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𝟎𝟑| 𝙴𝚕 𝙳𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚝𝚊𝚛

Un sollozo leve. Apenas un murmullo. Después otro, más cercano y luego otro más, mezclado con una respiración temblorosa.

Yuri abrió los ojos de golpe.

No entendía nada. Lo primero que sintió fue una presión en la cabeza, como si miles de agujas se clavaran en sus sienes. El aire le sabía raro, artificial, demasiado limpio.
Intentó sentarse, pero sus músculos estaban rígidos, entumecidos. Apenas si podía levantar los brazos.

La luz blanca y cruda del techo la cegó por unos segundos. Todo el cuarto era blanco. Paredes blancas, piso blanco, una puerta metálica sin manija visible y ni una sola ventana. Ni un reloj. Ni un sonido del mundo exterior.

Apenas logró enfocar, se dio cuenta de que no estaba sola.
Había cuerpos. Decenas.

Mujeres. Todas asiáticas. Algunas tan jóvenes como ella, otras mayores. La mayoría sentadas contra la pared, algunas encogidas, otras abrazándose las piernas. Ninguna hablaba. Algunas lloraban. Otras estaban totalmente en shock, con la mirada perdida en el suelo. Unas pocas observaban a las demás con una mezcla de cansancio, miedo y resignación.

Yuri sintió un puñal de pánico clavarse en su pecho. Su corazón comenzó a latir tan rápido que creyó que iba a desmayarse otra vez.

Intentó hablar, pero su garganta estaba seca. Solo pudo emitir un ronco:
— ¿D-dónde...?

Una chica a su lado, de cabello corto y ojeras profundas, la miró sin expresión y negó lentamente con la cabeza.
??: No hagas ruido —susurró con voz baja, quebrada— Ellos odian que hablemos.

Yuri tragó saliva.
"¿Ellos?"

Miró a su alrededor una vez más.

No había camas. No había sillas. Solo colchonetas delgadas, sucias en algunos bordes. Un balde al fondo, que supuso debía ser para orinar.
El aire olía a humedad, a encierro. A desesperación.

Intentó recordar cómo había llegado allí.

Imágenes sueltas cruzaron por su mente:
La tienda...
Los audífonos...
Un brazo fuerte alrededor de su cintura...
El paño... el olor... el vértigo...
El vacío.

Su teléfono. Su madre. Kyle.
Dios, Kyle. ¿La estaría buscando? ¿Sabría algo?

— No... no puede ser —murmuró, llevándose las manos a la cabeza.

Un leve movimiento llamó su atención.

En una esquina, una chica intentaba tapar sus sollozos con una manta. Estaba temblando, su rostro escondido. Otra mujer más mayor la abrazaba con fuerza, como si eso pudiera salvarlas de lo que fuera que había afuera.

— ¿Qué... qué es esto? ¿Dónde estamos? —preguntó Yuri, esta vez en voz más audible.

Nadie respondió.
Solo más llanto y una mirada de advertencia de la misma chica que le habló al despertar.

??: Nos dijeron que si hablamos, nos sacan —dijo finalmente otra mujer, con el rostro cubierto de cicatrices en el cuello— Y cuando te sacan... no sabes si vuelves.

— ¿Quién...? ¿Quiénes son ellos?

Silencio.

Hasta que una voz seca, grave, muy al fondo de la habitación, rompió la quietud.

??: Los que te compraron.

Yuri giró lentamente.
La que habló era una mujer alta, de cabello plateado y ojos oscuros. Parecía llevar más tiempo que el resto. Estaba sentada, las piernas cruzadas, con una manta a sus pies.

— ¿Cómo que "compraron"? —murmuró Yuri, incrédula.

??: Nos venden —dijo otra voz, apenas audible— Como si fuéramos... carne. Juguetes.

Yuri se quedó inmóvil.

Un temblor le subió por las piernas. No, esto no podía estar pasando. No a ella. No a nadie.
Tenía que ser un mal sueño, una pesadilla inducida por el agotamiento.

Pero su cuerpo sabía la verdad.
Lo sentía en cada poro. En cada latido.

— ¿Alguien ha salido? ¿Alguien... escapó? —insistió.

??: Una intentó —susurró la chica de cabello corto, con los ojos húmedos— La sacaron. Escuchamos gritos. Después, nada.

Yuri sintió náuseas. Se cubrió la boca. Cerró los ojos. Intentó respirar, pero el aire estaba denso, espeso. Como si también estuviera secuestrado.

Una parte de ella quería romper en llanto. Otra quería gritar.
Pero más fuerte aún... había una chispa de rabia, de instinto.

— ¿Quién está detrás de esto? —preguntó con rabia, a nadie en particular.

??: Un grupo —dijo la mujer del cabello plateado, sin moverse— Mafia. No sabemos sus nombres. Solo que hablan en alemán. Algunos también en inglés. Todos son hombres. Excepto una mujer, ella elige y ellos toman.

Yuri tragó saliva.

??: Los Kaulitz —dijo otra chica, la más joven de todas, sin mirar a nadie— Así los llaman. Gemelos. Ríen igual. Matan... igual.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Kaulitz.
Ese nombre le sonaba familiar.
¿De dónde? ¿Cuándo?

— ¿Cuánto tiempo llevamos aquí? —preguntó.

??: Algunas... semanas. Otras, días. Tú eres nueva —dijo la de las cicatrices.

Yuri miró sus manos. Le temblaban.

Pero no podía quedarse paralizada.

Sabía que tenía que resistir. Sobrevivir. Pensar.
Por su madre. Por Kyle. Por ella misma.

Y justo cuando el silencio volvía a cubrirlo todo...
La puerta metálica emitió un clic suave.

Todas se quedaron quietas. Algunas se levantaron de golpe. Otras se encogieron como animales en jaula.
Yuri también se paralizó, su respiración en suspenso.

La puerta se abrió.

Y dos figuras entraron.

Uno de ellos llevaba gafas oscuras y trenzas. El otro, un abrigo negro largo, collar de plata y mirada de hielo.
Ambos idénticos.

Los gemelos Kaulitz.

El chirrido metálico de la puerta aún resonaba en el aire cuando Tom Kaulitz arrastró por el brazo a una nueva mujer. Tenía el cabello desaliñado y la cara llena de moretones. Luchaba por soltarse, pero sus fuerzas parecían agotadas.

??: ¡Déjenme! ¡Suéltenme! ¡Por favor! —gritaba en coreano, pero nadie la escuchaba. O peor, todos la escuchaban y nadie se atrevía a reaccionar.

Las demás mujeres se encogieron más en sus rincones, temiendo que solo mirar fuera suficiente para convertirse en la siguiente.

Tom sonreía.

Llevaba las mismas gafas oscuras que en la tienda, una camiseta negra ajustada y cadenas colgando de su cuello. Al llegar al centro de la sala, tiró el cuerpo de la chica como si fuera un saco vacío. La joven cayó de rodillas, respirando agitadamente, y Tom se limpió las manos con asco.

Bill: Ya son treinta y una... qué fácil. —murmuró Bill con voz arrastrada desde la entrada, como si lo disfrutara.

Estaba reclinado en la puerta, con un cigarro medio encendido entre los dedos. No parecía haber tocado a nadie, no llevaba armas a la vista. Solo esa presencia fría, elegante y venenosa.

Tom: Sí —respondió Tom, mirando el grupo de mujeres con desdén— Pero debemos darnos prisa. El envío se adelanta tres días.

Bill giró los ojos con una sonrisa sutil.
Bill: ¿Otra vez con eso? Si no apuramos el proceso, perderán la gracia.

Tom: Es negocio, hermano. El placer vendrá después.

Yuri no podía moverse.

Lo reconoció.
Su mente lo registró con un golpe seco.

El hombre de las trenzas negras. El mismo que había ido a su tienda, el que compró la botella de vodka sin decir una palabra, sin mirarla a los ojos. El que la dejó con la incomodidad clavada en la nuca como una espina invisible.

Un frío intenso la recorrió. Sus dedos se apretaron contra la colchoneta en la que estaba sentada.

"Sabía quién soy. Me estaba estudiando..."

Sus ojos se alzaron lentamente, y por un segundo, Tom la miró también.

Detrás de las gafas oscuras, sus labios se torcieron apenas, como si leyera sus pensamientos.
Como si supiera que ella acababa de atar los cabos.

Yuri sintió un hormigueo en la espalda, una sensación densa de amenaza inminente.

Bill: ¿Sabes qué es lo más entretenido de todo esto? —dijo Bill, con voz suave mientras se alejaba de la puerta, caminando entre las mujeres como si estuviera paseando por una galería de arte— El silencio. Ese momento justo cuando entienden que no hay escapatoria. Que todo lo que conocen se volvió polvo.

Pasó junto a Yuri. No la miró de inmediato. Solo caminó con parsimonia, inspeccionando.

Hasta que volvió sobre sus pasos.
Y se detuvo frente a ella.

El cigarro humeaba entre sus dedos.
Su abrigo negro se movía como una sombra viva.
Bill bajó la mirada, sus gafas reflejaban las luces blancas del techo.

Bill: ¿Y tú? —murmuró, agachándose frente a ella. Su tono era tranquilo, casi dulce— ¿Vas a llorar o vas a rogar?

Yuri sintió que su corazón se detenía por un segundo.

— Yo... —intentó hablar, pero su voz no salía.

Bill ladeó la cabeza, fascinado.

Bill: Tienes la mirada fuerte. Eso es raro. Las que no lloran al principio son las que más gritan después.

Tom rió desde el fondo, con los brazos cruzados.

Tom: Tal vez no grita. Tal vez muerde.

Bill le dirigió una sonrisa fugaz. Después volvió su atención a Yuri.
Bill: ¿Cómo te llamas?

Ella no respondió. Su garganta estaba sellada por el terror, pero también por un impulso que ni ella misma entendía del todo: desafiarlo.

Bill: Ah... una valiente. Me encantan las valientes.

Bill se incorporó lentamente y sin romper el contacto visual, alzó una mano y acarició una de sus trenzas con una elegancia mecánica.

Bill: Dímelo tú, Tom. ¿La recuerdas?

Tom: Claro que sí —contestó él— Cajera de mirada triste. La tienda de la esquina sur. Vendió sin hacer preguntas.

Yuri apretó los dientes.
Un temblor de rabia se coló entre el miedo.

Todo había sido planeado.

Bill rió, esta vez más alto.

Bill: Es preciosa cuando se da cuenta.

Volvió hacia la puerta.

Bill: Georg, Gustav... clasifíquenla. Aunque... —Se giró una vez más—...yo ya tengo planes para ella.

Yuri se quedó helada.
"¿Qué quiere decir con eso...?"


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