CAPITULO 19
Pov's Alex
La canción terminó y "The Nights" de Avicii comenzó a sonar llenado a todos de renovada energía, pero incluso con el bullicio me quedé estático.
Sky fue quien puso una distancia significativa entre nosotros. Eso tuvo que hacer falta para hacerme reaccionar. ¿Qué diablos me estaba pasando? ¿Dónde quedó aquello del autocontrol y la fuerza de voluntad?
Entonces Isaac golpeó mi hombro con el suyo de manera amistosa y volví a ser consciente del resto. Ivy, Lee e incluso Nathan y su novio se habían unido. Me aferré rápidamente a la energía que el resto de nuestros amigos desprendía y decidí no darle tantas vueltas al momento. Esto era lo importante, la amistad. La manera en que en este círculo todos encajábamos. Cualquier anomalía podría generar un desperfecto y no estaba dispuesto a eso, me recordé.
Para más entrada la noche mi piel ardía por el calor que se encerraba, el sudor la humedecía también producto de todo el tiempo que habíamos pasado bailando. Tenía que admitir, por la sonrisa en mi rostro, que no había resultado ser tan malo, eso hasta que Dylan apareció de nuevo.
—¿Me la puedo robar un rato? —preguntó al tiempo que colocaba su brazo alrededor de los hombros de Sky.
Así, tan rápido, la sonrisa se me borró.
Ella llevaba las zapatillas en las manos, en algún momento mientras todos saltaban decidió quitárselas para no romper el tacón. Tenía el cabello desordenado y húmedo, la piel enrojecida. Parecía contenta, más libre, como si eso fuera posible.
Sentí una punzada al ver la familiaridad con la que él la tocaba, pero se hizo más grande cuando con una sonrisa Sky lo abrazo por la cintura.
—¿Dónde habías estado? Desapareciste de pronto. —le respondió.
Sí, quizás habría sido mejor que no te volvieras a mostrar.
Le di un trago a mi bebida para evitar que el comentario mal educado saliera. Siendo honesto, Dylan no me había dado motivos para ser grosero. Además, Sky no era una propiedad. Así como tenía una amistad conmigo podía tenerla con cualquier otro. Por eso, en un esfuerzo por dejar el sentimiento irracional atrás dije:
—Escuché que llegaron a las finales, en hora buena.
—Gracias —fue amable pero si esperaba que continuara con la conversación no sucedió. Se volvió para con Sky —. ¿Puedes venir un momento?
La necesidad urgente de que se quedara me picó. ¿Por qué Ivy o Lee no hacían uno de sus comentarios chismosos para mantenerlo aquí?
—Claro —aunque confundida, ella aceptó —. Ahora vuelvo, chicos.
Me quedé observando sus espaldas mientras desaparecían entre la multitud. Cuando recordé que no estaba solo me encontré con la mirada de la única chica restante entre nosotros sobre mí. Ivy no apartó sus ojos ni siquiera cuando la atrape. Ella podía ser intimidante así que me escondí detrás del vaso fingiendo que nada pasaba.
—¿Creen que si salgo con algún jugador de americano mi popularidad aumente? —Isaac preguntó.
—Para eso te tendrían que gustar los chicos —respondió Nathan.
—Y hacer que los de americano se fijen en ti. Encuentro más difícil la segunda que la primera —remató la morena.
Eso fue suficiente para ofender a Isaac, quien comenzó una rabieta en su contra. Yo estuve aliviado por el desvío de la atención.
El resto de la noche intenté no reparar en cómo pasaban los minutos, ni pensar en dónde podrían estar Sky y Dylan y qué les llevaba tanto tiempo. Los había visto en algún momento platicando con el equipo de fútbol pero luego los perdí de vista.
Quizás ella tomaría mi consejo y lo intentarían, seguro que el mariscal seguía interesado. Eso era bueno, que ella se diera la oportunidad de volver a enamorarse. Dylan no era tan mala opción como creí al principio así que estaba bien. Pese a ello, no importaba cuánto intentara convencerme la inquietud en mi pecho no se iba.
Jugaba con el refresco en mi vaso mientras veía a los chicos e Ivy participar en otra ronda de Verdad o Reto cuando un preocupado Cole me tomó por sorpresa.
—¿Has visto a Erin?
No hablábamos. Teníamos un extraño pacto de silencio donde solo existía la cordialidad necesaria (por mamá). Infantil, tal vez, pero funcionaba. Algo estaría pasando para que no lo tomara en cuenta.
—No la he visto en toda la noche —fui sincero.
Antes de que pudiera intentar sonsacarle algo respecto a su mejor amigo mordió
una maldición y desapareció tan rápido como llegó.
Ahí se va mi oportunidad, pensé. Pero pasaron poco menos de veinte minutos cuando un borracho Lee se acercó a mí dando tumbos.
—Deberíamos irnos.
Nathan lo acompañaba y si bien no estaba ebrio sus ojos parecían pesados. Ivy y Isaac abandonaron el círculo en el suelo viniendo detrás de ellos.
—Es todo por hoy, necesito mi cama —dijo mientras hacía ademán de cortar el aire.
—¿Y Sky? —su mejor amiga preguntó.
Entonces mi energía pareció volver a encenderse.
—Iré a buscarla. Los alcanzamos en el auto —no lo pensé dos veces antes de encaminarme.
Eran alrededor de las tres de la mañana pero para algunos todavía resultaba temprano porque la casa seguía ocupada, gracias al cielo ya no tanto como al inicio así que buscar a Sky me llevó unos quince minutos. Preguntando alguien me dijo que la habían visto con Erin. ¿Siquiera ellas eran amigas? Un mal presentimiento me embargó.
Fue, de hecho, la ex novia de mi hermano la que con los ojos llorosos y al pie de las escaleras que conducían al sótano me dijo que Sky se encontraba ahí.
Con muchas dudas bajé a toda prisa. Me la topé cuando estaba a punto de abrir la puerta. Por la sorpresa en sus ojos no me esperaba. La preocupación que había aflorado al principio se desvaneció al no encontrar nada fuera de lugar en ella, aún así me aseguré:
—¿Estás bien?
—Sí —sonrió —¿por qué no habría de estarlo?
—Creí que estabas con Dylan, me dijeron que te vieron con Erin y ella estaba llorando hace un momento. ¿Cómo es que terminaste en el sótano?
Esperaba que no hubiese decidido venir aquí con Dylan. No es que él fuera un asesino en serie, pero aún así, nunca se sabe y algo en mí me decía que no confiara plenamente en él.
—Estaba con él y sus amigos, Erin incluida. Ella se sintió mal de repente y se alejó, la seguí hasta aquí.
—¿Todo bien entonces? —asintió, sin embargo pude ver que algo le preocupaba —. ¿Segura?
Dejó escapar un suspiro y me dio la espalda dirigiéndose al único mueble en la habitación que resultaba ser una pequeña mesa de trabajo. Tomé eso como una invitación. Probablemente debería decirle que los chicos nos estaban esperando pero si quería hablar ahora entonces ellos podían esperar un rato.
Aún cerrando la puerta tras de mí las paredes retumbaban con el eco de la música en el piso de arriba. El lugar olía a guardado por lo que supuse que hacía tiempo que nadie usaba este espacio, eso y el foco parpadeante a punto de rendirse. Pese a ello me quedé a su lado mientras se sentaba en la mesa, sin atreverme a poner a prueba la resistencia de la madera al sumar mi peso.
—Me siento mal por ella. Hablar con Erin fue como hablar con mi yo de hace un año. No solo sé cómo se siente amar a una persona que te hace daño, si no que pude compartir su dolor, casi como si reviviera el mío.
Sus hombros caídos y el mohín en sus labios me dijeron lo suficiente. Todavía estaba pensando en cómo podía ayudar.
—Es parte del proceso, Sky. Ella lo superará, como tú lo has hecho. No puedes cambiar que le duela menos, el dolor nos enseña también.
No hacía falta que me diera detalles -cosa que no haría-, sabía quién era la persona que Erin no podía dejar de amar.
—Ojalá no tuviera que ser así.
El corazón se me rebosó de ternura. Ahí estaba ella toda preocupada por una situación que no tenía en las manos. No podía hacer nada para cambiar un hecho, sin embargo miraba ya las ideas maquinando en su cabeza.
—Cariño, nadie muere de un corazón roto, te lo aseguro.
No me di cuenta del apelativo afectuoso hasta que estuvo fuera. Mi única intención era borrar las líneas de preocupación en su rostro, supongo que de cualquier manera resultó porque cuando me miró lucía más pasmada que angustiada.
Algo sucedía al mirar a Sky. Era como ser arrastrado por una fuerza magnética. Se volvía imposible despegar los ojos de sus motas azules, pero sobre todo se trataba de esa energía densa que sustituía el aire cuando nos mirábamos, en el silencio parecía que podíamos decirnos de todo con telepatía.
De pronto la música se apagó y el lugar se oscureció. Sky saltó de la mesa asustada por el repentino corte de electricidad. Su pecho chocando con el mío por el movimiento brusco al ponerse de pie.
—Se ha ido la luz.
Quizás fue la falta de visión lo que agudizó mis sentidos y por eso pude notar el ligero temblor en su voz.
No se alejó de mí. El rose de sus pechos contra mi camiseta con cada respiración suya me volvió hiperconsciente del calor que nuestros cuerpos desprendían.
El único ruido provenía de las personas de arriba. Quejas, pasos apresurados y abucheos. Prueba de que fuera de la habitación el mundo seguía girando, pero para mí todo se detuvo, lo único que existía era ella. En cada toma de aliento la respiraba a ella; fresas, siempre jodidas fresas.
Había una minúscula ventana por la que se colaba un rayo de pálida luz de luna. Así pude ver claramente cómo sus ojos chispearon con cosas no dichas. Ahí estaba la electricidad. Todavía fluía, la sentía en lo más profundo, en las venas.
Reconozco ese como el momento en que lo dejé ir.
Cedí a la necesidad de estar más cerca. Apoyé mi frente en la suya dejando que nuestras narices rozaran. La tomé por la cintura arrugando la tela de su vestido. Satén rojo, podía ser casi invisible si sentía el ardor que su piel desprendía. Di un pequeño apretón, solo lo suficiente para asegurarme de que ella estaba ahí, conmigo.
En sus ojos se arremolinaron una mezcla de emociones que los hicieron brillar como polvo de estrellas, fue el espectáculo más hermoso que haya presenciado. Quería que me mirara así siempre.
Entonces sus labios se entreabrieron, rojizos por el ponche de frutas que había estado bebiendo toda la noche. Odiaba la bebida pero pregúntame si no se me hizo agua la boca.
Sentí sus dedos entrelazarse con los míos en un gesto tan delicado que a cualquiera le pudo haber parecido demasiado íntimo para dos mejores amigos, pero con Sky nunca importó eso porque todo se sentía siempre correcto cuando era con ella.
Estábamos bailando al borde del acantilado, a punto de caer con cada rose de nuestros labios. Mi corazón tronaba asustado esperando para ver quién sería el primero en lanzarse por el acantilado. Desde ese entonces debí saber que de los dos ella siempre fue la más valiente. Un suspiro se le escapó y como si fuera su último aliento dijo:
—Bésame.
Es así, con los dos zafiros brillando frente a mí, que dejo que el miedo se desvanezca y la beso como debí hacerlo desde el principio; sin dudas, con fervor, a fondo.
Todo tiene más sentido cuando conecto mi boca con la suya, cuando mis brazos abrazan su cintura con una posesividad que no me conocía. Me tomo mi tiempo para lamer y memorizar su sabor pero luego el beso se vuelve más duro, rápido, urgente. Esta vez no hay alcohol de por medio, todo lo que está en mi mente es ella mientras nos convertimos en un desastre. Le digo que sí al paraíso sabiendo que solo puedo ir de pasada.
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