdo para acompañar las lágrimas amargas de Luna.
—¿Crees que me importa el maldito dinero? Si de verdad lo piensas así, no me conoces en absoluto.
Illumi permaneció en silencio, entrecerró los ojos sin ser capaz de dar una respuesta que satisficiera a su mujer.
—¿Cuándo te vas? —preguntó ella, nerviosa, intentando en vano contener los sollozos. Le daba igual parecer patética, no ser la mujer comprensiva y fuerte que su familia esperaba. Quería ser egoísta y caprichosa. Tener a Illumi con ella, cerca, a salvo.
—En unas horas.
—¿En unas horas? —repitió con incredulidad. —No puedo creer que hayas esperado hasta el último momento para contarme algo así.
—Tranquilízate, por favor. —La voz de Illumi sonó condescendiente, severa y fría al mismo tiempo. —Es una simple misión más, tan sólo difiere de otras que ya haya realizado antes en que durará más de lo habitual.
—Illumi, el viaje dura más de dos meses. Eso si no hay ninguna complicación. Suma todo lo que dure tu misión de mierda, y la vuelta. ¿Cuánto estarás fuera? ¿Nueve meses, un año? Sin mencionar que podrías morir en ella o en el Continente Oscuro... ¿Por qué no la rechazas y te quedas conmigo? ¿Por qué no me llevas contigo? —preguntó, aunque sonó mucho más parecido a una súplica.
—No voy a discutir sobre esto —zanjó el de cabello oscuro. Ese hermoso cabello que Luna tanto amaba tocar, y que él todavía amaba más que fuera tocado por ella.
Acto seguido el Zoldyck se levantó y se dirigió a la puerta del dormitorio, su paso era lento pero firme, y no se detuvo en mirar atrás.
Luna se quedó anclada al suelo, como si su cuerpo fuese una pesada pieza de hierro que arrojada al mar se hunde sin remedio. Toda su fuerza pareció disiparse, no podía sentir más que sus lágrimas fluyendo y los latidos del corazón ensordecedores retumbando en sus oídos; pero en el último segundo haciendo acopio de todo el valor y convicción que le quedaban, logró ponerse en pie y correr detrás de Illumi. Lo sujetó por la espalda entre sus brazos, y se aferró a su marido con todas sus fuerzas, como si al soltarlo fuera a desvanecerse entre sus manos para siempre. El agarre no suponía ninguna traba para el asesino, podría liberarse con facilidad de él, sin embargo no lo hizo. No pudo. Los brazos de Luna lo apretaban y retenían de un modo contra el que no podía luchar. Ella lo hacía débil. Saboreó el contacto de su esposa, lo memorizó. Quiso guardar en su cerebro cómo se sentía aquel calor sobre su cuerpo, el tacto suave, las lágrimas saladas humedeciendo su espalda, el aroma de Luna, sus ojos que lo miraban con tanto amor, su sonrisa capaz de redimirlo a pesar de tantas cosas horribles que había hecho. Se giró, y contempló el bello rostro de su amada y dulce esposa una vez más, sosteniéndolo entre sus manos.
—Illumi, no te vayas sin darme un beso.
Los azules ojos de Luna se alzaron y conectaron con los obsidiana del Zoldyck. Había súplica, miedo, amor, añoranza, desesperación y anhelo en su mirada. Tantas emociones desbordadas que no podrían enumerarse. Por un segundo, Illumi dudó de sí mismo. Y acunando el hermoso rostro de Luna, dio un paso atrás y le dijo:
—La próxima vez. Cuando regrese, te besaré.
Esa era la motivación que necesitaba para obligarse a sobrevivir y regresar a casa, con Luna. La promesa y el deseo de volver a besar los labios de su esposa una vez más. Giró sobre sus talones y atravesó la puerta, su cabello balanceándose con elegancia al compás de sus pasos, mientras poco a poco desaparecía en las sombras y dejaba atrás a una rota y desconsolada Luna.
Hey, tanto tiempo. Espero que hayas disfrutado de la lectura.
Empecé muy soft pero terminé angustiándome y torciéndolo todo. Leí una teoría sobre que Illumi estaba muerto y 💔
Antes de nada, quizá haya gente que no entienda la magnitud de que Illumi se embarque en la ballena negra, porque no han leído el manga. Así, por encima sin dar mucho spoiler, Illumi tiene un contrato con Hisoka para matarlo, y sólo uno de ellos debe sobrevivir... Además, muy poca gente logra regresar con vida tras enfrentarse a las cosas que aguardan en el Continente Oscuro. Por eso Luna está desesperada y no entiende la necesidad de que su esposo acepte una misión así.
Y sí, amo el pelo de Illumi. Mucho.
Gracias por leer y comentar, me hace muy feliz todo el apoyo y no tengo palabras para agradecer tanto 😭💖
Gracias x 100000
¡Nos leemos!
⸻ℐrisෆ
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