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Todos en el gran salón volvieron sus miradas hacia la bella joven que había aparecido y se asomaba bajo el umbral. Las antorchas de luz blanca la cegaron durante un momento, hasta que sus ojos se acostumbraron a la luminosidad. Llevaba puesta una máscara de marfil en forma de cisne que alcanzaba a cubrir la mitad de su rostro dejando al descubierto solo sus labios.
Miles de ojos la miraban. Había cambiado el panorama y los ánimos en los cortesanos. El gran candelabro de plata colgaba de un techo abovedado estrellado. De las columnas se enroscaban, con tanta comodidad como si formaran parte del palacio, enredaderas de rosas blancas. Había sido una excelente elección, pues los lirios y rosas rojas tendían a ser muy bulliciosas, groseras y estropeaban cualquier baile con sus pretenciosas discusiones.
Al darse cuenta de la gran cantidad de personas que presidían el baile esta noche, las personas a las que tendría que engañar durante otra noche, sintió una opresión en el pecho. Aquel odioso corsé tampoco ayudaba mucho, los huesillos le provocaban un constante dolor en las costillas, logrando acrecentar su característico mal humor. Por fortuna, había aprendido desde niña a ser una gran actriz e intérprete.
─Es Dezthiny –corrigió la joven princesa, bastante irritada. Cualquiera diría que tras bailes y más bailes toda la situación menguaría, y que aquella estúpida liebre recordaría mejor su nombre. Forzó una sonrisa ante los demás miembros de la corte que se encontraban en el vestíbulo y poblando el gran salón allá abajo.
Vestían con sus más elegantes trajes y vestidos de telas finas. Casi nadie podría haber adivinado que se encontraban en medio de una guerra sin fin. Un evento así un día antes de que estalle nuevamente la masacre en los campos de batalla. Era una decisión cobarde, proveniente de mentes cobardes y débiles, pero había sido una decisión que a ella no le confería tomar.
Alzando las faldas, atravesó el portón del palacio con la frente en alto y se situó junto a los monarcas, el Rey y la Reina. Se sentó en el trono menor que correspondía a la verdadera Princesa Blanca y buscó con la mirada a Jest. Su cabello negro y rizado destacaba por sobre la multitud. Estuvo a punto de cansarse de su búsqueda cuando oyó el graznido de un cuervo.
Lo observó en la lejanía; estaba parado junto a una de las columnas del palacio y portaba una máscara negra emplumada. Se fundió en las sombras con un deslizamiento y Dezthiny se sintió momentáneamente abatida. Pronto se encontrarían, eso le había prometido.
Fingió sentir la misma falsa alegría que los monarcas y copió su voz cargada de esperanza cuando realizaron su discurso. Un discurso distractorio. Jamás tocaban de forma directa las muertes y solo alababan a los héroes de la nación.
En medio del espectáculo, mucho tiempo después de que se diera iniciado el Gran Baile, Dezthiny fingió un mareo y se retiró sin que los Reyes advirtieran su ausencia.
Lo primero que hizo cuando estuvo en los tocadores fue retirarse aquel frío y brillante adorno con incrustaciones de diamantes.
La corona sobre su cabeza siempre le pesaba; no importa que ella cambiara de corona cada semana y mandara a hacer otra a su medida, siempre terminaba siendo una molestia. Era un claro recordatorio de que no había nacido para esto. Sabía perfectamente que este no era su destino. Después de todo, ella había estado presente el momento en que la Alta corte decidió su destino, por el bien del reino.
Había sido una gran farsa que debería mantener durante un tiempo más, hasta que la verdadera princesa lograse alcanzar la mayoría de edad y sus padres concluyan de que está en disposición de ser la nueva Reina Blanca.
Se mojó la cara y se retiró, luego de acomodarse nuevamente la corona.
Cuando salió, fue consciente del trono que la esperaba durante otra hora más, así que decidió que sería mejor descender por los escalones que conducían a la zona más alejada y privada del salón.
No se equivocó con su decisión cuando se encontró con Jest, esperándola.
─Dez.
Ella se acercó hacia donde se encontraba. La luz era escasa y ambarina de este lado. Él la esperaba junto a la ventana por la cual entraba un soplo del aire nocturno y las estrellas eran los únicos testigos de sus escapadas.
─Hola, ¿hay alguna dama a la que esté aguardando, sir Torre?
─Además de usted, no, me parece que no espero a nadie más, milady.
Tomó su mano y depositó un tierno beso en el dorso desnudo. Ambos se miraron con complicidad y unieron sus palmas. Jest la besó. Una caricia tan suave y embelesadora que no sabía que necesitaba. Lo había extrañado, ansiado con deseo.
Oyó el carraspeo de una persona y se giró hacia él.
El gesto de Dezthiny se torció al ver el acompañante inesperado e indeseado de Jest acercarse a ellos. Alzó su elegante sombrero de copa al realizar una reverencia y luego se acomodó el dobladillo del traje.
─Hatta. También es un gusto verte a ti.
El sombrerero soltó un bufido burlesco. Sus párpados estaban recubiertos de un suave brillo púrpura y plateado.
─Te sorprendería la constancia con la que Jest y yo hablamos sobre ti ─le confesó Dez con la mayor amabilidad que pudo reunir en ese momento.
─No te creería, aunque la mismísima Reina me obligase a hacerlo, querida.
El ambiente entre ellos siempre había sido muy tenso desde que Dezthiny podía recordar. Parecía caerle bien, y al minuto siguiente podía estar hablándole con ese tono insospechablemente malicioso muy común en él. Una vez le había hecho una corona de plástico; un material que Hatta se rehusaba utilizar, pero que, en esta ocasión ─dijo él─ constituía en el elemento perfecto para fabricar una prenda que cubriera la cabeza de la Princesa Blanca.
La corona había sido una pieza artística muy hermosa y reluciente; pero una cosa ciertamente falsa si la comparaba con la corona auténtica de la Reina y el Rey.
Jest le había tratado de convencer que esa era la forma en que Hatta expresaba su afecto. Pero era evidente las verdaderas intenciones del sombrerero.
Un aleteo en la ventana la sorprendió. Era Cuervo y murmuraba algo hacia Jest; su rostro cambió de alegría a preocupación en cuestión de segundos. Jest asintió y con una mirada triste, se despidió de Dezthiny antes de transformarse en un segundo cuervo y salir volando por la ventana.
Volvió su mirada hacia Hatta, quien la observaba con escrutinio, recorriendo con sus iris lavanda el vestuario que traía puesto. Sería mentira si dijera que su mirada no lo ponía nerviosa. No estaba segura que lo siguiente que saldría de su boca iba a ser un cumplido o un comentario hostil, así que se le adelantó.
─¿Y cómo va tu viaje hacia el otro lado del Espejo? Supongo que ya tendrás listo tu equipaje.
─¿Quién te dijo eso, querida? ─preguntó Hatta en un susurro, rayando casi la indignación. Reconoció que empezaba a perder los estribos y el contorno de sus córneas empezaron a enrojecer. ¿No habría enloquecido ya?
Ella le dio una sonrisa.
─No puedo esperar a ver otra de tus confecciones para mí, ¿sabes? Estoy segura que quizá podrías hacerme una con engranajes o quizá un reloj cucú. Tic, tac, tic, tac.
Lo tomó del brazo y se acercó a él. Su cabello cenizo le hacía cosquillas en la punta de la nariz. Percibía en él el olor de la locura. ¿Y qué hay más loco que un sombrerero arrogante y con tendencias neuróticas?
─Corre, Hatta. De este lado del Espejo, el Tiempo está a punto de alcanzarte, amigo.
No dudó en hacerle una reverencia y lo despachó. Él se alejó dando grandes zancadas. Cuando desapareció, Dezthiny soltó un suspiro de alivio.
Ahora debía comenzar con su búsqueda. Si Jest tenía razón, alguien más debía haber notado que las victorias de la Reina Blanca se acumulaban con mayor frecuencia.
Hizo a un lado la enorme cortina y luego de dar un paseo por la zona este, oyó una risotada grave que le resultó bastante conocida. ¿Podría ser? A medida que se acercaba a aquel círculo, pudo distinguir un hombre de alto porte y musculatura.
Creyó estar segura de quién era.
─Vaya, si es usted, Caballo retirado de batalla, ¿verdad?
El hombre se tomó de la barbilla, parecía halagado por ser reconocido como un héroe y servidor de la Reina. Quizá esto iba a funcionar.
─Hace relativamente muy poco, primor. O quizá mucho; debo confesar que no guardo una gran memoria sobre aquellos horrendos días, Su Alteza.
Ella recordó el monólogo que había practicado durante el camino y lo puso en práctica, aún nerviosa, pero por el bien de su éxito, trató de proyectar seguridad.
─Todos encontramos aborrecibles los sucesos relacionados con la Gran Guerra Del fin de los tiempos, pero considero que es imperativo hablarlo ahora. Hemos estado ganando las últimas batallas y creo que empieza a notarse un patrón en el tablero. ─El hombre ya no le prestaba ni la más mínima atención, se veía más interesado y deleitado por la música que por las palabras de la futura monarca. Dezthiny se aclaró la garganta─. Confío en que usted podría ayudarnos, tiene grandes tierras, Mi lord, y contactos extranjeros que justo ahora nos sería...
Él le dirigió una mirada nerviosa y distraída. Fingió que alguien lo llamaba.
─Disculpe, Alteza. Parece que el Alfil derecho requiere de mi presencia. No le quitaré más tiempo importante a usted. Ya me dijo que está muy empecinada en acabar con esta guerra. ¿Qué habremos hecho para merecer una monarca tan...eh...considerada?
No esperó que Dezthiny contestara o le concediera el permiso para retirarse y huyó hacia la barra, al otro extremo del salón, dejándola sola en medio de la pista de baile. ¿Qué se creía?
─¡Esto es importante! Y yo soy la Princesa. Usted...─Dezthiny deshizo el pañuelo que le había dado Elizabeth, una de sus criadas. Retuvo un grito de frustración.
«Bien, váyase a la infratierra o como guste»
Trató de conservar la calma mientras caminaba entre las parejas hacia la salida. Buscaría la ayuda de otra persona, después de todo, el salón estaba desbordando miembros importantes de la corte. De seguro había más de un lord o extranjero apatriado en Ajedrez dispuesto a tener el honor de servir a su nación. Si es que por lo menos alguien estuviese dispuesto a escucharla.
El baile había sido, como solía suceder a menudo, una pérdida de tiempo. Todos parecían muy concentrados en ignorar que la guerra estallaría al mediodía de mañana. Algunos bailaban el vals, otros mantenían conversaciones animosas y superfluas, también había los que se limitaban a atiborrarse de platillos sin recato alguno. Pero las miradas que cargaban eran un reflejo de lo agotados que estaban de vivir prisioneros del Tiempo y del miedo que sentían cada día.
Dezthiny sintió que alguien la arrastró de vuelta al baile. Un brazo cálido, pero incómodo la sostenía del codo. Otra mano la tomó sin su consentimiento y le hizo dar una vuelta en sincronía con las demás parejas. Cuando volteó, Dezthiny observó con enojo que aquel sujeto era un completo desconocido; su cabello era largo y oscuro y caía hacia adelante como si no hubiera tomado el más mínimo cuidado de estar presentable. Con solo verle una vez más, sintió una gran aversión hacia él.
─Princesa, usted luce...─El extraño quedó en silencio mientras la contemplaba y sonrió con una energía extraña─ radiante.
Ella tragó saliva.
─¿Gracias? Si pudiera ser amable...─Dezthiny se zafó de su agarre con violencia, pero el hombre no dio señales de sentirse ofendido. Solo siguió sonriendo de esa manera que resultaba perturbadora.
─Oh, por supuesto. Mis disculpas, ¿Su Alteza?
─Espero que disfrute del baile, eh...señor...
─No guardo ningún título de Lord o cualquiera, soy solo un humilde sirviente. Un Peón.
Se apartó la espesa mata de cabello del rostro y entonces Dezthiny se dio cuenta de por qué le resultaba familiar. Sus ojos eran de un rojo vivo, intenso. Imposible de confundirlo con alguien más. Era un Peón, sí, cuya presencia había sido bastante reciente en la corte. Por eso no lo había recordado con rapidez. Si no se equivocaba, aquel hombre provenía de Corazones, uno de los cuatro reinos que existían más allá del Espejo.
¿Qué hacía un hombre de esas tierras aquí?
Ajedrez solía recibir algunos extranjeros de los reinos de Tréboles, Diamantes y Picas. Pero muy pocos solían provenir de Corazones. Hatta era uno de los que Dezthiny tenía noción.
─Su Alteza, se ve nerviosa. ¿Le podría acompañar a tomar un poco de aire fresco?
─No... ─murmuró ella con enojo. Su voz se perdía entre la música y las risas de los nobles. Ella se resistió cuando el extraño la tomó del brazo y la condujo hacia afuera por la fuerza.
Cuando estuvieron en el patio exterior, una sombra apareció volando sobre ambos. El graznido de Cuervo había sido su salvación.
Dezthiny barrió con la mirada a aquel hombre y lo apartó de un empujón antes de salir corriendo. Siguió al emplumado y fiel compañero de Jest hacia una construcción antigua de Ajedrez, una de las grandes joyas.
La bóveda de memorias de la Reina.
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