
ONE | HOGWARTS
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Louise siempre había soñado con ir a Hogwarts. Hacer amigos, ser elegida en una casa y jugar Quidditch. Sin embargo, cada Luna Llena, su condición le recordaba nuevamente que jamás haría amigos, tal vez no podría ir a Hogwarts y no jugaría al Quidditch. Su tío Lyall siempre insistía en que lograría ir y sería una experiencia genial, pero lo dudaba.
— Louise, por favor — pidió su tío, cuando la carta de aceptación llegó a sus manos acompañada de una elegante mujer de ojos esmeralda y un anciano mago de sonrisa amable—. Remus pudo, tú también.
— Remus no tenía la cara así — murmuró, apreciando la cera verde que sellaba el sobre—. ¿Y si hago daño a alguien?
— No ocurrirá— aseguró Dumbledore—. Tenemos muchas medidas para que puedas pasar las lunas sin riesgo de daños.
— ¿Y si alguien se entera? — preguntó, preocupada. Miró a su tío—. Me odiarán.
— Nadie se enterará — sonrió Lyall, apoyando una mano sobre las suyas, temblorosas y con pequeñas cicatrices—. Lou, mi niña, todo estará bien. ¿No recuerdas las historias de Remus? Él estuvo bien, pudo asistir a Hogwarts y nadie jamás se enteró. Tú podrás hacer lo mismo.
— Pero... — sus labios formaron un puchero tembloroso, pero no quería llorar delante de los profesores—. Me da miedo.
— Le puedo asegurar, señorita Lupin, que estará segura — habló McGonagall.
— No me importa mi seguridad, me preocupan los demás.
— Entonces tampoco debe preocuparse por eso. Pasará sus lunas de manera segura y lejos de sus compañeros, y nadie la verá. Seguiremos el mismo protocolo que con el señor Lupin, ya que demostró ser eficaz. En todos sus años de Hogwarts, jamás hubo ninguna clase de incidente.
Louise se secó un par de lágrimas, algo avergonzada. Miró a su tío, y él asintió. Finalmente, miró de nuevo a los profesores con una respuesta afirmativa.
— Maravilloso — sonrió el anciano—. Prepare sus cosas con tiempo, señorita Lupin, y bienvenida al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Estaremos encantados de tenerla con nosotros.
Una vez los profesores se despidieron de ambos Lupin, quedaron solos. Lyall miró con una enorme sonrisa a su sobrina, y la envolvió en un apretado abrazo que la alzó del suelo.
— ¡Mi pequeña ya se va a Hogwarts! ¿Cómo ha podido pasar el tiempo tan rápido? ¡Apenas fue ayer cuando me llegabas por las rodillas!
La chimenea de la sala chisporreó antes de que se formaran enormes llamas esmeraldas, y de inmediato Louise salió de los brazos de su tío para saltar a los de su primo. Remus se tambaleó hacia atrás sorprendido, pero aún así devolvió el abrazo con cariño.
— ¡Voy a ir a Hogwarts, Rem! — chilló emocionada. Lyall soltó una carcajada por su cambio brusco—. ¡Dos profesores han estado aquí, y me han dado la carta!
— ¡Eso es genial, Lou! — sonrió, separándose para poder verla a la cara. Louise siempre se escondía tras su cabello castaño, pero Remus siempre apartaba su máscara de pelo para poder verla. Sus ojos avellana brillaban como dos estrellas—. Será la etapa más emocionante de tu vida, ya lo verás.
Sin embargo, a medida que se acercaba el primero de septiembre, sus ánimos se fueron redujendo para ser sustituidos por ansiedad y miedo. Todas sus pesadillas comenzaron a tratarse de Hogwarts, como acababa atacando a alguien por accidente o algún compañero descubriendo su condición. En su viaje al Callejón Diagon la gente la señalaba con cierta repulsión, y se preguntó de nuevo qué tendría de diferente Hogwarts.
Se consoló diciendo que tal vez podría apuntarse al equipo de Quidditch, pero su tío le recordó que su condición física y estado de ánimos en luna llena y temporada cercana harían imposible para ella jugar los partidos o entrenar. Entonces se deprimió un poco más, y esa misma luna llena acabó con dos nuevas cicatrices en las piernas.
— No quiero ir.
— Debes de ser la única niña en este andén que esté pensando eso — sonrió Remus, agachado a su altura para acomodar su ropa y cabello. Su tío estaba ocupado trabajando, pero Remus estaba más que feliz de acompañarla en su primer día—. Todo estará bien, Lou.
— Claro que soy la única pensando eso, los demás están pensando lo horrible que es mi cara — murmuró, mirando de reojo a los lados. Todos los que la veían, susurraban.
Remus suspiró, sintiendo de nuevo ese horrible pinchazo de culpabilidad. Le costó años poder mirar a Louise sin llorar, pero ella jamás le había culpado de lo ocurrido. Acunó sus mejillas, y acarició los bordes de las cicatrices que recorrían su rostro. Era una niña, debería estar emocionada por entrar a Hogwarts y en su lugar estaba consumida por el miedo de su condición.
— Yo también sentí lo mismo al principio, Louise — admitió—. Me daba miedo no poder hacer amigos, que alguien se enterase o que se rieran de mis cicatrices. ¿Pero sabes que es lo que pasó cuando subí a este tren? — ella negó despacio—. Que conocí a mis mejores amigos, y fueron los mejores años de mi vida.
— ¿Crees que haré amigos?
— Estarían locos si no quisieran serlo — ella sonrió—. Vamos, sube sin miedo.
Asintió, y finalmente se incorporó. La vio tomar aire para darse fuerzas a sí misma, aunque antes de irse le rodeó la cintura en un apretado abrazo.
— Gracias, primo Remus — murmuró contra su chaqueta remendada—. Te quiero.
— Yo mucho más, peque — besó su coronilla—. Escríbeme cuando llegues, ¿está bien? Quiero que me cuentes todo.
— Seré Gryffindor como tú — aseguró. Remus rio.
— Siempre he creído que eras un poco Hufflepuf — Louise rodó los ojos con diversión, y entró finalmente al tren. Se mantuvo fuera esperando a que entrara, y pudo ver como un chico mayor la ayudaba con el baúl sin quedarse mirando su rostro fijamente. Respiró un poco más aliviado por eso.
Los pasillos de la locomotora escarlata estaban llenos de alumnos de todas las edades. Los más jóvenes estaban centelleantes de emoción, y los más mayores se reencontraban con amigos mucho más tranquilos. Pasó entre la gente aprovechando que estaban distraídos, aunque cuando se adentró en busca de compartimentos, las miradas comenzaron a posarse en ella. Una chica la señaló, y otros de inmediato la miraron. Susurros, murmullos. Quiso bajar de nuevo y volver a casa.
— Es horrible...
— Pobrecita...
— Si mi cara fuera así, no podría salir a la calle.
Quiso llorar. Remus había mentido, Lyall había mentido. Ella no era una niña normal, no tenía una cara normal, o una vida normal. Era un monstruo por dentro y por fuera, y eso no iba a cambiar en Hogwarts.
Entró cubriendo su cara a un compartimento vacío, y al asomarse por la ventanilla vio a Remus esperando aún en el andén. Quiso odiarle por lo que la había hecho, por mentirla al decir que tendría amigos, pero no pudo. No tenía a nadie más que a Remus y su tío Lyall, estaba sola.
— Perdón, ¿está ocupado el...? ¡WOAH! — el chico exclamó cuando se giró a mirarle. Volvió a cubrirse, avergonzada y con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Vaya fenómeno!
Tras eso, cerró la puerta y se fue. Abrazando sus rodillas, se escondió aún más. Miró por la ventanilla queriendo salir de inmediato y esconderse en su habitación, pero se encontró de nuevo con Remus. Sonreía tranquilo, probablemente buscándola en la locomotora. Cuando llegó a su ventanilla y la vio, su sonrisa se borró de inmediato. Negó con la cabeza, comenzando a llorar. Remus quiso poder subirse a la locomotora, sacar a su pequeña Louise y no dejar que nadie pudiera volver a reírse de ella, pero no podía. Tenía que hacer eso sola, debía atreverse a dar el paso. Debía haber alguien en ese castillo que pudiera ver a Louise como los merodeadores le vieron a él.
El tren comenzó a marchar, y solo pudo ver una última vez a Louise sola en ese compartimento antes de perderla por completo de vista.
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Desde que era muy pequeña, había sido educada en casa. Su tío Lyall quería inscribirla en un colegio muggle para que socializara y aprendiera, pero todos a los que fue le pidieron que no la llevara por la apariencia que tenía. Remus había sido el principal educador en su vida, aunque durante los primeros años fue imposible para él poder siquiera mirarla.
Era su primera escuela, su primera experiencia con compañeros, profesores y magia, y estaba comenzando horrible. Nadie se quería sentar con ella, de vez en cuando alguien se asomaba para mirar su cara llena de cicatrices y reír. Tal vez era cierto que no era Gryffindor, porque no era lo suficientemente valiente como para enfrentar esa situación.
— ¿Está ocupado? — escuchó. Suspiró, y miró a la niña que había dicho eso. Alzó ligeramente las cejas con genuina sorpresa, pero nada más.
— N-No...
Pasó de inmediato, y se sentó frente a ella. Una vez sentada, sonrió levemente y extendió una mano hacia ella.
— Me llamo Angelina Johnson, soy de primero.
La tomó. Su mano con cicatrices tampoco la dio asco.
— Louise Lupin, de primero también.
— ¡Mi madre se llama Louise también! — exclamó—. Es muggle, y cuando supo que mi padre era mago se desmayó y todo. Al principio creyó que yo no era bruja porque cuando empezó el curso el año pasado no tenía carta, pero es porque nací en septiembre y he empezado este año.
Angelina hablaba. Hablaba muchísimo. Volvió a chillar emocionada cuando supo que Louise también tenía doce años y no once porque había nacido en noviembre, y que quería ir a Gryffindor como ella. También se enteró que le gustaba el Quidditch, y durante más de una hora discutieron de la liga actual solo para descubrir que tenían también mismo equipo favorito.
— ¡Color favorito! — exclamó Angelina—. ¡Una, dos, tres!
— ¡Rojo! — respondieron a la vez. Rieron de nuevo por la coincidencia—. ¡Postre favorito! ¡Uno, dos, tres!
— ¡Tarta de chocolate!
— ¡Tarta de zanahoria!
Se miraron en silencio.
— ¡Tartas!
Angelina era increíble, o eso opinaba Louise de esas horas en las que había hablado con ella. Comieron juntas grageas de todos los sabores, hablaron mucho de las cosas que les gustaban y de lo que esperaban de Hogwarts. Ella determinó que entraría en el equipo de Quidditch y sería capitana, y Louise supo que lo lograría. La animó a entrar juntas, pero recordó las palabras de su tío y simplemente cambió de tema.
Al llegar al castillo, ya había anochecido. Un enorme hombre con mucho pelo y un robusto abrigo de piel les esperaba en el andén, llamando la atención para que todos los de primero le siguieran. Los de segundo en adelante siguieron caminando hasta unas carrozas sin caballo, y ella siguió a Angelina hasta el hombre gigante.
— ¡Los de primero por aquí! ¿Estáis todos?
Se miraron entre ellos. Louise no se esperaban que fueran tantos. Junto a ella había un niño muy bajito con rastas, y por su colorido cabello dos pelirrojos llamaron su atención. Gemelos idénticos.
— ¡Vamos juntas, Louise! — Angelina tiró de ella, y subieron a uno de los botes. Aún quedaban dos huecos, pero muchos decidían no subir por sus marcas. Se sintió muy culpable, porque Angelina sí que quería hacer amigos y ella los espantaba con su cara.
¿Y si Angelina ya no quería ser su amiga más? ¿Si quedaban en casas diferentes querría seguir hablando con la rarita de cicatrices? Tal vez encontraría a niñas más divertidas con las que podría hacer amigos sin vergüenza.
— ¡Hola! — dos voces hablaron tras ellas. Eran los gemelos pelirrojos–. ¿Ocupado?
— Para nada — dijo Angelina de inmediato. Se sentaron sin decir nada, sonriendo de manera idéntica—. Soy Angelina Johnson, y ella es mi amiga Louise Lupin.
Ambos la miraron, y quedaron boquiabiertos. El de la izquierda, con la túnica arrugada, extendió una mano de inmediato en su dirección. La tomó por educación, algo intimidada por sus miradas fijas.
— G-George Weasley. Él es Fred.
— ¿Son de verdad? — preguntó repentinamente el otro gemelo. Señalaba su propio rostro, indicando que se refería a las cicatrices. Hizo una mueca, incómoda por la pregunta.
— ¡Fred, no puedes preguntarle eso a una chica! — reclamó George.
— ¡Es que se ve muy genial, como el amigo de papá! — exclamó. El bote comenzó a deslizarse por el lago.
— ¿Genial? — dudó.
— ¡Claro que sí! — aseguró—. Te ves muy ruda, como si fueras una cazadora de magos tenebrosos o entrenadora de dragones salvajes.
— No es para nada así... — murmuró, tratando de cubrirse con el pelo.
— ¿Cómo que no? ¡Son alucinantes! Jamás podría olvidarme de alguien tan genial — dijo George ahora—. Nuestro padre tiene un amigo auror que tiene cicatrices también, y es casi tan genial como tú.
— ¿Cómo te las hiciste? ¿Fue con un mago tenebroso? ¿Un hipogrifo salvaje? — insistió Fred. Angelina le miró bastante mal por sus preguntas, pero incluso ella tenía curiosidad.
Louise jamás había escuchado esa clase de halagos, y estaba tan roja que podría ser confundida por un tomate. Eran un poco insistentes, pero le caían bien.
— Fue... una bestia. Me atacó cuando era pequeña mientras dormía.
— ¡Qué miedo! — exclamaron los dos a la vez. Angelina le dio una palmadita en la espalda, mirándola con admiración—. ¡Alguien tan valiente seguro que es Gryffindor! ¡Como nosotros! ¡Vamos a ser amigos!
En ese momento, mientras Fred y George aseguraban que serían amigos, vio por primera vez el castillo. Se alzaba imponente sobre la colina, reflejado en la oscura agua del lago, y sonrió feliz. Tenía fe por esa nueva etapa, ahora sí. Remus tenía razón, había hecho amigos. Seguro que se emocionaria cuando se lo contase esa noche en una carta.
— Cuando diga vuestro nombre, pasaréis y os pondréis el sombrero — indicó la misma mujer que había ido a su casa para darla la carta. El sombrero les había cantado una canción bastante pegadiza, y debían ser seleccionados para una casa. Era exactamente como Remus le había explicado, y estaba bastante nerviosa—. ¡Attard, Marilyn!
La niña avanzó, intimidada. Se sentó, y sus ojos fueron cubiertos por el sombrero. Todos miraron expectantes. Era la primera del curso, la primera seleccionada. Tras unos segundos, una abertura se abrió y el sombrero gritó:
— ¡HUFFLEPUF!
La mesa de corbatas y bufandas amarillas estalló en vítores. Ella fue con una enorme sonrisa, y el animo entre los de primero cambió. El siguiente fue un chico que fue a Ravenclaw, y tras otro Hufflepuf más, fue el turno del primer Slytherin. Aún no había ningún Gryffindor.
— ¡Dinklage, Rodrick! — el niño avanzó.
— ¡GRYFFINDOR!
Al fin, los leones aplaudieron con energía. Incluso más que las otras casas. Al mirar con atención a los rojos, vio a otros dos pelirrojos. ¿Fred y George tenían más hermanos o era un exceso de pelirrojos en ese castillo?
Escuchó todos los nombres y elecciones con atención, tratando de recordar sus caras. Quería conocer a todos sus compañeros y tal vez futuros amigos. Estaba demasiado emocionada.
— ¡Johnson, Angelina! — su amiga alzó los pulgares antes de ir. Apenas el sombrero se posó en su cabeza, fue enviada de inmediato a Gryffindor. Aplaudió feliz por ella.
Tras otro niño que fue enviado a Gryffindor, ella fue llamada.
— ¡Lupin, Louise!
Hubo murmullos cuando ella pasó al frente. Su rostro, cruzado por profundas cicatrices, era muy diferente al resto. Por suerte sus ojos fueron cubiertos por el sombrero, porque de otro modo no habría soportado las miradas.
Creyó escuchar al sombrero decir algo de su valor, pero se escuchaba dentro de su cabeza así que lo tomó por una alucinación por los nervios.
— ¡GRYFFINDOR!
El sombrero se quitó al fin de su cabeza, y sonrió cuando vio que los Gryffindor se veían realmente felices de tenerla ahí. Corrió hasta Angelina, y se abrazaron riendo.
— ¡Sabía que estaríamos juntas! — dijo, haciéndola un poco más de hueco para sentarse. Frente a ellas estaba uno de los pelirrojos que había visto, e idéntico a Fred y George su rostro estaba cubierto de pecas, tenía túnica vieja y un perfil similar. El chico sintió su mirada curiosa, y sonrió amable en su dirección. Se sonrojó avergonzada por haber sido atrapada.
— Bienvenida a Gryffindor, me llamo Charlie Weasley — se presentó—. Soy prefecto, así que cualquier problema puedes acudir a mí.
¡Sabía que eran hermanos! Asintió de inmediato, sin necesidad de decir su nombre porque lo acababa de escuchar. No sabía muy bien qué era un prefecto, pero le preguntaría a Remus.
Unos cuantos más llegaron a Gryffindor, aunque por el momento iban ganando Hufflepuf. Aún quedaban varios, aunque no era nada aburrido. Escuchó que hacían apuestas o trataban de adivinar a qué casa iría el siguiente, y Angelina se unió a unos chicos de segundo.
— ¡Weasley, Fred!
— ¡GRYFFINDOR!
— ¡Weasley, George! — el sombrero apenas rozó su cabeza, y le envió junto a su gemelo. Fueron de inmediato con gestos de victoria a la mesa escarlata, y se abalanzaron sobre Charlie. Después, su objetivo fue el otro pelirrojo. Este último les regañó por el espectáculo, y finalmente se sentaron uno a cada lado de Charlie.
— ¡Angelina, Louise! — saludaron a la vez. Ellas agitaron sus manos
— Sabía que estaríamos todos juntos en Gryffindor — sonrió Angelina.
Esa noche, durmió abrazada con una sonrisa a la almohada y con la carta para Remus ya escrita en su mesita. También había escrito para su tío Lyall, así lo leerían juntos. Ocupaba un pergamino por completo, pero a su primo le encantaba leer.
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Primer capítulooooo
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