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04: Fogata

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  PETER SE LLEVÓ LAS MANOS A LOS BOLSILLOS de su abrigo, mientras mantenía su mirada atenta en Verónica; algo en ella capturaba su completa atención. El cabello rubio—casi blanco—de la chica se iluminaba con la fogata mientras bailaba de forma descoordinada junto a su mejor amigo, Christopher Argent. Peter notó diversión en los ojos de ella, pero no dudaba en que había algo más.

  Cierta curiosidad la invadía por momentos y recorría su mirada entre los rostros de todos los presentes. Los ojos de Verónica no se detuvieron hasta que dieron con los suyos; entonces, Peter supo que lo que estaba buscando era a una persona en específico: él. La sonrisa de Verónica se borró por unos rápidos segundos y, como si se hubiese tratado de una acción involuntaria, sonrió nuevamente, pero en su dirección.

  Peter estiró sus labios disimuladamente cuando, de reojo, alcanzó a ver a Chris observándolo con cierta molestia. La enemistad de sus familias los había llevado a conocerse, más no a crear un vínculo bueno entre ellos; se odiaban sin motivos propios. Peter recordaba a la perfección la vez en que Chris y él se conocieron. Fue una completa decepción para él. Peter estaba convencido de que tendría un nuevo amigo hasta que el rubio reveló su identidad.

  —¿Quieres otra cerveza, Hale? —preguntó la chica trigueña que estaba con él—. Te has tomado las anteriores como si fuese agua y nada parece hacerte efecto. —Soltó una risa, aunque ninguno de los dos estuvo seguro de por qué.

  Peter volteó a verla y negó con la cabeza antes de apoyarse en el tronco detrás de él. La luz de la fogata solo iluminaba la mitad de su rostro, dándole un aspecto aún más intimidador de lo que solía ser. Aunque eso no parecía haber afectado en lo absoluto el carácter de la chica.

  —Tengo un estómago fuerte —dijo, acariciando la mejilla de la chica a medida que ella se acercaba a él. Los brazos de ella, trabajados por el lacrosse, rodearon su cuerpo—. ¿Irás al partido de este sábado? Será con los egocéntricos y adinerados de Devenford. La última vez ganamos, no espero menos ahora.

  Ella volteó los ojos con diversión.

  —También eres un egocéntrico y adinerado —le recordó.

  —Sí, pero no voy a Devenford, entonces...

  La chica se avalanzó hacia él y atrapó sus labios con los suyos. El beso se intensificaba más a medida que corrían los segundos, pero Peter no mantuvo sus ojos cerrados durante mucho tiempo. Algo parecía inquietarle y cuando su mirada se arrastró hasta Verónica, no pudo evitar preguntarse: ¿A qué sabrían sus labios?

  Christopher se aclaró la garganta atrayendo la atención de Verónica en segundos.

  —¿En qué piensas? —preguntó—. Podemos irnos si eso es lo que quieres.

  Verónica negó y Christopher suspiró bajando la mirada.

  —Sabes que esto me abruma a veces, no te preocupes —contestó ella intentando tranquilizarlo—. Iré por más bebidas.

  Él asintió mientras le entregaba su vaso rojo con solo un par de gotas en el interior. Verónica le dedicó una pequeña sonrisa antes de voltearse y caminar hasta donde se encontraba el grupo que servía cerveza. Una expresión risueña se formó en su rostro cuando un joven pelirrojo tomó ambos vasos de sus manos y los llenó con rapidez.

  Cuando estuvo a punto de recibirlos, una larga mano apareció en su visión, tomando los vasos por Verónica. Se volteó hacia la persona junto a ella y su semblante vaciló con nerviosismo cuando se dio cuenta de que era Peter quién se había entrometido. Este alzó la comisura de sus labios y le guiñó un ojo, luego le agradeció al chico. Verónica no dijo nada hasta que Peter se volteó completamente hacia ella.

  —¿Qué se supone que haces? —cuestionó ella, alzando una ceja.

  Peter no dejó de sonreír.

  —Facilitándole la vida a mi Julieta —respondió.

  Verónica le quitó los vasos de sus manos.

  —Bueno, mi Romeo, estoy segura de que no se me caerán las manos —habló de forma irónica.

  La chica no dijo nada, pero lo vio, con el entrecejo fruncido, darse la vuelta e irse en silencio con las manos en los bolsillos. Verónica caminó entre la gente hasta que logró dar con su mejor amigo. Christopher la rodeó por encima de los hombros con uno de sus brazos. Ella lo observó de reojo con una de sus cejas arqueadas; no entendía a qué se debía su repentino agarre, y por un momento, incluso dudó de su estado de sobriedad. Pero no. Lo había escaneado con la mirada unas tres veces y no había dejado ver ni un rastro de ebriedad como usualmente pasaba, cada vez que él bebía.

  Su duda se aclaró en cuanto escuchó su pregunta:

  —¿Por qué hablabas con Hale, Verónica? ¿Acaso no hemos tenido suficiente por él?

  —Él me habló —le aclaró mientras le entregaba uno de los vasos—. Además, Christopher, yo recibo los golpes.

  —Si es lo que crees... —murmuró él, antes de darle un largo trago a la cerveza.

  Verónica llevó el vaso a sus labios, deteniéndolo justo antes de tocar el borde. Sus ojos se fijaron en un trozo de papel blanco completamente húmedo pero, aún así, intacto. Rápidamente le echó un vistazo a su amigo y, cuando este se giró hacia la fogata, Verónica metió la mano en el vaso y sacó el papel con rapidez. La curiosidad parecía haber tenido más efecto que todo el alcohol que había estado consumiendo esa noche.

  "Mucha gente suele identificarse con oraciones o conversaciones extravagantes cuando leen «Romeo y Julieta». Sin embargo, solo un diálogo por parte de Romeo me representa justo en este momento: No quiero bailar.

  El lago de la reserva es encantador, ¿no te parece?"

  Verónica arrugó el papel en cuanto Christopher regresó hacia ella. Ni siquiera notó que su vaso había terminado en el suelo, hasta que su mejor amigo se agachó para recogerlo.

  Verónica rebuscó entre las personas aquella mirada celeste hasta que Christopher la tomó del mentón, atrayéndola hacia él.

  —¿Qué sucede? —inquirió, notando que el pecho de la chica subía y bajaba—. ¿Vero, estás bien?

  La rubia lo miró intentando tranquilizarse. Asintió enseguida, acomodándose el pelo con una de sus manos. Sintió una suave brisa golpear su rostro y supuso que pronto refrescaría aún más. La llama de la fogata se agitó por unos breves segundos antes de escuchar a su mejor amigo aclararse la garganta. Christopher se rascó encima de una ceja, aún esperando una respuesta.

  —Sí, sí, no te preocupes —respondió. Apretó con más fuerza el papel entre su mano que formaba un puño. Sus nudillos se encontraban más pálidos que su propio tono de piel—. ¿Te molesta si voy a tomar un poco de aire? Creo que el alcohol me ha afectado algo. Necesito ir sola, ¿sí?

  No le dio tiempo a responder cuando se había volteado. Christopher observó a su mejor amiga caminar hasta perderse en la oscuridad de los árboles. Estaba convencido de que algo más sucedía, no era idiota. Esa sospecha aumentó cuando vio a la misma chica que estaba con Peter momentos atrás, sentada en uno de los troncos completamente sola y, al parecer, teniendo una pequeña discusión consigo misma.

  «Esto no terminará bien —pensó Christopher—. Para ninguno».

  Peter Hale llevó sus manos cerca de su boca y buscó calor con su propio aliento. Estaba helando. Aún faltaban días para la luna llena, pero para ese momento, él ya se sentía afectado por ella. Alzó la mirada y en sus ojos se reflejó su luz intensa; cualquiera pensaría que era una combinación perfecta de colores, pero él sabía que a la vez eran opuestos, pues un hombre lobo y la luna no eran demasiado compatibles.

  Escuchó un par de pisadas detrás de él, pero no se detuvo. Peter sabía que se trataba de Verónica. Nadie, además de los que conocían el bosque, se atreverían a caminar entre la penumbra desconociendo un camino de ida y vuelta. Verónica era una cazadora y Peter una criatura sobrenatural; ambos sabían amigarse con la oscuridad. Al menos, era lo que Peter asumía, porque la verdad era que a Verónica le aterraba la ausencia de luz; era como si, de repente, estuviera atrapada en un cuarto pequeño, justo como pasaba los días en que su madre la castigaba en el sótano.

  Él no se volteó, sino que siguió caminando por un sendero rocoso, casi cubierto por raíces de árboles. Habían un par de hojas amarillas y marrones que caían encima de ellos o del suelo. Peter se quitó una del hombro y la sostuvo en la palma de su mano por unos segundos, hasta que la soltó en el aire. La hoja danzó junto a la brisa hasta que cayó al suelo, donde enseguida fue cubierta por el zapato de Verónica. La chica le dio una ligera mirada antes de volver a clavar sus ojos en Peter, quien había comenzado a bajar de una pequeña colina con mucha habilidad.

  Al igual que Peter minutos atrás, Verónica alzó la mirada encontrándose con la mitad de la luna encima de ellos. Al menos estaba segura de que no sería sorprendida por un hombre lobo fuera de control, no si Peter no tenía intenciones de lastimarla.

  Verónica se detuvo al bajar de aquella colina cuando se dio cuenta de que había perdido el rastro de Peter. Se pellizcó el antebrazo al escuchar, dentro de su cabeza, el regaño de su madre por no estar atenta. A veces creía que se castigaba más a ella misma de lo que su madre solía hacerlo.

  Su mente se distrajo cuando el vaho que salió de su boca se cruzó con su mirada. Se quedó hipnotizada hasta que un rostro desconocido se asomó por encima de su hombro derecho; Peter fingía buscar algo entre los grandes árboles que los rodeaban.

  —¿Qué estamos viendo? —preguntó, antes de mirarla de lado con una sonrisa—. Supongo que debe ser algo más que solo el vapor que salió de tu boca. Una cazadora del nivel tuyo no debería distraerse con algo tan poco interesante como eso.

  Verónica rodó los ojos. Ni siquiera se había exaltado por la repentina aparición del chico.

  —Eres muy sigiloso —comentó ella, dando unos cuantos pasos lejos de Peter—, pero no es algo que podría sorprenderme. De un hombre lobo como tú, es de esperarse.

  Peter sonrió aún más. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Verónica de pies a cabeza, sin intenciones de intimidarla. Parecía estar fotografiando, en su mente, todo su aspecto, como si deseara recordarla toda la vida.

  —¿A qué te refieres con un hombre lobo como yo? —preguntó él, guardando sus manos en los bolsillos de su abrigo de un azul marino.

  Verónica estaba dispuesta a responder, hasta que recordó el papel de Peter.

  —Tienes mi libro, ¿cierto? —enarcó una de sus cejas al tiempo en que se cruzaba de brazos. Cuando Peter no respondió, sino que en su lugar apretó sus labios aguantando una risa, supo su respuesta—. Claro que sí, eres increíble, Peter Hale. Dime, ¿acaso quieres una bala, también? Cuéntame cuál habría sido tu plan, si, en su lugar, le daba aquel vaso a Christopher.

  —Correr muy rápido —respondió, como si de una broma se tratase—. Por ahí leí que "el que no arriesga, no gana".

  —¿Sabes? Leer las anotaciones de los libros es como leer el diario íntimo de una persona —le hizo saber Verónica, mostrándose algo incómoda.

  Peter le dedicó una reverencia, antes de volver a resguardar sus manos del frío.

  —No tengo intenciones de revelar sus íntimos secretos, futura cazadora, entonces ¿qué usaría en su contra el día en que intente matarme? —Chistó—. Tengo que proteger mi frágil corazón.

  —Sí, se nota que eres una persona bastante blanda de alma —el tono de Verónica era irónico—. ¿Vas a devolverme el libro o prefieres matarme de una vez?

  —Bueno, si lo dices de esa forma, comienza a tentarme la segunda opción, pero... —fingió bostezar— estoy bastante cansado para esconder un cuerpo ahora, así que, creo que será mejor lo primero.

  Verónica recorrió a Peter con la mirada, solo para darse cuenta de que él no llevaba nada más que su sola presencia.

  —¿No lo has traído, cierto?

  Peter chasqueó la lengua.

  —Bueno, Verónica, no pensaba encontrarte aquí, así que... no. Pero me imagino que sabes que mi casa no se encuentra muy lejos. ¿Y si te dije sobre el lago, cierto?

  La chica exhaló con un poco de frustración.

  —Bien, Peter, mis problemas por haberte conocido están aquí. —Verónica alzó su mano a la altura de su frente, mientras él la observaba con curiosidad. Luego apuntó con su dedo la punta del árbol encima de ellos—. Allá van a terminar si descubren que estoy manteniendo una conversación contigo.

  —Me imagino que pasarán al cielo si es un Argent quién nos descubre juntos, ¿no es cierto? —Miró detrás de ella.

  —¿Cuál te parece que sea la respuesta? —Verónica parecía algo impaciente.

  —Entonces, cierra la boca —ordenó, manteniéndose quieto, pero sin dejar de ver detrás de ella.

  La chica abrió la boca ofendida.

  —¡¿Disculpa?!

  —Bueno, si quieres que te vean es tu problema. Tu mejor amigo está a unos cuantos metros, puedo olerlo.

  —¿Puedes...? —Verónica se detuvo, volteándose en busca de su amigo—. ¿Por qué estarías al pendiente de un aroma ajeno?

  —Porque nunca dejo de estarlo, Verónica —contestó, dándose la vuelta y adentrándose a la oscuridad de un camino irregular—. Cuando las personas te quieren muerto por nacer diferente, te acostumbras. Pero tú no sabes de eso, ¿verdad? Después de todo, eres parte de los que matan lo distinto.

  Verónica se quedó en su lugar sin despegar los ojos de Peter, quien ya comenzaba a perderse en la noche. Él tenía razón y ella lo sabía mejor que nadie.

  Pero no.

  Verónica Cameron no quería ser parte de ellos.

  Recuperó la compostura y, sin mirar detrás de ella, siguió a Peter otra vez.

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