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Capitulo 08. [El segundo intento]
Sabine empujó la puerta del Estudio D, el cuarto donde los chicos solían ensayar y componer, con cuidado. No sabía por qué estaba ahí exactamente. No tenía que organizar vestuario hoy, no había sesión de fotos ni grabación. Pero necesitaba estar en algún lugar que no fuera su casa... y este rincón del edificio, aislado, silencioso, le daba paz.
Cerró la puerta tras ella.
Sus pasos la llevaron directamente hacia la tarima improvisada donde cada instrumento tenía su sitio. La batería de Gustav, el bajo de Georg apoyado en una esquina, y la guitarra favorita de Tom: la de cuerpo oscuro con detalles rojos, descansando sobre su soporte como si esperara a ser tocada de nuevo.
Sabine la observó en silencio, de pie frente a ella.
No debía... pero su mano subió sola, como impulsada por algo antiguo, un recuerdo enterrado. Sus dedos rozaron suavemente las cuerdas, apenas provocando un susurro de notas sin afinar. No era música. Era un eco.
—...por eso, cuando llores, cariño... —repitio las palabras de su madre, suave como un susurro— ...no te sientas débil. Porque quizás estás soltando algo que alguien más nunca fue capaz de sentir...
El recuerdo de su madre se deshizo como humo entre sus pensamientos. La garganta se le cerró por un segundo.
Pero antes de que pudiera seguir tocando, escuchó unos pasos a su espalda. Dio un respingo y retiró la mano justo cuando la puerta volvió a abrirse.
Era Tom.
Estaba despeinado, sin su gorra habitual. Aún tenía restos de sueño en los ojos, como si acabara de levantarse o hubiese venido por impulso, igual que ella.
Al verla tan cerca de su guitarra, frunció el ceño, confundido.
—¿Tocándola a escondidas? —dijo con una sonrisa ladeada, cruzándose de brazos.
Sabine dio un paso atrás.
—No iba a hacerle daño.
—No dije eso —murmuró él, caminando hacia ella lentamente.
Sabine sintió un leve temblor en las piernas, pero se obligó a mantener la mirada fija.
—No sabía que estarías aquí —dijo.
—Y yo no sabía que tú vendrías cuando no hay rodaje. Pero supongo que ya nos estamos acostumbrando a sorprendernos.
Él subió a la tarima, acercándose aún más a su guitarra. La tomó con una sola mano por el mástil, y la revisó como si quisiera asegurarse de que seguía intacta.
—¿La tocaste?
—Solo un poco —respondió ella.
Tom asintió. No parecía molesto. Al contrario, sus dedos recorrieron las cuerdas como si intentara adivinar el sonido que ella había dejado en ellas. Después, volvió la mirada hacia ella.
—¿Qué te trajo aquí?
Ella vaciló. No quería mentir, pero tampoco tenía una respuesta concreta.
—No lo sé. Pensé que estaría vacío. Quería... estar sola.
—Yo también.
Silencio.
Los dos en el escenario, rodeados de instrumentos que sabían más de ellos que la mayoría de las personas. Tom afinó una cuerda con lentitud. El sonido agudo cortó el aire por un momento, como un dardo.
—¿Eso que dijiste...? —preguntó de pronto, sin mirarla— Lo de "cuando llores, cariño...".
Ella se tensó. No se había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta.
—Es algo que me decía mi madre.
Tom levantó la mirada. Su expresión cambió. Ya no tenía esa sonrisa de juego. Ahora era más... humano.
—¿Dónde está ella?
Sabine tragó saliva.
—Murió.
Tom asintió una sola vez, sin hacer más preguntas.
—La mía y yo no hablamos mucho. O bueno, casi nada. Mis padres se separaron hace tiempo y... no sé. Mi mundo ha sido mi hermano, mi música. Todo lo demás está... borroso.
Sabine lo observó.
Había algo distinto en él cuando bajaba la voz. Cuando se permitía dejar de ser el chico bocón con rastas, y se convertía solo en un adolescente tratando de entenderse a sí mismo.
—A veces lloro —dijo de pronto, sin pensarlo— Pero nunca delante de nadie.
Tom la miró. No con burla ni con lástima, solo la miró.
—A mí me enseñaron a no llorar nunca. Que eso era de débiles.
—Y ahora haces música para millones, hablando de emociones.
—Ironías de la vida.
Otro silencio.
Tom se sentó en el borde de la tarima, colgando las piernas.
—Sabine... —dijo su nombre con una suavidad que ella no esperaba— No sé qué pasa contigo. No sé por qué cada vez que te hablo me contestas como si fueras a golpearme... pero igual lo intento.
Ella bajó la cabeza, sintiendo que se le removía algo en el pecho.
—Porque no sé cómo no hacerlo. Porque si no me protejo yo, nadie lo hará.
Tom sonrió apenas.
—Eso también lo entiendo. ¿Sigues pensando en el beso? —murmuró Tom, mirándola de reojo mientras se inclinaba sobre su guitarra.
El sonido de las cuerdas desafinadas llenó el aire, como un zumbido que crecía con el silencio que siguió a sus palabras.
Sabine bufó, visiblemente molesta. Dio media vuelta alejándose de él, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿En serio vas a sacar eso otra vez?
—No soy yo quien lo repite —dijo con una sonrisa leve— Eres tú quien casi se ahoga viendo la escena en la sala de edición.
—¿Quién te lo dijo?
—Katherine habla más de lo que aparenta. —Se encogió de hombros— Y me alegra saber que no fui el único que lo sintió.
Sabine se giró, con la mirada fulminante.
—Fue solo una escena. Una estúpida escena montada por Klein.
—Claro... —murmuró él, estirando los dedos por el mástil de la guitarra, acariciando las cuerdas sin presionarlas— Pero tú no actuabas.
Ella apretó los dientes.
—Tú tampoco. Estabas demasiado... real.
Tom la miró entonces. De frente. Sin sonrisa, sin ironía. Sus ojos oscuros, aunque cansados, la observaban con una atención que la hacía sentir desnuda.
Expuesta.
—¿Y eso te molesta?
—¡Me molesta que pienses que tienes poder sobre lo que siento! —espetó ella, cruzando el escenario de nuevo para quedar frente a él.
—No tengo poder sobre ti —dijo, esta vez bajando la voz— Pero si ese beso te hizo temblar, fue porque ya estabas temblando antes.
Sabine dio un paso atrás como si la hubiera golpeado.
Tom suspiró, bajando la guitarra a su regazo. El silencio se espesó. Era como si el mundo se hubiera suspendido por unos segundos para no interrumpir lo que se estaba diciendo.
—No eres como las otras chicas, Sabine —dijo al fin— No sé si eso lo hace más fácil o más difícil. Solo sé que me haces pensar dos veces antes de decir cualquier tontería.
Ella lo miró, sorprendida.
—¿Y eso es algo raro para ti?
—Extremadamente raro.
Se quedaron así. Frente a frente. Dos adolescentes que no sabían cómo se habían metido en ese lío emocional tan denso, sin tener idea de cómo salir... ni si querían hacerlo.
—¿Tú piensas en el beso? —preguntó ella, bajando el tono.
Tom soltó el aire con una media sonrisa que no tocaba sus ojos.
—Más de lo que debería, y no solo por el beso... sino por ti.
Sabine sintió un escalofrío recorrerle la columna. No por miedo sino por lo que sus palabras despertaban.
—No soy buena con esto —confesó— Con las personas. Con confiar. Con... que me vean.
—Yo tampoco —admitió él, dejando la guitarra a un lado— Pero me he dado cuenta que hay algo en ti que me hace dejar de fingir por cinco segundos. Eso... me asusta más que las cámaras, más que los fans, más que equivocarme en un solo acorde en medio de un concierto.
Ella lo miró, mordiéndose el labio.
—No quiero que piensen que soy otra fanática tonta que se cuelga de ustedes.
—¿Tú? —rió él suavemente— No hay nadie menos fanática que tú. De hecho... creo que tú podrías destruirnos a todos si quisieras.
Sabine bajó la mirada. No sabía cómo recibir ese tipo de halago. Nunca nadie le había hablado así. Como si ella importara. Como si tuviera fuerza. Como si alguien la viera de verdad.
—No quiero hacerte daño —murmuró— Ni a ti ni a nadie.
Tom se levantó. Sus pasos lo llevaron frente a ella. Ya no había distancia.
—Entonces no huyas cada vez que me acerco —susurró— O dime que me detenga, y lo haré.
Ella lo miró. Los ojos llenos de fuego y miedo. La respiración alterada y los labios entreabiertos. Pero no dijo nada y Tom, fiel a su palabra, no hizo ningún movimiento más. Solo la observó.
—No quiero que seas solo "la chica del beso", Sabine. No si tú no quieres serlo.
Ella tragó saliva. Los sentimientos eran muchos, sintió que no estaba a la defensiva. Que podía ser... un poco vulnerable.
Y tal vez, solo tal vez, eso no la mataría.
—Aún estoy pensando en él... —susurró.
Tom levantó una ceja.
—¿En quién?
—En el beso.
Él sonrió. De verdad, esta vez. Y bajó la cabeza, como si esas palabras hubieran sido todo lo que necesitaba oír. El aire se volvió espeso. Como si algo invisible se hubiera colado entre los dos y lo envolviera todo en una quietud peligrosa.
Tom dio un paso más. Sus zapatillas chirriaron levemente sobre el suelo de madera.
—¿Quieres repetirlo? —susurró con la voz baja, casi ronca— Porque yo sí.
Sabine parpadeó. La frase se le metió por la piel como un escalofrío caliente.
—Tom... —murmuró, sin terminar la frase.
—No es por el video —agregó él rápido, como si leyera sus pensamientos— No por Klein. No por los fans. No por ninguna jodida escena editada. Es por ti.
Sabine tragó saliva.
La cabeza le gritaba que se alejara. Que no se podía permitir sentir algo. Que no estaba lista. Que los chicos como Tom nunca se quedan. Pero el corazón... el corazón no decía nada. Solo latía.
—¿Y si me arrepiento? —preguntó apenas.
—Entonces lo acepto. Y me largo.
Tom alzó una mano y la dejó suspendida entre ellos, sin tocarla. Esperando a que ella dijera algo. Que lo detuviera. Que lo empujara.
Pero Sabine no lo hizo.
Eso bastó.
Tom cruzó la distancia y la besó. No como antes, este era distinto.
Era lento. Cauteloso al principio, como si ambos tuvieran miedo de romper algo. Sus labios rozaron los de Sabine con una suavidad casi reverente, y ella respondió con un leve suspiro que se le escapó sin control. Entonces, el beso creció.
Tom la sostuvo por la cintura con una mano, la otra subió lentamente por su brazo hasta rozar su nuca. Sabine alzó las manos hacia su camiseta, apenas agarrándola como si se aferrara a él para no caerse y su boca... esa boca que conocía el sarcasmo y la burla, ahora se abría para besarla como si no existiera nada más allá de ella.
Cuando se separaron, ambos tenían la respiración entrecortada, los ojos cerrados, los labios húmedos y entreabiertos.
—¿Y? —preguntó él, con la voz más ronca que antes— ¿Te arrepientes?
Sabine abrió los ojos despacio. Lo miró. Tom ya no sonreía con arrogancia. Tenía el ceño apenas fruncido. Como si le importara de verdad la respuesta.
Ella negó suavemente.
—No esta vez.
Tom dejó escapar una risa bajita, casi incrédula.
—Entonces vamos por buen camino.
Sabine cerró los ojos de nuevo, dejando que esa cercanía la cubriera por completo.
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