𝖌𝖔𝖑𝖉𝖊𝖘𝖘 𝖈𝖗𝖔𝖜𝖓... ( ii )
𐇛̲﹗GOLDESS! 👑 JayVik.
by ©xelsylight. 2024.
👑▐ encuentro en la biblioteca.
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El fuego de la chimenea lanzaba sombras en las paredes de piedra, parpadeando al ritmo del aire frío que se colaba por las rendijas del viejo ventanal. Me estremecí por el frío.
Estaba sentado en un taburete, cerca de la mesa de noche, con el brazo extendido sobre la mesa de madera desgastada mientras mi padre me curaba una herida en la muñeca. La herida no era grave, apenas un corte superficial, pero ardía lo suficiente como para que me sintiera incómodo.
Gajes del oficio cuándo a tu superior le caías mal, suponía, y claro, si uno constantemente le contestaba. Por suerte, mis hermanas no estaban a la vista para ver mi desastre.
—No puedes seguir así, Viktor. —La voz de mi padre tenía ese tono de aburrimiento de alguien que ha repetido las mismas palabras demasiadas veces. Sus dedos ásperos sostenían con cuidado una tira de tela mientras envolvía mi muñeca—. Tienes que aprender a guardar silencio.
Fruncí el ceño, apartando la mirada hacia la ventana. La noche era espesa, salpicada de estrellas que parecían burlarse de mi malhumor; aún así, seguía con frío.
Apoyando mi mentón en mi brazo, hablé con el mismo tipo de aburrimiento.
—No puedo quedarme callado cuando me tratan como si fuera menos que el estiércol que limpio de los establos. —La rabia contenida en mi voz era evidente, pero mi padre no reaccionó.
—No es tu lugar decir lo que piensas, y lo sabes. —Silco terminó de atar la venda y se retiró, sus ojos cansados fijos en mí—. Viktor, escúchame. No importa cuánta razón tengas; en este lugar, ser inteligente no es suficiente. Si sigues dejando que tus palabras te metan en problemas, acabarás perdiendo más que un poco de sangre.
—¿Qué más pueden quitarme? —respondí con amargura, poniéndome de pie tan rápido que la silla crujió al retroceder. La venda tiraba un poco, pero ignoré la incomodidad mientras me dirigía a la puerta. Mi padre me llamó por la espalda, pero no me detuve.
Estaba cansado de las mismas paredes pulcritas, del mismo castillo y de servir a personas a las que no se me concedía ni dirigir la palabra. Por eso, atravesé algunos pasillos apoyando en mi bastón, casi como un mantra. La rutina era algo salvable en mi memoria, me daba paz.
La pierna me dolía un poco, pero estaba acostumbrado.
Pronto llegue a la biblioteca del castillo, que era algo así como mi refugio. Sus estanterías altas, repletas de libros encuadernados en cuero, ofrecían un silencio que no podía encontrar en ninguna otra parte. Incluso de noche, con solo la luz tenue de las lámparas, el lugar parecía respirar una calma especial; además, era la única zona que los gobernantes de Piltover habían permitido acceder incluso a la servidumbre. Según los padres de Jayce, para que nosotros no fuéramos tan ignorantes, o algo así.
Recorrí entonces los pasillos oscuros, pasando los dedos por los lomos de los libros mientras buscaba algo que me distrajera del zumbido constante de mis pensamientos. Ya era tarde, casi la hora de dormir, pero sabía que no podría conciliar el sueño con el mal sabor del día todavía rondando en mi mente.
Por suerte, después de vagabundear un rato los interiores de la biblioteca, descubrí que estaba solo. Mejor, no soportaba la compañía que no fuese mi familia o de Sky, que era una amiga de mi nivel.
Tras un largo rato buscando en un tedioso repertorio, ahora estaba en una esquina, hojeando un tratado sobre arquitectura que había sacado al azar, cuando escuché un ruido detrás de mí. El leve crujir de una tabla de madera, seguido de una respiración que no era la mía. Me asusté y me pregunté cómo no había sido capaz de darme cuenta de que había alguien conmigo.
Mi corazón dio un vuelco, y cerré el libro de golpe antes de girarme rápidamente.
—¿Interrumpo algo? ¿Alguna lectura interesante? —preguntó una voz masculina, tranquila, casi burlona y quizás tras un carraspeo nervioso. No estaba seguro.
Me quedé helado, porque la reconocí antes de formarse su imagen por completo en la cabeza.
La luz de una lámpara iluminó parcialmente el rostro del príncipe Jayce, que estaba de pie en el umbral de la sección, apoyado casualmente contra la pared. Llevaba una camisa de lino blanca que parecía demasiado cómoda como para ser ropa formal y pantalones sueltos que no ocultaban que era su pijama real, una de las muchas. Su cabello oscuro estaba desordenado, como si acabara de levantarse de la cama, y una sonrisa ladeada bailaba en sus labios.
Era increíble tenerlo delante de mí, después de tantos años incapaz ni de cruzarle con él. Me quedé en blanco de inmediato, pero recordé las consecuencias que tendría de vernos alguien juntos.
—¿Qué hacéis aquí? —pregunté, tratando de ocultar el sobresalto en mi voz.
Apreté el libro contra mi pecho como si pudiera protegerme de su presencia. De las consecuencias que llevaría esto a la mañana siguiente. Sentí que miles de pares ojos me detallaban todos mis movimientos.
El frío desapareció momentáneamente.
—¿Qué hacéis vos aquí tan tarde? —respondió él, su tono relajado, aunque su mirada me escrutaba con la misma intensidad que recordaba de años atrás.
Con tanto relajo, como si nuestra relación no se hubiese visto rota desde críos.
—Buscando algo que leer..., mi señor. —Recordé mis modales, en alguna parte.
Jayce avanzó unos pasos, sonriente, con el sonido de sus pasos revestidos con pantuflas siendo apenas un susurro contra el suelo de madera. Se detuvo frente a mí, cruzado de brazos.
Parecía que mantener el espacio personal no entraba en sus planes. No sabía si bajar la cabeza, apartar la mirada o escapar. Mi mente se llenó de mil cosas a la vez, y al mismo tiempo, en nada. Esto era demasiado increíble como para tomarlo si no como un sueño.
—Igual que yo. Me he visto incapaz de conciliar el sueño. —Sus ojos brillaban con un interés que no supe cómo interpretar, parecía de alguna manera realmente interesado en hablar conmigo—. Pensé que un libro podría ayudarme a relajarme. ¿Tenéis alguna recomendación?
Su cercanía me incomodaba. No porque fuera agresiva, sino porque era demasiado... natural. Él estaba completamente cómodo, como si no hubiera barrera alguna entre nosotros, como si no fuera el príncipe heredero y yo solo un sirviente. Como si hace años atrás, no hubiese castigado duramente sólo por montar a caballo con él.
Carraspeé, dando una ligera reverencia, aunque algo extraña por mi bastón. Él la aceptó con una cabezada, instándome a contestar.
—Depende de lo que os interese, su majestad. —Mi respuesta fue más seca de lo que pretendía, pero él no pareció notarlo.
—Algo que no sea demasiado complicado. He tenido un día largo, ¿sabéis?
Lo miré, sorprendido por lo informal de su tono. Era extraño pensar en él teniendo días largos, como si su vida de lujo pudiera ser agotadora. Pero había algo en sus ojos que no podía ignorar, una especie de cansancio que no era físico y me mordí la lengua, buscando las palabras necesarias para interrumpir ese momento y cortarlo de cuajo.
Extendí el libro que tenía en las manos. No era demasiado complicado.
—Podéis probar con este, mi señor. Es... sobre arquitectura. No es emocionante, pero es... sí sencillo de leer.
Jayce tomó el libro, sus dedos rozando los míos por un breve instante antes de que lo abriera y leyera la primera página. Sus ojos se abrieron de inmediato.
—¿Sencillo? —repitió, levantando una ceja mientras leía. Después de unos segundos, cerró el libro con una sonrisa burlona—. Esperaba algo más... mágico.
No pude evitar soltar un resoplido, sorprendido por lo absurdo de la situación. Jayce, el príncipe heredero, en pijama, en medio de la biblioteca, rechazando un libro que yo mismo había escogido. Un libro cualquiera. ¿De qué iba todo esto?
Me incliné, dejando caer gran parte de mi peso sobre la muleta.
—Quizás deberíais buscar otro entonces, de vuestro gusto, mi señor —dije, más relajado esta vez.
Él me devolvió el libro y sonrió, con esa sonrisa mueca confiada que parecía iluminar todo a su alrededor. Como siempre, como recordaba de niño.
—Quizás debería, pero me alegra haberos encontrado aquí. —Añadió, sin borrar su expresión alegre—. No os marchéis, me agrada vuestra compañía.
No supe qué responder. Jayce se alejó hacia las estanterías, tarareando algo bajo, como si nuestra conversación no fuera más que una interrupción pasajera en su noche. Pero para mí, dejó algo más. Algo que no sabía si era una incomodidad o una curiosidad que no iba desaparecer fácilmente, así como bizarra. Salida de la nada.
Había procurado que mis lecturas nocturnas no fueran descubiertas en lo máximo posible por ninguno de mis superiores, ¿y de la nada aparecía el heredero?
El sonido de los pasos de Jayce llenó el espacio mientras regresaba de las estanterías, con un libro diferente en mano. Lo reconocí de inmediato por la ilustración en la portada, una edición sobre mitos y fantasías antiguas. Se veía complacido, como un niño que acababa de encontrar su tesoro más preciado. No lo entendí.
Sin embargo y haciendo caso a su petición, tomé asiento en una mesa cercana e intenté concentrarme en el tratado de arquitectura que tenía abierto frente a mí. La luz de la lámpara iluminaba las palabras que intentaba leer, pero mi mente no parecía captar nada. Me obligué a seguir una línea tras otra, como si eso pudiera distraerme de la creciente incomodidad de tenerlo tan cerca otra vez.
Después..., después de tanto tiempo.
Jayce no se sentó lejos, como habría sido lo más apropiado para alguien de su posición. En su lugar, tomó asiento justo frente a mí, en la misma mesa de caoba tallada, colocando su libro en el centro con un gesto casual. Podría haber sido un gesto insignificante, pero no lo fue. No para mí; no supe como sentirme.
Pasaron varios minutos en los que ninguno de los dos habló. Intenté mantenerme enfocado en mi lectura, pero mi mente se resistía, y pronto sentí su mirada. Al principio no levanté la vista, convencido de que era una impresión pasajera. Pero el peso de su atención era inconfundible.
Finalmente, alcé la mirada, y ahí estaba. Jayce, inclinado levemente hacia adelante, sus brazos cruzados sobre la mesa, mirándome como de niño, lo que me dejó congelado en mi lugar. Su libro seguía cerrado, abandonado en el centro de la mesa. Como si no fuese la razón de su presencia en primer lugar aquí.
Fruncí ligeramente el ceño, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.
—¿Le ocurre algo, su majestad? —pregunté con formalidad, mi voz más firme de lo que esperaba.
Una sonrisa se dibujó en sus labios, pareciendo animado de tener mi atención.
—"Jayce" —respondió, apoyándose un poco más hacia adelante—. Puedes llamarme Jayce.
Eso me descolocó más de lo que quería admitir. Evité su mirada, mis dedos tamborileando contra el borde del libro abierto frente a mí.
—No sería apropiado, mi señor —dije, incapaz de creer que estuviese teniendo una conversación con el príncipe heredero así de la nada.
—¿Por qué no? —preguntó con un tono casi divertido—. Aquí no hay nadie para juzgarnos.
Su tono me irritó un poco, aunque no de manera desagradable, sino por la facilidad con la que parecía tratar todo. No entendía para nada las consecuencias que llevarían este encuentro para mí.
—Sigue sin ser correcto, mi principe —respondí, esta vez mirándolo directamente.
Jayce rió suavemente, una risa baja y sin burla, como si hubiera dicho algo gracioso. Sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro teatral.
—Siempre tan formal, Viktor. —Y pronunció mi nombre con tanta delicadeza, que me quedé helado.
Ni siquiera me cabía la posibilidad de que recordarse mi nombre, después de tantos años y a pesar de que me dijo algo parecido de pequeños. Intenté no mostrar demasiada sorpresa y tomarlo todo con tranquilidad, a pesar de que las manos me temblasen.
—¿Algo más, su majestad? ¿ O podremos retomar la lectura? —Traté de mantener el tono respetuoso, aunque sentía que cada palabra era un esfuerzo por recuperar el control de la conversación.
Pero entonces su sonrisa cambió, volviéndose más suave, casi introspectiva. Me señaló con un leve movimiento de la cabeza y, sin previo aviso, comentó: —Nunca me había dado cuenta de vuestros ojos, los recordaba diferentes. Son... ¿dorados, verdad?
El comentario me tomó por sorpresa. Parpadeé, sin saber cómo responder.
La idea de haber estado en sus recuerdos, me asoló.
—Lo son, supongo —respondí, mi voz algo más baja, pero con un leve deje de desconfianza—. ¿Por qué lo pregunta, mi señor?
Jayce se encogió de hombros, apoyándose en el respaldo de su silla con despreocupación.
—No estoy seguro, simplemente... llaman mi atención.
Mis labios se apretaron, y sentí una punzada de irritación mezclada con algo que no podía identificar. Era la forma en la que me miraba, como si intentara leer un libro cerrado. Esa intensidad suya era desconcertante, y por un momento, dudé de que decir.
—No son nada comparados con los suyos, su majestad.
Él volvió a sonreír, una sonrisa pequeña y misteriosa, como si no me creyera del todo pero no tuviera intención de insistir. Abrió su libro de fantasía y dejó que la conversación se deslizara hacia el silencio, aunque yo seguía sintiendo el peso de su presencia.
Regresé algo más tenso mi atención al tratado de arquitectura, pero era inútil. Incluso mientras fingía leer, sentía sus palabras, su mirada, resonando en mi mente de una forma que no lograba comprender.
Cerré mi libro con un chasquido suave y lo levanté, fingiendo un aire de calma mientras lo colocaba bajo mi brazo. Había perdido completamente el hilo de mi lectura, y la presencia de Jayce no ayudaba en absoluto. Por supuesto, no pensaba alargar más esto de lo necesario.
Prefería no arriesgarme.
—Es tarde —dije, manteniendo mi tono cortés, pero firme—. Debería retirarme, mi señor. Y vos también.
Al tomar mi bastón, me puse de pie con cuidado, dispuesto a abandonar la biblioteca y la incómoda conversación que parecía flotar en el aire. Pero antes de dar siquiera un paso, la voz de Jayce me detuvo como un relámpago en medio de la noche.
—¡Esperad, por favor!
El grito fue tan repentino, tan cargado de urgencia, que mi cuerpo entero se tensó. Me giré bruscamente, apretando el bastón con fuerza, mi corazón latiendo desbocado. La luz de la lámpara parpadeó tenuemente, y la expresión en el rostro de Jayce no hizo nada para calmarme.
Él se levantó de golpe, con los ojos abiertos como si acabara de darse cuenta de su error. Alzó una mano, un gesto casi de disculpa, mientras su rostro se suavizaba con arrepentimiento.
—Lo lamento si os he asustado. No era esa mi intención.
Intenté relajar mi agarre en el bastón, pero mi cuerpo aún estaba en guardia. Observé cómo se rascaba la nuca, visiblemente incómodo, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—¿Qué sucede, mi señor? —pregunté, puesto recordé que uno de mis deberes era proteger y custodiar la seguridad de mi gobernante. Estaba claro que algo rondaba por su mente.
Jayce bajó la mirada un instante, como si no supiera por dónde empezar. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado y volvió a mirarme. Su expresión era diferente ahora, más abierta, casi vulnerable.
—Es solo que... —vaciló, las palabras pareciendo atascadas en su garganta— ...desde hace semanas he deseado hablar con vos.
Su confesión me tomó completamente desprevenido. Mi ceja se alzó instintivamente, y mi mente se llenó de preguntas. Era imposible, estaba seguro de que nuestro encuentro fortuito se habría quedado enterrado años atrás.
—¿Hablar conmigo, mi señor?
Él asintió lentamente, como si admitirlo le costara un esfuerzo considerable. Su habitual confianza parecía haberse desmoronado en ese momento, dejando al descubierto una parte de él que rara vez mostraba.
—Sí. —Su voz era más baja ahora, casi como un murmullo—. No os he olvidado... No desde, nuestro encuentro de niños y he intentado encontrarme con vos durante años, pero no había sido posible hasta ahora. —Todo pareció un cuento de hadas.
Y entonces el peso de sus palabras cayó sobre mí como una piedra en un estanque tranquilo, creando ondas que no sabía cómo interpretar. Me sentí nervioso, si Gregory se daba cuenta de esto, mi padre tendría razón. No sobreviviría a otra paliza.
Me aclaré la garganta, intentando mantenerme firme.
—Con el debido respeto, su majestad, no entiendo..., Eso fue algo del pasado. Han pasado muchos años, y creo que no...
Pero Jayce dejó escapar una risa breve, pero no había burla en ella, solo un extraño tipo de honestidad. Acarició uno de sus brazos, desviando la mirada.
—Quería volver a hablar con vos porque me habéis demostrado ser el único que no me trata como si fuera alguien inalcanzable.
No supe qué responder. Las palabras se atoraron en mi lengua, y lo único que pude hacer fue sostener su mirada, a pesar de lo incómodo que me hacía sentir. Había algo en su expresión, una mezcla de sinceridad y nerviosismo, que me desarmó por completo.
Finalmente, aparté la mirada, ajustando mi agarre en el bastón. Acomodé el libro en una estantería cualquiera, sin importarme en desordenarlo. Volví a mirarlo, obligándome a no cometer ninguna falta de respeto.
—Debería irme. Es tarde, y... debéis madrugar, mi señor, como yo.
Jayce no intentó detenerme esta vez, pero su voz me alcanzó cuando me dirigía a la puerta.
—Buenas noches, Viktor.
Y salí de la biblioteca, sin saber qué pensar.
👑. ELSYY AL HABLA !
muchas gracias por su apoyo.
omgggg estaba emocionada de subirlo, por fin tenemos continuación. nos veremos pronto, mis arcanos. los amo.
👑.
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