𝖌𝖔𝖑𝖉𝖊𝖘𝖘 𝖈𝖗𝖔𝖜𝖓... ( i )
𐇛̲﹗GOLDESS! 👑 JayVik.
by ©xelsylight. 2024.
👑▐ un príncipe demasiado encantador.
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La primera vez que lo conocí, tenía unos diez años.
Hacía una semana que habíamos abandonado nuestra ciudad natal, Skilter, situado en el reino vecino para llegar al reino de Piltover en busca de trabajo. Mi padre, Silco, quiso buscar suerte en otro desfiladero, por decirlo así; en pocas palabras la vida en Zaun era casi inhóspita, un reino lleno de podredumbre y hambruna. Los reyes Zaunitas no ayudaban a la población y dudaba de que alguna vez se hubieran dejado ver a través de los barrotes del castillo; pero sí eran buenos para crear armas, sustancias ilícitas y caos por las calles, como ser amenazadores para otros reinos.
El caso, llegamos al reino vecino, Piltover, por una mejor vida. Por un brillante futuro; sobre todo tras la muerte de mi madre ese mismo año.
Por suerte, mi padre tenía conexiones por distintos barrios y de alguna manera pudimos recibir hospedaje y dos comidas al día —que eran cosas inexistentes en Zaun— a cambio de servidumbre para el reino. Resultó que Zaun y Piltover, eran reinos enemistados pero que, de vez en cuando, este terreno brillante y mucho más progresivo que nuestro antiguo hogar, invitaba a cualquier necesitado a convivir con ellos; ya fuera trabajando con mercaderes, ropa de lino y, si tenías mucha suerte, de mano con los reyes Piltis —como solía llamarlos en Zaun—en persona.
Es decir, nosotros habíamos tenido la oportunidad de cambiar nuestras vidas de golpe.
Sin embargo, la primera semana en el castillo había sido una prueba constante. Por supuesto, también con una persistente vigilancia encima por los superiores para determinar si valíamos la pena, y decidir si podíamos quedarnos o no a trabajar en el castillo real. Mi padre, con su semblante severo, me había recordado desde el primer día la importancia de cumplir con nuestras obligaciones y no cometer ningún error.
«Seremos sirvientes, Viktor Kensley, pero eso no significa que no podamos mantener nuestra dignidad", me dijo, sin embargo, cuándo un superior se metió conmigo por mi problema congénito. Yo lo dejé pasar porque era natural tener torpeza con mi condición.
Venía de familia, por parte de madre; la pierna derecha estaba ligeramente torcida, así como parte de mi cadera y la espalda. A veces resultaba imposible caminar. A veces lloraba incapaz de levantarme de la cama. Con eso, también sumábamos un fallo respiratorio que a veces me hacía sentir como si tuviera los pulmones endosados en fuego ardiente. Siempre llevaba conmigo un bastón de madera, de herencia de mi madre, y que me aliviaba las largas caminatas. No podía estar sin él.
Ella nos había abandonado los primeros y más terribles meses del año, tras dejarnos a mi última hermana con apenas un año. Tenía dos; la mayor, Violet, que ahora tenía cinco, era callada, con el cabello rosa e iris grisáceos. No hablaba mucho conmigo, pero eso era por la pérdida de nuestro tío Vander el año pasado en Skilter. Un robo que salió mal, según mi padre.
Estaban muy unidos, y su relación era incluso más profunda que con nuestro propio padre. Obviamente yo era el mayor; y la última, de apenas un año de edad, tenía unas matas de pelo azulado y los ojos del mismo color. Siempre estaba encima de padre, y él no la dejaba tocar el suelo por mucho que se mostrase cansado. Su nombre era Powder, y solía referirse a mí como «Kikki», ya que todavía no sabía hablar mucho.
De los tres, era a la que más le hablaba Vi —apodo de Violet—, pero eso estaba bien. Porque en el fondo, éramos una pequeña familia y nos queríamos.
De todas maneras, tras la última semana, nos habían permitido permanecer a la servidumbre del castillo. Yo solía dedicarme a la limpieza general y a los establos y cuidados de caballos. Estaba bien con eso, porque al menos nadie me apresuraba a hacer mis tareas como otros.
A mi hermana Violet la habían asignado en la guardia y aunque no la veía hasta la noche, por lo que tenía entendido se la pasaba bien. Aunque solía murmurar que las pruebas y entrenamientos la molían demasiado. Claro que a cualquiera le parecería increíble que unos niños de cinco y diez años estuvieran trabajando a tan corta edad, pero habíamos demostrado en la última semana que éramos capaces y para Piltover, eso era suficiente.
A mi padre, en cambio, lo habían mandado a servir al mismo rey, ¡y eso era alucinante, de verdad! Silco siempre llegaba en la noche, y aunque cansado, siempre disponía de tiempo para nosotros. Normalmente, Powder se quedaba con las parteras del reino, que siempre eran amables conmigo y Violet; así que por lo menos mi padre no tenía que preocuparse por ella hasta regresar de su turno. No era como su segunda mano, no, pero sí uno de sus ayudantes personales y principales en la fila.
Todos nos acostumbramos con rapidez a nuestros papeles, y para cuando quisimos darnos cuenta, ya había comenzado la segunda semana con un horario rutinario. Hasta hoy, no había podido ver frente a frente a los reyes de Piltover, pero conocía de vista a su único heredero; un niño de piel morena, cabello oscuro y normalmente agitado, y de mi edad; aunque yo lo superaba por meses. Yo tenía diez y él nueve, pero con una diferencia abismal en nuestras formas de vida.
Tras desayunar con rapidez, me despedí de mi padre y mis hermanas y salí en dirección al jardín, con bastón en mano, despreocupado. Después de todo, con mis compañeros de sección habíamos terminado de dejar relucientes las vidrieras y suelos de palacio el día anterior; por lo que hoy, sólo tenía que ocuparme de los caballos.
Allí trabajaba con tres chicos algo mayores que yo y, Gregory Heffurn, mi superior.
Aquella mañana, el sol apenas se había levantado cuando llegué los establos, sosteniendo un cepillo gastado entre las manos mientras intentaba asear a un caballo imponente, de pelaje oscuro y ojos castaños que parecían analizar cada movimiento torpe que hacía. Culpa también de mi bastón e inútil pierna.
De mis dos trabajos, podía decir con soltura que se me daba mejor la limpieza; con los caballos no me llevaba demasiado bien. Sobre todo con este, que era la montura personal del príncipe, Galant, según me habían dicho y el que me se me había asignado por ser nuevo. Nadie quería ocuparse de él, por lo que tenía entendido.
Su nombre me sonaba tan altivo como el muchacho que lo montaba, aunque hasta ese momento no había tenido oportunidad de cruzar palabra. Tampoco me interesaba, ya que como decía mi padre, seguro era tan egocéntrico como su padre, Jankey Talis.
A Silco no le gustaba el rey, ni la reina, ni el príncipe, ni el reino..., lo que me hacía preguntarme en primer lugar porqué motivo entonces nos había llevado expresamente al castillo a buscar trabajo. No entendía porqué...
Me asusté cuándo recibí una colleja tras la nuca; aparentemente, había estado tan ensimismado en mis pensamientos que había dejado el cepillo de pelo asistiendo al aire. Galant me daba la espalda y no parecía pero para nada interesado en excusarme; y eso que llevaba peinándole el estúpido pelaje durante la última semana.
Odiaba a ese caballo.
—¿Es así como crees que se asiste al caballo real del heredero? —Una voz cortante interrumpió mis pensamientos. Levanté la mirada para encontrarme con mi superior, un hombre de cabello gris y un semblante tan duro como sus palabras. Gregory—. Esa criatura es la joya del príncipe Jayce. No toleraré que alguien tan inepto como tú arruine su aspecto.
—Lo lamento, señor, yo...
Pero sabía que las palabras resultarían inútiles con ese viejo decrepito. Porque como sospeché, nunca parecía escuchar a aquellos que considerase inferiores. Y que peor que un niño de Zaun a sus ojos.
—¡O haces bien el trabajo, o puedes despedirte de esto, niño!
Sentí cómo mi rostro se encendía de vergüenza. Quise responder, explicar que aún me estaba acostumbrando, pero las palabras no salieron. Apreté mi mano derecha sobre mi bastón, impotente, y me limité a bajar la cabeza. Asintiendo débilmente, me propuse a intentar cepillar correctamente al estúpido caballo del príncipe.
Por lo que sabía, apenas eran las siete en punto de la mañana y el principe siempre solía a dar una vuelta al recodo de la seguridad del castillo a las ocho en punto; nunca nos cruzábamos, porque siempre tras terminar de asear al caballo principal, acababa metido en algún otro hueco de los establos, limpiando a otros o a sus heces.
Pero una voz jovial, aunque firme, se escuchó a nuestras espaldas.
—¿Por qué le gritáis? ¿Creéis que esa es forma de tratar a vuestros ayudantes? —Un tono rico revoloteó en mi mente y el rostro pálido de Gregory me demostró quién era antes de incluso confirmarlo.
Pero, guiado por la curiosidad, me volví, sorprendido, y ahí estaba él: Jayce Talis, el príncipe heredero. Su ropa, impecable como su postura, reflejaba la opulencia del castillo. Un traje ajustado, blanco y dorado como los colores del reino. Llevaba encima las botas para montar, altas hasta sus rodillas y con lazos perfectamente atados. Pero no era su atuendo, ni su cabello revoltoso y oscuro, lo que más llamaba la atención, sino su mirada. Esos ojos de colores claros y castaños, miraban a mi superior con una repleta desaprobación.
Este se desatendió de mí por completo para hincar la rodilla ante el heredero, que tomando en cuenta la diferencia de tamaño, resultaba hasta gracioso de ver. El hombre hipó unas disculpas atormentadas, mientras me señalaba con desdén.
—Su alteza... yo solo intentaba... —El palafrenero mayor pareció recobrar su voz al verme—. Este chico necesita más disciplina y es mi trabajo formar a los nuevos.
Jayce, sin embargo, lo observó por un momento antes de levantar una mano. Esa expresión seria, quizás incluso molesta, resultaba extraña de ver; por lo que me había contado Violet, ya que al servir a la protección del reino podía ver con más frecuencia al heredero, era bastante enérgico y sonriente. Amable y altruista.
Hasta me dijo que en algunas ocasiones había intentado conversar con ella.
—Creo que es suficiente por hoy, yo me encargaré de él. —Gregory se levantó, asintiendo con rapidez—. Por favor, atended los comederos del resto de las caballerizas y dejadnos.
El hombre asintió y se retiró, lanzándome una mirada sonriente, porque al parecer iba a ser castigado por la misma realeza, antes de desaparecer por las puertas contiguas del establecimiento. Yo sólo miraba al príncipe, boquiabierto por la escena, antes de darme cuenta de dos cosas.
Primero, que debía darle algún tipo de reverencia y segundo, que sus acompañantes soldados no estaban todavía por aquí.
Sacudiendo la cabeza y olvidándome de todo eso, todavía con el cepillo en mano, intenté hincarme sobre mi rodilla buena sin soltar mi bastón. Dolía, más que cualquier otra cosa. Pero, el niño me detuvo, casi corriendo hasta mi lado. Yo lo miré, confundido.
¿Acaso lo estaría haciendo mal? Intenté enmendar mi error.
—Su alteza, perdóneme, pero se supone que debo...
—No hace falta que lo hagáis, de verdad. Nunca han sido de mis agrado tales rituales y se ve a simple vista qué la simple acción os causa dolor —me explicó, con paciencia y con su rostro suavizado.
Ahora me mostraba una sonrisa brillante y dando una mirada rápida, me di cuenta de que le faltaban los dos dientes del frente. Los principales, y que con eso, daba incluso menos respeto que antes.
—Si vos lo decís, su alteza —contesté, no queriéndome buscar más problemas.
Sabía que me la cargaría, porque de alguna manera me había tomado las cosas a la ligera y ahora seguro que nos echarían de este castillo. Cuándo lo vi dirigirse hacia mí, mis manos temblaron con fuerza, cada una ocupada con distintas cosas. Pero cuándo pensé que quizás me golpearía o algo por el estilo, sólo se limitó a coger el cepillo de mi mano izquierda.
Había olvidado que lo tenía.
Y para mi sorpresa, sus ojos parecieron endulzarse más todavía al mirarme.
—¿Estáis bien? ¿Gregory no se ha sobrepasado con vos? —preguntó Jayce, dirigiéndose a mí. Su tono era diferente al de los adultos del castillo: no había condescendencia ni superioridad, solo una genuina curiosidad y preocupación.
De nuevo, no pude evitar confundirme. ¿No pensaba castigarme?
—No, su alteza. Estoy bien. —Respondí rápidamente, intentando no mirarlo demasiado tiempo.
De pronto las palabras de mi padre acudieron a mi cabeza, en dónde siempre me aconsejaba que mantener contacto visual demasiado tiempo con los nobles podría interpretarse como insolencia. Pero el niño tomó más proximidad, incapaz de ver mi incomodidad.
Me encogí sobre mi mismo, sosteniendo con más fuerza mi bastón; me aterraba que en cualquier momento cambiase de parecer, o algo. Nunca se sabía con los nobles.
—¿Cómo os llamáis? —insistió, queriendo saber. Al parecer todavía con ese rastro amable en la voz—. No os he visto mucho por aquí y mi deber como futuro heredero, es ser conocedor de los nombres y aspectos de todos mis trabajadores.
Y aunque me oliese a chamusquina, mordiendo mi mejilla interior, respondí.
—Mi nombre es Viktor, su alteza.
Eso pareció animarlo, por la forma en la que sus ojos centellearon con fuerza.
—¿Cuánto tiempo lleváis trabajando aquí en el castillo? —Me pareció imprudente que quisiera saber tanto de mí, pero suponía que simplemente lo atacaba su curiosidad.
Nuestros ojos volvieron a cruzarse y contesté, bajando la cabeza.
—Una semana, mi señor —tímidamente, señalé a su caballo—. Todavía no me acostumbro a tratar con vuestro caballo. Es... bastante rebelde, alteza.
Jayce frunció el ceño, quizás pensando en la mejor forma de castigarme, pero sólo borró esa expresión en cuestión de segundos para sonreírme. Luego, sin previo aviso, se acercó a Galant.
—Ese es el problema, que lo tratáis seguramente como un tesoro —dijo mientras comenzaba a mover el cepillo en largos trazos, al acercarse al caballo que con obediencia, acudió a su lado. El niño repartió suaves cepillados por el pelaje—. Es una criatura libre y sólo permite el cuidado de otro, siempre y cuándo uno lo vea cómo un igual.
Esas palabras me sabían a aceite en la boca, porque jamás podría compararme con ese lustroso caballo que tendría hasta mejores cuidado que yo. Sin embargo, decidiéndome no nublar la cabeza, lo observé atender a su caballo, desconcertado. ¿Después de todo no resultaba una sorpresa que el príncipe heredero limpiase a su caballo?
Si lo hiciera todo el tiempo, bueno, perdería mi trabajo.
Me acerqué, dando suaves golpes con mi bastón de madera hasta situarme a su lado. El niño no trató de ocultar esa mirada llena de curiosidad al fijarme en mi apoyo extra, y yo volví a apartar la mirada, tendiéndole mi mano libre. Claramente, le estaba pidiendo el cepillo.
—No necesita ayudarme, su alteza —murmuré, sintiéndome aún más pequeño ante su gesto desaprobador.
Jayce sonrió, un gesto amplio y sincero, mientras negaba con la cabeza.
—Sólo os enseño a cómo tratar con él, para la próxima vez. Después de todo, he decidido que vos seáis el único a partir de ahora que pueda cuidar de mi precioso Galant y que, ni siquiera Gregory, por años de experiencia que tenga, se pueda poner de por medio. Tampoco trataros como si fuerais cualquier cosa.
Por un momento, me quedé en silencio, asimilando sus palabras. Quise reírme de sólo querer soltar que realmente nadie más quería acaparar la atención de su caballo, pero volví a morderme la lengua, descubriendo además que había algo en él que desafiaba mis expectativas. Era un príncipe, sí, pero también era un niño, tan curioso y testarudo como cualquiera de mi edad.
—Gracias, su alteza —murmuré al final, mudo por encontrar algo más que decir.
Él se encogió de hombros.
—A partir de hoy sois mi palafrenero real y si vais a trabajar aquí, Viktor, tenemos que llevarnos bien. Galant es muy quisquilloso, pero si lo cuidáis como os digo, será vuestro amigo por mucho tiempo —añadió, con otra pequeña sonrisa.
Tímidamente, compartí con una mueca similar, pensando en qué si realmente el principe Jayce era así, entonces era un príncipe demasiado encantador.
Además, estaba seguro de que a mi padre le encantaría saber que ahora trataría más seguidamente con el heredero. Los últimos días, no nos había dejado de insistir que cualquier acercamiento real a los gobernantes, nos serviría para alcanzar la cima.
Regresé la atención al principe, que parecía ensimismado por desenredar un nudo del pelaje de Galant. Tenía un perfil perfecto y su postura, aunque encorvada por el movimiento, seguía viéndose elegante. Normal en el futuro heredero de Piltover.
—¿Y vuestros guardias de compañía, mi señor? ¿Qué os ha animado a saltaros vuestro horario matutino? —Me sorprendió verle sonrojarse hasta las orejas, pero al responderme, su voz salió firme.
Aunque su cambio de tema era evidente.
—¿De dónde provenís, Viktor? Vuestro acento es mucho más marcado que el mío. —Realmente parecía interesado.
Dedicándole una larga vista a mi bastón, respondí todo lo cortés que pude. Ya que normalmente, cuando alguien sabe de dónde vengo, siempre se apartan de mi lado con facilidad. Por eso, incluso tras una semana de mi llegada, no había hecho muchas relaciones por el momento.
—Del reino vecino, su alteza. De Zaun.
Todo el mundo le tenía miedo a Zaun.
—Ya veo, eso explica algunas cosas.
Nos quedamos en silencio durante algunos tensos segundos y sentí la lengua pesada, al inclinarme hacia el niño de porte brillante.
—¿Montará hoy su alteza? —pregunté al ver que el príncipe no decía nada más.
Eso pareció despertarlo de su ensoñación.
—Claro que sí. Galant está listo —admitió, tras lanzar el cepillo a un estante cercano—. Hoy quiero recorrer los jardines y practicar más lecciones de equitación. Mi maestro dice que he mejorado bastante.
—Mi señor, si me permite decirlo, estoy seguro de que tendrá toda la razón, pero... Galant es peligroso, bastante rebelde, ¿no le preocupa que lo deje caer alguna vez? —repliqué, seguro de que la patada en mis cuartos traseros por parte de Galant no habían sido un accidente.
Jayce se percató de ello, y alzando una ceja, preguntó con una sonrisa:
—¿Dudáis de mis habilidades, Viktor?
Me detuve de inmediato antes de hablar más y, con una mirada severa, respondí:
—Nunca me atrevería, su alteza. Pero los caballos no solo requieren fuerza, sino también paciencia. Y paciencia no es algo que vos, mi señor, por lo que han contado, siempre tenga.
Jayce abrió los ojos con asombro. Rara vez alguien, incluso para ser sirviente, se atrevería a hablarle con tanta franqueza. Quise pedir disculpas de inmediato, pero el niño en lugar de ofenderse, soltó una carcajada.
—¡Eres valiente, Viktor! Me agrada. —Al menos se lo había tomado bien—. Decidme, ¿alguna vez habéis montado?
Yo aparté la mirada, incómodo. Sabía que las reglas del castillo eran claras: los sirvientes no debían participar en las actividades de los nobles, no se les permitía. Sin embargo, después de un momento de vacilación, sabiendo que esperaba por una respuesta, murmuré:
—Nunca, mi señor. —Y era totalmente sincero, porque además, con mi pierna resultaría inútil si quiera intentarlo.
Sin embargo, eso pareció animarlo.
—Entonces debéis de intentarlo. —Jayce tomó la brida de Galant, con su debida montura que descansaba a un lado de la caballeriza y tras sacar al caballo al jardín principal, me hizo un amague con la mano—. Vamos, venid.
Algo desconcertado, salí de la seguridad del establo, con la mano temblando sobre mi bastón para llegar a su lado. Entonces, de un salto y tras acomodar la sillita, se apoyó en un costado de la montura, para subirse al lomo del caballo. Todo con movimientos gráciles y sin perder la sonrisa. Después, me tendió una mano enguantada, recubierta con tela de cuero oscura.
Sentí que me puse pálido de repente al entender sus intenciones.
—¡Su alteza, yo no puedo...! —Retrocedí un paso, alarmado.
—¿Tenéis miedo? ¿Creéis que os dejaré caer? —Jayce sonrió, con un brillo juguetón en sus ojos. Pero no podía estar hablando en serio.
—No, pero... no debo... No se me permite, mi señor. —Intenté hacerle entender el error que estábamos apunto de cometer.
—¡Oh, no habléis con mentiras! Yo soy el príncipe y os permito montar conmigo. —Jayce no aceptó la negativa y, con un movimiento ágil, me agarró de un brazo para ayudarme a subir a la silla de montar.
Todo fue en un cerrar de ojos y abandonando mi fiel bastón por el suelo del jardín, no tuve más remedio que engancharme a su cintura temiendo que me dejase caer en cuestión de segundos, o que yo me cayese al estar desestabilizado por naturaleza. Aunque era la primera vez que mi pierna no me molestaba, me quedé rígido, tras su espalda, sin saber cómo actuar o para si quiera pensar en las consecuencias de mis actos.
Esa fue, sin embargo, la única vez en mi vida que me sentí dueño de mi destino. Recorrimos en caballo a lo largo y ancho del castillo, entre gritos emocionados de niños de casi la misma edad, y sin ninguna cadena en nuestros corazones.
Recordé que me sentí libre, tal y como Jayce decía de su caballo.
Sin embargo, no duró mucho; al regresar, nos encontramos con sus guardias, con su padre y Gregory. Lo siguiente fue bastante predecible; al principe lo castigaron por saltarse las normas de equitación de ir sin vigilancia durante una semana. No lo dejaron acercarse a las caballerizas ni para darle un saludo a Galant; y en cuanto a mí, a pesar de que mi padre quiso apelar por mi inocencia natural, me dejaron en los calabozos con una comida cada dos días por dos semanas enteras.
Sus padres se habían preocupado de que hubiera atentado contra la vida de su hijo y lo entendía; cuándo salí, me degradaron a limpieza rutinaria por las habitaciones del castillo menos cotidianas del principe y para cuándo pude regresar a las caballerizas, Jayce tenía como palafrenero real y oficial a Gregory.
A mí se me degradó a limpiar simplemente las heces de los caballos y a mantener impoluto los establos; en otras palabras, mi proximidad con el heredero era nula. Estaba más que decir que esto decepcionó a mi padre enormemente. No me dirigió la palabra por una semana.
De eso hacían quince años, y ahora, con mis veinticinco recién cumplidos, no había vuelto a tener cercanía con Jayce; más que unas escasas, cortas y tristes miradas de soslayo.
👑. ELSYY AL HABLA !
muchas gracias por su apoyo.
omgggg estaba emocionada de subirlo, espero que les guste y nos vemos muy pronto con más, mis arcanos.
👑.
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