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𝟏𝟐| 𝚅𝚎𝚗𝚎𝚗𝚘 𝚍𝚒𝚜𝚏𝚛𝚊𝚣𝚊𝚍𝚘 𝚍𝚎 𝚊𝚖𝚊𝚋𝚒𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍

Bill bajó de su auto rojo con elegancia felina. La pintura relucía bajo el sol de la tarde, aún con marcas de tierra y huellas del último encuentro. Su rostro mantenía esa expresión neutra, casi indolente, aunque por dentro la rabia hervía silenciosa. Cada paso que daba hacia la sala del complejo industrial abandonado donde solían reunirse, era un recordatorio de las quemaduras en sus costillas, del metal rasgando su auto en la última carrera... y del rostro del italiano que lo provocó.

Al ingresar, su presencia impuso silencio. El asiático —conocido como el Señor Liu entre los suyos— levantó la mirada desde el centro de la mesa, flanqueado por dos hombres de seguridad. Junto a él, recostado de manera arrogante en una silla, estaba Dominic. Aquel Italiano de cabello rubio platino, sonrisa de lobo y esa mirada desafiante que no cambiaba aunque supiera que estaba en desventaja.

Liu: Ambos, siéntense —ordenó Liu sin mirarlos demasiado.

Bill se acomodó con soltura en la silla frente a él, sin quitarle los ojos de encima a Dominic, pero sin provocación evidente. No hacía falta.

Liu: Te llamé para avisarte que para este fin de semana quiero a las sesenta mujeres ya, sin errores, Kaulitz —declaró el asiático en voz baja pero con una firmeza que retumbó.

Bill asintió, sin levantar ceja alguna.

Bill: Aún me faltan treinta —respondió sin dudar— Pero las tendrás. Tú sabes que yo cumplo, Señor.

Liu: Eso espero —añadió Liu mientras tomaba una copa de licor oscuro, sin brindar— Porque si no, bien sabes que Dominic tiene a gente esperando en Cerdeña. Se aburren fácilmente... y cuando se aburren, rompen cosas.

Bill: ¿Rompieron tu sentido del juicio en la última carrera? —Bill disparó la frase sin pestañear.

Dominic se inclinó hacia adelante, como un perro que ha sido pateado y está por mostrar los dientes.

Liu: Lo que sucedió fue un accidente, ¿verdad? —murmuró Liu, interrumpiendo la tensión antes de que subiera demasiado— Dominic, discúlpate con Bill. Él es mi mejor aliado, y no me gustó lo que le hiciste en la carrera.

Bill: No es necesario —interrumpió Bill antes que Dominic pudiera abrir la boca— La herida sanará. Pero la memoria... esa nunca lo hace.

Liu miró a ambos hombres con el ceño levemente fruncido. No toleraba el drama entre sus piezas importantes. Necesitaba que siguieran funcionando, como engranajes en su reloj perfecto.

Liu: Claro que lo es —continuó Liu, ahora más enfático— Dominic, Bill Kaulitz y su gemelo son muy importantes en este negocio. Sin ellos, media red se cae y no me gustan los temblores en mi imperio.

Dominic apretó los dientes y al final habló:

Dominic: Mis disculpas, Kaulitz —gruñó como si le costara cada palabra.

Bill lo observó un segundo... y luego sonrió con esa elegancia letal que lo caracterizaba.

Bill: Aceptadas.

Liu asintió satisfecho, dejando el vaso sobre la mesa.

Liu: Ahora, vayan y hagan lo que tienen que hacer. Dominic, encárgate del traslado desde Marsella. Bill, tú... tráeme las treinta que faltan. Ah, y antes de que lo olvide...

Se volvió hacia Bill con un gesto más frío.

Liu: Sobre la chica que llevaste en la carrera, Yuri Moon. Asegúrate de que no cause problemas. Me han llegado rumores. Si la pierdes de vista, yo no me haré responsable de las consecuencias.

El corazón de Bill no se movió ni una milésima. Pero sus dedos se tensaron contra la tela de sus pantalones de cuero negro.

Bill: No será un problema —dijo con voz baja.

Liu: Bien —finalizó Liu— Entonces estamos todos en la misma página.

Los tres se levantaron. Bill fue el primero en salir. Al cruzar por el lado de Dominic, este le murmuró.

Dominic: Cuida tus costillas la próxima vez.

Bill sonrió sin mirar atrás.

Bill: Y tú cuida tu cuello.

. . . 

Las rejas de metal chirriaron al abrirse y Bill entró como una sombra cargada de furia contenida. La celda era oscura, húmeda y apestaba a encierro. Yuri ni siquiera tuvo tiempo de incorporarse del rincón donde estaba encogida, cuando sintió la bofetada llegar con tal fuerza que la hizo caer de lado. Su mejilla ardió, y la sangre brotó del costado de su labio, mezclándose con el sudor frío que le cubría la frente.

— ¡Ah! —soltó un quejido, llevándose la mano al rostro.

Bill: ¿Sabes qué fue eso? —gruñó Bill, su voz vibrando con un tono contenido de rabia— Por distraerme. Por estar jodiendo cuando no debías. ¿Tienes idea de lo que provocaste?

Yuri apenas podía verlo entre la mezcla de lágrimas y el aturdimiento. A sus espaldas, Tom se recargó en el marco de la puerta con los brazos cruzados, una sonrisa torcida en los labios, mirando el espectáculo con diversión sádica.

Tom: Esto sí es un espectáculo —murmuró entre dientes.

Bill: ¡Cierra la boca, Tom! —estalló Bill sin girarse, como si cada nervio de su cuerpo estuviera al borde de romperse.

Tom alzó las manos como si se rindiera, sin borrar la sonrisa. Bill volvió su atención a Yuri, agachándose frente a ella, sus ojos oscuros brillando con amenaza.

Bill: Me estás sacando de quicio, Moon —dijo con voz grave—. De verdad estoy empezando a perder la poca paciencia que me queda contigo.

— Yo... yo no quise... —balbuceó Yuri, tragando saliva con dificultad, el sabor metálico de la sangre aún fresco en su boca— Solo quería... escapar de esto... no soy como ustedes...

Bill: ¿Como nosotros? —Bill rió con amargura— ¿Sabes qué? Nadie lo es al principio. Pero después... o aprendes, o te mueres. Y tú, por ahora, sigues viva porque me sirve que lo estés pero si vuelves a hacer alguna estupidez...

La tomó por el mentón con fuerza, obligándola a levantar la vista.

Bill:...te juro que no me va a temblar la mano.

Yuri intentó apartar el rostro, pero la presión de sus dedos era cruel, firme. Estaba aterrada. El dolor en su cara palidecía frente al miedo que sentía de lo que podría venir.

Bill: ¿Entiendes, Yuri? —insistió él.

Ella asintió débilmente, apenas un movimiento tembloroso.

Bill se puso de pie de golpe, exhalando con rabia contenida. Se pasó la mano por el rostro y luego miró a Tom.

Bill: Haz que le den agua y comida. Y después encárgate de que no tenga acceso a nada con lo que pueda hacer otra estupidez.

Tom: ¿Y si grita? —preguntó Tom con una ceja alzada.

Bill: Que grite. Nadie la va a escuchar.

Y con eso, Bill salió de la celda dejando atrás un silencio pesado, cortado solo por la respiración agitada de Yuri.

Tom entró lentamente, se agachó a su altura y le ofreció un pequeño paquete con una botella de agua y un trozo de pan. Su sonrisa había desaparecido, pero sus ojos seguían brillando con malicia.

Tom: ¿Ves? tú solita te metiste en esto. Nunca es buena idea provocar a Bill.

Yuri no respondió. Solo se aferró al agua con manos temblorosas mientras Tom se alejaba, cerrando la puerta con un fuerte golpe metálico. La oscuridad volvió a envolverla.

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