
𝟏𝟑| 𝙽𝚒𝚗𝚐𝚞𝚗𝚘 𝚍𝚎 𝚗𝚘𝚜𝚘𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚎𝚜 𝚞𝚗 𝚜𝚊𝚗𝚝𝚘
Bill entro a el auto y le dio a su chofer una direccion despues al bajar subio a un departamento tocando la puerta.
Luego el chasquido del encendedor de Bill al apagar su cigarro. La ceniza cayó frente a la alfombra del pequeño departamento, donde Kyle retrocedió un paso al ver el arma. Moon Hae-Jin, aunque visiblemente alterada, se mantuvo firme. Su rostro maduro mostraba más miedo por su hija que por su propia vida.
Kyle: ¿Quien eres? ¿Qué quiere de nosotras? —dijo Kyle, con la voz temblorosa pero sin apartar la vista de Bill.
Él sonrió con una calma aterradora, mientras cerraba la puerta detrás de sí con el pie. El clic del cerrojo sonó como una sentencia.
Bill: Nadie importante, solo quiero una pequeña reunión familiar. Moon con Moon, ¿no? —dijo sarcástico— Quiero hacerle un favor a su hija... pero eso depende de ustedes.
Jin: ¿Conoces a Yuri? ¿Dónde está? —preguntó la madre con el corazón acelerado.
Bill: Viva. Por ahora —respondió con frialdad, y miró de reojo a Kyle— ¿Y tú? ¿Cuánto vales para ella? Lo suficiente como para morir por su culpa, supongo.
Kyle lo desafió con la mirada, aunque sus manos temblaban levemente.
Kyle: No sé quién eres ni qué haces aqui, pero si le hiciste daño a Yuri...
Bill levantó el arma y apuntó brevemente al pecho de Kyle sin disparar.
Bill: ¿Harás qué? —interrumpió con diversión en sus ojos— ¿Llamarás a la policía? ¿Pedirás ayuda? ¿Gritarás desde el balcón?
Caminó hasta ellas con pasos pesados. Moon Hae-Jin se interpuso entre él y Kyle como una madre leona. Entonces Bill chasqueó los dedos, y desde el pasillo aparecieron dos hombres vestidos de negro. Entraron sin decir palabra, sujetaron con fuerza a ambas mujeres.
Kyle: ¡NO! ¡Suéltennos! —gritó Kyle, mientras forcejeaba. Hae-Jin también se resistía, pero no tenía la fuerza de los hombres que las dominaban con facilidad.
Bill: No tienen idea del problema en el que están metidas —dijo Bill, saliendo primero del departamento mientras las dos eran arrastradas por sus hombres.
Las calles estaban vacías a esa hora, y el rugido del motor del auto negro se llevó las voces de ambas mujeres. En el interior, Kyle sollozaba en silencio, con una venda sobre los ojos. Moon Hae-Jin solo repetía el nombre de su hija, como si eso la protegiera del destino que las esperaba.
Horas después, en un lugar alejado del centro de la ciudad, la puerta metálica de un almacén abandonado se abrió con un chirrido largo. Bill descendió primero. Los guardias sacaron a las dos mujeres del auto con brusquedad.
Bill: Bienvenidas —dijo con una sonrisa torcida— A partir de ahora, juegan bajo mis reglas.
Kyle: ¡Monstruo! —gritó Kyle, logrando zafarse brevemente y lanzándose hacia él, solo para ser derribada por uno de los hombres.
Bill no reaccionó con violencia. Solo se agachó frente a ella mientras se acomodaba los guantes.
Bill: Si quieres verla viva —dijo en voz baja— más vale que aprendas a comportarte.
La llevó hasta una de las celdas del lugar. Dentro, la luz era tenue y el aire olía a humedad. En la esquina, apenas visible, Yuri se encontraba sentada en el suelo, encadenada del tobillo. Tenía la mirada perdida, y no reaccionó de inmediato al verlas.
Jin: ¡Yuri! —gritó Moon Hae-Jin, corriendo hacia su hija, ignorando el dolor de sus muñecas sujetadas por los guardias.
— Mamá... —susurró Yuri, al verla, sus ojos se llenaron de lágrimas— ¿Qué estás haciendo aquí?
Bill: ¡Eso quisiera saber yo! —interrumpió Bill, alzando la voz— Qué conmovedora reunión familiar... pero corta.
Volteó hacia sus hombres:
Bill: Enciérralas. A las tres. Que piensen bien si están listas para negociar y nada de comida hasta mañana.
Kyle: ¡Bastardo! —gritó Kyle— ¡Esto no se quedará así!
Bill se detuvo en la puerta, giró apenas el rostro y sonrió con frialdad:
Bill: Ah, Kyle... Aquí no importan los gritos. Solo las decisiones.
. . .
Yuri estaba en el suelo de alfombra gris, con la mejilla marcada aún por la bofetada anterior. Su respiración era irregular, los ojos rojos de tanto llorar. Kyle y su madre estaban lejos ya, sus gritos de súplica habían quedado atrás, acallados por el sonido de la puerta metálica cerrándose. El arrastre de sus pies se mezclaba con el crujido del cuchillo de Bill al ser afilado, como una sinfonía siniestra que resonaba en su mente.
Bill: Sabes lo que me gusta de esto... —murmuró él mientras daba la vuelta, dejando que la tenue luz del cuarto reflejara el brillo de la hoja curva— El miedo que hay en sus ojos cuando creen que tienen esperanza. Esa última chispa antes de que la apague.
Se detuvo justo frente a ella. Su torso desnudo mostraba algunas cicatrices viejas, vestigios de batallas pasadas, y tatuajes que parecían contar historias de odio y lealtad. El sudor perlaba su piel como si el simple acto de preparar el filo de su arma fuera un ritual sagrado.
Bill: Nada en esta vida es justa, Yuri —continuó, mirándola fijamente, con una calma que aterrorizaba más que cualquier grito— Todos los monstruos son humanos. Todos.
Yuri cerró los ojos con fuerza, el corazón palpitando con violencia.
— Basta... —susurró ella, encogida contra la esquina del sofá de cuero. Pero su voz no era más que una débil súplica que se perdió entre las sombras.
Bill: Ninguno de nosotros es un santo, Yuri —añadió él, con un tono casi paternal. Caminó hasta ella lentamente, como si estuviera saboreando el terror— Ni tú... ni yo.
— Detente... —gimió ella, hundiendo las uñas en la alfombra, sintiendo la náusea subirle a la garganta. El peso de la culpa y la humillación ya eran una losa sobre su espalda.
Bill se agachó. Su aliento olía a cigarro y whisky. Apoyó la navaja abierta en el suelo, justo al lado de su mejilla, dejando que el frío del metal le rozara la piel.
Bill: ¿Tú crees que todavía puedes escapar de esto, Moon? —susurró, sus labios peligrosamente cerca de su oreja— ¿Después de lo que viste? ¿Después de lo que hiciste? Ya no hay marcha atrás.
Ella no respondió. Tenía la mandíbula apretada, los ojos aún cerrados, como si al ignorarlo pudiera desaparecer. Como si su mente pudiera transportarla a otro lugar.
Bill: Mírame —le ordenó.
No lo hizo. Bill se incorporó, molesto por el silencio. Caminó hacia el escritorio, guardó su navaja con brusquedad luego se giró de nuevo hacia ella y alzó la voz.
Bill: ¡Mírame!
Yuri lo hizo. Abrió los ojos empapados en lágrimas, la mirada rota, derrotada.
Bill la observó detenidamente, como si evaluara el estado de su alma.
Bill: ¿Ves? Ahí está... eso que te hace humana. El dolor. El miedo. Pero también la ira. —Caminó hacia ella otra vez y se inclinó para levantarle el rostro— Usa eso. Conviértelo en algo útil.
Ella no entendía o no quería entender. Solo temblaba.
Bill: No eres una víctima, Yuri. Ya no. Eres parte de esto —sentenció él, con firmeza— Y si intentas desafiarme otra vez... tú y tu familia van a conocer una versión mía que aún no han visto.
La soltó y caminó hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo un segundo.
Bill: Prepárate. Mañana viajamos y espero que no tengas más distracciones.
La puerta se cerró tras él. El clic metálico del cerrojo sonó como una sentencia. Yuri cayó de rodillas al suelo, respirando agitadamente, sola en esa habitación fría que parecía absorber cada centímetro de su voluntad.
"Todos los monstruos son humanos..."
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