
𝟎𝟖| 𝙼𝚊𝚛𝚌𝚊𝚛𝚕𝚊 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚜𝚞𝚢𝚊
Pasaron unas horas. La habitación permaneció en silencio absoluto. Yuri no se había movido. Estaba acostada en el suelo, abrazando sus piernas, sus ojos enrojecidos por el llanto silencioso, con la respiración apenas perceptible. La piel de sus brazos tenía pequeñas marcas violetas. Sus labios resecos. El collar de cadena se sentía más pesado que nunca. Como si cada eslabón estuviera hecho con el miedo de las mujeres que ya habían pasado por allí.
Entonces, la puerta se abrió.
Un chirrido metálico y Bill apareció.
Vestía de negro, como siempre. Sus botas resonaron contra el suelo pulido. Llevaba una camiseta ajustada que dejaba ver sus tatuajes. El cabello suelto, alborotado. Pero lo que más llamaba la atención era su sonrisa torcida. Una mueca que no anunciaba nada bueno. En su mano derecha brillaba algo.
Un cuchillo.
Bill: Sabía que no te dejarías, pequeña —murmuró con voz tranquila, demasiado tranquila— Así que... vamos a hacer esto a mi manera.
Yuri intentó retroceder, pero su cuerpo no respondía. Sus piernas estaban dormidas por la tensión y el frío. Solo logró arrastrarse un poco hasta quedar contra la pared. Sus ojos se abrieron como platos al ver el cuchillo en la mano de Bill.
— No... por favor... —susurró.
Bill se agachó frente a ella con una lentitud escalofriante.
Bill: Tranquila, no te voy a matar. Aún no. Solo necesito... insertarte algo. Para que nunca te nos pierdas.
La sujetó con fuerza por el cabello y la obligó a girar la cabeza hacia un lado, dejando al descubierto la zona entre el cuello y la nuca.
— ¡NO! ¡NO! ¡SUÉLTAME! —gritó Yuri con desesperación, forcejeando.
Pero era inútil.
Él era más fuerte. Más rápido. Más decidido.
Bill le colocó una rodilla sobre la espalda para inmovilizarla mientras sujeta el cuchillo con precisión. El filo descendió. La primera cortada fue seca, certera. La piel se abrió con un sonido húmedo. El grito de Yuri fue desgarrador.
— ¡AAHH! ¡BASTA! ¡POR FAVOR! —su voz temblaba, se rompía.
Las lágrimas comenzaron a correr como ríos. Se mezclaban con el sudor, con el terror. Con la impotencia.
Bill no se inmutó.
Sacó de su bolsillo una pequeña cápsula metálica. El chip. Y con los dedos enguantados, lo introdujo en el corte recién hecho. Yuri seguía gritando, su cuerpo temblaba, intentaba zafarse, pero Bill no aflojaba la presión.
Luego, con una aguja curva y un hilo quirúrgico, comenzó a coser.
Punto por punto.
Metódico. Preciso.
Los ojos de Yuri se perdieron en un punto del suelo. Las pupilas dilatadas. Su boca entreabierta. La mente empezaba a fracturarse. Cada puntada era una daga en su alma. Y sin embargo, su cuerpo ya no reaccionaba igual. Se adormecía. Se entregaba al estado de shock. Solo una lágrima solitaria descendía por su mejilla, muda, lenta, tan pura en medio de tanta oscuridad.
Bill: Ya está —dijo Bill al terminar, levantándose como si acabara de terminar una obra de arte.
La miró un instante.
Yuri no lo miraba. Ni siquiera parecía escucharlo. Estaba atrapada en un silencio hueco. En un lugar mental donde el dolor no podía tocarla, pero donde el miedo reinaba.
Salió de la habitación sin decir más.
En el pasillo, Gustav y Georg se encontraban recargados contra la pared, con los rostros tensos. Habían escuchado los gritos. Habían escuchado cada palabra, cada súplica. Georg miró hacia la puerta, como si esperara ver sangre al otro lado.
Georg: ¿Qué mierda fue eso? —murmuró Georg, incómodo.
Gustav: ¿Está viva siquiera? —añadió Gustav.
Tom, que venía por el pasillo con una botella en mano, se encogió de hombros y sonrió como si nada.
Tom: Le está poniendo el rastreador —respondió, con una tranquilidad absolutamente inhumana.
Ambos hombres se miraron entre sí.
Porque sabían que "poner el rastreador" en manos de Bill Kaulitz no era simplemente un procedimiento.
Era tortura con propósito, era marcarla como suya.
Y dentro de la habitación, Yuri seguía en el suelo, con los ojos perdidos. La sangre todavía fresca en su cuello, la costura rugosa en la piel. El collar de cadena ahora se sentía simbólico. Como si ya no fuera solo un objeto físico. Ahora era su alma la que tenía una cadena alrededor.
Y la había puesto él.
. . .
La voz de su madre flotaba entre la neblina.
"Duérmete, mi niña... mi flor de cerezo... el dolor pasará..."
Era tan suave, como si la acariciara. Una canción que solía tararear cuando Yuri tenía fiebre de pequeña, o cuando las lágrimas le caían por un mal sueño. Podía sentir los dedos cálidos peinando su cabello rosa, como si aún estuviera en casa, como si Kyle estuviera en la sala y el sol de la mañana se filtrara por las ventanas.
Pero esa imagen se rompió como cristal estrellado cuando un olor a cigarro penetró en su nariz.
Una tos involuntaria la hizo abrir los ojos lentamente.
Estaba rodeada de vapor. El agua tibia le cubría el cuerpo hasta la cintura. Una tina blanca, impecable... demasiado limpia para un lugar tan oscuro.
Se dio cuenta de que no tenía ropa. Estaba desnuda.
Su cuerpo entero quedó rígido. El miedo se apoderó de ella como una garra. Miró a su alrededor, con el corazón latiéndole con violencia en el pecho. Su respiración se aceleró.
¿Le habían hecho algo? ¿Había sido...?
Pero entonces lo vio.
Sentado junto a la tina, con una toalla negra cruzada por encima de sus piernas y el torso cubierto por una camisa medio abierta, estaba él. Bill Kaulitz. Con un cigarro entre los dedos, exhalando humo con una lentitud que helaba.
Bill: Hasta que al fin despiertas —dijo sin quitarle la mirada de encima.
Yuri se cubrió el pecho con ambos brazos de inmediato, encogiéndose contra el borde de la bañera. Su mirada se llenó de horror. Estaba completamente expuesta ante él.
— ¿Qué... qué me hiciste? —balbuceó.
Bill soltó una risita, apagó el cigarro en un pequeño platillo de metal y se inclinó hacia ella. La distancia entre sus rostros fue apenas de centímetros.
Bill: Nada —susurró— Todavía.
Yuri sintió el estómago revolverse.
Él hundió una mano en el agua, ignorando por completo su intento de apartarse, y tomó una esponja negra que estaba flotando. Con movimientos lentos, empezó a frotarla por sus hombros, su espalda, su cuello.
Bill: Estabas sucia —murmuró con frialdad— Sangre, sudor, lágrimas... no podía dejarte así. No después de lo que pasó.
— ¡No me toques! —gritó de golpe, con los ojos llenos de rabia, y se apartó lo más que pudo.
Bill la miró como si fuera una criatura interesante, algo entre fascinación y desprecio. Luego se inclinó de nuevo.
Bill: No estás en posición de darme órdenes —dijo, y tomó su rostro con una mano enguantada— Te guste o no, me perteneces.
Las palabras golpearon como puñales.
Yuri cerró los ojos con fuerza. El agua se sentía como ácido. Las manos de Bill recorrían su piel como un castigo. Quiso desaparecer. Quiso estar muerta. Pero no podía.
Él siguió enjabonándola, sin prisa, como si lavara algo valioso. Pasó la esponja por sus clavículas, sus brazos, bajó por su espalda. Lo hacía con lentitud macabra, con la crueldad de quien disfruta cada segundo del control.
Bill: ¿Sabes qué es lo más interesante de ti, Yuri? —murmuró en su oído, mientras su aliento caliente chocaba contra su piel húmeda— Que todavía crees que puedes resistirte.
Ella no respondió.
Solo apretó los ojos. Sentía que su alma se encogía dentro de sí misma, que su mente comenzaba a separarse de su cuerpo. Como si su única defensa fuera desconectarse.
Bill: Podrías hacer esto más fácil —dijo él, ahora lavándole el cabello con brutalidad delicada— Podrías convencerme de ayudarte... con lo de tu madre, por ejemplo.
Ella se estremeció.
Ese golpe bajo la desestabilizó.
— No metas a mi mamá en esto... —susurró.
Bill: Demasiado tarde. Ya está en esto. Tú estás en esto. Kyle también —sus palabras eran cuchillas, cada una más afilada que la anterior— Pero si cooperas... podrías verlas de nuevo.
Yuri tembló.
No por el agua. No por el frío.
Sino por la desesperación que empezaba a envenenarle el alma.
Su respiración era agitada. Su mente se rompía en mil partes mientras las lágrimas le caían por las mejillas.
Cuando Bill terminó, se puso de pie, le tiró una toalla a la cara y sin más se fue, dejándola sola, empapada y destruida.
Yuri se quedó en la tina, abrazándose con fuerza.
¿Puede un alma sobrevivir al infierno... cuando el demonio empieza a tratarla como su favorita?
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