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12: Manos manchadas de sangre

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  VERÓNICA NO DEJÓ DE MOVER SU PIERNA durante la primera hora de clase; mientras su profesora hablaba sobre guerras e ideas nazis, la rubia había estado observando con ansiedad el reloj en la pared.Tenía la impresión de que cada minuto que pasaba parecía una insoportable eternidad. Al principio, quería que la clase diera inicio incluso antes del horario establecido, porque solo quería que Peter entrara por la puerta; sin embargo, con el pasar del tiempo y la clase ya habiendo comenzado, Peter nunca apareció.

  Verónica se sintió idiota por haber estado esperándolo, pero al mismo tiempo, no pudo evitar estar preocupada por él. Recordó el primer día de clases, cuando el director lo presentó como un estudiante excelente en el área deportiva, pero también uno que mantenía calificaciones perfectas. No lograba entender qué era lo que estaría sintiendo. Verónica quiso empatizar con su situación, incluso se forzó a imaginar un escenario trágico similar, en donde eran algunos de sus padres los que colgaban de un árbol decapitados. Una angustia rara para ella recorrió su cuerpo, enfriándolo tanto como el día que intentó nadar en agua helada. Sus padres no eran los mejores del mundo, pero para Verónica seguían siendo las personas más importantes y las únicas en su círculo familiar. Le dolió, pero ella estaba segura de que si hubiese pasado por algo similar, habría tenido la voz de su madre exigiéndole seguir adelante sin demostrar debilidad. Y el solo hecho de haberse imaginado aquello, logró que los sentimientos de aflicción se disiparan.

  No pudo seguir soportándolo más tiempo; así que, cuando la aguja del reloj marcó la media hora, se puso de pie, tomó sus cosas del suelo y salió del salón seguida por las miradas de sus compañeros y los reclamos de su profesora.

  —No me siento bien —fue lo único que dijo antes de irse.

  Verónica caminó por los pasillos con la cabeza en alto, pero descargando sus emociones apretando con fuerza la correa de su bolso. ¿Por qué le afectaba tanto lo que sucediera con Peter? ¿Por qué siquiera le interesaba? ¿Acaso no podía ignorarlo de la misma forma que él lo había hecho con ella? No dejaba de hacerse aquellas preguntas.

  Cuando llegó a los baños de mujeres, Verónica empujó la puerta con ambas manos y entró antes de que escuchara al equipo de lacrosse correr por los pasillos mientras festejaban una victoria. Verónica no tenía idea de si habían tenido un partido importante y tampoco le habría interesado si no hubiese escuchado la voz de su mejor amigo dándoles ánimos. Ella se lavó la cara rápidamente y, mientras se secaba con un pedazo de papel, abrió la puerta. Para cuando salió del baño, Christopher estaba de pie junto a las escaleras a un par de metros de ella, conversando seriamente con un chico que le resultó vagamente conocido. A unos cuantos pasos de llegar a ellos, el chico le dio una mirada a ambos antes de irse por uno de los pasillos con paso firme. La rubia observó confundida a su amigo.

  —¿Qué quería contigo? —inquirió—. ¿No es uno de los amigos de Peter?

  Christopher negó antes de rodear los hombros de ella con uno de sus brazos.

  —Nada importante, ya sabes cómo se ponen cuando ven a un cazador. Como sea, ¿quieres hacer algo? —le preguntó con una sonrisa ladina—. Vamos, solo veremos el entrenamiento de básquetbol para burlarnos un poco porque no hay nada más interesante para hacer; además, no tengo ganas de entrar a clases hasta después del almuerzo.

  —¿Desde cuándo vas a las prácticas de Básquet, Christopher? —cuestionó ella.

  —¡Siempre! —respondió como si fuese obvio.

  —¿Y si nuestros padres nos descubren? —preguntó Verónica, preocupada.

  Christopher alzó la mano en la que llevaba su anillo y sonrió.

  —Básicamente nos han regalado una excusa válida para todas nuestras aventuras.

  A los segundos de haber llegado al gimnasio, los ojos de Verónica escuadriñaron toda la cancha de básquetbol en busca de un solo objetivo; pero al no encontrar nada que lograra interesarle, se sentó junto a su mejor amigo, mientras le daba un vistazo de reojo. Aunque Christopher luchó por demostrar tranquilidad y despreocupación absoluta, Verónica no podía dejar de pensar en la escena que había visto minutos atrás, renegándose a creer que solo se trataba de una provocación debido a la rivalidad. Se acercó a su amigo un poco más y apoyó la mano izquierda en una de sus piernas, ganándose la atención inmediata de él. Su mirada debió haber delatado su confusión y preocupación, porque Christopher no tardó en regalarle una enorme sonrisa intentando tranquilizarla.

  —Eres muy obstinada, Verónica —criticó con un tono burlesco.

  —No soy obstinada si estoy segura de que algo más ocurre —se defendió.

  —Pero nada más ocurre —le aseguró él, devolviendo la vista a la cancha frente a ellos.

  Verónica bufó, mirando en la misma dirección que su amigo.

  —Y ahí está: ese desvío de mirada que me asegura cuando evitas hablar sobre la verdad, mientras repasas las posibles mentiras que crees que me tragaré —señaló Verónica de forma severa—. Soy comprensiva, no estúpida; sé cuándo me excluyen.

  Christopher regresó la vista a ella y la escaneó con la mirada, como si no estuviese seguro de que fuese su amiga con quién hablaba en ese momento.

  —Bueno, ¿y a tí que te pasa, eh? —inquirió fingiendo estar molesto, aunque en realidad estaba a punto de vomitar de los nervios por tanto interrogatorio—. Últimamente has estado cuestionando todo lo que hago y digo. Eres mi mejor amiga, Vero, pero no debes y no tienes que saber todo sobre mí.

  Verónica clavó su mirada en los ojos de él. Su brillo sincero ya no era tan auténtico como el que solía tener cuando se trataba de ella, y eso casi no podía soportarlo.

  —No pido saberlo todo —aclaró—, pido que seas equitativo conmigo. Necesito que sepas que puedes confiarme algunas cosas.

  —¡Sé que puedo confiar en ti! —aseguró en un susurro—. Hay cosas que no debes saber, ¿es tan difícil entenderlo?

  —Es difícil entenderte a ti en este punto, Christopher.

  —No lo es...

  Verónica se cansó de la actitud evasiva de su mejor amigo y se levantó, dejándolo con las palabras en la boca. Christopher, imitando su acción, bloqueó su camino hacia la salida por las gradas. Ella lo miró con enojo mientras se cruzaba de brazos, esperando que su amigo se corriera para poder irse de una vez. El rubio la observó con indecisión, como si en ese mismo instante, estuviese poniendo en duda hasta su propia existencia. Luchaba contra las incontrolables ganas de expresarle todo lo que estaba ocurriendo con él, verdaderamente; sin embargo, antes de que pudiera retomar la conversación, Verónica notó la presencia de Peter detrás de él, quién parecía estar conteniendo la ira en su interior.

  —Está bien, Vero; ¿podrías escuchar lo que tengo que decir? Es importante. —A pesar de la clara advertencia en los ojos de su amiga, Christopher, prosiguió—: Sé que no te lo dije antes, pero...

  Inmediatamente, Verónica lo interrumpió tomándolo del brazo.

  —Cierra la boca —musitó.

  Christopher la miró perplejo por su actitud poco común; pero apenas se dio la vuelta, entendió la razón por la que su amiga actuaba de esa forma.

  —No, déjalo que termine. —Peter se acercó al rubio de forma amenazante, dando ligeros pasos hacia adelante—. ¿Qué ibas a decir, eh? ¿Acaso sabías que fue tu padre quien aniquiló al mío? ¿O es que solo te enseñan a justificar el asesinato cuando viene de parte de tu familia?

  Enseguida, Verónica soltó el brazo de su amigo mientras cruzaba miradas con el amigo de Peter. Christopher se puso a la defensiva, enderezando su espalda para aparentar mayor altura y seguridad.

  —¿Acusas a mi padre de algo tan grave como eso, o intentas excusar al tuyo de haber hecho algo contra las reglas? —espetó.

  Peter intentó abalanzarse hacia él; aunque logró ser detenido a tiempo por uno de sus amigos, el cual había decidido intervenir al notar lo que estaba ocurriendo.

  —No vale la pena, Peter —quiso calmar Max, aunque sabía que sería un intento en vano.

  Verónica, por otro lado, observó los puños enrojecidos de Peter y sus ojos celestes ceñidos de ira y sufrimiento. No pudo esfumar el angustiante sentimiento que cruzó por su pecho al imaginárselo llorando por su padre. ¿Por qué le dolía más aquella imagen que la sola idea de imaginarse a su propia familia muerta?

  Peter apuntó al rubio cuando Verónica bajó la mirada al suelo.

  —¡Mi padre era un hombre incapaz de quebrantar su propia palabra! Sabrá el tuyo lo que eso siquiera significa —escupió el chico con odio—. Toda tu familia inventó historias nefastas sobre la mía, historias incoherentes y absurdas que no hacían más que propagar un odio irracional entre nosotros, ¿y todo eso para qué? ¿Un poco más de poder?

  Verónica regresó la vista a Peter totalmente desconcertada. ¿Acaso él pensaba que ella había tenido algo que ver? ¿Creía que ese horripilante suceso había sido premeditado... por ella?

  —Lo que mi familia hizo fue fatídico —defendió Christopher—. Te guste o no, agradece que fue uno y no los que hubiesen sido si les permitíamos seguir con su naturaleza salvaje. Cada muerto en nuestras manos es porque las suyas ya estaban manchadas de sangre, y tu padre...

  Antes de que Christopher pudiese continuar, Peter le propinó un golpe seco en el rostro, interrumpiéndolo de inmediato. El rubio se tomó la mandíbula conteniendo su enojo mientras clavaba sus ojos en ambos amigos.

  —¡Te reto a que lo digas, idiota de mierda! —exclamó Peter enfurecido.

  —¡Es suficiente! —intervino Verónica. Se acercó a ellos y señaló todo el lugar—. A menos que tengan intenciones de que todos se enteren, les sugiero matarse en otro lado.

  Luego, por primera vez, Peter posó su mirada destruida en Verónica. Sus ojos experimentaron una conexión casi inmediata por unos breves segundos; conexión que él mismo decidió romper tan rápido como se formó.

  —Lo único que ha hecho tu padre por el linaje familiar, del cual tanto te enorgullece pertenecer, ha sido mancharlo con la sangre de inocentes, destruyendo el honor que había perdurado por generaciones —espetó Peter con el odio marcado en cada palabra—. Los Argent se destruyen desde adentro, y eso es increíblemente patético.

  Christopher se quedó sin palabras, sabiendo que la punzada en su orgullo se debía a las palabras honestas de aquel chico.

  Cuando Peter se dio la vuelta decidido a irse, Verónica notó que llevaba puesta la misma ropa que esa mañana, dejándole en claro que no había llegado a la cancha con la intención de unirse al entrenamiento, sino que, tal vez, su propósito había sido otro; seguramente, ir tras ellos.

  Un silencio tenso se formó entre ambos amigos, mientras sus cuerpos seguían agarrotados. Christopher saboreó el gusto a sangre que no había dejado de salir de su nariz, luego del golpe que Peter le había dado.

  Verónica por fin reaccionó cuando la espalda de Peter se perdió de su vista. Volteó hacia su amigo en ese momento.

  —¿Sabías que matarían al padre de Peter? —preguntó, sintiéndose incrédula—. ¿Lo sabías?

  —No lo sabía, acabo de enterarme, Verónica —musitó él—. Te lo juro.

  Los ojos de Verónica no encontraron un sitio cómodo en el cual detenerse. Sintió la ausencia del aire en sus pulmones y decidió cerrarlos hasta que pudo respirar con normalidad otra vez.

  —Debo irme —informó, antes de por fin salir de aquel lugar que parecía estar sofocándola. Los llamados de su mejor amigo no lograron detenerla.

  Una vez afuera del gimnasio, se topó con varios estudiantes yendo y viniendo en todas las direcciones para dirigirse a sus respectivas clases.

 Pero Verónica no tenía intenciones de ir a las suyas.

  En medio del bullicio y los empujones, Verónica caminó entre los estudiantes por el pasillo principal. Se quitó el anillo de compromiso y enseguida lo guardó en uno de los bolsillos de su bolso sin siquiera pensar detenidamente en lo que estaba a punto de hacer. Sabía que si lo analizaba demasiado, sus pies se detendrían a pocos pasos de llegar y se daría la vuelta para nunca regresar. Y ella no quería que eso sucediera.

  Mientras se dirigía a su destino, Verónica se encontró con una mirada intensa puesta exclusivamente en ella. Una chica rubia, tal vez de su misma edad, la observaba como si estuviese caminando con el cuerpo empapado de sangre. Verónica frunció el ceño cuando, al pasar junto a ella, la chica dejó que sus ojos brillaran de un amarillo intenso. Había sido una clara señal de advertencia; sin embargo, Verónica no entendió de qué exactamente. En ese punto, pudieron haber sido demasiadas cosas. Tal vez, la mayoría de seres sobrenaturales estaban enterados de la pérdida importante de los Hale, y como se trataba de un alfa respetado, se encargarían de no enterrar aquella desgracia como si se hubiese tratado de algo insignificante.

  Verónica continuó con su camino, tratando de apartar de su mente los pensamientos sobre aquella misteriosa chica. A pesar de saber que no tenía la culpa de lo sucedido, una leve sospecha rondaba su cabeza, preguntándose si Christopher había estado involucrado de alguna forma en eso.

  Finalmente llegó a su destino después de doblar al final de un pasillo y encontrarse a unos metros de las escaleras. Mientras se detenía junto a la puerta de los vestidores masculinos, escuchó las voces de Peter y su amigo Max resonando en el pasillo.

  —¿Qué pensabas que iba a pasar, Peter? Enfrentar al hijo de Gerard de esa manera solo te garantiza una bala en la cabeza —le reclamó Max con preocupación—. Meterse con su familia solo te llevará a la muerte.

  —No te preocupes, la bala ya la tengo asegurada desde hace tiempo —respondió Peter con un tono falso de gracia—. ¿Sabías que ella estaba conmigo esa noche?

  —¿Quién? ¿Verónica? —nombró Max totalmente perplejo—. Peter, ¿acaso entiendes el nivel de gravedad al que te estás exponiendo?

  Verónica apretó con fuerza la correa de su bolso, sus nudillos se volvieron blancos por la tensión acumulada. Se sintió extraña.

  —Hablar con ellos es peligroso, ¿no lo entiendes? Sabes cuál es el riesgo —advirtió Max con seriedad.

  —¡Lo sé perfectamente, Max! —masculló Peter—. Mi padre murió por tratar de negociar con... con ese hombre despreciable; ni siquiera puedo mencionar su nombre sin sentir...

  Silencio.

  Verónica entró en alerta de inmediato. Se pegó contra la pared, esperando pasar desapercibida por todos los estudiantes que pasaban junto a ella. Por un instante, se había olvidado por completo que eran hombres lobos con habilidades sobrenaturales. "¿Tal vez oyeron su respiración?", pensó Verónica, "tal vez no, estaba segura de que lo hicieron".

  —¿Qué sucede? —preguntó Max con intriga.

  Verónica no escuchó la respuesta de Peter; sin embargo, su cuerpo se heló cuando él apareció de forma inesperada en su campo de visión al salir de los vestidores. Verónica se juntó aún más en la pared con una mezcla de desconcierto y miedo reflejados en sus ojos. Apretó con más fuerza la correa de su bolso, sintiendo que su corazón latía con fuerza en su pecho.

  —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Peter, tratando de ocultar su nerviosismo—. ¿Estás espiándonos?

  —Y-yo no..., por supuesto que no —intentó demostrar seguridad, aunque su voz tembló con cada palabra.

  Finalmente, Max salió de los vestidores y posó su mirada en la chica con recelo, cruzándose de brazos al mismo tiempo. Peter ni siquiera se molestó en verlo, sus ojos aún seguían clavados en los de Verónica, y ella tuvo la impresión de que él estaba intentando averiguar si estaba siendo sincera o no.

  —Entonces... —suspiró Max mientras se acercaba al oído de su amigo indiscretamente—, puedo ver un punto rojo en el centro de tu frente justo ahora.

  —Nadie va a matar a nadie —les aseguró Verónica, recomponiendo su compostura—. Estoy aquí por mi cuenta.

  Max le dirigió una mirada con falsa incredulidad.

  —¿Ah, sí? Creí que ya habían comenzado a contarlos —dijo.

  Peter le dio un ligero golpe en el pecho a modo de advertencia cuando ella bajó la mirada al suelo.

  Verónica sabía que no podía exigirles demasiada confianza, mucho menos en ella, quien formaba parte de un grupo enorme que los cazaba; sin embargo, también conocía los riesgos que suponía el solo hecho de estar parada frente a ellos, y Verónica estaba segura de que solo un lado tendría problemas con eso.

  —Necesito hablar contigo, Peter. —Verónica alzó una ceja al ver al amigo de él, prestando demasiada atención a sus palabras—. A solas —añadió.

  Max alzó ambas manos y comenzó a alejarse de ellos con una sonrisa forzada en su rostro.

  —Está bien —dijo antes de que su semblante se transformara en pura angustia—, yo seguiré en busca de mi mejor amigo.

  Después de que Max desapareciera de su vista, Verónica volvió su atención a Peter, quien permanecía absorto en sus pensamientos mientras la observaba detenidamente. A pesar de sentirse atraída por sus ojos, Verónica se contuvo, temiendo que alguien más los estuviera mirando, especialmente debido a la intranquilidad de que Christopher pudiera estar buscándola.

  Al notar el nerviosismo de verónica, Peter colocó una mano en su hombro y la guió discretamente hacia los vestidores. Ella lo siguió sin oponer resistencia, antes de asegurarse de que nadie les estuviera prestando demasiada atención. A lo lejos, solo alcanzó a ver a la misma chica rubia con la que cruzó miradas minutos atrás, conversando con la trigueña que había estado con Peter la noche de la fogata.

  Oh, Verónica la recordaba perfectamente.

  Peter también le dio un vistazo al pasillo, y una vez que Verónica entró, cerró la puerta con cuidado. Se volteó hacia ella cuando la escuchó exhalar.

  —Escucha, Peter, sé que probablemente estés molesto conmigo, aunque no tenga la certeza de por qué exactamente...

  —¿No lo sabes? —inquirió él, alzando una de sus cejas.

  Desanimada, Verónica formó una diminuta sonrisa de labios sellados. Peter se dio cuenta enseguida de que había caído en su trampa.

  —Entonces si estás molesto —susurró, debilitando el agarre en la correa de su bolso.

  Peter apoyó los dedos en su frente, cerrando los ojos por unos segundos en un mediocre intento de aclarar sus propios pensamientos. Luego dejó caer los brazos a los costados de su cuerpo, rendido. Bajo la mirada de Verónica, se dirigió hacia uno de los asientos junto a los casilleros y suspiró al sentarse.

  —No estoy molesto —aseguró, inclinándose hacia adelante y apoyando sus codos encima de sus piernas—. Verónica, la realidad es que me siento absurdamente decep...

  Ella contuvo la respiración.

  —Sé que... —interrumpió enseguida, no queriendo escuchar lo que Peter estaba a punto de expresar—. Mira, sé que tienes muchísimas cosas más importantes por las cuales preocuparte justo ahora, y sinceramente, espero que lo que sea que esté ocurriendo, no provoque más destrozos de los que causó; pero tengo que decírtelo, porque quiero que entiendas que por la única razón que llegué a la preparatoria esa noche, fue para escapar de una realidad angustiante a la que me estaba enfrentando.

  —¿Y con esto tratas asegurarme que no tuviste nada que ver con lo que le ocurrió a mi padre? —Peter tragó con dificultad—. ¿Vas a decirme que tú, una cazadora tan cercana a los Argent, no planeaste absolutamente nada para llevarme al bosque con excusas que pudiste haber inventado en el camino?

  Verónica guardó silencio, no porque no tuviera la convicción de que sus manos estuvieran limpias de la sangre, sino porque temia que, en realidad, el suceso si hubiese sido premeditado.

  —¿Por qué no me dices que estoy equivocado? —cuestionó él, comenzando a apretar sus manos entre sí.

  —¿De qué serviría, Peter? —preguntó Verónica en un susurro, sin poder despegar su mirada del suelo—. ¿Qué podría hacer que cambiaras de opinión sobre mí? Yo nunca haría algo como eso. Jamás mataría a alguien y jamás lo he hecho, al menos no por voluntad propia; pero, ¿cómo podría convencerte de eso? Estuve contigo todo el tiempo, ¿es eso suficiente? Sí, pude haberlo planeado, como tú dices, pero no fue así. Y si eso no es suficiente, no puedo hacer más que decirte lo mucho que lamento haber aparecido aquella noche, para que luego, por culpa de mi estúpida crisis, tuvieras que presenciar un hecho tan traumático como lo fue para ti.

  Verónica sintió que la mirada de Peter penetraba hasta su alma, y cuando él corrió sus ojos hasta su pecho, entendió que la razón se debía a su interés por el ritmo de sus latidos. Peter quería tener la seguridad de que no estuviera mintiendo. Él se mordió el labio inferior con frustración cuando se dio cuenta de que Verónica había sido sincera.

  —A menos que sepas controlar tu ritmo cardíaco, te creo —dijo.

  Verónica soltó el aire que tenía retenido en sus pulmones.

  —Siento mucho haberte ignorado en lugar de hablarlo contigo; en verdad, sé que estuvo pésimo de mi parte. Solo quería ahorrarme la humillación de que te mofaras de mí cuando te exigiera explicaciones —Peter excusó de inmediato—. Aunque creo que si hubieses hecho algo de lo que te acusé, habría sido mucho peor tu trato hacia mí.

  —Tienes un punto —murmuró ella, antes de morderse el labio inferior de la misma forma que lo había hecho Peter con anterioridad.

  —Y sí, estaba molesto —admitió él en voz baja. El bullicio del pasillo comenzó a disminuir luego de que el timbre sonara—. Lo siento, mi madre siempre me ha enseñado que las cosas nunca se resuelven si no se hablan, pero...

  —No me tienes que dar explicaciones sobre nada, Peter. Solo quería que supieras que yo no tuve nada que ver —le aseguró, acercándose lentamente hacia él. 

  Peter asintió despacio sin parecer capaz de quitarle la mirada de encima.

  Fue ahí, en ese instante en que un rayo de sol iluminó un lado del rostro de Peter, cuando Verónica se dio cuenta de lo rojos y levemente hinchados que se encontraban sus ojos. Ella debió ser demasiada obvia con su preocupación, porque Peter enseguida bajó la mirada hasta sus manos, en donde comenzó a apretar sus dedos de forma nerviosa. Para Verónica, resultó ser demasiado notoria la vena hinchada en el lado izquierdo de su cuello, delatando la impotencia que incrementaba dentro de su cuerpo.

  Verónica lo dudó por unos segundos, recordando que ni siquiera su mejor amigo consideraba desahogarse con ella en esos días. Tal vez no era demasiado buena consolando, pensó. Pero Peter no le ordenó que se fuera, y ella tampoco notó que tuviera intenciones de hacerlo. Pensó en ella misma y en las incontables veces que tuvo que ser silenciosa cuando algo le ocurría, aunque buscara estar al lado de alguien; no era por voluntad propia, pero tal vez Peter era así. Tal vez a Peter le gustaba la compañía silenciosa.

  Verónica no dijo nada; así que, en silencio, se sentó en el mismo asiento que Peter a una distancia considerablemente lejos, dándole el espacio que ella creía que él necesitaba.

  Al pasar de unos cortos minutos, aún con la concentración en el movimiento de sus dedos, Peter habló:

  —No tienes que quedarte, Verónica.

  —Tienes razón —concordó ella; sin embargo, permaneció sentada junto a él.

  Inconscientemente, la boca de Peter se curvó en una diminuta sonrisa. Ni siquiera se había percatado de tal cosa; hasta que pasó su mano por encima de sus labios, queriendo retirar el sudor provocado por los nervios. Fue casi inmediata la forma en la que se forzó a volver a la seriedad.

  Verónica no se enteró del cambio de Peter; su mente divagó entre sus pensamientos, antes de creer que era necesario hablarle.

  —Desde esa noche —dijo Verónica—, me he esforzado por ponerme en tu lugar, de verdad. Quería experimentar aunque sea una pizca de lo que podrías haber estado sintiendo, y aún lo intento; pero no puedo ni siquiera imaginarme en aquella posición. Y solo puedo pensar en que si la pérdida de él te afectó tanto, debió haber sido un padre asombroso.

  Peter cerró sus ojos cuando un nudo se formó en su garganta, teniendo la impresión de que poco a poco el aire dejaría de llegar a sus pulmones. No quería y no tenía intenciones de derramar ni una sola lágrima en aquel momento, no enfrente de Verónica; sin embargo, no pudo evitar que su voz saliera en un susurro, aún cuando intentó con todas sus fuerzas hablar con normalidad. 

  —Era un hombre asombroso —susurró Peter, antes de voltear a ver a Verónica, la cual se encontraba observándolo con atención—. Fue el esposo que toda mujer eligiría y el padre que todo hijo desea. Era una buena persona admirada por muchos..., en especial por mí. Y una persona como él no muere nunca. 

  —Las personas no son eternas, lastimosamente —habló Verónica—; pero una vez se ausentan, el recuerdo que nos consuela los vuelve inmortales.

  —Es cierto, pero no es suficiente —musitó Peter, animándose a tragar aquel nudo que molestaba, aunque la angustia fue aún peor cuando se detuvo en su pecho—. Y no es justo.

  —Lo sé —suspiró Verónica, sintiéndose culpable por no saber de qué forma podría ayudarlo.

  Luego de un profundo silencio, Verónica volteó a verlo y se dio cuenta de que Peter había vuelto a sumirse en sus pensamientos, tal vez sopesando sus palabras o aferrándose a algún recuerdo. Con los dientes apretados y la mandíbula marcada, Peter movió sus manos del regazo y las apoyó en el asiento a sus lados. Verónica fijó su mirada en la mano izquierda de Peter y sintió la fuerte necesidad de mostrarle apoyo de una manera más tangible que solo con palabras.

  "¿Y si se molesta conmigo?", pensó Verónica, "bueno, podría soportarlo".

  Después de soltar un suspiro, Verónica finalmente se animó a deslizar su mano con cuidado hasta la de Peter; a pesar de estar segura de querer consolarlo, sus nervios hacían que su cuerpo se volviera rígido. Ella aún no entendía la razón.

  En mitad de camino, sus dedos titubearon junto a su indecisión; ¿por qué le era tan difícil? Pensó que tal vez se debía a que era la primera persona, además de su mejor amigo, a quien genuinamente quería ayudar. El problema era que nunca se había encontrado en una situación similar. Apretó sus labios con fuerza e inhaló profundamente antes de animarse a seguir el recorrido. No fue hasta que sus pieles entraron en contacto que una corriente eléctrica recorrió su cuerpo, provocando un estremecimiento sutil pero demasiado intenso para ella. La palma de Peter estuvo a punto de volverse un puño, pero luchó por mantenerla quieta, a pesar de que Verónica sintiera la rigidez de sus dedos.

  Inseguro, Peter bajó su mirada hacia las manos de ambos, escaneando con atención lo que sucedía; mientras tanto, Verónica se mordía los labios intranquila al no estar segura de qué forma él podría reaccionar. ¡Apenas se conocían!

  Sin embargo, Peter sorprendió a Verónica al clavar sus ojos celestes en los cafés de ella y dedicarle una sonrisa sincera. Un estremecimiento aún más intenso recorrió la espalda de Verónica con furor, provocando que curvara sus labios hacia arriba también. Era una sensación sumamente agradable para ella, una experiencia totalmente nueva que jamás creyó vivir, ya que ni siquiera estaba segura de que existía más allá de sus románticos libros.

  Recordó haber leído algo sobre eso...

  Una fuerte punzada cruzó su pecho.

  Entonces ocurrió. Una voz ajena dentro de su cabeza la arrancó sin piedad de aquella distintiva fantasía.

  No podía. Era incorrecto.

  Ni siquiera tenía la certeza de lo que podría estar experimentando; pero Verónica sabía que estaba mal tener cualquier tipo de sentimiento más allá del odio por ellos. En especial, por Peter Hale.

  Tuvo la horrible impresión de que sus padres estaban observándola, atentos a cualquier movimiento que ella decidiera tomar, y sabía cuál sería el correcto ante sus estrictos ojos. Pero no. Verónica luchó por tranquilizarse; cerró sus ojos durando unos breves segundos, e inhaló en cuanto volvió a abrirlos. Tenía que hacerlo, por el bien de ambos. Le dio un suave apretón en la mano antes de ponerse de pie; sin embargo, por alguna extraña razón, Peter no soltó su mano hasta que Verónica se alejó lo suficiente para separar sus dedos. Era como si sus pieles hubiesen querido fusionarse en esos pocos minutos que duraron en contacto.

  Cuando Verónica caminó hasta la puerta de los vestuarios, Peter carraspeó, aún inmerso en aquel pequeño momento que tuvieron, como si se hubiese estado repitiendo dentro de su cabeza al estilo de un bucle. Su semblante arrugado delataba su confusión, pero el brillo de sus ojos confirmaba un nuevo sentimiento formándose dentro de él, aunque no era demasiado obvio para ninguno de los dos.

  —Gracias —agradeció con sinceridad, aunque su voz salió más áspera de lo común.

  Verónica asintió antes de abrir la puerta y salir casi corriendo del lugar.

  ¿Qué se suponía que le estaba ocurriendo? Era como si hubiese experimentado los síntomas previos de un paro cardíaco.

  Verónica no lo sabía, pero estaba huyendo de algo más que solo de aquella situación.

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