
𝟎𝟏| 𝙻𝚊 𝚛𝚞𝚝𝚒𝚗𝚊 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚒𝚗𝚏𝚒𝚎𝚛𝚗𝚘
El aire acondicionado del minimarket parpadeaba como si también estuviera agotado. Un pitido agudo vibraba cada vez que alguien pasaba por la entrada automática, pero en lugar de alertar, el sonido parecía arrastrarse, cansado, como Yuri.
Eran las 8:42 p.m. y faltaban exactamente una hora y dieciocho minutos para que su turno como cajera nocturna terminara. Ella lo sabía porque llevaba contándolos desde las 6:00 p.m., cuando había llegado corriendo desde su otro trabajo, sin siquiera cambiarse. Tenía puesta una camiseta blanca con el logo del anciano al que cuidaba por las mañanas, y encima, el chaleco rojo del supermercado, ligeramente manchado de polvo y tiempo.
Estaba sola. Su compañera de turno, Jae-Min, había faltado por "problemas de salud", aunque Yuri sabía que eso normalmente significaba resaca, una pelea con su novio o simplemente pereza. El jefe no se molestó en mandar a alguien más. Siempre que Yuri estaba, confiaban en que lo resolvería. "Porque ella nunca se queja", decían. "Porque es silenciosa y eficiente", repetían.
Era cierto.
Yuri nunca se quejaba.
— ¿Y ahora dónde están las botellas de soju sin etiqueta? —murmuró para sí, revisando la estantería superior mientras se sostenía sobre la punta de sus pies. Había cajas por desempacar, latas mal colocadas y promociones vencidas que nadie retiraba.
Mientras empujaba una caja de ramyeon con el codo para dejar espacio en el estante, el timbre de entrada sonó.
Ding.
No necesitaba mirar para saber quién era.
Ya había memorizado sus risas huecas, los pasos ruidosos, y ese olor a perfume barato mezclado con desodorante mal aplicado.
Tres chicos. De no más de diecisiete años. Uno con cabello rubio oxigenado, otro con gorra negra al revés, y el tercero, alto y flaco, con el uniforme de secundaria mal abotonado. Los tres entraron como si fueran dueños del lugar, echándole un vistazo a Yuri sin disimulo.
Ella giró los ojos y suspiró. No estaba para tonterías.
Volvió a centrar su atención en la caja de fideos mientras escuchaba cómo los chicos iban directamente al pasillo del fondo, donde estaban las bebidas alcohólicas.
??: ¿Te apuesto que esta vez sí cae? —dijo uno en voz baja, pero no lo suficiente.
??: Nah, esa cajera es hielo puro. Me rechazó hasta cuando le llevé la ID de mi primo —contestó el de la gorra.
??: Tal vez hoy está cansada. Mírala. Tiene cara de querer morirse —agregó el tercero entre risas.
Yuri cerró los ojos por un segundo.
Contó hasta cinco.
No porque tuviera miedo, sino para no explotar.
Cuando volvió al mostrador, los chicos ya estaban formados, con una botella de soju de mango y dos cajas de vape. El rubio puso todo sobre el mostrador con una sonrisa tan falsa como su peinado.
??: ¿Me haces el favor, noona? Hoy es mi cumpleaños —dijo guiñando un ojo.
Yuri lo miró sin pestañear.
Luego desvió la mirada a la caja.
— ¿Identificación?
??: Claro, claro —dijo mientras le extendía una tarjeta algo borrosa— Es de mi primo, pero tiene mi misma edad.
— Eso no es válido —respondió, deslizando los productos hacia un lado— No puedo venderte esto.
??: Vamos, no seas así —dijo el de la gorra, acercándose más al mostrador— Nadie lo va a saber. Solo estamos celebrando. ¿Tú no celebras nada?
— No.
??: ¿Nunca? ¿Ni siquiera tu cumpleaños? —preguntó el más flaco, ahora con una expresión entre burla y curiosidad real.
— No tengo tiempo para celebraciones —dijo Yuri, cortante.
El rubio chasqueó la lengua y dio un paso atrás.
??: Eres bien amargada, ¿lo sabías? Por eso nadie trabaja contigo. Seguro ni tienes amigos.
Yuri lo miró fijamente, por primera vez. Sin pestañear. Sin miedo.
— Tienes razón.
Los chicos se quedaron en silencio por un instante.
Después rieron.
Pero la risa sonaba nerviosa.
Como si no supieran si ella estaba bromeando... o si realmente no tenía alma.
??: Nos vamos, noona. Pero deberías sonreír un poco. Vas a envejecer más rápido si sigues así —dijo el de la gorra, retrocediendo con una sonrisa burlona.
Ding.
La puerta se cerró tras ellos.
Yuri se quedó de pie por unos segundos, observando el reflejo de la entrada en la pantalla negra del monitor.
La verdad era que no le molestaban los adolescentes estúpidos.
Lo que le pesaba en el pecho era el cansancio acumulado. El hambre. Las facturas. La llamada perdida del hospital. El miedo de que esta semana no pudiera pagar la medicina de su madre.
Volvió a sentarse detrás del mostrador, acomodando el cabello que le caía sobre el rostro.
Sus dedos se tensaron sobre la caja registradora.
Su rostro permanecía impasible, pero por dentro...
Por dentro Yuri ardía de frustración.
. . .
El reloj marcaba las 9:54 p.m. Faltaban seis minutos para cerrar.
Yuri había terminado de limpiar la cafetera, reponer los fideos instantáneos en la estantería y asegurarse de que los productos refrigerados estuvieran bien acomodados. Le dolía la espalda, los hombros y las muñecas. El cansancio se había vuelto un constante zumbido en su cuerpo, como un dolor sordo que ya ni siquiera valía la pena nombrar.
Estaba guardando las monedas sueltas en la caja registradora cuando el timbre sonó una vez más.
Ding.
Ella giró sin emoción.
Un chico entró.
Era alto, con el cabello recogido en trenzas negras que caían por los lados de su rostro, ocultas en parte por la capucha de una chaqueta oscura. Llevaba gafas de sol, a pesar de que ya era de noche. Tenía un piercing plateado en el labio inferior que relucía con la luz blanca del supermercado.
Sus pasos eran lentos, tranquilos. Caminó directo al fondo del local sin decir palabra.
Yuri no lo había visto antes. No era uno de los habituales.
A diferencia de los adolescentes bulliciosos de antes, este tipo irradiaba un silencio espeso, como si el aire a su alrededor se contuviera cada vez que respiraba.
Lo observó por el monitor de seguridad sobre la caja mientras él elegía una botella de vodka importado, cara, con etiqueta negra.
Volvió sin prisa y la colocó sobre el mostrador con suavidad.
— Buenas noches —murmuró Yuri con su tono neutro.
Él no respondió, pero le extendió su identificación.
Yuri la tomó por costumbre, aunque sabía que nadie con esa actitud venía a hacer bromas.
Kaulitz, Tom. Veinte años.
La foto coincidía. El nombre no le dijo nada.
— Todo en orden —dijo mientras pasaba el código de barras— ¿Bolsa?
Él negó con la cabeza. Sacó dinero en efectivo. Billetes grandes, limpios, casi nuevos.
— Gracias —musitó Yuri, mientras le entregaba el cambio.
El chico tomó la botella y se marchó con la misma calma con la que había entrado.
Ding.
Yuri se quedó un momento mirando la puerta cerrarse tras él. Había algo extraño... no en lo que hizo, sino en lo que no hizo. No la miró demasiado, no sonrió con arrogancia, no dijo ninguna estupidez.
Ella estaba acostumbrada a clientes que le lanzaban miradas incómodas o intentaban burlarse de su silencio. Que se rieran de su pelo rosa deslavado o de su expresión distante. Pero este no.
Este simplemente... la ignoró.
Y eso, de alguna forma, la inquietó más que cualquier broma.
Sacudió la cabeza. Probablemente era solo un turista, o un chico rico con un ego sobrio. Nada que valiera la pena pensar.
A las 10:07 p.m., Yuri apagó las luces, cerró la caja, se puso su abrigo y colgó el chaleco rojo en la parte trasera del local. Salió por la puerta lateral, asegurándose de cerrar bien con llave. El frío de la noche le pegó en la cara con un suspiro helado.
Su casa no estaba lejos. Unos trece minutos a pie.
Caminó con la mochila colgada de un hombro, apretando los brazos contra el pecho. El abrigo ya no abrigaba mucho. Había sido de su padre. No lo usaba desde que él murió, pero a Yuri no le alcanzaba para uno nuevo.
Las calles estaban casi vacías. Solo algunos autos pasaban de vez en cuando, y un par de faroles parpadeaban en la esquina antes de su edificio. Subió los tres escalones del portal y entró al viejo complejo de apartamentos. El ascensor no funcionaba. Como siempre.
Subió los cuatro pisos en silencio, acostumbrada al crujido de los peldaños y al olor a humedad que impregnaba las paredes.
Al llegar, abrió con cuidado. No quería despertar a su madre si estaba dormida.
Pero el sonido de una cuchara chocando con una olla la recibió.
Jin: Yuri, llegaste justo a tiempo. Preparé algo de sopa —dijo la voz frágil, amorosa, al fondo del pequeño departamento.
Yuri entró, quitándose los zapatos.
— Mamá, te dije que no te levantaras —respondió con dulzura, entrando a la diminuta cocina.
Su madre, Moon Hae-Jin, estaba sentada en una banqueta, con una manta sobre las piernas, removiendo lentamente una olla de kimchi jjigae.
Jin: No quería que llegaras a casa sin nada caliente —dijo la mujer con una sonrisa pálida— Hoy caminaste mucho, ¿verdad?
Yuri dejó su mochila a un lado y se acercó a tomar la cuchara de las manos temblorosas de su madre.
— Sí, pero ya estoy aquí. Déjame a mí.
La mujer asintió. Tosió un poco, seca.
Yuri no lo mencionó. No quería preocuparla.
Pero cada tos que escuchaba era como una cuenta regresiva que se clavaba en su pecho.
Mientras servía los tazones, Yuri la observó de reojo. Su madre había adelgazado mucho. Su piel se veía más pálida, más frágil. Aún sonreía, pero sus ojos... ya no brillaban como antes.
— ¿Comiste algo hoy? —preguntó Yuri.
Jin: Sí. Comí unas galletas con leche esta tarde. Kyle vino a verme un rato —respondió.
Kyle era su única amiga. Había estado con ella en los peores momentos, aunque su vida también era complicada.
Yuri asintió sin decir más.
Ambas comieron en silencio, como siempre. Acompañadas por el ruido de la sopa burbujeando y el reloj de la pared.
Esa noche, después de lavar los platos, Yuri ayudó a su madre a ir a la cama. La arropó, cerró la cortina, y se sentó en el sofá, abrazando sus rodillas.
Sacó su cuaderno de cuentas y comenzó a hacer cálculos. Faltaban trescientos mil wones para el tratamiento del mes siguiente. No había forma.
Apretó los dientes. No podía fallar.
No podía perderla también.
Afuera, en la calle, un auto negro estacionado a media cuadra encendió sus luces por unos segundos, luego las apagó. Nadie lo notó.
Pero en el asiento del copiloto, unos ojos oscuros la observaban a través de unos binoculares, reconociendo su ventana con precisión.
El infierno estaba a punto de tocar su puerta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro