ii. un lindo gatito
UN LINDO GATITO
﹙capítulo dos﹚
₊‧ʚ・︵︵ ₊˚๑ ᕱᕱ ꒱✦ ₊ ︵︵・₊﹆ɞ‧₊
La sensación de la fresca brisa entrando por la ventana y rozando su piel expuesta era reconfortante en contraste con la calidez que emanaba de la dulce criatura que se acurrucaba contra su pecho.
Luna pasaba suavemente sus delgados dedos a lo largo del pelaje del pequeño animal que dormitaba apaciblemente junto a ella en la enorme cama de matrimonio que compartía con Illumi.
Desde que Lulu había llegado a su vida se sentía tan feliz. Ese lindo gatito hacía de su estancia en la casa algo agradable y entretenido gracias a la simple magia de su compañía. Era tan bonito, incluso algo tan básico como verlo dormir le llenaba el corazón de paz y sosiego ¿Acaso podía existir algo más adorable que Lulu?
El felino ronroneaba tranquilamente en respuesta a las amorosas caricias que su dueña le proporcionaba, estirando sus esponjosas y peludas patitas mientras ésta lo colmaba de mimos. Ella besó la cabecita del diminuto gato, ajena a que tan tierno e inocente gesto había sido el desencadenante que detonó toda la ira acumulada en el pecho de Illumi Zoldyck.
No obstante, su atractivo esposo no dio muestra visible de ello. Mantuvo su expresión estoica y serena, observando durante unos minutos cómo Luna le brindaba todas sus atenciones a la bola de pelo que se interponía entre ellos.
¿Se sentía celoso de un insignificante e inútil gato pulgoso?
¡Qué absurdo! El gran Illumi Zoldyck estaba muy por encima de sentimientos tan poco profesionales y patéticos. Estaba convencido de ello, era irrisorio siquiera pensar lo contrario. Simplemente no le agradaba el animal. Sí, eso debía ser. Era feo, molesto y acaparaba toda la atención de su mujer. Soltaba pelo sobre sus carísimas sábanas de seda y arañaba los cojines del sillón. Además ni siquiera tenía una utilidad específica, algo que lo hiciese valioso. Mike servía para vigilar y proteger la mansión de posibles intrusos ¿Pero Lulu? Por todos los dioses ¡Incluso su nombre era ridículo!
A sus ojos, Lulu sólo servía para comer, dormir, y por supuesto, estorbar. Nada más. Ese horrible gato le estaba provocando sensaciones nunca antes experimentadas, y odiaba no saber cómo definirlas con exactitud ni actuar conforme a ellas. Era tan incómodo. Tras pensarlo detenidamente, concluyó que la forma más eficiente de atajar el asunto no era otra que matar a Lulu. Debía morir, sí. Eso lo solucionaría todo.
Sin embargo, algo lo frenaba.
No alcanzaba a entender muy bien el motivo, pero lo cierto es que era incapaz de eliminar a Lulu así, sin más. Illumi había acabado con innumerables vidas desde que tenía uso de razón ¿Por qué la de este gato se le resistía tanto? ¿Qué le impedía agarrarlo y retorcer su cuello o dárselo a Mike como aperitivo?
La respuesta estaba frente a sus ojos y era algo que no podía obviar: su esposa lo adoraba. Era importante para ella.
Illumi tenía totalmente claro que ese molesto animal debía morir, pero a su vez, cientos de dudas rondaban su mente preguntándose sobre cómo y cuándo debía cumplir esa misión autoimpuesta. No quería que su esposa se enfadara o entristeciera por su culpa.
Bueno, no exactamente.
Naturalmente que Luna sufriría por ello y era algo necesario que estaba dispuesto a asumir. Era perfectamente consciente de las consecuencias que desencadenaría. Pero ya se ocuparía de remediarlo después. Lo único importante ahora era exterminar a ese gato sin levantar sospechas ni provocar el resentimiento de su querida esposa hacia su propia persona.
¿Quién iba a decirle a tan reputado asesino que liquidar a una simple mascota le costaría tanto esfuerzo y tiempo? Qué molesto, qué vergonzoso. ¡Tener que contenerse así ante algo tan desdeñable como Lulu! El mismo pensamiento sólo sirvió para acrecentar su repulsa hacia el felino.
No podía esperar más: Lulu moriría hoy. Estaba decidido.
El movimiento de su esposa sobre el colchón lo sacó de sus oscuros pensamientos. La fémina colocó con cuidado al gato sobre el torneado pecho de su marido y se levantó de la cama, no sin antes dejar un casto beso en la frente del asesino y una caricia sobre el animal.
—Me voy a la ducha, Illu. Cuida a Lulu mientras tanto ¿Vale?
La primera oportunidad se le presentaba como un regalo. El primogénito de los Zoldyck se regocijó en su fuero interno, asintiendo con un leve gesto de su cabeza ante el requerimiento de su esposa.
En cuanto Luna desapareció por la puerta, Illumi se centró en el asqueroso gato que jugaba a morder las puntas de su largo cabello. ¡Qué insolencia por su parte! Todavía se permitía el lujo de no temerle a pesar de todos sus esfuerzos por causarle miedo y repulsa, e incluso haber tratado de intimidarlo mostrándole la oscuridad de su aura. Desde luego que este gato era idiota. Nunca nadie —a excepción de su mujer— había ignorado antes las señales de peligro que emanaba con su simple presencia de un modo tan deliberado. Era tan confiado, que mala característica para un depredador, pensó. Hasta le hacía un favor matándolo, estaba claro que a corto plazo el animal acabaría encontrando la muerte por sí mismo debido a su irresponsable conducta, tan siquiera sabiendo reconocer un peligro tan evidente como el que el mismo Illumi representaba.
Lo agarró por el pellejo de detrás de su nuca y lo levantó en el aire. El gato lo miró a los ojos e Illumi le devolvió una mirada desafiante sin obtener la reacción deseada por respuesta. Ese bicho no tenía instinto asesino ni coraje alguno, era absolutamente estúpido.
Metió uno de sus dedos en la pequeña boca del minino y se mantuvo quieto observando cómo la criatura lo mordisqueaba. Ni siquiera hacía daño. ¿Por qué a su mujer le gustaba tanto Lulu? No lo comprendía, con semejante fuerza no podría ni protegerla de una mosca.
De pronto, una molesta sensación le recorrió la piel cual corriente eléctrica. Era algo desagradablemente agradable: Lulu estaba lamiendo en el lugar donde previamente había clavado sus pequeños colmillos.
Se recostó en la cama y depositó al gato sobre su regazo. Viéndolo bien, tampoco era tan horrible como pretendía creer. Lo cierto es que podría decirse que su aspecto era bastante lindo.
Recordó el día en que Luna le pidió encarecidamente que le permitiera hacerse cargo de él. Alguien había dejado una caja húmeda y mohosa en la puerta de la mansión, y en su interior se encontraba Lulu, hambriento y tiritando de frío, su pelaje sucio y enmarañado. Se veía tan vulnerable. Algo destacaba en su maltrecha anatomía: ese par de ojos tan azules y llenos de vida, tan brillantes que parecían encerrar una galaxia entera con sus millones de estrellas en su interior. Su mirada se parecía mucho a la de su propia esposa. No pudo negarle el capricho a su mujer, aún siendo tan incomprensible para él el hecho de criar a un animal para la simple compañía. Pero Luna se quejaba a menudo de lo sola y aburrida que se sentía cuando él tenía que marcharse para llevar a cabo sus misiones. Quizá ese gato tan enclenque podría ayudarla a mitigar su ausencia. Ese había sido el plan inicial: que Lulu entretuviera a la esposa del asesino mientras éste cumplía con su deber fuera de la montaña Kukuroo. No obstante, todo se había torcido en contra del primogénito de los Zoldyck, porque Lulu no sólo había cumplido con las expectativas de llenar ese vacío, si no que terminó por rebasarlas y arrastró a Illumi a un segundo plano...
...según su punto de vista. Si Luna lo echaba tanto de menos cuando no estaba ¿Por qué ahora que lo tenía aquí seguía haciéndole tanto caso a ese maldito animal en lugar de centrarse exclusivamente en él, su marido?
El asesino no podía ver al gato sino como una interferencia que le impedía disfrutar de la plena atención de su esposa, y eso era algo inadmisible que debía cortar de raíz.
Cada cual tenía una finalidad en la vida. La de Luna era ser su fiel compañera y futura madre de sus hijos; la suya cuidarla a ella con devoción y protegerla de todo y de todos; y la de ese gato era morir aquí y ahora.
El sonido del agua cayendo en la ducha le indicó que todavía tenía tiempo para cumplir su cometido, Luna aún tardaría un par de minutos en terminar.
Miró al gato por última vez y... ¡Mierda! No podía hacerlo así. No era buena idea. Luna se daría cuenta y lo culparía por los siglos de los siglos hasta el fin de los tiempos.
Illumi llevó su dedo índice a su mentón, tamborileando pensativo. En cuestión de segundos ya había urdido un plan mejor.
Volvió a agarrar al gato entre sus manos y, sujetando su cabeza, incrustó entre sus ojos una pequeña aguja que clavó hasta su cerebro. Una vez se aseguró de que estaba perfectamente colocada, miró fijamente al felino, casi hechizándolo con sus grandes orbes negros como la obsidiana mientras grababa en él el nuevo comando que regiría su existencia desde ese mismo momento: mantenerse alejado de su esposa y no volver a dejarse tocar por ella nunca más.
En cuanto Luna salió del aseo se dirigió hacia la cama dónde todavía yacían su esposo y su adorado gatito.
De pie al borde del colchón, alargó su brazo para acariciar la cabeza de Lulu, pero éste bufó en respuesta, propinándole un arañazo en el dorso de la mano. Las garras del felino abrieron pequeñas líneas en su piel que en seguida se tiñeron con el rojo de su sangre.
Luna se quedó estupefacta. Lulu nunca, nunca antes había reaccionado de un modo tan hostil hacia ella. Illumi no desaprovechó la ocasión, y lanzando al gato hacia un lado sin cuidado alguno, se puso en pie en menos de un parpadeo para socorrer a su linda esposa.
—¿Estás bien? —preguntó modulando un ligero toque de preocupación. Sin embargo, y por primera vez, no podía estar más satisfecho con el comportamiento de Lulu.
—Sí... Creo—. Por supuesto que a la fémina no le dolía una herida tan insignificante, no se trataba de eso. Era más bien el hecho de que Lulu la hubiera atacado así.
—Avisaré a Amane para que se deshaga de Lulu, no puedo permitir que esta bestia vuelva a lastimarte —sentenció el de cabello negro, tomando su teléfono para escribir a la joven mayordomo la orden que debía obedecer.
Illumi estaba tan feliz. Ya pronto ese apestoso ser saldría de su vista, ahora Luna ya no querría conservarlo a su lado ¿O tal vez se equivocaba?
—¡Por Dios, Illumi! No es ninguna bestia, sólo es un bebé. Y no me ha hecho daño, estoy perfectamente.
El hijo mayor de la familia Zoldyck frunció el ceño ligeramente. ¿Por qué Luna tenía que ser tan obstinada? Vio cómo su mujer se agachaba al borde de la cama, tratando de sacar de allí debajo al pequeño gato que corrió a esconderse, asustado de Illumi.
Luna lo llamó y trató de captar su atención, pero el gato la ignoraba. ¡No! Más aún, la rechazaba. Cada vez que intentaba capturarlo, éste retrocedía más, ocultándose al fondo y mostrando sus colmillos en un gesto furioso.
—Luna —llamó Illumi. —Creo que deberías aceptar el hecho de que no quiere estar contigo. Los gatos son muy traicioneros e independientes. Si realmente lo amas, déjalo ir. Estará bien.
—¿Perdona? —La joven no pudo evitar sentirse molesta al escuchar los argumentos de su marido. Qué ironía oírlo decir algo así, por no mencionar cómo podía ser tan insensible.
Mientras Luna permanecía arrodillada y tratando de alcanzar a Lulu, un par de golpes en la puerta resonaron en la habitación. Era Amane. Illumi le había indicado a través de un mensaje que se presentara de inmediato en su dormitorio compartido.
El asesino abrió la puerta dando paso a la mayordomo, que en seguida mostró su respeto hacia el Zoldyck por medio de una grácil reverencia. La ocasión no fue desaprovechada por el gato, que como si su vida dependiera de ello, salió corriendo a toda velocidad fuera de la habitación.
—¡Lulu, no! —Luna gritó desesperada, pero fue inútil. Cuando llegó al marco de la puerta, ya no había rastro del animal. —¿Amane, por dónde ha ido? Tenemos que encontrarlo, algo le pasa... Él no es así.
Amane se mantuvo en su posición esperando recibir la orden de Illumi que le confirmara si debía cumplir los deseos de Luna, o por lo contrario, debía actuar según las instrucciones que previamente le había indicado.
—Luna —comenzó el asesino, posicionándose frente a su esposa, que a su vez le daba la espalda a Amane. Amo y mayordomo mantuvieron un breve contacto visual que fue suficiente para que la sirvienta entendiera lo que tenía que hacer. Colocando sus manos a cada lado del rostro de sus esposa, recogió con sus pulgares las lágrimas de consternación que no tardaron en salir a flote—. Debes ser fuerte y asimilar que quizás Lulu no quiera regresar.
—Pero... —. La joven no entendía nada. ¿Por qué de pronto su cariñoso y dulce gatito se comportaba de un modo tan salvaje? Negó con la cabeza y soltando el aire contenido en sus pulmones continuó: —Tiene que pasarle algo, quizá esté herido y asustado y por eso reaccionó así... Illu, por favor ¿Pasó algo mientras estábais solos?
El Zoldyck levantó la mano, dejando justo frente a los ojos llorosos de su esposa el dedo que minutos antes Lulu había mordisqueado.
—No lo sé, mi amor. Pero antes también me atacó a mí. Es peligroso.
Luna se encogió en los brazos de su amado, aferrándose a ellos mientras trataba de contener el llanto descontrolado que luchaba por dominarla. Illumi apretó el agarre en torno a su mujer, indicándole a Amane con un sutil gesto que podía retirarse.
—Tranquila, Luna. Me tienes a mí, yo te daré todo cuánto necesites y nunca te haré daño.
El resto del día transcurrió relativamente tranquilo para la adorada esposa de Illumi Zoldyck. Él no se despegó de ella ni en un solo momento. Cuando se puso insistente con el tema de encontrar al dichoso gato, apaciguó sus nervios convenciéndola de que varios mayordomos se estaban dedicando sin descanso a su búsqueda, algo que por supuesto, era mentira. Debía mantener a su esposa entretenida, evitar que pensara en nada tortuoso. Con él a su lado consintiéndola, pronto se olvidaría de Lulu. Despejó su agenda para disponer de varios días libres que poder dedicarle en exclusiva. Se encargó personalmente de ordenar las comidas y dulces favoritos de su mujer, miraron juntos esas películas románticas que tanto la entretenían a ella, incluso le preparó un relajante y reparador baño de espuma que disfrutaron en pareja. No obstante, nada parecía contentar a su esposa por completo, muy a pesar de sus esfuerzos.
Cuando se fueron a dormir, ella se acurrucó en su pecho sin mediar palabra mientras Illumi acariciaba la curva de su cintura. Él se sentía tan feliz de tener a su esposa sólo para él, sin ese pesado gato durmiendo a los pies de la cama o atreviéndose a colocarse en el medio de los dos. Afortunadamente, Lulu ya no sería un problema nunca más. Observó a Luna, había algo hermoso en verla tan frágil y necesitada de su consuelo y protección, le daba seguridad el hecho de ser él el único que pudiera otorgarle ambos. El rostro de su esposa era tan apacible mientras dormía, pensó que era lo más precioso del universo y que debía procurarle la felicidad a cualquier coste o esfuerzo.
Por desgracia para Illumi, esa noche no pudo conciliar el sueño con tanta facilidad como le hubiera gustado. Pensó que se sentiría pleno una vez resuelto el problema del gato, pero todavía quedaba algo. Algo que no era capaz de descifrar. ¿Quizás tenía que ver con las lágrimas silenciosas con las que su mujer había humedecido el cuello de su pijama mientras dormía?
Habían pasado ya tres días con sus respectivas noches, y Luna ya casi se daba por vencida. Unas veces pensaba que realmente Lulu no volvería jamás, que se había escapado lejos, fuera de la montaña. Otras, se imaginaba al animal siendo devorado por Mike o cualquiera de los monstruosamente grandes perros guardianes que pululaban por la finca. A pesar de que su mente le pedía pasar página y asimilar los hechos, en su corazón mantenía una pequeña esperanza que le impedía olvidar.
Illumi por su parte estudiaba con rigor el comportamiento de su mujer, y mentiría si negara que no se le había pasado por la cabeza colocar una aguja en el cerebro de Luna y hacerla olvidar al insufrible gato de una maldita vez. Pero no. Él jamás le haría algo así a su esposa. Quería que aprendiera la lección de cómo cualquier criatura, ya sea humana o animal, podía dañarla y traicionarla. Le llevaría más tiempo del previsto olvidar a Lulu por su cuenta, pero finalmente lo lograría. Los buenos recuerdos se volatilizarían y tan solo perduraría el dolor. Así su vínculo de dependencia emocional con él, el único que siempre se mantuvo a su lado, se vería reforzado hasta límites estratosféricos.
Illumi y Luna sólo necesitaban que el tiempo pusiera todo en su lugar. Pero lo cierto es que a medida que los días pasaban, el dolor de su esposa no sólo no se mitigaba, si no que parecía ir en aumento, y él comenzaba a impacientarse. Nunca antes había experimentado qué era sentir remordimientos, ni creía que se tratara de eso exactamente. Lo único evidente era que todo este asunto del gato le impedía descansar tranquilo cada noche. Y odiaba esa sensación.
—Si tanto lo deseas, puedo comprarte otro gato —dijo al fin Illumi una tarde, mientras paseaba junto a Luna por uno de los senderos de los numerosos bosques que bordeaban la mansión. Ella se había dedicado todo el camino a mirar en cada rincón con la esperanza de encontrar a Lulu, ya fuera vivo o muerto.
La joven se detuvo y respondió a su marido, quién la miraba expectante.
—Illumi, no quiero otro gato, quiero a Lulu. ¿No lo entiendes? Los seres vivos no son como un par de zapatos viejos que puedes sustituir por otro nuevo y ya. Lulu y yo teníamos un vínculo. Yo lo crié y nos hicimos amigos, me hacía compañía y me daba su cariño, sin esperar nada más de mí, ni juzgarme. Cuando creas lazos con alguien y ese alguien desaparece, no importa quién o qué coloques en su lugar tratando de llenar el vacío que dejó, cada ser es único e irremplazable. No quiero otro gato para ocupar su lugar, nadie podría ocuparlo jamás.
Illumi suspiró resignado. Otra vez Luna estaba llorando ¿Hasta cuándo duraría esto?
—Ven aquí —ordenó Illumi. Luna obedeció y él la acercó a su pecho, abrazándola y apoyando su barbilla sobre la cabeza de la de menor estatura. Sus manos frotaron su espalda con cuidado, en un intento de calmarla. —Seguro que Lulu aparece pronto, ya verás. Pero deja de llorar de una vez, no vas a solucionar nada con ello.
—Para ti es fácil decirlo, porque no lo querías —espetó Luna, sin moverse ni un ápice del abrazo de su marido.
—Todo lo que sea importante para ti, también lo es para mí—. Su respuesta podía interpretarse de múltiples maneras, por supuesto. Ese gato le concernía absolutamente, aunque no del mismo modo en que pensaba su esposa.
Esa noche Illumi volvió a ver cómo, tras mucho esfuerzo, su linda esposa se quedaba dormida en sus brazos mientras él no paraba de dar vueltas y más vueltas a sus pensamientos. Todo le resultaba incomprensible. Se suponía que una vez que Lulu desapareciera, todo regresaría a la normalidad. Sin embargo, las palabras que su mujer había pronunciado en el bosque no cesaban de ir y venir como el vaivén de las olas en su memoria. Era capaz de soportar varias noches sin dormir, había entrenado para ello hasta la extenuación; por la contra, no estaba para nada familiarizado con ese horrible sentimiento que le carcomía al mirar a su mujer durante sus largas horas de vigilia.
Impulsado por la necesidad de aliviar esa molesta sensación en su interior, alargó el brazo para descolgar el teléfono que reposaba en su mesita de noche, tratando de no moverse mucho para no despertar a Luna.
Marcó el número del contacto deseado, y a los pocos segundos, la voz adormilada de Amane le respondió. Su orden fue clara y concisa:
—Tráeme al gato —susurró. Sonó bastante espeluznante, a decir verdad.
—Como desee, amo Illumi—. Al otro lado de la línea, la voz de Amane sonó obediente y somnolienta a partes iguales.
El nuevo día amaneció lleno de una luz que serpenteaba entre la fina tela de las cortinas mecidas por el aire, dando la bienvenida a Illumi, a Luna y sí, también a Lulu.
Cuando la esposa del asesino abrió los párpados y vio al pequeño gato de nuevo a su lado en la cama, no podía dar crédito. Frotó con tesón sus ojos, cerciorándose de que no se trataba de una alucinación. En efecto, Lulu estaba allí. Y tenía buen aspecto.
—¡Illumi! —gritó. No le importó despertar a su esposo de mala manera, lo agitó meciéndolo vigorosamente para captar su atención. La ocasión lo merecía.
Aunque lo cierto es que él no había dormido en toda la noche, simplemente permanecía tumbado a su lado con los ojos cerrados, esperando. Siguiendo con su actuación, se giró para encarar a la fémina.
—¿Qué pasa, Luna? ¿A qué vienen esos gritos?
La visión que obtuvo al mirar a su mujer fue algo que no olvidaría con facilidad. Ella irradiaba tanta alegría, tanta felicidad. El brillo de sus ojos había regresado, y una genuina sonrisa adornaba su bello rostro. En sus manos, la bola de pelo inútil acariciaba su cabeza contra el pecho de su mujer.
—Te dije que volvería, ¡te lo dije! —exclamó radiante.
—Oh. Ya veo —. Illumi sonó tan monótono como siempre, no mostrando ni pizca de emoción ante la sorpresa. —Ten cuidado, no vaya a ser que te ataque de nuevo.
—No lo hará —respondió convencida.
Y sí, tenía razón. La aguja había sido extraída del cerebro de Lulu, por supuesto que no volvería a actuar como un poseso. ¡Si Luna supiera! Menos mal que los gatos no hablan, tenía que estar agradecido a los cielos.
—¿Qué te pasa, Illu? No pareces feliz de que Lulu haya regresado.
El primogénito de los Zoldyck sonrió. Si es que a esa ligera y casi imperceptible elevación de la curvatura se sus labios se le podía llamar así.
—Lo estoy, Luna. Es genial, me alegro por ti —palmeó la cabeza de su esposa como si de un cachorro se tratase.
Y no mentía. El sentimiento era real. Tanto que la sensación que lo había estado carcomiendo durante los últimos días había desaparecido por completo. Al mirar a su esposa, sintió esa plenitud que tanto había buscado de manera errónea, y comprendió que su felicidad estaba ligada a la de Luna, aunque eso significara tener que soportar al estúpido y lindo gatito. Era difícil lidiar con tantos sentimientos y tan opuestos.
—Luna, lo estás cambiando todo —afirmó de manera despreocupada, tocando, por primera vez, la cabeza de Lulu.
—Espero que para bien, Illu —. Su mujer le sonrió. Su corazón se sintió cálido y reconfortado, sin embargo, no respondió. Prefirió guardar sus pensamientos.
"Yo también lo espero, Luna. Pero ya lo veremos. Veremos a dónde me llevas".
Y así inició la nueva jornada para Illumi Zoldyck: con la conciencia que pensó que no albergaba en su interior tranquila por primera vez en varios días; y el alma plena y exultante pese a no haber hecho ninguna cosa beneficiosa para sí mismo. Era tan extraño. No había recibido nada a cambio, y sin embargo, se sentía bien.
Realmente su esposa lo estaba llevando por caminos que nunca jamás había imaginado transitar.
Hey, si llegaste hasta aquí, gracias!!
Espero que hayas disfrutado de la lectura. No dudes en dejar tus comentarios <3
Pobre Illumi, no sabe lidiar bien con todos los sentimientos que le provoca su relación con un ser amado. Experimentar cosas como los celos, la culpa, el deseo de satisfacer a su esposa sin contrapartida... La familia Zoldyck siempre basa sus relaciones en dar y recibir, para Illumi es nuevo actuar desinteresadamente, de ahí su confusión mental. En fin, espero que no haya sido lioso ksksks.
Nos leemos pronto, tengo muchísimas ideas para Illumi, lo amo lo amo lo amo.
⸻ℐrisෆ
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro