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00: prólogo

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  ERA CURIOSO COMO EL APELLIDO ARGENT significaba plata en francés, y uno de los mayores mitos sobre los hombres lobos era su supuesta vulnerabilidad a ese metal.

  Muchos de los cazadores novatos, que no habían sido criados en aquella familia, creían erróneamente que las balas de plata eran necesarias para matarlos, pero eso no era cierto. En realidad, ellos utilizaban balas de bronce; mucho más precisas y con áconito en su interior, un engaño letal. Ese veneno resultaba mortal para los hombres lobos. En cuanto el áconito se dispersaba por su cuerpo hasta llegar a su corazón —sin importar en la zona que haya impactado—, la persona moría en segundos, no sin antes experimentar una cadena de dolores insoportables que aquel líquido desencadenaba en su recorrido.


  Yo no era una Argent, aquella sangre no corría por mis venas biológicamente; sin embargo, mis padres formaban parte del equipo de cazadores de Gerard Argent y su difunta esposa. Yo, por consiguiente, estaba destinada a convertirme en uno de ellos, sin opción alguna. Durante años me había mantenido en una frívola posición de pelea. No cazaba, no mataba, solo miraba como ellos se encargaban de eso. Mis padres me repetían hasta el cansancio que me entrenaban sin parar para que, cuando llegara el día, estuviese lo suficientemente preparada para acabar con lo que sea que se interpusiera en mi camino, sin que los sentimientos me nublaran el juicio. Me lo decían con constancia; antes del entrenamiento, donde aún conservaba la mente fría; al finalizar, asegurándose de que siguiera con la idea; incluso en cada comida se encargan de repetirlo. Siempre parecía ser un buen momento para mencionarlo, y me resultaba reconfortante escucharlos decir aquello, pero no de la forma en que ellos creían. Me tranquilizaba tener la falsa esperanza de que, el día en que estuviese preparada, nunca llegaría. Que nunca tendría que arrebatar la vida de alguien de forma justificada o injustificada, no importaba cuál pudiese ser el motivo, yo no quería hacerlo.

  Pero tampoco era idiota, sabía que, tarde o temprano, tendría que estar preparada. Estaría obligada a pensar y a mostrar que era así. No importaba si era verdad o no. Mi madre era la única con el poder de decidir todo sobre mi vida; sobre lo que era real o no, lo que merecía o no, y en qué lado estaba o en qué lado merecía estar, según sus palabras. Las mías raras vez tenían relevancia en una conversación.

  Pero a fin de cuentas, ese día había llegado en un parpadeo.

  Frente a mí estaba lo que ellos llamaban, entre otros nombres, "un objetivo". Era el primero que veía de forma cercana. Se movía entre la penumbra del bosque, perdiéndose entre la neblina blanca y tropezándose con las enormes raíces de los árboles cuando luchaba por escapar.

  Mi padre notó la duda en el temblor de mi dedo
cerca del gatillo del arma. Mis nudillos se tornaron de un color pálido mientras me obligaba a tragar grueso y quitar la molestia del pecho.

  —Recuerda lo que son, Verónica: animales sedientos de sangre y carne.

  —¿Él cazó a uno de los nuestros, cierto? —pregunté, recordando el código de los Argent.

  —Sabes que no haríamos esto de ser lo contrario.

  Volví a centrarme en aquel objetivo, en aquella persona o... en aquel animal. Apunté directo a su cabeza y, antes de apretar el gatillo, un suspiro dejó mis labios. Disparé en solo unos segundos y la bala fue seguida por los ojos fascinados de mi padre. Atravesó su cráneo al instante.

  Mi padre volteó a verme con una sonrisa.

  —Estoy orgulloso —soltó repentinamente.

  Lo miré perpleja. Él salió disparado hacia el cuerpo con entusiasmo.

  Aquellas palabras que salieron de su boca, no las había escuchado nunca en diecisiete años y, siguiendo sus movimientos con la mirada, no pude evitar preguntarme que habría sido de mí si el "Estoy orgulloso" hubiera llegado en cada examen que pasaba con un diez. Todo en lo que pude pensar, era que, en realidad, ese era el verdadero orgullo: matar a uno de ellos.

  [...]

  Dejé el arma encima de la mesa y me voltee al escuchar un par de aplausos detrás de mí. Me sorprendió encontrarme con Christopher, extendiendo una enorme sonrisa sin quitarme la mirada de encima.

  —Tu padre acaba de contarnos lo que hiciste. Es algo digno de admirar. Debo admitir que al principio me resultó difícil creerlo, pero los detalles de tu padre lograron convencerme por completo. —Chris se acercó y me dio un corto abrazo, antes de acariciar mi espalda con cariño.

  —¿"Contarnos"? ¿A tí y a quien más? —inquirí con confusión, temiendo la respuesta—. ¿Tú padre está aquí también, cierto?

  —Bueno, sí. Se supone que tiene que estar al tanto de quienes mueren y quiénes cazan—contestó Chris estando aún más confundido que yo—. ¿Sabes? Tampoco viene a castigarte, de hecho, está muy feliz de que hayas elegido esto para tí. Kate creyó que no seguirías los pasos de tus padres y logró crearle duda a Gerard, pero yo estaba convencido de que lo harías. Kate aún es solo una niña para opinar.

  Sonreí con desgano, intentando disimular la persistente duda que crecía en mí cada vez que me introducía más en aquel mundo, descubriendo cosas que habría deseado ignorarlas, si hubiese tenido una vida normal. De haber tenido opción, habría elegido ser veterinaria, pero en su lugar, me tocó cazar personas que intentaban cazar a otras.

  —Gracias —murmuré, aunque no estaba segura de porqué lo decía—. ¿Kate ha venido también?

  —Sabes que ella vive pegada a nuestro padre desde que nació —comentó divertido. Caminó hasta detrás de mí y tomó el arma que había dejado en la mesa con anterioridad—. De las mejores —murmuró—, tu padre sabe como entrenarte.

  —Sí, de algo sirvió su entrenamiento. Aunque bueno, la que insistió con que debía pertenecer a este mundo, fue mi madre —me abstuve de decir que en realidad me había obligado—. Lo hago más por ellos que por mí, siendo honesta.

  Chris se acercó y se detuvo frente a mí nuevamente. Noté que ya no tenía el arma en su mano, tal vez se había deshecho de ella mientras hablaba. Sus ojos celestes se clavaron en los míos.

  —¿No te hace ilusión ser cazadora? —preguntó, alzando una de sus cejas—. Puedo jurar que era todo lo que deseabas ser.

  —Bueno, la idea no me disgustaba. Tal vez me llevé un par de decepciones.

  —¿Sobre qué? —soltó una pequeña risa—. Aún no he encontrado nada malo y, para ser justos,me he criado dentro de todo esto.

  «Ese es el problema», pensé.

  No respondí, solo me encogí de hombros y luego sonreí.

  —Lo había olvidado —dijo de repente—, me enviaron a buscarte, la cena ya está lista.

  —Vamos.

  [...]

  Me senté a un lado de la mesa junto a Chris y Kate. Ambos estaban hablándome con entusiasmo sobre algo en especial, pero mi mirada estaba perdida en alguna parte de la mesa. Un par de manos temblorosas captaron mi atención enseguida y al alzar la mirada, me encontré con Gerard, observándome con una pequeña sonrisa.

  —Tu padre nos contó de lo que fuiste capaz el día de hoy, Verónica. Debo confesarte que comenzaba a dudar de que algún día te animaras a unirte a nosotros, pero veo que me equivoqué. Debes sentirte orgullosa, por lo general, eso nunca sucede. —Gerard se enderezó en la mesa—. Sabes que en lo que nos quedamos en Beacon Hills, siempre serás bienvenida en nuestra casa, en especial siendo tan amiga de mi hijo.

  Le devolví la sonrisa.

  —Muchas gracias, señor. —Me llevé una copa de agua a la boca y tragué el líquido con dificultad. Tuve la impresión de que una pelota gigante se había quedado atrapada en mi garganta, provocándome arcadas—. Prometo no decepcionar a nadie.

  —De eso estamos seguros, hija —interrumpió mi madre, forzando una sonrisa perfecta como lo hacia la mayoría de veces—. Este es solo el comienzo.

  Voltee a ver a Chris y este me miraba con una pequeña sonrisa mientras sostenía mi mano delicadamente debajo de la mesa.

  —Y ya que estamos compartiendo un momento especial, ¿por qué no nos cuentan a todos cómo ha ido su relación? —preguntó Gerard repentinamente, creando tensión en el ambiente.

  Cuando noté los nervios en la mirada de Chris, me giré hacia él con el ceño fruncido, mientras tomaba conciencia de que todos en la mesa nos estaban viendo a ambos a la espera de una respuesta. Solté la mano de Chris de forma inmediata cuando me aclaré la garganta.

  —Y-yo no entiendo —alcancé a decir.

  —Sí, padre, sabes que solo somos amigos.

  Gerard dejó los cubiertos cerca de su plato y juntó sus manos sosteniendo sus brazos con los codos encima de la mesa. Nos dio una mirada a ambos.

  —Tanto tiempo juntos, buenos y malos momentos; no pueden decirme que no ha pasado nada entre ustedes.

  —No, en realidad —contesté—. Siempre lo he visto como mi mejor amigo.

  Chris no agregó nada, solo observó a su padre sin quitarle la mirada de encima.

  —Podría jurar que tenían algo —murmuró Gerard, luego chistó mientras hacía un desdén con la mano—. Bien, no se preocupen, solo soy un viejo sacando suposiciones erróneas. Olvidemos esta incómoda conversación y sigamos celebrando por la nueva integrante de nuestra familia.

  Le di otra mirada a Chris confundida, pero él estaba evitándome a toda costa, luchando por mantener sus ojos clavados en el plato de comida.

  Tenía el presentimiento de que todos estaban ocultándome algo.

  [...]

  Habia pasado la medianoche y todos se habían ido a sus casas. Mis padres me habían enviado a mi cama como era habitual, diciéndome que mañana debía levantarme temprano para comenzar la preparatoria. No estaba entusiasmada, pero no tenía demasiadas opciones tampoco. Lo único que debía hacer, era guardar silencio y mantener contentos a mis padres.

  Luego de media hora revolviendo las sábanas de mi cama y sobrepensando absolutamente todo, solté un suspiro rendida mientras me levantaba de la cama. Tal vez un vaso de leche podría calmarme un poco, ya no era una niña, pero ese truco seguía funcionando para mí como la primera vez.

  Caminé descalza hasta la puerta de mi cuarto y me detuve cuando escuché un par de voces salir de la oficina de mi padre. Extrañada, caminé hasta llegar junto a la puerta, en donde todas las luces estaban apagadas, excepto la de la oficina. Agradecí internamente porque no podrían verme a menos que salieran de ahí.

  —... Sí, cariño, le dije a Gerard que aún no era el momento. Al menos hasta no decirle.

  «¿De qué hablan?» me pregunté, bajando la mirada hasta mis pies descalzos.

  —Bueno, pues debemos hacerlo lo antes posible. Además, Verónica no dirá que no, sabe que le conviene a ella... y a nosotros —susurró lo último, aunque lo remarcó con claridad para que mi padre la escuchara.

  —¿Aún crees que sea buena idea? —se notaba la duda en la voz de mi padre. Suspiró enseguida—. Quiero decir, en poco tiempo cumplirá dieciocho años, pero seguirá siendo niña para...

  —Nada de eso —interrumpió mi madre enseguida—. Veronica deberá casarse con Christopher. El apellido Argent le asegurará el bienestar y, sobretodo, el respeto. Tampoco podemos dejar pasar la ventaja del dinero, por supuesto.

  No fui capaz de seguir escuchando nada más porque mis oídos parecieron taparse repentinamente y mis ojos se nublaron. Estaba segura que si no fuera por el miedo de ser atrapada escuchando sus conversaciones privadas, me habría caído al suelo de inmediato.

  Retuve la respiración en mis pulmones.

  ¿Casarme con mi mejor amigo? Desee que fuera una simple confusión o una pesadilla, pero estaba segura de lo que había escuchado, y al pellizcarme no desperté.

  ¿Podía seguir callándome luego de esto?

  Seguía sin tener otra opción.

  No importaba cuando quisiera cambiar las cosas, ellos seguían teniendo mi vida en sus manos. Justo como una marioneta siendo controlada por hilos; yo estaba siendo controlada por mis padres.

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