
𝟎𝟐| 𝙴𝚕 𝚘𝚛𝚍𝚎𝚗 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚌𝚊𝚘𝚜
La alarma sonó a las 7:00 a.m.
Yuri ya estaba despierta.
No porque quisiera. No porque su cuerpo estuviera descansado.
Simplemente... porque era así. Su reloj interno no le daba tregua. Había dormido mal, inquieta. No por pesadillas, sino por una sensación opresiva en el pecho que no lograba sacudirse. Aún así, se levantó.
Se duchó en silencio, se cambió con rapidez, recogió su cabello rosa en una coleta alta y se preparó una taza de té verde, sin azúcar. El agua caliente le quemaba los labios, pero no dijo nada. No emitía quejidos. Ni siquiera para sí misma.
7:48 a.m. Ya estaba con su uniforme del asilo: camisa blanca, pantalones grises, suéter crema.
Le dio un vistazo rápido a su cuaderno de horarios.
—8:30 a 12:00, asilo.
—1:00 a 4:30, cafetería.
—6:00 a 10:00, cajera.
Una vida medida en bloques de horas y pasos repetidos.
El sonido del timbre la sacó de su revisión.
Abrió la puerta.
Kyle: ¡Buenos días, zombie! —saludó Kyle, con su eterno tono vivaz y sonrisa de oreja a oreja. Iba vestida con una camiseta oversize de dibujos animados, una coleta despeinada y una mochila en el hombro.
Yuri esbozó una media sonrisa, solo para ella.
— Hola, Kyle.
Kyle: Tu turno de salvar al mundo. El mío de ver doramas con tu mamá y comer galletas sin remordimiento —bromeó mientras entraba al pequeño departamento.
— Ella ya se despertó. Está en la ventana leyendo... aunque no lo admite, está esperándote.
Kyle: ¡La amo! —exclamó Kyle y fue directa a saludarla— ¡Halmeoni, estoy aquí!
Desde la cocina, Yuri escuchó la risa suave de su madre al verla.
— Te dejo la lista del desayuno en la nevera —dijo Yuri mientras entregaba un papel escrito a mano— También le toca la medicina a las 11:00.
Kyle: Entendido, jefe. Tú encárgate de los abuelitos gruñones. Yo me encargo de la dama más encantadora de este país —contestó Kyle mientras tomaba asiento junto a la madre de Yuri.
Yuri se acercó y besó la frente de su madre.
— Regreso al almuerzo, aunque sea unos minutos.
Jin: Ten cuidado, hija —susurró la mujer, acariciándole la mano—. Estás muy delgada.
— Estoy bien, mamá.
Sus miradas se cruzaron. Kyle observaba en silencio desde la silla.
Yuri respiró hondo y se giró, lista para salir.
A las 8:22 a.m., Yuri llegó al asilo.
El edificio gris y blanco olía a desinfectante y sopa caliente. Algunos ancianos ya estaban despiertos, otros aún dormían con la televisión encendida. Era un lugar silencioso, pero con sus propios latidos.
??: Yuri-san, hoy le toca al señor Han y la señora Go —informó una de las enfermeras de turno.
Ella asintió, se puso los guantes y comenzó.
Lavó pies hinchados, escuchó historias repetidas, cortó uñas frágiles como papel y sirvió agua tibia con miel a una mujer que ya no podía tragar bien. Todos la conocían como la chica callada que nunca se quejaba, pero siempre hacía el trabajo.
A las 11:54, mientras terminaba de doblar mantas, su celular vibró.
Un mensaje de Kyle.
Tu mamá está tranquila. Vimos tres capítulos del dorama, lloramos, reímos, lloramos otra vez. Todo en orden.
Yuri sonrió, muy ligeramente. Kyle siempre sabía cómo alivianar los días más pesados.
A la 1:00 p.m., Yuri ya estaba en la cafetería donde trabajaba como mesera.
Era un lugar pequeño, de menú básico, pero con bastante movimiento en las tardes.
??: Limpia la mesa tres, Yuri. Hay un cliente fastidioso —le dijo su supervisora apenas entró.
Ella no respondió, simplemente obedeció.
Durante tres horas y media, cargó bandejas, derramó dos veces el agua sin querer y soportó a un oficinista que no dejaba de mirarle las piernas con descaro. No comió. No había tiempo. Solo tomó un café frío que alguien dejó a medias.
A las 4:36 p.m., salió corriendo hacia el supermercado. Tenía una hora para cambiarse, caminar hasta allá y estar lista para su último turno.
. . .
Kyle: ¿Segura que no quieres que la cuide yo toda la semana? —preguntó Kyle por teléfono mientras Yuri caminaba con paso rápido por la acera.
— Ya haces mucho. Solo un día más así... y tal vez pueda completar el monto.
Kyle guardó silencio al otro lado.
Kyle: Eres fuerte, Yuri. Pero incluso las fuertes necesitan dormir. No te estás matando solo por ella, ¿sabes?
Yuri apretó la mandíbula. No sabía qué responder.
— Gracias por estar con ella hoy —dijo al final, con un tono más suave.
Kyle: Siempre estaré. No te preocupes por nosotras.
Y colgó.
A las 6:00 p.m., comenzó su tercer turno. El supermercado estaba más vacío que el día anterior. Algunos clientes entraban por pan, otros por fideos, una madre con dos niños llorando pedía fórmula mientras discutía por teléfono.
Yuri se movía como una sombra entre las estanterías, acomodando productos, limpiando derrames, marcando precios nuevos. La noche parecía predecible. Rutinaria. Casi tranquila.
Pero a las 8:11 p.m., alguien más entró.
Yuri, desde la caja, alzó la vista.
Era él.
El chico de la noche anterior. El de las trenzas negras, gafas oscuras y mirada impenetrable.
Esta vez no llevaba capucha. Ni botella. Solo la observó un segundo desde el pasillo.
Y sin comprar nada...
Salió.
Un escalofrío cruzó la espalda de Yuri.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo no estaba en su lugar.
Pero siguió trabajando.
Porque en su mundo no había espacio para el miedo.
A las 10:03 p.m., salió del trabajo.
Sin saber que esa sería su última noche de rutina. El reloj del supermercado marcó su hora de salida.
Pero el infierno... ya la estaba esperando afuera.
La ciudad seguía su curso nocturno sin sobresaltos.
Eran casi las 10:30 p.m.. Las luces de neón parpadeaban entre los edificios, los últimos autobuses cruzaban las avenidas medio vacías y la mayoría de los comercios ya estaban cerrando. Un par de borrachos discutían en una esquina; unos adolescentes reían cerca de un puesto de comida. Para cualquiera, era una noche normal en Corea del Sur.
Pero no para ellos.
En un auto negro con los vidrios polarizados, estacionado a menos de media cuadra del supermercado, los gemelos Kaulitz observaban en silencio.
Bill iba en el asiento trasero, con las piernas cruzadas y un cigarro encendido entre los dedos. Llevaba un abrigo largo de cuero negro, gafas oscuras y el cabello recogido hacia atrás con una precisión casi artística. A su lado, Tom jugueteaba con un cuchillo plegable, sin apartar la vista de la pantalla del celular donde un rastreador marcaba el punto exacto en el que se encontraba ella: Yuri Song Moon.
??: Está saliendo —informó el conductor, un hombre asiático de rostro severo y sin una pizca de emoción en la voz.
Bill llevó el woki toki a sus labios, con una sonrisa apenas curvada.
— Ahora.
La orden se dijo al unísono con su hermano.
Ambas voces, idénticas y frías, resonaron como un eco sin alma.
Yuri caminaba sin prisa.
Llevaba los audífonos puestos, el volumen bajo pero lo suficiente como para aislarse del mundo. Tenía las manos en los bolsillos de su chaqueta y el celular abierto en una conversación con Kyle. Sonreía un poco. Kyle le había enviado un meme tonto y le prometía una cita con pizza y películas al día siguiente.
Fue entonces cuando sintió algo.
Un cambio en el aire. Un leve rugido de motor.
Pero no alcanzó a girar.
Un brazo fuerte la sujetó con brutalidad por la cintura, levantándola del suelo.
Otro brazo, más rápido aún, presionó un paño húmedo contra su rostro. Cloroformo o alcohol fuerte, el tipo de químicos que quemaban las fosas nasales al primer contacto.
— Mmmph... —fue lo único que alcanzó a emitir.
Sus piernas comenzaron a patear en el aire. Su cuerpo luchaba por resistirse, por escapar, por gritar, pero el gas ya estaba haciendo efecto. El teléfono cayó al suelo, la pantalla aún encendida. Un mensaje nuevo de Kyle apareció:
¿Ya llegaste? Cuídate, por favor.
Pero Yuri ya no lo vería.
Sus movimientos se volvieron lentos, su cuerpo más blando...
Y finalmente cayó desmayada, hundiéndose en un mar oscuro, silencioso, desconocido.
??: Objetivo inmovilizado —informó el captor por el woki toki.
La camioneta blanca con placas falsas se detuvo en seco. Las puertas traseras se abrieron y el desconocido, sin delicadeza, colocó el cuerpo inerte de Yuri sobre el colchón cubierto con una manta oscura. Le aseguraron las muñecas y los tobillos con precintos plásticos. Una capucha negra fue colocada sobre su cabeza.
??: ¿Está limpia? —preguntó otra voz por el dispositivo.
??: Sí. Nada en las manos. Ni armas ni testigos.
Bill: Perfecto —susurró Bill, observando la escena desde el otro vehículo.
El cigarro se consumía entre sus dedos.
Un pequeño círculo de ceniza cayó sobre sus pantalones de cuero, pero él no pareció notarlo. Solo miraba... como si fuera parte de una obra que ya conocía de memoria.
Tom se quitó las gafas y chasqueó la lengua.
Tom: Era más fácil de lo que pensaba. ¿Tú viste cómo ni se dio cuenta? Como un puto cervatillo.
Bill: Esperando a ser devorado —dijo Bill, sin emoción.
El conductor asiático giró apenas el retrovisor.
??: ¿Desean que me adelante a la base?
Tom: Sí. Gustav y Georg están listos para recibirla —respondió Tom, cerrando su navaja con un clic seco.
Bill: Y asegúrate de revisar el teléfono. No queremos filtraciones —añadió Bill.
El asiático asintió, como una máquina bien entrenada. Aceleró el vehículo, alejándose del lugar sin levantar sospechas.
La camioneta blanca dobló en la siguiente calle y desapareció en la niebla urbana. En su interior, el cuerpo de Yuri oscilaba con el movimiento del vehículo. No soñaba. No sentía. Solo flotaba en un espacio sin sonido.
Y en el asiento trasero del otro auto, Bill exhaló el último trago de humo mientras sonreía.
Pero no era una sonrisa de triunfo.
Era algo mucho más retorcido.
Bill: Vamos a ver si esta puede soportar lo que viene... —musitó.
El juego apenas comenzaba.
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